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Don Guillermo, el creador del ‘Universo’

Don Guillermo cree en el destino “universal”, no en el fatal. Jamás pensó que el cine se iba a cruzar en su camino pero las películas —sin querer queriendo— siempre acompañaron sus mejores y peores momentos. En el barco que lo trajo de Europa a América, huyendo de los nazis desde su Viena natal, Wily pasaba clandestino de la tercera clase a la segunda porque proyectaban filmes para amenizar una dura travesía de tres semanas hacia lo desconocido. “Me trepaba por una escalerilla por el exterior del buque Oceanía que estaba destinada solo a los marineros, empotrada en el costado de la nave. Si me soltaba, caía al mar irremediablemente, luego entraba de contrabando a la sala de cine”, se acuerda hoy, ochenta años después, con una memoria de elefante.

Cuando cuatro años después, el niño Guillermo Wiener entró al poderoso Colegio Nacional Ayacucho en 1944 (estuvo ahí seis años) no se perdía ni una de las películas antinazis que se pusieron de moda tras el alineamiento del gobierno de Gualberto Villarroel con las potencias aliadas. En el Club Austriaco también disfrutaba del teatro, del Café Concert, de los musicales… Y por las mañanas, cuando tenía plata, semana de por medio, iba a las matinales —eran más baratas— del cine Roxy (que luego fue cine Manfer) y del cine París de la plaza Murillo.

Faltaban diez años todavía para que don Guillermo viajara por primera vez de La Paz a los Estados Unidos —julio de 1957— en un avión DC-4 de la Panagra con escalas en Arequipa, Lima, Ecuador, Colombia, Panamá y Miami. Cuando llegó por fin al Times Square Hotel, los cines de la Gran Manzana maravillaron al joven vienés expulsado de su país por la pesadilla nazi. “Aquella habitación con baño privado me costó tres dólares y medio”, se acuerda hoy desde su casa en la miraflorina calle Iturralde, muy cerca del estadio.

Tres años después herr Wiener fundaba el (cine) “Universo”, en un principio destinado a ser la nueva sala de los franciscanos de La Recoleta. El 29 de enero de 1960 una película con guiños a la Resistencia antinazi (no podía ser de otra manera), La historia de una monja, dirigida por Fred Zinnemann y protagonizada por Audrey Hepburn, abría el telón de la primera sala situada en un barrio popular. “Entonces, otra vez el destino se cruzó en mi vida, da la casualidad que Audrey era vestida en Estados Unidos por mi tía Edith, esposa de mi tío Víctor, los dos huyeron también de Viena pero acabaron en Nueva York vía Inglaterra. Mi tía era una hábil costurera e inventó un cuello especial muy estrecho para Hepburn, que era muy linda. Después de ese logro, siguió haciendo para ella varios vestidos y fue una clienta de por vida de mi tía Edith. Más de dos meses estuvo en cartelera La historia de una monja en matiné, tanda y noche”.

Pero la competencia —todos cines céntricos, el Monje Campero, el 6 de Agosto, el Tesla y La Paz— no se quedó tan contenta y puso antes todas las piedras posibles. Las dos películas llamadas a inaugurar el Universo tenían que ser Los diez mandamientos del gran Cecil B. DeMille con Charlton Heston y Yul Brynner y La vuelta al mundo en ochenta días de Michael Anderson, con David Niven en el papel de Phileas Fogg y Mariano Moreno “Cantinflas” haciendo de Picaporte. El productor Michael Todd inventó para este segundo filme el “cameo” y por la película pasaron celebridades como Marlene Dietrich, Buster Keaton, Frank Sinatra, Peter Lorre, Charles Boyer, John Gielgud o el torero Luis Miguel Dominguín, padre de Miguel Bosé y novio de Ava Gardner.

“Nuestros competidores, o sea los empresarios cinematográficos ya establecidos en La Paz, no se quedaron de brazos cruzados y consiguieron anular los preacuerdos que se habían logrado entre la DUP (Distribuidora Universal de Películas) que habíamos fundado dos años antes y la Warner Bros en Lima. Así, esos dos filmes se estrenaron antes de la inauguración del cine ‘Universo’”.

