El valor de responder frente a la necesidad
A la Academia le está costando más de lo normal capitalizar opciones de gol (...) y el apresuramiento echa por tierra interesantes ocasiones ante el arco ajeno.

Bolívar cumplió el deber de todo local copero. He ahí lo más destacado de la tarde-noche miraflorina. Era imperiosa la victoria y sin esplendor —excepción hecha de la apertura en el marcador— sacó a flote la misión.
En lo anterior cabe poner en contexto la dimensión del rival: Tigre presentó un equipo alterno, producto de las prioridades en la segunda división de su país. Y este conjunto, estructurado con varios debutantes, transitó sin ser jamás avasallado y solo superado en el periodo final.
Hay que reiterar algo ya observado en Asunción, la pasada semana. A la Academia le está costando más de lo normal capitalizar opciones de gol y si bien es cierto que ha extrañado a Riquelme queda claro, también, que el apresuramiento echa por tierra interesantes ocasiones ante el arco ajeno.
Ayer partió impreciso en grado sumo. Dominado por la obligación del resultado positivo, pero, al mismo tiempo, abusando del traslado lento y sin emplear la sorpresa como arma de desequilibrio.
Una cosa es la paciencia. Otra, bien distinta, se asocia a la indeterminación, aspecto que le restó explosión en el camino hacia el pórtico de Wolff. Y es que Vecchio no terminó de ser decisivo —por más que en el entramado del juego se lo buscara con cierta asiduidad— sumado a un Arce falto de fútbol y quizás aún no recuperado del todo tras la lesión sufrida.
Pese a todo, gozó de llegadas claras para quebrar el cero. Pereyra protagonizó la inicial (luego de un cuarto de hora poco cercano al elogio en términos colectivos), Ribera estrelló el balón en uno de los verticales, Jusino elevó un cabezazo desde buena ubicación, hubo otra de Pereyra a los 38’, Vecchio empalmó muy abajo cerca del punto penal y Paredes no acertó en plena área chica.
De hecho, Bolívar superó, en dicho lapso, el setenta por ciento de posesión de la pelota, medición ésta que —no cabe duda— es bastante relativa y engañosa en cuanto a trascendencia si la herramienta no es adecuadamente usufructuada.
El elenco argentino optó por no replegarse en demasía y sí juntó sus líneas, de manera que en inmediaciones del medio del campo sus futbolistas (y también los del dueño de casa) se concentraron en alto grado. Fruto de ello, no sobraron espacios y el recurso de un pelotazo a espaldas de los zagueros —arma que figuraba en el arsenal diseñado por Vivas— no logró imponerse, debido a que el movimiento tendente a evitar posiciones de adelanto precisa afinamiento. También se advirtió este déficit en el debut, ante Guaraní.
Y si se llegó al descanso sin recompensa, la razón correspondía explorarla en una sobredimensión de la ansiedad. Y, además, en la ya referida impericia para definir.
No dejó de ser importante el cambio durante el entretiempo. El ingreso de Abrego generó un problema adicional a la zaga visitante, que debió ocuparse de otro referente de área, por más que el cruceño inclinara su veloz andar hacia el flanco derecho. Al margen, Machado estaba condicionado a raíz de una amonestación barata, por cuanto Ángel Arteaga, el juez venezolano, pudo expulsarlo tras una acción imprudente sobre Díaz.
La segunda fracción partió identificando lo mejor del cotejo: tremendo zapatazo de Enrique Flores y balón clavado en un ángulo. Es verdad que disparó sin oposición alguna del adversario, pero la violencia y dirección del envío resultaron extraordinarias.
El colectivo conducido por Gorosito modificó su dinámica —el entrenador decidió cambios, obligado en función de la desventaja y del desgaste físico— y se aproximó a las cercanías del área pero, objetivamente, no exigió de veras a Rojas, que apenas si intervino.
En esa circunstancia, Pereyra asistió a Saavedra y las cifras se ampliaron porque la defensa, en el carril central, se embarulló sin conseguir rechazar.
Obviamente, con veinte minutos por delante, el encuentro tenía a un vencedor irreversible, porque pese a determinadas falencias de juego, Bolívar estaba solventemente respaldado por una distancia numérica que a Tigre le sabía poco menos que imposible de remontar. Y cabe reconocer que no cesó en procurar el descuento, pero sus incursiones casi siempre se arrimaron a aventuras individuales, sin la orientación y consistencia debidas.
Bolívar ganó, quedó parejo en diferencia de goles si se alude a su estreno en el grupo y, asimismo, reencontró, luego de unas cuantas actuaciones, el sabor del triunfo. Sin embargo, su funcionamiento adolece de marcadas lagunas. Rinde a través de ciertos pasajes y se descontrola en otros. No es menos cierto que genera el escenario tendente a vulnerar al adversario, pero no está fino en el toque final y eso, sabido es, acarrea consecuencias.
El resumen rescata la trascendencia del resultado y un tanto de notable factura. No es exiguo, pero pudo ser mejor.