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2022: el fútbol que tendremos

Se jugará el Mundial de Qatar entre noviembre y diciembre, antes se definirá si la Copa será bienal

/ 2 de enero de 2022 / 21:10

Mundial, Eliminatorias, Champions, Libertadores, el muy relevante congreso de la FIFA en Qatar a fines de marzo, la disputa FIFA vs. UEFA/Conmebol… Y en medio de todo ello, la pandemia protagonizando un inesperado papel estelar. En 2022, que apenas tiene unas horas de vida, promete una agitación excepcional. Vale empezar por el juego, que debe estar siempre delante de todo.

Intensidad. Es la palabra de moda en el universo de la número cinco. Primero fueron los conceptos de PRESIÓN y POSESIÓN, que llegaron y se instalaron cómodamente en la sala del fútbol para no irse más. En el ínterin, fueron afianzándose otros preceptos menores como presión alta, achicar la cancha defendiendo y agrandarla atacando, volver rápido pasando todos detrás de la línea de la pelota para recuperar, atacar con los laterales y una docena de etcéteras que implantan los técnicos y se diseminan por el mapamundi.

Hoy, la premisa de todo equipo es tener INTENSIDAD, o sea presionar, movilizarse, subir, bajar, marcar, destaparse… Todo con el mayor grado de energía y continuidad que el físico y la mente permitan. Mantener un ritmo elevado los 97 / 98 minutos que dura el juego. Eso es, desde el punto de vista táctico, lo que se enfatizará. Y lo que veremos en este bebé llamado 2022. “Ser intensos” es, más allá de todas las premisas habladas y aprendidas, el reclamo que los entrenadores hacen a sus futbolistas.

Mundial. Por primera vez en la historia lo hospedará una nación árabe. También como versión inicial se jugará a final del año y no en la mitad (21 de noviembre a 18 de diciembre). Y el marco será el brevísimo Qatar, de apenitas 11.586 km2. Nunca hubo un anfitrión tan diminuto. Se podrá ir hasta a tres partidos en un mismo día, dada la cercanía de las sedes. ¿Candidatos…? Los de siempre: Alemania y Brasil. A quienes debe agregarse el campeón vigente, Francia, que cuenta con cantidad de grandes futbolistas como Lloris, Kanté, Mbappé, Koundé, Varane, Pavard, Kimpembé, a los que ahora se suma Benzema. Luego, Dios dirá… Tal vez arrimen España e Inglaterra, Bélgica. Y veremos qué puede decir Argentina, mejorada con relación a lo de Rusia 2018. ¿Revelaciones…? Estados Unidos y Dinamarca.

Maleficio. ¿Podrá Sudamérica reconquistar el título mundial después de 20 años…? Sería balsámico para nuestro balompié regional. Y no sólo eso, obraría como un relanzamiento y una motivación excepcional, incluso elevaría la cotización de los cracks de aquí. El Brasil de Tite es muy potente y difícil de vencer; el más indicado para la proeza. En Rusia lo despachó Bélgica, aunque sin merecerlo. Esta vez el estratega gaúcho y sus garotos intentarán no cometer ni un mínimo error. ¿La mala…? Neymar será cuatro años y medio más veterano. ¿La buena…? Le apareció Raphinha, el zurdo del Leeds, una carta brava con creatividad y gol. Y tiene a una estrella naciente de dimensiones gigantes: Vinicius.

Drama. El que enfrentan Italia y Portugal. Uno de los dos —o ambos— quedarán fuera de la fiesta en Qatar. Deben eliminarse en el repechaje europeo. Aunque ya saben que es algo posible, será un golpe de nocáut para quien quede eliminado. Si es Italia, sumará dos Mundiales seguidos afuera. Increíble. Sobre todo, después de ganar con bastante brillo la Eurocopa. Si es Portugal, marcará el adiós definitivo de Cristiano Ronaldo de las copas del mundo. ¿Cuál de los dos tiene mejores jugadores para ganar el repechaje…? Claramente, Portugal: Rui Patricio, Pepe, Nuno Mendes, Ruben Días, João Cancelo, Bernardo Silva, Bruno Fernandes, Diogo Jota, João Felix, Cristiano…

Pulseada. El 31 de marzo tendrá lugar en Doha, Qatar, el 72° congreso de la FIFA, donde Gianni Infantino buscará reafirmar su intención de hacer un Mundial cada dos años. Esto, en el medio de la tirantísima relación FIFA-UEFA/Conmebol. El presidente de la casa de Zúrich debe conseguir la aprobación (“Ya tenemos los votos”, cacareó), no obstante, está apurado pues ese ciclo bienal empezaría en 2028 y ni siquiera se ha elegido sede siquiera. En noviembre, un par de días antes del inicio del Mundial, habría otro congreso.

Cielo o infierno. Sin duda, el 29 de marzo será de gloria o drama en varios países de América del Sur. Ese día terminará la clasificación hacia Qatar y seguramente hasta ahí habrá pelea palo y palo. Hay siete contendientes luchando por dos cupos y medio. Colombia ya descontaba ganar los tres puntos ante Venezuela ese 29, pero ahora está Pekerman en la Vinotinto y su rendimiento se optimizará. Una cita llena de morbo por la historia de amor que envolvió a Pekerman con Colombia. Dos acompañarán directamente a Brasil y Argentina, otro deberá esperar hasta junio para enfrentar al quinto de Asia (que puede ser Australia, ¡ojo…!). Será un martes negro o un feriado nacional.

Pandemia. En un año cargadísimo de compromisos, el COVID-19 podría jugar un rol fundamental en los torneos. Actualmente hay equipos con 10 o 12 contagiados. Y el virus no parece que vaya a retirarse a fines de noviembre, cuando empiece el Mundial. ¿Qué pasa si en lo mejor de su actuación uno de los favoritos debe prescindir de cinco de sus figuras…? Puede alterar el curso de la competencia. En Qatar, los futbolistas serán aislados y cuidados como astronautas. Un contagio puede llevar a una docena y acaba con las chances de cualquier selección.

Pérdida. Noruega quedó fuera de la carrera y el fútbol se perderá en el Mundial la agresividad y los goles de Erling Haaland, una de las dos superestrellas actuales junto con Mbappé, quien llega en óptimo momento y sueña con dar doblete. La pregunta: ¿Kylian irá a Qatar como jugador del Real Madrid…? Su marcha o no del PSG será una de las bombas del año. Lewandowski tratará de hacer buena a Polonia en el repechaje europeo. Pero cuidado, Polonia no es el Bayern Munich y a Lewa le pasa lo que a todos: es un matador fantástico, aunque si no está bien rodeado, su pólvora se humedece. Y la tiene bravísima: primero, Polonia-Rusia. Si pasa, frente a Suecia o República Checa.

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Ramiro Blacut: Tirando paredes con Müller y Beckenbauer

Debutó en Primera a los 15 años, tomó parte de una inolvidable gira por Europa a los 17, emigró al fútbol argentino a los 18, ganó la Copa América a los 19, llegó al Bayern Munich a los 20…

Por Jorge Barraza

/ 25 de agosto de 2024 / 05:56

Ha sido un predestinado. Vaya que sí. Debutó en Primera División a los 15 años, se forjó jugando en dupla con Víctor Agustín Ugarte, el Maestro; a los 18 años llegó al fútbol argentino; ascendió con el Bayern Munich compartiendo equipo con Maier, Müller y Beckenbauer; recorrió el mundo, entrenó varias veces a la Selección Boliviana y a una docena de clubes. Participó en cantidad de Eliminatorias, copas América, Libertadores y fue la figura del único Campeonato Sudamericano (así se decía antes) ganado por Bolivia, en 1963.

A 50 años de aquella gesta del balompié boliviano, lo recordamos con el puntero derecho del equipo, considerado una de las figuras del torneo: Ramiro Blacut, futbolista, entrenador, ingeniero civil, figura consular del fútbol de su país.

– Se inició nada menos que como ladero de Víctor Agustín Ugarte.

– Sí, yo en la reserva y en la 4a. del Bolívar jugaba de ‘10’, pero llegaba mucho, antes el ‘10’ era un segundo punta. Sin embargo, se lesionó Hugo Flores, el puntero derecho, y el técnico me preguntó si quería jugar ahí. Y yo con 15 años le dije que sí, imagínese el atrevimiento, la emoción… Jugué de puntero con la ayuda del interior derecho, que era Víctor Ugarte, un maestro. Ese año y medio, casi dos que jugué con él fue una escuela muy grande para mí. Desde ahí no volví a dejar el puesto y quedé como titular. Eso fue en 1959.