El entonces presidente Hernán Siles Suazo estuvo presente en la inauguración del cine Universo en 1960

Estas dos no fueron las únicas piedras contra el “Universo”. Muchos miembros de la colectividad judía paceña advirtieron a Wiener —dirigente comunitario judío pero gentil— que se había metido en un mal negocio: “La única chance de recuperar tu plata es convertir a la sala en un cine de reestrenos, en una sala popular barata, me dijeron”. Pero cuantos más obstáculos, más peleaba don Guillermo por su sueño. La DUP había sido fundada a mediados de 1958, conformada por los socios Rodolfo Berkowitz, su hermano Bernardo, un palestino/árabe llamado José H. Nijme —dueño después de los cines Tauro y Orrantia de Lima— y el propio Wiener. Tres judíos y un palestino iban a trabajar juntos codo a codo para crear el “Universo”. Semejante osadía solo podía pasar en La Paz. “El director de un periódico comunista, El Pueblo, de apellido Siñani, tituló así: “Judíos y árabes se juntaron para explotar a la ciudadanía de La Paz”, recuerda don Willy con sorna.

Nijme trajo las mejores y más cómodas butacas desde Inglaterra —“un total de 949, si no me equivoco”— gracias a un amigo suyo británico  de la época del Protectorado en Tierra Santa y el aparato de sonido llegaría directamente desde los Estados Unidos. Solo faltaba un detalle: convencer al mismísimo presidente de la República, don Hernán Siles Suazo, para acudir a la “premiere”. Dicho y hecho.

El abogado de la productora y el cine, don Carlos Galleguillos Fajardo, se “coló” una tarde en Palacio Quemado y tras tomar unos cafés con los edecanes, dejó la invitación para el presidente y sus ministros. “En esa época, hacer una cosa así era factible, eran otros tiempos. Desde ese mismo día, el ‘Universo’ se convirtió en la sala de más prestigio y éxito de toda la ciudad”, se acuerda con una sonrisa de pícaro don Guillermo en el living de su casa propia, otro sueño que persiguió y logró después de que los nazis le quitaran la suya en su Viena natal. “Desde aquella jornada yo me encargaba personalmente de mandar cortesías gratis a Siles Suazo para que viniera a ver todas nuestras películas”. De bien nacido es ser agradecido.

Wiener con su esposa Eva Berkowitz

Para entonces, la rutina de don Guillermo había cambiado. Estaba a punto de dejar de trabajar para la firma importadora de EXIMA (de harina) de don Rodolfo Berkowitz y comenzaba a codearse con los dueños de los cines de La Paz, en especial con Gerardo Lindo, el capo del mítico cine Princesa, fundado el 10 de enero de 1918 por el catalán Gabriel Camarasa. “Don Gerardo era el típico bohemio europeo, murió con 84 años y nunca le importó la plata. Me decía siempre que el dinero le servía para dos cosas: para gastarlo en la noche y para comprar películas para el Princesa y para el París”. Luego llegaría su amistad con el resto de empresarios cinematográficos: Ackermann del Tesla, el “Pollo” Guzmán del Murillo y el Mignon, la familia Soligno y doña Rosita del Scala, la saga del Monje (Santis, los hermanos Lucio y el sobrino Luis Quintela), con Renzo Cotta del 16, con don Raúl Garafulic del 6 de Agosto….

El destino cumplía, poco a poco y en silencio, su sortilegio. Las películas que persiguieron a don Guillermo a lo largo de su vida lograban su objetivo. “Me gustaba entonces tremendamente el cine pero todavía creo que no sospechaba aún que iba a convertirse en el negocio principal de mi vida adulta, seis años después me comprometí el día de mi cumpleaños, un 7 de febrero, con Eva, la hija de mi socio Bernardo Berkowitz, nacida y criada en Villamontes”.

El matrimonio feliz tuvo una hermosa luna de miel por medio Europa durante cinco semanas. Pasaron por Madrid, Londres, Roma, París, ciudades alemanas y de vuelta a Estados Unidos, periplo por Nueva York, Chicago, México y Lima. Todos menos Viena y su parque más lindo, el Prater. “Cuando tenía siete, ocho años, antes de partir al exilio de Bolivia, mi padre Bernardo me llevaba a pasear a los jardines del Prater. En plena arremetida nazi tras la ‘Noche de los Cristales Rotos’, fuimos humillados por los de la S.S, el escuadrón de seguridad del III Reich, en aquel mismo parque y nos dijeron: carguen una rama y recuerden el éxodo judío de Egipto, nunca más, a partir de ahora, los judíos podrán pisar el Prater”. A finales de los años 30, en el tren que salía de Viena con dirección al puerto italiano de Trieste rumbo a Buenos Aires, Lily, su progenitora, pronunció estas palabras: “Mi linda Viena, nunca más te volveré a ver”. Por aquellas lágrimas de madre, don Guillermo juró nunca más volver al Prater.

