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Repechaje: el cielo o el infierno

Italia y Portugal se arrancarán los ojos por un lugar en Catar 2022. O quizás Turquía o Macedonia del Norte se los arranquen a ambos, quién sabe. El repechaje europeo será caminar sobre brasas ardientes: hay doce selecciones para sólo tres boletos. Y además de los nombrados están Rusia, Escocia, Polonia con Lewandowski, Austria, Ucrania, Gales… Y dos subcampeones mundiales como Suecia y República Checa… En dos partidos únicos y en campo neutral se decidirá la suerte de doce selecciones con historia. Pronosticar es imposible. En marzo de este año Macedonia tumbó a Alemania en Duisburgo: 1-2. A partir de ahí está claro que todo puede suceder. 

En el mismo acto donde se sorteó la repesca europea fue a bolillero la de Sudamérica y pasó lo peor: el quinto de acá medirá al quinto de Asia, a un solo juego también en terreno independiente. No sabemos aún quién ocupará ese lugar en nuestra Eliminatoria. Pero no la tendrá fácil: el rival podría ser Australia, durísimo. Los Socceroos ya eliminaron una vez a Uruguay, cuidado…

El repechaje es el cielo o el infierno. Que lo digan los treinta millones de peruanos que se fundieron en un solo abrazo al vencer a Nueva Zelanda y alcanzar el nunca tan soñado pase al Mundial de Rusia. O que expresen los uruguayos qué sintieron aquel 16 de noviembre de 2005 cuando el arquero australiano Mark Schwarzer le paró el último penal a Marcelo Zalayeta. En el acto, Montevideo se convirtió en un cementerio. “El muerto está lejos, pero esto es un velorio”, graficó Jaime Roos, brillante cantautor, creador de ‘Cuando juega Uruguay’, donde describe el sentimiento que impregna a su pueblo cada vez que sale al ruedo la Celeste.

La nunca contada historia de los repechajes es bellísima. Está bañada de alegrías y amarguras límite. Fueron diez veces las que selecciones sudamericanas lucharon por esa última plaza, la del estribo. Sesenta años atrás exactos -noviembre de 1961- Paraguay inauguró esas disputas en busca de un cupo mundialista. Le tocó México, que entonces era una expresión muy menor. Además, Paraguay venía de hacer un digno Mundial ’58 en Suecia. “Se pierde una clasificación regalada”, escribió el doctor Miguel Ángel Bestard, diplomático y brillante historiador futbolístico guaraní. México ganó 1-0 en el norte e igualaron 0-0 en Asunción. “Muy poco o casi nada se sabía acá del fútbol mexicano. Con una soberbia muy paraguaya se esperaba el momento para dar una soberana paliza al país de Cantinflas”, dice Bestard en su magnífico libro ‘Paraguay: cien años de fútbol’. A México le habían hecho jugar una cantidad de partidos previos en Concacaf, en tanto la Albirroja estaba descansada. Y agrega: “En los días previos el calor era infernal, los mexicanos estaban desesperados y la afición local, en su salsa, gozaría con una espectacular goleada. Pero ese domingo amaneció con un fuerte viento sur, frío y lluvioso. La pista estaba mojada, la eterna tragedia endémica e incurable de nuestro fútbol. El público paraguayo le teme al agua más que el gato… Ni una pelota peligrosa llegó al arco del veterano arquero Carbajal. La gente se retiró triste y desilusionada”.