– ¿Es Ugarte el más grande futbolista boliviano de la historia?

– Considero que sí, porque era un malabarista con la pelota y además era completo, manejaba los dos pies, era un ‘8’ de ida y vuelta con gran manejo, que organizaba, creaba juego, hacía goles y además marcaba. Lástima que actuó en una época medio amateur, hoy estaría en Europa. Fue un ídolo sensacional en Bolivia. Todos los domingos, después de cada partido, lo llevaban en hombros más o menos unas 20 cuadras desde el estadio hasta la Plaza Murillo, a una cuadra del Palacio de Gobierno. La gente lo invitaba a comer, a sus casas…

– ¿Cómo sigue la saga de su vida? porque eso ha sido.

– En 1961 viví una hermosa experiencia: Always Ready, otro club de La Paz, hizo una extensa gira por Europa, de gran nivel, y me llevaron como refuerzo. Fuimos muchos jóvenes porque los grandes jugadores que había en Bolivia -y eran muchos- no podían viajar; es que la gira no pagaba y los más grandes tenían que llevar dinero a sus casas. Jugamos en 11 países, Inglaterra, Escocia, Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Dinamarca, Rumania, Grecia, España, Bulgaria… Fueron 27 partidos, casi todos contra grandes equipos, recuerdo con el Anderlecht de Bélgica, que empatamos 3 a 3. Con 17 años, yo era el menor de la delegación.

– ¡Un recuerdo imborrable!

– Claro, fue sensacional. Y como aprendizaje, buenísimo porque enfrentábamos a grandes equipos. Jugábamos domingos y miércoles y después viajábamos en bus, tren, avión, en lo que sea. No entrenamos nunca porque no había tiempo. Duró 4 meses, y estábamos por llegar a Rusia, pero nos volvimos, ya estábamos cansados y aparte no había más dinero.

– Contaba que la gira fue un poco la preparación de la Selección para la Copa América del ’63.

– Claro. Del Wilstermann llevaron a Máximo Alcócer, Renán López, Zabalaga, estaba Eduardo Espinoza del Always Ready, yo del Bolívar, todos esos fuimos campeones luego en 1963.

Argentina y después… el Bayern

Como buen paceño, habla como la gente del altiplano, de las sierras, arrastrando las “eses”, pronunciando con suma claridad y parsimonia.

– Volví de la gira y jugué medio año en Bolívar. A 18 años actué en Ferro Carril Oeste, de Argentina. Eso fue en 1962. Fui a jugar y estudiar. Y me recibí de bachiller. Allí tuve de compañeros a Garabal, Marrapodi, Etchevest, Ribaudo, que después fue campeón de América con Estudiantes… Y a Wilfredo Camacho, que fue conmigo.

– Pero ya llegaba la Copa América, a comienzos de 1963…

– Exacto, volví a La Paz y ya se estaba preparando la Selección. Yo me incorporo por Navidad o Año Nuevo… Cumplí 19 años en enero y la Copa en marzo. ¡La jugué con 19 años! Era el jugador más joven de la competencia.

– Pasemos por un momento la Copa, ¿de ahí se fue a jugar a Alemania?

– No, me fui a estudiar. Terminada la Copa, seguí unos meses más en el Bolívar mientras esperaba la documentación de Estados Unidos, para ir a hacer la universidad allá. Y me decía “fui campeón de América y voy a dejar el fútbol”, porque allá estaba el ‘soccer’, pero no era un fútbol de primera clase.

El Blacut capitán. Intercambiando banderines con Roberto Perfumo antes del Argentina 1 - Bolivia 0 por la Eliminatoria de 1970.
El Blacut capitán. Intercambiando banderines con Roberto Perfumo antes del Argentina 1 – Bolivia 0 por la Eliminatoria de 1970.

– ¿Qué iba a estudiar?

– Ingeniería, soy ingeniero civil.

– ¿Y entonces?

– En eso llega un amigo de Alemania que había estado un año allá y me dice que nos vayamos a Alemania, que él me iba a ayudar pues conocía mucho el país. Lo consulté con mis papás y me fui. Estando allá surgió la posibilidad de probarme en un club. Fui al Kalsruher y me aprobaron, pero estaba cerrado el libro de pases y tenía que esperar como ocho meses que se abriera. En el interín, gente de Múnich cercana al Bayern se enteró que yo jugaba y me ofrecieron una prueba. Fui y quedé. El Bayern estaba en Segunda División, en la Liga del Sur. El fútbol alemán estaba dividido en cuatro grandes regiones. Había como 40 equipos en cada liga, durísimo.

– Era justo la época en que empezaba Beckenbauer…

– Exacto. Por reglamento se podían incorporar 3 jugadores de cualquier nivel o país. Y otros 3 de las divisiones inferiores. De afuera vino un puntero izquierdo, Schwan, también un centrodelantero y yo como puntero derecho. El ‘9’ era un muchacho de 19 años que venía de un pueblito cerca de Múnich, Gerd Müller. Un goleador excepcional. Y de los jugadores de inferiores había uno que nos decían iba a ser un gran jugador: ¡¡¡Franz Beckenbauer!!! En dos años ya estaba en la Selección. Fue con 20 años al Mundial de Inglaterra. También estaba Sepp Maier, que en ese momento era el arquero suplente.

A esta altura, el cronista es un privilegiado escucha, pero Blacut prosigue el relato con naturalidad.

– Lamentablemente en la pretemporada me lesioné, rotura parcial de ligamentos. Y estuve cinco meses inactivo. Pero alcancé a jugar algunos partidos y a anotar algunos goles. En el primer año en el Bayern fuimos campeones y ascendimos a la Bundesliga.

– ¡Qué suerte tuvo! ¡Cayó en el lugar justo en el momento justo!

– Todas las cosas fueron así en mi vida, llena de oportunidades. Jugué con Ugarte, luego la Copa América del ’63, la gira previa, en la cual, si hubieran ido todos los mejores jugadores de Bolivia, yo no estaba todavía en ese nivel.

– ¿Cómo era el fútbol alemán entonces?

– Era semiprofesional. Los jugadores tenían que trabajar en algo extrafútbol. No daba para vivir. Si un jugador tenía familia, no podía mantenerla sólo con el fútbol, por ello cada uno tenía un trabajo aparte. Todos teníamos que hacer algo, trabajar o estudiar. Sepp Maier, que tenía un gran físico, era herrero, manipulaba fierros. Trabajaba de 7 de la mañana a 3 de la tarde. Entrenábamos a las 5 de la tarde porque todos venían de trabajar, pero Maier llegaba a las 4 y entrenaba solo, como un atleta, hasta las 8 de la noche. Beckenbauer tenía un empleo en una compañía de seguros, estaba más descansadito. Müller repartía muebles con una furgoneta. Así era.

– Y diez años después, ¡campeones del mundo!

– Claro. Y yo me volví. Fue uno de los errores más grandes que cometí. Esa oportunidad en Alemania no la consideré como un jugador profesional, no pensé en dedicarme sólo al fútbol. Me dije, me voy a mi tierra, voy a trabajar en mi profesión. Jugaré al fútbol como jugaba siempre, un poco como entretenimiento. Eso también me enseñó que se puede tranquilamente jugar fútbol y estudiar.

Con la casaca del Bolívar.
Con la casaca del Bolívar.

Archiva el ingeniero, nace el técnico

Ya parecía estar más cerca de la ingeniería que de los campos de juego, pero el fútbol pudo más.

– En el ’67 regresé de Alemania y otra vez fiché en Bolívar. Salimos tres veces campeones: ’67, ’69 y ’70. Me había propuesto dejar el fútbol a los 30 años; no quería que me pasara lo que a mi maestro Ugarte. El jugó como hasta los 40 y lógicamente ya estaba en declinación. Se había ido al Mariscal Santa Cruz. Entonces los mismos hinchas del Bolívar que antes lo idolatraban, se burlaban de él. “¿Por qué no te retiras?”, le decían. Eso me dolió mucho, no quería que me pasara a mí. Y una fractura en 1971 me alejó prematuramente. Pensé que era el final, aunque me repuse y volví en Melgar, de Perú, y luego en The Strongest. En marzo del ’74, a los 30 años, dije adiós.