El premio Semilla que fue entregado a Wiener en 2015

Por el cine Universo y sus dioses de platea y “mezzanine” (Gina Lollobrigida y Charlton Heston estaban pintados a la entrada) pasaron miles de paceños y paceñas para disfrutar películas míticas que se quedaron en la retina. Incluso los viejos y aventajados alumnos del Colegio San Antonio de Padua recuerdan cómo entraban a la sala oscura por la puerta de escape del cine que daba al patio de la escuela de los Franciscanos en la avenida Pando. El planeta de los simios, Ben Hur, Espartaco de Kubrick, El Cid de Anthony Mann, la saga de Rocky y la de La guerra de las galaxias, Karate Kid y otros grandes éxitos como El patrullero 77 provocaban enormes colas hasta la plaza Alonso de Mendoza. “Mis favoritas siempre fueron las de ‘Cantinflas’ y si tuviese que elegir una para ver de nuevo sería El mundo está loco, loco, loco de 1963 de Stanley Kramer, con los Tres Chiflados o El barrendero de Cantinflas del 81. Con el mexicano cargo una frustración, siempre quise conocerlo y estuve en México dos veces para tal fin, la primera vez estaba en líos y la segunda vez don Mario se enfermó”.

El vestíbulo y la inolvidable confitería del “Universo” era el lugar ideal para aprovisionarse de “Berlinas”, turroncitos Namur y chocolates Rolo. Ninguna cantidad era suficiente para aguantar las películas de tres horas de la época. En las filas superiores de “mezzanine”, la juventud paceña “empanadeaba” en la oscuridad y presidentes como Víctor Paz Estenssoro se camuflaba por temor. “Don Víctor me hacía llamar para tener primera fila de ‘mezzanine’ pero pasados unos años siempre me pedía la última fila. No quería que nadie se sentase detrás suyo, por temor a un atentado. Con el que tuve algún problema fue con su ‘vice’, René Barrientos. Iba a pasar una película en 1964 llamada Siete días de mayo de John Frankenheimer con Burt Lancaster y Kirk Douglas, que narraba un complot de la Fuerza Aérea para tumbar al presidente de EEUU por firmar un acuerdo con la URSS. Me hicieron llamar con un primo del coronel Faustino Rico Toro, hombre fuerte del Ministerio de Gobierno. Pasé la película una mañana solo para el presidente Paz. Don Víctor me dijo: ‘Por mí, no hay problema’. Luego la exhibí para el séquito de Barrientos Ortuño, que venía de la Fuerza Aérea y acababa de ser nombrado como vicepresidente. El General salió del cine sin comentar nada y unas pocas semanas después dio el golpe. Tiempo después pude preguntarle por la película, pues aquel día no me dio su opinión y me dijo: ‘En aquel momento no era conveniente’. Pasó bastante hasta que el “Universo” pudiera proyectar Siete días de mayo, en que Ava Gardner tenía un papel secundario, la llamaban “el animal más bello del mundo”.

El mayor gusto de Wiener, sin embargo, fue exhibir El violinista en el tejado de Norman Jewison en 1971, un musical que pareciera contar la propia existencia de Wiener: la tradición, la dificultades de ser pobre, el hostigamiento antisemita, la supervivencia. “Me advirtieron que era un tema delicado, que iba a ser un fracaso de taquilla, no lo fue y estuvo casi dos meses. El otro gran placer fueron las habituales “premieres” con fines benéficos a solicitud de las esposas de los presidentes. “El dinero para iniciar la construcción de la iglesia de San Miguel en Calacoto se recaudó con la ‘premiere’ de El viejo y el marcon Spencer Tracy. El auspicio lo hizo doña Teresa Cortés de Paz Estenssoro, cobró precios muy elevados y vendió a todo el cuerpo diplomático, a los ministros y a los parlamentarios. El prestigio del ‘Universo’ estaba por las nubes”.