Paraguay hubiese sido el sexto sudamericano en Chile 1962, un Mundial con 16 equipos. Para Alemania 1974 se dio el segundo capítulo, seguro el más novelesco de los diez: Chile versus la Unión Soviética. Un golpe militar encabezado por Augusto Pinochet había depuesto al presidente chileno Salvador Allende, de extracción marxista-leninista, el 11 de septiembre de 1973. Quince días después, la Selección Chilena debía enfrentar a la URSS en Moscú. Sorteando diversos inconvenientes, la Roja llegó al país más grande del mundo y, con un planteo ultradefensivo, logró un heroico empate en cero. Dos meses más tarde correspondía la revancha en Santiago, pero el Gobierno comunista soviético (tan respetuoso de la democracia…) ordenó que su equipo nacional no acudiera, en protesta por el derrocamiento de Allende y porque el Estadio Nacional era un centro de detención y torturas. No quería jugar allí, aunque se quedara sin Mundial. Llegado el día y la hora del segundo encuentro, se especulaba con que la URSS se aparecería de improviso. Por eso Chile entró al campo con vestimenta de juego para cumplir con el reglamento, el juez dio el pitazo, los jugadores avanzaron sin nadie adelante y Chamaco Valdés hizo un gol simbólico. “El partido contra los fantasmas”, se denominó. La URSS perdió los puntos y Chile fue al Mundial sin necesidad de jugar esa revancha.

Para Argentina 1978 le tocó la repesca a Bolivia. Y otra vez un rival fuerte y de gran tradición: Hungría. Estaban dos grandes delanteros húngaros: Nyilasi y Fazekas. No hubo ambivalencias: los magiares golearon en Budapest 6 a 0 y se impusieron 3-2 en La Paz. En el Mundial ’82, casi la misma Hungría le ganaría 10 a 1 a El Salvador, resultado récord. Después de estar tan cerca, fue una decepción para la Verde, que había cumplido una buena Eliminatoria en nuestro continente.

Hubo que esperar doce años para ver otra repesca. Un solitario gol del Palomo Usuriaga en Barranquilla le dio a Colombia el cupo para Italia ’90. Llevaba 28 años sin participar de una Copa el país de García Márquez, ya consagrado con el Nobel. Su adversario fue Israel. Ambos habían asistido una sola vez a la cita máxima. En Tel Aviv igualaron 0-0; el equipo de Maturana hizo valer aquel triunfo por la mínima. Siempre quedó bajo un manto de dudas la misteriosa decisión de Francisco Maturana de no llevar al Mundial a Usuriaga, el hombre que con su gol le había dado el pasaje. Sonó a ingratitud. Pacho sólo dijo que, en el momento de viajar a Italia, “Usuriaga no cabía”.

Luego, como la FIFA empezó a dar siempre cuatro cupos y medio a Sudamérica, debía dirimirse el otro medio con un enfrentamiento intercontinental. Y se hicieron norma los repechajes.

En 1993, el célebre 5 a 0 de Colombia sobre Argentina en Buenos Aires dejó en el abismo a la Albiceleste de Coco Basile, que tuvo que partirse el lomo frente a Australia, un futbol duro, complicado, de corte británico. El miedo cerval de Julio Grondona de quedarse sin Mundial hizo que llamaran de vuelta a Diego Maradona, quien no había anunciado formalmente su adiós, pero estaba retirado momentáneamente del fútbol por su conocida adicción. Con lo justo, 1-1 allá, 1-0 acá, Argentina fue a Estados Unidos ’94, del que era sin dudas el mejor equipo con diferencia, y del que debió volverse, hundido por la sanción al propio Maradona.

Luego llegaron otros dos choques ante los australianos en 2002 y 2006. Ambos de Uruguay. Los Charrúas protagonizaron cuatro veces esta instancia salvavidas, las cuatro consecutivas. En 2002 impuso su superioridad histórica sobre los oceánicos. Había caído 1-0 en Melbourne, pero se desquitó 3-0 en el Centenario. Cuatro años después fue 1-0 para la Celeste de local y 1-0 y penales para los amarillos allá. El periódico The Australian, de Sidney, calificó la victoria sobre Uruguay como el mayor logro de la historia deportiva del país. Una nación de rica tradición deportiva, con tenistas y rugbiers legendarios y cientos de medallistas dorados en los distintos Juegos Olímpicos.

Uruguay se tomaría desquite en los siguientes ocho años con Costa Rica y Jordania. Y Perú se daría el gustazo ante Nueva Zelanda en 2017, pero esas son todavía páginas frescas. En las épocas doradas del fútbol sudamericano, hasta el quinto de acá era mucho para la modestia de Asia, Oceanía o Concacaf. Ahora cambiaron las barajas.