– Se fue del fútbol…

– Sí, me dije yo me voy a casita, a trabajar en construcciones, como ingeniero… Y así fue por dos años. Pero no aguanté, porque el fútbol atrapa y no podía estar sin él, es como un vicio. Y me dediqué a ser entrenador. Ahí me metí, pero me metí de verdad y me preparé bien. Primero fueron el alemán Rudi Gutendorf y el lituano Edward Virba a dar un curso rápido de 15 días cada curso, uno en La Paz y otro en Cochabamba y participé. Yo era ayudante de cada uno de ellos. Y luego me fui de nuevo a Alemania a estudiar dirección técnica en Colonia. Toda mi formación profesional la hice en Alemania; hablo bastante bien el idioma.

– ¿Volvió al Bayern…?

– Claro… Diez años después volví de visita al Bayern Munich y todo había cambiado. En 1964 el club no tenía nada, alquilaba dos canchas en un campo del ejército alemán-americano, una base. Los camarines eran casillas móviles de madera y se trabajaba en espacios chicos. Cuando volví ya el Bayern había ganado todo, Liga, Copa de Europa… Habían comprado todo el terreno. Construyeron un gran edificio con camarines bárbaros. Y todavía quedaban Beckenbauer, Müller y Maier y otros jugadores también. Durante varios días fui a ver los entrenamientos.

Dirigió cuatro veces al Bolívar, cuatro a The Strongest, cuatro a Blooming, tres a la Selección Boliviana, en Ecuador estuvo en el Aucas, el Cuenca y Nacional. Era lo que había aprendido en Alemania, exigente, disciplinado, recto.

Ramiro Blacut.

Era impensable que Bolivia ganara aquella Copa”

 – ¿Cuéntenos de aquella hazaña de Bolivia en 1963?

– Para la Navidad de 1962, como le conté, volví a Bolivia y la Selección ya se estaba preparando en Cochabamba hacía unos tres meses. El entrenador era un brasileño, Danilo Alvim, que estaba viendo gente, conociendo el medio. Yo llegué, nos dieron permiso por Navidad y al día siguiente, a la concentración. Me pusieron en la habitación del hotel con Víctor Ugarte, quien ha sido mi compañero más próximo, un muchacho excepcional, humilde. Él ya tenía 37 años, yo 19. Me ayudó mucho.

– ¿O sea que Bolivia la tomó muy seriamente, para ganarla?

– Muy seriamente porque éramos anfitriones, pero nadie imaginó que podía ganarla. Eso era impensable, la cosa fue creciendo ya en el mismo torneo. Había buenos jugadores. Tuvimos mucha competencia, amistosos contra Paraguay, Copa Libertadores, Eliminatorias, bastante jugamos. Los primeros estuvieron cinco meses concentrados. Nosotros tres meses. Digo nosotros porque con Camacho veníamos de Ferro, él era el capitán de la Selección. Estaban todos los dirigentes que componían la Federación, tanto del fútbol nacional como el provincial, hubo una unidad muy fuerte, todo el mundo se concientizó que por primera vez en la historia Bolivia organizaba un campeonato. Fue un gran desafío. Se probaron como 500 jugadores para llegar a un plantel de 20.

– Y arrancó el torneo.

– Pero yo no pude arrancar. Habíamos jugado dos amistosos en Chile y Paraguay, en tres días los dos partidos. Perdimos los dos. En ese interín a mí me viene una cuestión completamente inesperada. Después del primer partido tenía yo como una bolsita negra en el talón y me estaba molestando, Jugué todo el partido, pero al día siguiente me seguía molestando. Y el terapeuta me dijo que iba a cortar esa bolsita negra. Resultó ser una picadura de mosquito; se me volvió negra y entonces con el corte me vino una infección muy fea. Volvimos a Cochabamba y yo ni fui a la concentración sino directo a la clínica porque tenía una infección bárbara. Allí estuve tres días y la Selección se trasladó a La Paz. Yo vine con la selección a La Paz, pero directo a la clínica, permanecí unos siete días ahí. Comenzamos el primer partido contra Ecuador y no jugué porque tenía la herida abierta, aunque ya sin infección. Debía jugar a partir del segundo partido. Con Ecuador en la inauguración del campeonato perdíamos 2-0, empatamos a dos y nos metieron otros dos. Otra vez abajo, 4 a 2 y logramos empatar a cuatro. Ahí, la gente que estaba desanimada por aquellas derrotas en los amistosos, se entusiasmó, creció una enorme euforia. Jugábamos un partido en La Paz, luego en Cochabamba y así, íbamos y volvíamos.

– ¿El siguiente partido?

– Con Colombia. Todavía no jugué pero ya estaba en el banco. Ganamos 3 a 0. El tercer partido, frente a Perú en La Paz. Ahí juego. Perú tenía un gran equipo. Le ganamos en La Paz 3-2 y ya Bolivia era otra cosa. Hubo un cambio de posición también. El técnico puso cuatro defensas, tres volantes, Camacho el ‘5’, Ugarte el ‘8’ y Ausberto García el ‘10’. Y delante estábamos yo, Alcócer y Fortunato Castillo, que era pequeño, del Chaco paraguayo.

– ¿Alcócer era un gran jugador?

– Alcócer era muy fuerte, siempre jugaba en el área, un goleador. Muy técnico y también muy fuerte. El ‘8’ y el ’10’ eran muy ofensivos y armadores los dos.

Dirigiendo al Deportivo Cuenca, de Ecuador. Fue técnico durante 27 años en cantidades de equipos. Condujo a Bolívar, Strongest, Blooming, Oriente y tres veces a la Selección Boliviana.
Dirigiendo al Deportivo Cuenca, de Ecuador. Fue técnico durante 27 años en cantidades de equipos. Condujo a Bolívar, Strongest, Blooming, Oriente y tres veces a la Selección Boliviana.

“Pensábamos que podíamos ser subcampeones”

– ¿Cuáles fueron las estrellas de ese equipo?

– Indudablemente, Camacho, porque tenía una fortaleza enorme. Y era un hombre muy ofensivo. El jugaba de volante central, pero iba al ataque. Con él nace el “fútbol Camachista”.

– ¿A qué se refiere?

– Al hombre de garra, de buen fútbol, un ganador, líder. Ugarte todavía tenía su clase. Ausberto García, quien fue el segundo maestro del fútbol boliviano, muy técnico y goleador. Y teníamos dos punteros muy rápidos y goleadores también. El partido siguiente fue contra Paraguay en Cochabamba y ganamos 2-1. Y la euforia de la gente ya era total, tenía la sensación de que Bolivia podía. Que se podía alcanzar un segundo puesto…

– Una figuración buena.

– Sí. Llegamos al partido en La Paz contra Argentina y si ellos nos ganaban tenían opción de ser los campeones. Estábamos ganando 1-0 y nos atacan. Ganando 2-1 y nos atacan… En el segundo tiempo íbamos 2-2 faltando 15 minutos hay un penal a favor de Bolivia. Yo amago sacar un centro con la derecha y lo hago con la izquierda, Carlos Griguol, que me marcaba, con el brazo toca el balón. Penal. Lo patea Max Ramírez y el arquero, el Gato Andrada, se tira a su izquierda y el balón estaba entrando por la derecha, pero con el pie la rechaza por encima del travesaño. No fue gol, tiro de esquina. Los jugadores argentinos estaban abrazando a Andrada y entonces Fortunato Castillo, a quien le decían El Zorro, porque es vivísimo, ejecuta rápido el córner, saca el centro y Camacho, que justo estaba consolando al que había fallado el penal, ve la pelota en el aire, cabecea y gol. Perfectamente válido. Y triunfo de Bolivia, 3 a 2.

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– Imagino la euforia.

– La gente estaba muy entusiasmada, salía a bailar y a festejar a las calles. Antes de cada partido era una fiesta. Después, esperar el triunfo era otra fiesta. Ahí se empezó a popularizar el tema “Viva mi patria Bolivia”.

– Les quedaba un último partido.

– Con Brasil en Cochabamba.  Empatamos el primer tiempo 2 a 2. En el segundo convertimos dos más y luego fracturan a Alcócer dentro del área. Penal; lo patea Ugarte, que era un experto en remates. Hace gol y ganábamos 5 a 2. Pero faltaban como 20 minutos para que termine el partido y Brasil nos comenzó a atacar y logró dos goles más. Faltaban como tres minutos para que termine el partido y el campeonato, estábamos un poco nerviosos e ilusionados, pero logramos aguantar el 5 a 4.