Wiener a sus 89 años, en su casa de Miraflores

Quince años después de la inauguración del “Universo”, Wiener dobló la apuesta: construir el cine más grande de Bolivia en una zona más popular, la Garita de Lima. El nombre era más que obvio: “Monumental” y el apellido iba a rendir tributo a su hijo, Roby, que había logrado cumplir el sueño frustrado de su padre, ser ingeniero electrónico de la UMSA, primera promoción. En octubre de 1975, Los tres mosqueteros—“una colosal superproducción llena de humor, acción y simpatía”— inauguraban por todo lo alto las 1.700 butacas, dos mil según el anuncio de prensa. Luego llegaron otros taquillazos como Tonta, tonta pero no tan tonta (1972) con la “India María” (María Elena Velasco), La niña de la mochila azul (1979)  y las películas “prohibidas” de Sanjinés. “He tratado y soy amigo de todos los cineastas bolivianos, yo estrené Mi socio en 1982. Cuando vino Jorge fue chistoso. Había estado exiliado en Perú y Ecuador por las dictaduras y era muy temeroso. Me dijo: ‘Vengo de parte de don Jorge Sanjinés, quisiera saber si se anima a pasar sus películas’. Fueron un éxito total, colas de colas, a 2,50 y 3 bolivianos, para ver Las banderas del amanecer, entre otras. Otros taquillazos fueron las añoradas Tiburón y Superman, disfrutadas siempre en familia. “La cola para ver Terminator 2en 1991 llegó hasta bien arriba, hasta la Calatayud y los revendedores hacían de lo suyo”.

Don Guillermo no es un hombre de nostalgias, como pudiera parecer. No extraña esa Bolivia con 220 cines en todo el país, 32 de ellos en La Paz. “Hace años creía que el pasado era mejor, luego comencé a leer y leer y me di cuenta de que mi idolatrado Renacimiento de Los Médici no era tan hermoso, que moría mucha gente por hambre e injusticias, que siempre combatí desde mi época de dirigente estudiantil en el Ayacucho, cuando íbamos  a apedrear a los colegios privados para que se unieran a las huelgas”. Tampoco es un coleccionista de objetos y recuerdos. “No hay que enamorarse de las cosas, porque siempre se terminan por perder”, dice con un dejo de tristeza este vienés enamorado de La Paz, un boliviano más. Tal vez, “el judío más antiguo de Bolivia”, como se autodefine, recuerde la infancia perdida en Viena y todas las cosas arrebatadas por otro “caballero” también nacido en Austria y cuyo nombre no será escrito en esta nota. Hoy el cine “Universo” es el coliseo deportivo del colegio San Antonio y el “Monumental Roby”, una galería comercial con nombre victorioso. Don Guillermo jamás ha vuelto a pisar sus dos cines queridos, incluso cuando cerró el “Universo” fue incapaz de pasar a recoger sus cosas. Su mujer Eva y sus dos hijos lo hicieron por él. Tampoco ha vuelto a pisar los jardines del Prater.

Wiener vivo, stronguista y lector

Obviamente el creador del “Universo” tenía que ser stronguista, no podía ser de otra manera. El elegante bigotito que hoy luce todavía Guillermo Wiener hace recuerdo al bigote de Vicente Arraya Castro, la Flecha Andina, el arquero del Tigre que luego jugara en Atlanta de Buenos Aires, el Bohemio de Villa Crespo. “En el Ayacucho jugábamos con pelota de trapo, la primera vez que acudí al viejo Hernando Siles fue con mi amigo José Silfen, llevaba un año de duelo por la muerte de mi padre y no podía escuchar música —tradición judía religiosa—, así que me iba a ver al Tigre para disfrutar con Arraya, con Achá y los chicos, entrenados todos por Julio Borelli Viterito. Me gustaba ver al arquero pues mi hermano Hans jugó en esa posición en el club Macabi en La Paz y luego en Bolívar Nimbles de Oruro”.

Hoy, con 89 años recién cumplidos el pasado 7 de febrero, don Guillermo gusta de leer mucho, especialmente en inglés, cuyo idioma aprendió en los años 40 en el Instituto Anglo-Americano con su director, don Jaime Álvarez Daza, como profesor (también lo era de ese idioma en el Ayacucho). En estos días de pandemia está leyendo un libro sobre los inicios de la independencia de Estados Unidos. Tiene una cuenta en Amazon y quizás su afán lector es otra venganza personal contra los nazis que impidieron a su familia cargar con la gran cantidad de libros que tenían en su casa natal de Austria. La mejor forma de fomentar un hábito es prohibirlo. En eso coincide con su viejo amigo, el librero don Werner Guttentag. Don Guillermo no solo lee, también escribe, consecuencia fatal. Tiene tres libros publicados en la editorial Cima: Recuerdos de un judío boliviano (2004), La década olvidada de Bolivia, los años 40(2005) y Bolivia, los primeros cien años de su vida (2006). “Me acuerdo de todo lo que pasó hace 40 o 50 años pero se me olvida lo que hice ayer o anteayer”, dice, “ni mi hija que es neuropsicóloga, Patricia, es capaz de explicar este fenómeno”. Don Guillermo, stronguista y lector, siempre se hace al vivo.