Cristiano desafía la lógica del almanaque
A sus 34 años, Pelé firmó por el Cosmos, buscando un supercontrato en una liga de mínima exigencia. Ya había dicho adiós en el Santos, volvió al ruedo porque ciertas malas inversiones lo impulsaron a aceptar esa propuesta norteamericana llena de millones. No era la Major League de ahora, sino algo parecido a un torneo senior, de veteranos ilustres, con Beckenbauer, Eusebio, Chinaglia, George Best… Una jubilación de privilegio. A la misma edad, Johan Cruyff jugaba en Segunda con el Levante de España. También con 34, Zinedine Zidane colgó botines y medallas. Y todo aquel astro en esa franja etárea que siguió jugando ya estaba de vuelta, dando las hurras. En cambio, a 89 días de cumplir 37 años, Cristiano Ronaldo sigue marcando goles a montones. Define o empata partidos cuando el reloj ya está con la lengua afuera. Y cuidado: no en ligas menores, los hace en Inglaterra y en la Liga de Campeones de Europa. O en la Eurocopa. Todo al máximo nivel. No hay nada más arriba que eso. Y luce impecable físicamente. Está desafiando al almanaque, a la lógica humana del deporte.
Lo usual sería que Cristiano, hoy, despuntara el vicio de ponerse los cortos en un club de Portugal como el Boavista, el Belenenses, el Braga, y que celebrara un gol algún fin de semana que otro. Pero no, los anota casi partido tras partido en la durísima Premier League y también en Champions. En julio fue goleador de la Eurocopa. Muchas veces se ayuda con penales, es verdad, pero últimamente se le están viendo golazos espectaculares como el del martes al Atalanta: pescó un rebote de aire y, como venía, sin dejarla caer, mandó la bola allá abajo, entre poste y césped. Fue el empate a dos del Manchester United, que estaba perdido. Golazo, pero golazo de crack…
No obstante, no resiste comparación con el fabuloso gol que señaló ante el mismo Atalanta en Manchester dos semanas atrás. Luke Shaw mandó un centro desde la izquierda, el portugués se puso alas y resortes, saltó como un atleta olímpico, le sacó una cabeza justa al zaguero argentino Palomino y metió un cabezazo celestial abajo, pegado al palo del arquero Musso (también argentino). Fue el 3-2. Como prodigio técnico y plástico, nos atrevemos a ponerlo en el mismo plano que el gol de Pelé a Italia en la final de 1970, considerado con justicia uno de los mejores goles de cabeza de la historia. O el mejor. En este, Cristiano se impulsó tan alto como O Rei y, cuando estuvo en su punto extremo, martilló el balón hacia abajo. Le dio mucho cuello para imprimirle potencia. Y la direccionó: miró exactamente ahí donde la puso. Pero lo que barniza de estética la acción es el encuentro de la cabeza con la pelota en el momento exacto. Tuvo la belleza de la perfección. Estamos hablando de un cabeceador excepcional, y este tal vez sea uno de sus impactos más felices con la testa.
Con los dos tantos del pasado martes ante el mismo Atalanta, uno en el minuto 46 del primer tiempo y otro en el 91, alcanzó los 798 goles oficiales. Una locura. El hecho de que siempre aparezca anotando goles clave en los instantes finales certifica algunas de sus virtudes más destacables: su grado de concentración y su ambición. Nunca está dormido, jamás se lo ve derrotado ni desanimado. Esto, al margen de las cualidades técnicas como el remate quirúrgico, de aire o desde el suelo, con pelota quieta o en movimiento. Y el cabezazo, ya señalado. También está la colocación. Siempre aparece en el lugar preciso para convertir. “¿No lo marcan…?”, protesta alguien frente al televisor. Lo marcan, sí, y él se desmarca. Es inteligentísimo para encontrar la mejor posición en el área. Un paso adelante para arrastrar al marcador y dos atrás para liberarse de él y crearse espacio, el necesario para recibir y disparar al arco.
Con dos goles más, que los hará, esta semana, la siguiente o la otra, redondeará los 800, una cifra de fábula. Los estadígrafos del mundo dan como máximo artillero al austro-checo Josef Bican, quien señaló 805 entre 1931 y 1955. Se sabe poco de Bican, aunque FIFA y gente de las asociaciones de estadísticas corroboran ese número. Igual, Cristiano lo superará, no hay dudas. Tal vez en un mes o dos. Ser el máximo artillero de la historia no es precisamente insignificante. El gol es una verdad de cemento, lo más preciado de este juego.
Siempre estará la discusión acerca del aporte de Cristiano al juego, que suele ser mínimo. Toca poco el esférico y no participa del armado, él es simplemente un finalizador, como Lewandowski, pero si lo más valioso y complicado es hacer gol, estamos frente al artista mayor. Tuvimos la fortuna de ver en acción a Gerd Müller, monstruo sagrado del área, no lo comparamos con nadie. Fue único. No obstante, lo de Cristiano entra en el terreno de la leyenda. Y seguro irá por los 900, es insaciable, se cuida como quizás no lo hizo nadie en este deporte. Nunca le han pegado una patada, (él no anda con la pelota), hace crioterapia de recuperación tras los partidos para aliviar las articulaciones y los músculos, se somete a la cámara hiperbárica para reconstituir los tejidos, no tiene un gramo de más… Y no es sólo lo físico, su mente quiere más. Más goles, más premios, más reconocimientos. Es posible que siga otras dos temporadas aparte de esta en el primer nivel. O que se anime a llegar a los cuarenta jugando Champions. Su apetencia de gloria parece no tener límites.
No todo es idílico en su presente. Quizás se haya equivocado de Manchester. Lo quería el City, eligió el United. La diferencia de funcionamiento como equipos es abismal. El de Pep es una orquesta de cámara, el de Solskjaer parecen chicos de barrio golpeando tachos y cacerolas. Y esto puede damnificar la producción individual de Cristiano. O seguro lo hará. Pasó el sábado en el clásico manchesteriano: no pudo tocar la pelota. La tuvo siempre el City. Para empezar, es virtualmente imposible que ganen la Premier o la Champions; incluso alguna de las copas locales. Sentirá en sus carnes lo que vivió Messi los últimos cinco años en el Barcelona: carecer de un entorno fiable, competitivo para pelear títulos. Y este es un juego de once, no de uno. Toda individualidad, por brillante que sea, se opaca si no está rodeada de un conjunto, si falta armonía. Nadie sale campeón solo.
Nos han malacostumbrado. Entre Balones de Oro, récords, títulos ganados y centenares de goles, Messi y Cristiano Ronaldo han logrado que minimicemos los éxitos de otros fantásticos futbolistas y que se cambien los parámetros de excelencia. Antiguamente, que un delantero llegara a 350, 400 goles o ganara un Balón de Oro significaba conquistar el cielo del fútbol. Estos dos fenómenos actuales han vuelto pequeños aquellos logros. En adelante, cañonero que alcance 600 anotaciones, aún siendo una marca excepcional, quedará a la sombra de estos árboles de inmensa copa.