– ¿Lo definiría como un gran equipo aquel de Bolivia?

– Sin duda. Era una selección muy fuerte, bien preparada físicamente. Con un espíritu enormemente luchador y con técnica depurada. Teníamos tres jugadores argentinos nacionalizados: Roberto Caínzo, lateral derecho de mucha experiencia y muy técnico; Eulogio Vargas en la banda izquierda, de gran entereza y fortaleza; y Eduardo Espinoza, zaguero fino, de clase. Entre los bolivianos también estaba Max Ramírez, un gran central, hábil, muy fuerte. Formamos un equipo en gran forma, con enorme optimismo. Y el apoyo de la gente fue fundamental.

– ¿Cómo fueron las expresiones de júbilo popular después del torneo?

– Después del partido con Brasil, que fue en Cochabamba, el viaje era por avión a La Paz. La pista estaba inundada por miles de personas. Había por lo menos cinco mil personas. La gente se metía directamente desde los campos vecinos, sin entrar por el edificio del aeropuerto. El avión no podía bajar. Cuando fuimos a aterrizar, el piloto tuvo que levantar vuelo otra vez porque podía haber una desgracia. Tuvieron que despejar la pista… La llegada fue muy emocionante, querían los zapatos, las medias los pantalones, todo, quedamos casi desnudos, la gente nos abrazaba. Ya tras ganar la semifinal a Argentina había sido así.

Fue el 31 de marzo de 1963. La fecha en que un país entero experimentó el húmedo y fuerte abrazo con la gloria.

– Se paralizó el país…

– Los festejos duraron mucho tiempo, fueron 15 días de fiestas y agasajos, bailes en las calles. Yo me escapé a Cochabamba, porque ya era demasiado…

Al final del camino redondearía quince temporadas como futbolista y veintisiete como entrenador. Una aventura para escribir deliciosas memorias. Estar en el lugar justo en el momento justo. Ese lema podría resumir la existencia de Ramiro Blacut, patriarca del fútbol boliviano.

Texto: Jorge Barraza

Fotos: Revista Conmebol y diario El Universo

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‘Viva mi patria, Bolivia…’

En 1963, el conjunto verde se coronó campeón de la Copa América y la cueca pasó a ser un himno nacional.

La hazaña boliviana en la Copa América 1963 IMAGENES: Libro '50 años de La epopeya'

/ 16 de junio de 2024 / 11:09

Apolinar Camacho compuso en 1939 la música y la primera estrofa de A Bolivia, deliciosa cueca grabada por el sello Odeón, de Buenos Aires, en 1946. El poeta y tenor salvadoreño Ricardo Cabrera le colaboró con el segundo y tercer párrafo. Como esas cosas desairadas por la suerte, enfilaba hacia el olvido. En la Copa América de 1963 alguien la desempolvó y empezó a pasarla en el estadio antes de los partidos de la Selección Boliviana, en La Paz y en Cochabamba. El equipo encadenó su marcha triunfal y la cueca, como impulsada por las placas tectónicas de la tierra, arrasó. Sacudió los corazones, extrajo lo más profundo de la bolivianidad. Sonaba ya en las radios y en los negocios de las calles comerciales, incluso se la oía resonar desde el fondo de las casas con su pegadizo estribillo. Una vez terminado el campeonato y consagrado por primera vez campeón de América el conjunto verde, el músculo de lo popular la rebautizó como Viva mi patria, Bolivia. Y la fuerza huracanada del fútbol la convirtió en un segundo himno nacional.

Fue la banda sonora que acompañó una gesta con repercusión inigualable. Ninguna de las otras 47 coronaciones del torneo generó tal fenómeno de entusiasmo y orgullo nacional. La Copa América era un acontecimiento en los pueblos donde se jugaba, aunque quizá en ningún caso como en este de Bolivia 1963, cuando la Verde se coronó tras vencer a Argentina y Brasil. Ese título en una nación futbolísticamente modesta alcanzó ribetes epopéyicos y tuvo tintes reivindicatorios. Toda Bolivia se lanzó a las calles, en pueblos y ciudades, en un frenesí que duró días.

“Esa conquista fue el suceso del siglo en Bolivia. El país estaba conmocionado y paralizado por la emoción”, evoca Miguel Velarde Tapia, periodista de los grandes, jefe de medios. El día siguiente a la coronación no fue decretado oficialmente feriado, pero nadie trabajó, la gente se lo decretó sola y siguió de festejo corrido. Fue una mezcla de feriado cívico con alegría de Carnaval.

“Las celebraciones duraron mucho tiempo, fueron 15 días de fiestas, agasajos, bailes en las calles”, contó Ramiro Blacut.

Como en los cuentos de hadas, antes del final feliz hubo un comienzo inquietante. 27 ediciones del Sudamericano se habían disputado ya, aunque nunca le había tocado albergarlo al país que sacó de su vientre el oro, la plata y el bronce que se llevaron durante el virreinato para enriquecer a España. Bolivia se preparó como nunca, quería abrirle sus brazos a todo el continente, mostrarle su rostro más bonito. Hasta canceló su temporada de fútbol de 1962 para abocarse a los preparativos. Se remodeló a nuevo el estadio Hernando Siles, de La Paz, y se mejoró ostensiblemente el Félix Capriles, de Cochabamba. Sin embargo, las asociaciones sudamericanas fueron remisas hasta el último momento. No querían enviar a sus equipos. Con tantos aprestos, la Copa estuvo a punto de naufragar. Bolivia había preparado la mesa, horneado hasta los pastelitos y nadie le iba…

El titular de la Federación Boliviana, el ingeniero Roberto Prada, asistió al Mundial de Chile a entrevistarse con dirigentes locales, de Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, con gente de la Confederación. Fue al Congreso de la Conmebol en Asunción, emprendió una larga gira país por país. Eran todos noes. La prensa boliviana hasta lo tomó para el churrete: “los viajes de Prada”, decía con sorna. Chile no acudió por motivos extrafutbolísticos (hasta hoy supuran las heridas de la Guerra del Pacífico), Uruguay alegó el tema de la altitud. Es que, por primera vez en la Copa América se jugaría en los 3.640 metros sobre el nivel del mar en que reposa la colonial y hermosa Nuestra Señora de La Paz.

La “mala fama” de La Paz comenzó en 1960, cuando Peñarol vino a jugar por la Libertadores. En Montevideo había vencido a Wilstermann 7 a 1 sin apretar el acelerador. Pero en La Paz apenas pudo igualar 1 a 1. Al año siguiente la Celeste debía enfrentar a la Verde por la Eliminatoria para el Mundial ‘62. Era a partido de ida y vuelta y el ganador iba a Chile. Uruguay lo consideró de cuidado y envió con antelación a dos médicos para que analizaran la influencia de la altura, los doctores Masliah y Protto. Volvieron con un dictamen contundente: “Es imposible jugar allí”. Aduciendo que no era conveniente jugar en tal altitud, se negó a viajar a la Copa América. Allí nació el debate sobre si se debía o no jugar al pie del Illimani.

La emoción casi provoca una tragedia. Una multitud invadió la pista del aeropuerto de El Alto a la llegada del avión que traía a los campeones desde Cochabamba.
La gente no aguantó y se lanzó a frenar el aparato.

En los demás países comenzó a circular el chiste de que los aviones no aterrizaban en La Paz, estacionaban. “Tanto se habló de este tema que nos cambiaron el nombre de la ciudad, antes era La Paz, ahora es La Altura de La Paz”, ironiza con su chispa Guido Loayza. “Casi hubo que suplicarles a todos que vinieran”, evocaba Cucho Vargas, el narrador número uno de Bolivia de todos los tiempos. Importaba especialmente que asistieran Argentina y Brasil, por lo que representan, por el imán para el público. Dos novias indecisas. A último momento comprometieron su palabra: “Vamos”. Y vinieron. Brasil, sobre todo, era esperado porque venía de clasificarse apenas unos meses antes bicampeón del mundo. Pero, para desencanto general, no trajo ni a Pelé ni a Garrincha, ni a los ninguno de los consagrados en Chile ‘62. Asistió con un remiendo: la selección mineira que en enero de ese 1963 se coronó campeona brasileña, con refuerzos juveniles de Río, San Pablo y Río Grande do Sul. Sí fue comandada por el técnico principal, Aymoré Moreira. Y Argentina no concurrió con el equipo del Mundial de Chile; Boca y River le dieron la espalda. No obstante, conformó una fuerza respetable. Hacha Brava Navarro, hercúleo zaguero de Independiente, fue el capitán. Era de esos que dejan la sangre en la cancha, la suya y la de los contrarios. El otro central fue Rafael Albrecht, notable jugador de Estudiantes y posteriormente de San Lorenzo. También actuaron el Gato Andrada, César Luis Menotti, Raúl Savoy, Mario Rodríguez, Carlos Timoteo Griguol, el Mono Zárate, punterazo de River y de Banfield, el Loco Lallana y Oscar Martín, férreo lateral derecho que en 1966 sería capitán del Racing campeón de la Libertadores. Grandes jugadores, aún cuando la mayoría hacía sus primeras armas en el campo internacional.

