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Messi, adentro y afuera

Lionel Andrés Messi son dos personas. No es que el astro rosarino sufra un trastorno de personalidad múltiple. No. Messi es uno de los mejores jugadores de la historia dentro de la cancha. Fuera de ella, no es tan estrella. Nunca se preparó para ser bueno lejos del césped.

Sus números con la camiseta del F.C. Barcelona son incontestables: 731 partidos, 633 goles y 33 títulos (8 ligas y 4 “Champions”). Nunca recibió una roja. El aún diez azulgrana llegó al club con 13 años y su primer “contrato” fue firmado en una servilleta de papel. Medía apenas un 1,40 y necesitaba un caro tratamiento hormonal para su crecimiento.

Hoy esa servilleta está a buen recaudo en la caja fuerte de un banco de Andorra. Veinte años después de aquel arribo, el argentino se va con tremendo quilombo (judicial), a pesar de haber asegurado siempre su deseo de retirarse en el Nou Camp.

Messi cobra 50 millones de euros netos por temporada (más las ganancias por publicidad) pero no es feliz. Messi quiere ganar más… títulos y cree que lo puede hacer junto al técnico que supo encontrar su sitio dentro de un equipo, Guardiola.

Perder lo enferma. Cuando cae derrotado se encierra en su cuarto y no ve a nadie. Con un leve grado de síndrome de Asperger —trastorno del espectro autista—, tiende a borrarse en las malas: dentro y fuera de la cancha. Han pasado dos semanas del 2-8 ante el Bayern y aún no ha dicho ni mu.

Messi es acusado de deslealtad (de abandonar para irse a un club rival directo como el Man City), de acumular todo el poder y de tener la última palabra sobre dirigentes, técnicos y jugadores.  El “star system” de las grandes estrellas ha generado una economía insostenible (por el “fair play” financiero) y un tóxico “modus vivendi” de privilegios.

El F.C. Barcelona fue grande cuando fue un equipo, no cuando se rindió a un solo jugador (llámese Kubala, Cruyff o Maradona). ¿Perjudicará Messi su legado en la hinchada “culé” con su forma de actuar? ¿Puede el Barça castigar a su ídolo sin jugar hasta enero?

El divorcio es una cosa de valientes. Ni Messi ni el presidente Bartomeu lo son. La palabra Messi llegó a tener más consultas en redes sociales que el coronavirus el día del fatal anuncio. Solo alguien que es dos personas a la vez —Lío en Argentina, Leo en España— puede conseguir algo así.

(*) Ricardo Bajo es periodista