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El campo de juego no es un centro de detención

“El gobierno brasileño no se tomó en serio la pandemia y, como consecuencia, muchos murieron innecesariamente», declaró el virólogo estadounidense Charles Rice, premio Nobel de Medicina 2021.

«Brasil es el ejemplo de todo lo que podía salir mal en una pandemia. Tenemos un país con unos dirigentes que, además de no implementar medidas de control, minaron las medidas como la distancia social, el uso de mascarillas y, durante mucho tiempo, también las vacunas. Ha sido una amenaza global». Opinión de Denise Garrett, epidemióloga que trabajó durante más de 20 años en el Centro para el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) del Departamento de Salud de EE.UU. y ahora vicepresidenta del Instituto de Vacunas Sabin (Washington).

“Un grupo de expertos australianos del Instituto Lowy concluyó que Nueva Zelanda es el país que mejor gestionó la pandemia de Covid-19, mientras que Brasil fue el peor, está en el fondo de la lista tras ser analizados 98 países”, dice un despacho del canal de noticias internacionales France24, firmado por Ángela Gómez. Hay cien, doscientos testimonios similares o más condenatorios de expertos sobre el tratamiento dado por el Gobierno de Brasil a la peste del Covid. Peste que le ha costado hasta ahora 583.628 muertos y 20.890.779 de infectados a la nación amazónica, muchos de esos  sobrevivientes con secuelas importantes. Brasil es el segundo país con más fallecidos en el mundo por el temible coronavirus. Como el planeta entero sabe, el presidente brasileño Jair Bolsonaro ignoró los peligros de la epidemia y se mofó de ella, tomando escasos recaudos.

No obstante ello, el ministerio de salud del país amazónico puso un celo inédito, diríamos excepcional, como cuestión de Estado, para cazar a cuatro futbolistas argentinos que iban a ser parte del clásico sudamericano ante Brasil y logró suspender el cotejo que ya estaba en juego -iban apenas 5 minutos-. Un hecho insólito, jamás visto en la historia de este deporte. Un señor de particular, vestido con vaquero y en camiseta, con un arma en la cintura, supuestamente del departamento de sanidad o de un organismo de seguridad, irrumpió en el campo de juego y obligó al juez a abortar el partido. Aducía que el arquero Emiliano Martínez, el zaguero Cristian Romero, el volante Giovani Lo Celso y un suplente, Emiliano Buendía, habían infringido una norma del departamento de salud al ingresar al país y debían salir inmediatamente del campo y ser deportados. El juez venezolano Jesús Valenzuela permitió la intrusión y decretó la suspensión. Un suceso de inusitada gravedad, sin contar el papelón tercermundista: ¿Y si no era funcionario ni policía ni nada…? ¿Lo suspendía igual…?

Las autoridades brasileñas esgrimieron que la norma incumplida por ellos era que toda persona proveniente de Inglaterra debe hacer una cuarentena obligatoria y que los nombrados no la habían hecho, falseando la declaración jurada. Efectivamente, Martínez, Romero, Lo Celso y Buendía actúan en la Premier League y lograron permiso de sus clubes para estar presentes en esta triple fecha de la Eliminatoria. No obstante, y aunque pueda parecer un tecnicismo, provenían de Venezuela, donde habían disputado el encuentro anterior.

La Selección Argentina llevaba tres días alojada en San Pablo y no fue notificada de la posible deportación hasta unas horas antes del clásico, cuando se difundió la especie de que los cuatro futbolistas serían expulsados del territorio brasileño. No obstante ello, ningún funcionario se hizo presente en el hotel ni en el vestuario del estadio de Corinthians para efectivizar la medida antes del juego. Esperaron el inicio de las acciones e irrumpieron con carácter intimidatorio ordenando la salida de los cuatro elementos citados, con lo cual acabó el partido.