Total que, de no ir nadie, al final se juntaron siete selecciones. Bien. Sin embargo, las pálidas continuaban. En noviembre de 1962 había llegado a Bolivia el nuevo seleccionador nacional, Danilo Alvim, quien fuera el centromedio de Brasil la tarde infausta del Maracanazo en 1950. Por todos sindicado como un hombre reservado, sencillo y criterioso.

“Alvim sabía escuchar a los jugadores y, en una de las tantas charlas hablando de lo que era mejor para el equipo, lo convencimos de llamar a Max Ramírez, un gran jugador. Faltaban sólo cinco días para el partido inicial y lo llamó. Y fue titular”, relata Wilfredo Camacho, la estrella del campeón, un mediocampista con carácter y gol.

Chile no fue invitado por las rispideces históricas y por un conflicto entre ambos países por el uso del río Lauca.

Pero Danilo no arrancó mal, arrancó peor. En sus dos primeros partidos, ambos frente a Paraguay por la Copa Paz del Chaco, perdió 3 a 0 y 5 a 1, los dos en Asunción. Dos palizas que preocuparon hondamente, porque además estaba avanzado febrero. Faltaban apenas tres semanas para el debut, no se podía organizar la Copa y hacer un papelón. ¿Y entonces, qué…? “Afuera Danilo”, rebuznó cierto periodismo, tan afecto a ello. No consideraron que los futbolistas locales carecían de ritmo de juego, pues el campeonato local se suspendió por un año a causa de la preparación del torneo continental. Y el uno de la Federación, Roberto Prada, pareció darle la razón a la prensa.

“Habían decidido echar a Danilo, pero Cucho Vargas y Lorenzo Carri, los dos periodistas más influyentes del país, lo hicieron desistir”, interviene de nuevo Miguel Velarde. Reunidos con Prada, lo convencieron de que ya era demasiado tarde, sería peor el remedio que la enfermedad.

—¿Tanto era el predicamento de Cucho Vargas? —preguntamos.

—Era el número uno total. Para darte una idea: tanta publicidad tenía Cucho que, para no chocarse con sus transmisiones tuvieron que armar dos cadenas, una pasaba, por ejemplo, la publicidad de Coca Cola y otra la de Pepsi.

Y, aunque atado con alambres, Danilo siguió.

El gol más festejado en la historia de Bolivia: el de Camacho a Argentina que rubricó el 3 a 2 y dejó a la Verde a las puertas del título.

—Es absolutamente cierto— recordaba Vargas a los 91 años, con asombrosa lucidez— los dirigentes habían decidido sacarlo, pero con Lorenzo lo fuimos a ver y lo convencimos de que debía seguir, ya estaba encima el Sudamericano. Y pudimos salvarlo. No sólo eso, nos reunimos con Danilo Alvim y le hicimos ver que Ausberto García debía estar en el equipo. Él tenía un problema en la “azotea” (N. del A.: mental). En un partido por la Eliminatoria frente a Argentina, en 1957, Amadeo Carrizo le pasó la pelota por sobre la cabeza dos tres o veces, lo ridiculizó y Ausberto quedó como traumatizado, achicado, pero era un jugador fantástico, de mucha calidad, dominaba la pelota como los grandes cracks, jugaba con cabeza levantada… Danilo confiaba ciegamente en nosotros y lo convocó. Y García fue una de las grandes figuras del torneo, con goles espectaculares y actuaciones inolvidables.

Por fin, el domingo 10 de marzo el presidente de la República, Víctor Paz Estenssoro, izó la bandera en el Hernando Siles y dio por comenzado el torneo. Era el tiempo, aún, en que los presidentes podían dar un discurso y dejar inaugurada una Copa América o un Mundial. Hoy, cualquiera que baje al campo o se pare en su butaca recibiría la chifladura de su vida. Es el desprecio al poder, a la autoridad, que tan legítimamente se lo ha ganado.

Había más: se temió que no hubiera rival. Ecuador llegó con la lengua afuera el sábado a la tarde, unas 20 horas antes del cotejo inaugural. La preparación ecuatoriana fue lamentable. En medio de una desorganización total, hicieron un partido amistoso y cayeron frente a River, que lo aplastó por 8 a 1 en Guayaquil. Radios y periódicos pusieron el grito en el cielo: “¡Que no vayan…!” Comenzaron a presionar para que su selección no se presentara en la Copa América. Y lo deben haber pensado seriamente porque decidieron viajar recién a último momento. Tanto que casi no llegan a tiempo. Había temor de protagonizar un bochorno monumental. El desorden era completo. Los futbolistas se sentían abandonados. Faltaban apenas nueve días para el estreno en la Copa. Los técnicos, el argentino Mariano Larraz y el ecuatoriano Fausto Montalván, tuvieron el tino de no inventar nada (algo que fascina a los entrenadores). Conformaron el equipo básicamente con futbolistas de dos clubes: Emelec y Barcelona. La defensa barcelonista y el ataque emelecista. Y a otra cosa. Nada raro. Como diría el Puma Goity, “dos wines bien abiertos y un nueve que la meta adentro…”

El arribo de Ecuador al aeropuerto de El Alto les devolvió el alma a los organizadores. La no presentación del seleccionado tricolor hubiese supuesto una mancha de grasa en el impecable traje de lino que estrenaba Bolivia. Se tenía la certeza de vencer a Ecuador, pero se pretendía hacerlo en la cancha, no en un escritorio.

“Cuando armaron el calendario pusieron a Ecuador en el primer partido pensando que lo goleaban”, aporta Miguelito Velarde.

Y llegó la hora de la verdad, cuando empieza a rodar la pelota. Todo lo demás es esto: fútbol hablado, palabrerío que no sirve más que para un libro, un diario o una radio. O peor, para la televisión, el mayor recipiente de palabras de la humanidad.

A los 27 minutos ganaba Bolivia cómodamente 2 a 0 y el público, satisfecho, comía empanadas y se convidaba caramelos, los entrañables Sugus. Los tres jefes de barra, ubicado uno en cada tribuna, dirigían un clásico canto de aliento: una tribuna coreaba “BO, BO, BO”, otra el “LI, LI, LI” y una tercera el “VIA, VIA, VIA”. Luego, todas juntas tronaban con el “VI-VA-BO-LI-VIA”. Pero en 20 minutos electrizantes (de los 30 a los 50), Ecuador, sordo a los gritos, dio un vuelco sensacional, inesperado: hizo cuatro goles y pasó a ganar 4 a 2. Goles del Maestrito Raymondi, el Pibe Bolaños y dos de Carlos Raffo, los tres, jugadores de Emelec. Raffo, que terminó siendo el goleador de la Copa, era argentino, aunque nunca hemos visto cosa más ecuatoriana que el Flaco Raffo.

Un frío polar atravesó los pechos bolivianos, los congeló. ¡Perder por goleada ante Ecuador…! ¡Y en el debut! Los dirigentes, sentados junto al Presidente de la Nación, parecían estar masticando ladrillos. Se derrumbaba toda la ilusión. Sin embargo, sin brillar, pero machacando, Bolivia consiguió finalmente un decoroso empate 4 a 4. Que no conformó a la cátedra, sobre todo por las precarias condiciones en que llegó Ecuador, pero salvó los muebles y sofocó el incendio. Incluso la entereza para sobreponerse a lo que parecía una derrota segura templó el ánimo de los futbolistas nacionales y enderezó el timón. Enseguida tocó Colombia y también comenzó perdiendo, pero lo dio vuelta rápido y ganó 2 a 1. Lo demás fue un dulce camino a la gloria, tapizado de alegría: 2-0 a Paraguay, su verdugo reciente en la Copa Paz del Chaco, 3-2 a Perú, 3-2 a Argentina y 5-4 a Brasil en el cierre. Espectacular, soñado. Campeón invicto, con cinco triunfos consecutivos y 19 goles. Recién en 1997 Bolivia volvería a conseguir cinco triunfos al hilo. Ni en el sueño más disparatado podía concebirse semejante actuación. Y el Viva mi patria, Bolivia atronando los cielos del altiplano y de los llanos orientales. Aunque fuera por una vez, un país unido como por encanto, sin sombra de pecado.