Nadie entendía nada. Ni los jugadores ni el árbitro ni el público. Sólo perplejidad. Brasil-Argentina es un clásico mundial, estaban Neymar y Messi en cancha, las imágenes iban a diversas latitudes y un sujeto armado irrumpe en el césped, se manotea con los jugadores argentinos y obliga a dar por concluidas las acciones. Se le escuchó decir a Tite, entrenador brasileño, con pesadumbre: “¡El espectáculo que estamos dando…!” Entre los actores de ambos bandos no hubo problema ninguno, sólo conversaciones respetuosas. El particular que ingresó, presuntamente de la policía de San Pablo, habría dicho que los cuatro atletas argentinos debían ser deportados en ese mismo momento y debían salir. No obstante, los cuatro viajaron sin problemas con el resto de la delegación rumbo a Buenos Aires.

La AFA había hecho en lo previo consultas a Conmebol y a FIFA y le respondieron que estaban resguardados por el protocolo sanitario acordado por ambas entidades con los gobiernos de los diez países sudamericanos para que el fútbol pudiera desarrollarse. FIFA lo hizo en realidad con todas las asociaciones del mundo. Ese protocolo incluye una rigurosa burbuja que aísla a los protagonistas. Por ello se han podido disputar normalmente en plena pandemia, aunque sin público, la Eliminatoria y las copas Libertadores y Sudamericana. Muchos equipos entran y salen de Brasil semanalmente sin inconvenientes, amparados por ese convenio. De allí el asombro de tal ensañamiento con estos cuatro jugadores, que además entraron en Brasil con PCR negativo y que no ponen en riesgo a nadie porque tienen absolutamente vedado cualquier contacto con personas externas a la delegación, lo cual hemos comprobado personalmente. El presidente del Barcelona SC de Ecuador (el exjugador argentino Alejandro Alfaro Moreno) vino a Buenos Aires encabezando la delegación de su club para enfrentar a Boca y la guardia apostada en el hotel no le permitía salir del hotel para ir a visitar a su madre. Es extremadamente riguroso.

No obstante, un hecho puntual desarticula la encarnizada obstinación de deportar a Martínez, Romero, Lo Celso y Buendía: hace 57 días apenas finalizó la Copa América en Brasil, los tres primeros la disputaron e ingresaron varias veces al País del Carnaval porque Argentina jugaba, retornaba a Buenos Aires, volvía para el siguiente duelo y así. Jair Bolsonaro pidió expresamente organizar la Copa cuando Colombia y Argentina no se decidieron a realizarla y ofreció todas las garantías sanitarias así como también respetar el protocolo firmado con Conmebol que permite el ingreso de los equipos.

Hay un trasfondo importante: Brasil decidió desafectar a nueve de sus seleccionados que militan en Inglaterra (Ederson, Alisson, Thiago Silva, Fabinho, Fred, Raphinha, Gabriel Jesús, Firmino y Richarlison) debido a la negativa de los clubes ingleses de liberarlos para estos tres compromisos, pero los argentinos sí lograron el permiso, entre otras cosas porque estaban decididos a viajar sí o sí, pasara lo que pasara. Eso creó un resquemor: ¿por qué ellos sí y los nuestros no…? Pero eso fue un arreglo individual de cada futbolista con su club. No tienen nada que ver las asociaciones ni los técnicos. El colombiano Dávinson Sánchez también gestionó y consiguió que el Tottenham le permitiera viajar. Se dijo que los brasileños no vinieron porque no hubiesen podido entrar a Brasil: falso.

¿Si los querían deportar por qué no lo hicieron antes del partido…? ¿O por qué no se esperó a que terminara…? No pocas veces una comisión policial esperó a un futbolista a la salida del estadio y se lo llevó detenido por causas diversas, pero jamás irrumpió en una cancha en medio de un partido. Y menos de un partido así. Estaba muy claro: no querían que jugaran los cuatro argentinos. Más después de haber perdido, hace menos de dos meses, la final de la Copa América frente a esta misma representación albiceleste.

Es un escándalo gigantesco, con una imagen lamentable transmitida al mundo. Deportivamente, los jugadores cuestionados estaban habilitados para actuar. Si incumplieron las normas migratorias brasileñas, el campo de juego no era el ámbito punitorio. La FIFA deberá decidir, aunque en este caso no hay mucho para pensar: la ley del fútbol establece que el local siempre es el responsable del espectáculo y en este caso es quien provocó la suspensión y el bochorno.