Quizás ninguna de esas victorias, ni siquiera la última, se celebró tanto como la alcanzada frente a Argentina, rival ante el cual, en Sudamérica, los éxitos se festejan doble. Bolivia lideraba las posiciones con 7 puntos y Argentina sumaba 6; después de eso quedaba un último encuentro para cada uno. Paraguay, con 6, también apretaba. El ganador se perfilaría hacia el título. Esa tarde cochabambina tuvo una carga de dramatismo que, al liberarse, desató una emoción ciclónica. Ganaba Bolivia 1-0, empató Mario Rodríguez, volvió a subir a la Verde en el marcador Ramiro Blacut y otra vez Mario Rodríguez igualó. El primer tiempo se fue 2 a 2. El segundo se jugó bajo una gran tensión. Bolivia presionaba y se topaba con Edgardo Andrada. El milagrero arquero rosarino tenía tardes, muchas, en que paraba el viento. Fue el arquero al que Pelé le marcó su gol número 1.000. Cuando ya parecía que terminaba en tablas, Blacut mandó un centro que pegó en el brazo de Griguol y el árbitro peruano Arturo Yamasaki sancionó penal. ¡Penal para Bolivia faltando dos minutos! La gente estaba a punto de explotar de la algarabía. Encargado, Max Ramírez, el gran caudillo de The Strongest; una responsabilidad y una presión tremendas. Ramírez pateó fuerte y al ras a la derecha de Andrada, el Gato se arrojó a su izquierda, pero estiró su pie, con la punta del botín alcanzó a tocar la bola y logró echarla al córner. Una angustia de muerte se apoderó del Hernando Siles. En esa felina acción, Andrada no sólo les había quitado el triunfo, posiblemente con ella les arrebataba el campeonato, la fiesta, todo. Era un guion demasiado cruel.

“Si el público boliviano se sumió en un silencio distinto a todos los silencios ante la proeza de Andrada, segundos después iba a lanzar el rugido más atronador que se haya escuchado jamás en el viejo coloso miraflorino ante el golazo de Camacho”. Las palabras del colega Pachi Ascarrunz pintan la excitación de aquel instante. Si perdía aquel partido, Argentina quedaba fuera de la lucha por la corona, de modo que todo el equipo argentino entendió que Andrada los había salvado más que de una derrota. Los 10 compañeros rodearon al arquero centralista felicitándolo efusivamente. Eran un racimo de euforia. Pero apenas 13 segundos después de la tapada sucedería un episodio cinematográfico. Lo revive Ramiro Blacut:

“Los jugadores argentinos estaban todos abrazando a Andrada, entonces nuestro compañero Fortunato Castillo, a quien le decían El Zorro, porque es vivísimo, ejecutó rápido el córner, sacó un centro al área y Camacho, que justo estaba consolando a Ramírez por fallar el penal, sin nadie que lo marcara, vio la pelota en el aire, cabeceó y gol. Perfectamente válido. Y triunfo de Bolivia 3 a 2”.

La mentada viveza rioplatense cambió de vereda esa vez. Algunos jugadores argentinos ensayaron una tibia protesta, pero no había nada que reclamar, se durmieron; Yamasaki no hizo lugar e instantes después terminó el juego.

“Quedé como petrificado tras la tapada de Andrada y solté el micrófono —retoma Cucho Vargas— Siguió relatando Lorenzo Carri. Pero inmediatamente vino el gol de Camacho y no lo grité, sólo pegué un alarido interminable y, de la emoción, di un golpe tremendo contra la caseta de transmisión y me lastimé los nudillos. Aunque aún faltaba ganar un partido, ese de Camacho fue el gol del campeonato, el más gritado en la historia de Bolivia. Pasamos de la desolación a la euforia en unos segundos”.

Quedaba un último escollo: Brasil. Lo derrotó con cierto apremio, aunque marcando cinco goles: 5 a 4. Ahí sí, se desató la locura en todos los rincones del país. En ese torneo se afianzó la camiseta verde para la selección campeona, que tuvo una base inamovible: Arturo López en el arco, Roberto Caínzo, Eduardo Espinoza, Max Ramírez y Eulogio Vargas en la línea de fondo; Máximo Alcócer, Wilfredo Camacho y el ídolo máximo, Víctor Agustín Ugarte, en la media; Ramiro Blacut, Ausberto García y Fortunato Castillo en ataque. Alternaron Jesús Herbas en defensa, Renán López y Abdul Aramayo adelante. Caínzo, Espinoza y Vargas eran argentinos nacionalizados. Camacho, Alcócer y Fortunato Castillo fueron los goleadores, cuatro cada uno. Camacho, un hombre corpulento y de fuerte personalidad, era el capitán y resultó el héroe de la conquista. Por él se instaló en el país un nuevo estilo de juego, basado en la garra, el empuje y la verticalidad: “el fútbol camachista”. Camacho resumiría luego el momento cumbre del fútbol boliviano:

Cucho Vargas en vestuarios reporteando a Max Ramírez, el gran capitán stronguista que prácticamente fue "puesto" en el equipo campeón por sus compañeros.

Los jugadores con la Copa en Palacio, recibidos por el presidente Víctor Paz Estenssoro, quien siguió los partidos en el estadio.

“La conquista del ‘63 fue en base a una buena camada de jugadores con esencia goleadora, como Víctor Ugarte, Ausberto García, el que habla, modestia aparte, Máximo Alcócer, Ramiro Blacut y Abdul Aramayo, gente a la que le gustaba la función de hacer goles. La habilidad de los hombres era lo importante, pero el talento estuvo al servicio del equipo. No hay mejor jugador que el conjunto… La base principal fue la camaradería que existió, éramos un solo corazón, eso nos llevó al éxito. Antes no contábamos con los recursos que hay ahora. No teníamos los gimnasios que existen actualmente para complementar nuestro entrenamiento. Nos ayudó mucho correr todos los días doce kilómetros desde la concentración a Quillacollo. Hubo mucha entrega y trabajo en la parte física. Corríamos los 90 minutos y por todo el campo de juego”.

La jornada final se disputó en Cochabamba porque los equipos visitantes se oponían a disputar un encuentro con opción de título en “el Techo de América”, como se conocía a La Paz.

“Vea —vuelve Cucho Vargas— Las alegrías que da el fútbol a un país no se pueden comparar con nada. El fútbol es único; por hacer un periodismo comprometido sufrí cuatro atentados contra mi vida, pero el fútbol nunca me abandonó, sólo me dio satisfacciones. Al término del partido frente a Brasil en el que Bolivia se consagró campeón, teníamos que volver de Cochabamba a La Paz. Debíamos salir para el aeropuerto, pero dijimos no, no vaya a ser cosa que… Pasó que unos días antes de ese partido cayó un avión del Lloyd Aéreo cerca de La Paz matando a un montón de gente (N. del A.: fue en medio del campeonato, murieron los 39 ocupantes). Teníamos cierta aprensión. Devolvimos los pasajes y nos fuimos por tierra con Remberto Echavarría, extraordinario comentarista. Teníamos preparado un taxi a la salida del estadio. Por cada pueblo que pasábamos la gente nos reconocía por el auto, que tenía un letrero en el parabrisas con la consigna del programa: ‘La verdad desde la cancha’. Nos hacían parar y bajar. Nosotros intentábamos excusarnos: ‘Tenemos que volver urgente a La Paz…’ Nada, no había cómo esquivarlo, a bajarse… Era la felicidad total, nos llevaban en andas… Y meta trago, meta baile, meta comida… Era un viaje de seis o siete horas, pero tardamos 24… Y llegamos descompuestos de tanto tomar aquí y allá. El júbilo era inenarrable, y duró varios días”.

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Ramiro Blacut sí viajó por aire y cuenta la increíble llegada del avión a La Paz transportando a los campeones.

“Estábamos ansiosos por llegar, el avión ya estaba por tocar tierra cuando de pronto sentimos que levantaba vuelo de nuevo. ¿Qué había pasado? Miles de personas eufóricas habían invadido la pista y se abalanzaron por donde debía carretear el aparato. La policía no pudo controlar a la gente, que se metía por los campos vecinos. Para evitar una tragedia, el piloto lo subió de nuevo, hasta que pudieron despejar la pista. ¡Al bajar fue todo tan emocionante…! La gente quería los zapatos, los pantalones, las medias, todo… Nos abrazaba. Ya al vencer a Argentina había sido así”.

De fondo, en cada pedacito de su geografía, retumbaba esa maravilla:

“Viva mi patria Bolivia,

una gran nación,

por ella doy mi vida,

taaaambién mi corazón…”

Fue el suceso más feliz de su historia como nación. La Selección Boliviana sí acudió a Uruguay en la Copa siguiente, en 1967. Fue a defender el título y quedó última sin siquiera marcar un gol. Un desencanto, claro, pero no alcanzó a empañar, en absoluto, la gesta del ’63. Esa tuvo el sabor de las cosas que se alojan en el alma, reposaba ya en un cofre de oro. La gloria es un bien abstracto e indestructible, nunca muere.

Texto: Jorge Barraza

Fotos: Libro ’50 años de la Epopeya’

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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Gana el que ficha bien

Jorge Barraza

/ 20 de febrero de 2023 / 02:47

Julian Nagelsmann mira al banco y echa mano a Alphonso Davies, Thomas Müller y Serge Gnabry. Christophe Galtier necesita hacer un cambio, gira su cabeza y no ve a nadie potable, los que están sentados no pueden darle soluciones porque juegan menos que los titulares.

He ahí la diferencia esencial entre el Bayern Munich y el Paris Saint Germain. Además de los once cracks que tiene en campo -todos contrastados y de alto rendimiento-, el técnico alemán dispone de esos tres fenómenos. Y aún le quedan en la recámara Daley Blind y Mazraoui, que fueron figuras en el Mundial para Holanda y Marruecos respectivamente.

Incluso hay tres ausentes ilustres: Manuel Neuer, Lucas Hernández y Sadio Mané, ahora lesionados. Tiene siempre 20 ó 22 profesionales de máximo nivel porque disputa hasta el final todas las competiciones.

Salvo deshonrosa excepción, el Bayern se equivoca poquísimo en las contrataciones. Neuer, Kimmich, Goretzka, Pavard, Davies, De Ligt, Upamecano… Hasta hace poco Lewandowski, Alaba, Hummels, Ribery, Robben… Todos vienen de afuera, todos bien ojeados.

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En el club bávaro no hay pases ruinosos tipo Neymar (222 millones de euros) o Coutinho (160 M€). Con Coutinho y James Rodríguez probaron con un préstamo, no eran lo que ellos pensaban, los devolvieron. Ése es el secreto de su éxito permanente: saber comprar. Y es la clave de la felicidad en el fútbol.

Desde el inicio del nuevo milenio (contando a partir del año 2000) el Bayern ha hilvanado 47 títulos: 17 Bundesligas, 11 Copas de Alemania, 3 Copas de la Liga, 8 Supercopa de Alemania, 3 Champions League (y 2 subcampeonatos), 2 Supercopas de Europa, 1 Copa Intercontinental y 2 Mundiales de Clubes. Descomunal. Y en Champions varias veces llegó a semifinales o a cuartos. Siempre dejando su marca de solidez y confiabilidad. Nunca hipotecando las finanzas.

En medio de semejante cosecha, en 2006 adquirió en propiedad el fantástico estadio Allianz Arena. Hoy es el club de fútbol con más socios en el mundo: 323.000. Y posee 358.886 miembros registrados en sus 4.428 clubes oficiales de fans. El club posee, además, el 51% de una sociedad anónima llamada Bayern Munchen AG cuyos socios minoritarios son tres superpotencias: Adidas (8.33 %), Audi (8.33 %) y Allianz (8.33 %).

Desde luego, está extraordinariamente bien administrado, pero la base de semejante pirámide sigue siendo fichar bien, en base a tres preceptos: capacidad, rendimiento y carácter, los atributos esenciales que necesita un futbolista para triunfar en el club de Beckenbauer y Gerd Müller, padres fundadores de este imperio.

Aunque de naturaleza muy distinta, el Paris Saint Germain es otro notable acierto empresarial. El fondo soberano catarí Qatar Investment Authority compró el 70% de las acciones en mayo de 2011 a un costo de 70 millones de euros. Luego se quedó con el 30% restante.

En septiembre de 2022, la revista estadounidense Forbes estimó el valor de la marca Paris Saint Germain en 3.200 millones de dólares (sólo Kylian Mbappé vale 300 millones). Tomaron un club de escasa trascendencia que había ganado dos ligas desde su creación en 1970 y lo convirtieron en una referencia mundial. Y desde la llegada de Lionel Messi subieron excepcionalmente su imagen y popularidad en redes sociales, también su mercadeo.

En estos once años ganaron 8 ligas, 6 Copas de Francia, 6 Copas de la Liga y llegaron a la final de Champions en 2020, cayendo en la final justo ante el Bayern Munich 1-0 con gol de Kingsley Coman, curiosamente el mismo resultado y mismo goleador del choque de este martes que pasó. En cuatro meses estará listo el ultramoderno complejo deportivo de Poissy, que será la casa de todos los planteles del PSG, con 17 canchas inmaculadas. Y ya está el plan para construir el nuevo estadio por si finalmente el Ayuntamiento de París no le vende el Parque de los Príncipes, donde juega de local hasta ahora.

La inversión qatarí, ha sido un negocio fabuloso, que sigue creciendo y valorizándose. Han universalizado el nombre de un club sin tradición, del que nadie hablaba, al tiempo de alcanzar veinte conquistas y transformarlo en el número uno de Francia y en un grande de Europa.

Desde luego, la corona que falta es la Liga de Campeones y por ella insisten año tras año. Pero para levantar la Orejona se necesita algo más que visión comercial y un plantel correcto: una nómina casi perfecta, como la del Bayern, en número y calidad. De eso carece. Es un plantel mal armado, corto y con puestos no bien cubiertos.

Antes de iniciarse la temporada gastó 147,5 millones en varias caras nuevas: Nordi Mukiele (defensa, 12 M€), Vitinha 41,5 M€, Renato Sanches 15 M€ (ambos centrocampistas), los españoles Fabián Ruiz 23 M€ y Carlos Soler 18 M€ (volantes ofensivos), Hugo Ekitike (delantero, a préstamo) y pagó 38 M€ por la opción del lateral Nuno Mendes. Tres portugueses y dos españoles, huuuummm… Ninguno da la talla para el nivel europeo. Mendes muestra cosas interesantes en ataque, pero no defiende bien; el gol de Coman es todo de él: se distrajo, perdió la marca y Coman, detrás suyo, totalmente solo, marcó a voluntad.

Vitinha ha tenido alguna actuación ponderable en la liga francesa, pero, cuando alguien ficha por encima de los 40 millones, el jugador debe dar garantía inmediata. De seis fichajes importantes, dos al menos deben rendir a satisfacción, es un mínimo grado de acierto. En lugar de mejorar la temporada anterior, la empeoraron. Más que del técnico hay una responsabilidad del director deportivo, el portugués Luis Campos. A él lo apuntan. Deportivamente el club es terremoto. Ayer ganaba 2-0 al Lille jugando pésimo, luego perdía 3-2 y era casi bailado en su propio estadio. Sobre el final logró empatar Mbappé y a los 95 minutos Messi apagó el incendio con un golazo de tiro libre.

Pero el aire es irrespirable. Era tal la tensión y el descalabro futbolístico del PSG que el cuestionado Luis Campos, acusado de los ineficaces fichajes, bajó del palco al campo de juego y empezó a dar indicaciones a los gritos, ignorando al DT Galtier. Nunca visto.

Es verdad que al equipo lo damnificaron numerosas lesiones. Y los que entran no cumplen. Por eso, en lo que va de este año, mes y medio, perdió cinco partidos, tres por liga, uno por Copa (eliminado por el Olympique de Marsella) y el referido ante el Bayern.

El imaginario popular lee Messi, Neymar y Mbappé y piensa en un equipo de estrellas, pero Mbappé estuvo lesionado, Neymar es casi un exjugador y Messi está cercano a los 36 años. Ha hecho un Mundial de locura, pero apoyado por diez gladiadores, acá tira una pared y le devuelven un ladrillo. “El PSG tiene para armar dos equipos”, se comenta en Twitter. Error, no da ni para uno bueno-bueno. La mayoría de la gente no mira los partidos, ve goles sueltos. La Champions es una carrera que requiere de un auto ganador, como el del Bayern.  

Era claro que con esta dotación al PSG no le alcanzaba para la lucha por el continente. Con suerte se le da la liga local y esto provoca una decepción gigantesca. Hay un clima pesado en París, Neymar -lo admitió- se agarró feo con Campos en el vestuario por la mala conformación del plantel.

El Bayern era favorito y se dio la lógica. Al menos en el primer choque. Esto no quiere decir que la llave esté cerrada. Galtier ha logrado recuperar al ejército de lesionados, puede que llegue a Munich con el once titular completo. Y todo partido es ganable, aunque el candidato, como siempre, sigue siendo el que ficha bien.

(20/02/2023)

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2030: Bolivia va al banco

Jorge Barraza

/ 12 de febrero de 2023 / 18:28

Ya está, es oficial: Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile oficializaron el martes último su candidatura conjunta para hospedar la Copa Mundial 2030. Un hecho inédito, nunca hubo cuatro países reunidos en una misma organización.

Corea del Sur y Japón, no por deseo de compartir sino por un salvataje político, fueron los primeros países en dividirse el torneo en cincuenta y cincuenta. Y en 2026 serán tres naciones —Estados Unidos, Canadá y México— las responsables de montar la fiesta.

Ahora lo pretenden cuatro. Parece demasiado, pero es la tónica imperante: unirse. Las exigencias de la FIFA —y del mundo actual— son cada vez más altas y, a no ser por países con muchísimo dinero —Qatar, Arabia Saudita— o con sobrada infraestructura —Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Alemania, Francia, España, Italia— es cada vez más difícil para uno solo asumir el reto.

Y aparte porque FIFA entiende que, de lo contrario, habrá muchos lugares adonde la Copa del Mundo nunca podrá llegar. El Mundial cobró una magnitud colosal. Mundiales caseritos como Uruguay 1930 o Chile ’62 ya no podrán repetirse.

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¿Y los muertos de Qatar…?

El hecho de que el anuncio haya estado a cargo del presidente argentino Alberto Fernández habla de la firmeza con que va el tema. Porque esta aspiración empezó con su antecesor, Mauricio Macri, y aunque son de signos políticos antagónicos, ambas fuerzas políticas la apoyan.

A efectos históricos, la iniciativa nació por una idea magnífica, redonda: que al cumplirse cien años del primer Mundial, la Copa volviera al sitio donde todo empezó: Uruguay. Como el país de Obdulio Varela no puede sólo con tamaño desafío, sumó a Argentina, quien fue su rival en la final del ’30.

Era una postulación inmejorable con un pretexto perfecto: el centenario de la Copa. Y el Río de la Plata como epicentro, aunque lógicamente Uruguay pondría una sede —Montevideo—, quizás dos —Punta del Este— y el resto en ocho ciudades argentinas.

Pero luego se agregó a Paraguay y más tarde a Chile en la fórmula, lo cual, a ojos internacionales destiñe un poco el encanto inicial, pero también descarga obligaciones económicas: más gobiernos compartirán los gastos.

El martes, mientras se lanzaba la propuesta de Uruguay, Argentina, Paraguay, Chile 2030, Alberto Fernández señaló que sería ideal que se sumara Bolivia. Un apoyo irrestricto y generoso, aunque en Bolivia nadie abrió la boca. “Así podamos recibir un solo partido mundialista, ya sería una fiesta», manifestaron algunos periodistas bolivianos.

Sin embargo, el aumento de 32 equipos a 48 desde la próxima edición 2026, hará que los 64 encuentros que se disputaron hasta Qatar 2022 deban aumentarse considerablemente.

Aunque aún no se decidió cuál será el sistema de disputa en Canadá-Estados Unidos-México, se presume que podrían llegar a 112 cotejos. Por ello, no sería problema darle 10 ó 12 partidos a Bolivia, todavía quedarían 100 para los otros cuatro. Una mayoría de ellos, en Argentina.

Muy bonito, pero, queda solventar un pequeño detalle: hay que ganar la candidatura, porque son cuatro. La elección tendrá lugar el año próximo y la decidirá el Consejo de la FIFA después de estudiar gruesos informes de factibilidad.

El Consejo está compuesto por 38 miembros, cinco de ellos de Sudamérica: Alejandro Domínguez (Paraguay, presidente de la Conmebol), Fernando Sarney (Brasil), Ramón Jesurún (Colombia), Ignacio Alonso (Uruguay) y María Sol Muñoz (Ecuador). Deberán convencer, entre otros, a 10 miembros de Europa, 8 de África, 7 de Asia…. No será sencillo.

Los rivales, hasta ahora, porque aún podría sumarse alguno más, son España, Portugal y Ucrania por Europa, Marruecos por África y Arabia Saudita, Egipto y Grecia en una inédita reunión de tres continentes.

Está última tiene mínimas chances porque, por el principio de rotación, quedaría invalidada pues Asia viene de ser anfitrión a través de Qatar.

Marruecos es reincidente, se presenta por sexta vez, ahora respaldado por su auspiciosa actuación en el reciente Mundial, donde además de buen juego mostró la euforia de su gente por el fútbol. Tiene una ubicación estratégica en el Mediterráneo, desde España sólo hay que dar un salto y ya está.

Es un país económicamente en crecimiento y dado que la última y la única vez de África fue en 2010, podría ser… El adversario a vencer, el más difícil, es España y Portugal, que lo tienen todo: cantidad de ciudades, magnífico sistema de transporte, grandes estadios, hotelería, historia futbolística, el apoyo europeo… En solidaridad con Ucrania, ambos países decidieron sumar a Ucrania en su papeleta. Parece más una intención de congraciarse con los electores, porque para el 2030 faltan siete años, pero ahí está.

La contra de la postulación ibérica es que el último Mundial en Europa está muy fresco: Rusia 2018.

¿Por qué se dividieron el Mundial Japón y Corea…? João Havelange aún era presidente te la FIFA hacia 1996. Le había prometido el torneo a Japón, igual que su secretario general Joseph Blatter, pero antes de llegarse a la votación —el 31 de mayo de 1996— sondearon a los miembros del Comité Ejecutivo —así se llamaba entonces— y, con estupor, advirtieron que estaba ganando claramente Corea del Sur, por lo cual se anticiparon y le ofrecieron al doctor Chung Mong-joon, presidente de la Asociación Coreana y dueño de la Hyundai Motors, compartir la sede y evitar el riesgo de los votos.

Mong-joon aceptó y el Mundial fue perfecto, aunque nunca hubo un deseo real de unidad en el emprendimiento. Corea y Japón querían la Copa en solitario. 

Los primeros comentarios a la pretensión sudamericana fueron “Cuatro países, ¿no es demasiado…?”. No es poco, sin embargo, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile suman 4.120.317 km cuadrados frente a los 21.096.638 de Estados Unidos, México y Canadá. No llega a ser un quinto de territorio. Y en la Copa de 2026 habrá dieciséis sedes. En Sudamérica serán alrededor de diez. De modo que no puede ser esgrimido como obstáculo.

El concepto de “Mundial compacto”, que vendió la FIFA para Qatar 2022, o sea todo en una ciudad con cientos de miles de turistas-hinchas confraternizando, resultó excelente, pero se desvirtuó completamente para 2026, que será un torneo desperdigado. Un día se juega en Ciudad de México, al siguiente en Vancouver, al otro en Nueva York, luego Los Ángeles… En Europa sería como ir de Lisboa a Moscú, de Moscú a Roma, de Roma a Oslo…

El mejor argumento sudamericano para convencer a los miembros del Consejo de la FIFA debe ser LA PASIÓN. No hay ninguna otra región del planeta donde el fútbol se viva con igual intensidad que acá. Sobre todo, en Argentina.

Decir que quienes vengan de otras latitudes vivirán una atmósfera jamás imaginada de euforia. Activar la pasión en Buenos Aires, Rosario, Córdoba, no requiere de tecnología ni de presupuestos, sólo hay que llevar el Mundial y ya. El hincha, solo, hace el resto.

El sueño mundialista está. Por ahora, Bolivia va al banco de suplentes; a ver si se anima a entrar…

(12/02/2023)

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