Los mundiales y las guerras
Jorge Barraza, columnista de La Razón
Una decisión “a dedo” de la FIFA, y no las bolillas del sorteo del Mundial de España ’82, impidió lo que, con total seguridad, hubiese sido el partido de fútbol más apasionante de la historia. El 2 de abril de ese año Argentina invadió sus propias islas Malvinas e Inglaterra le declaró la guerra. Se enfrascaron en combate y en ello estaban cuando comenzó el Mundial en Barcelona con el juego Argentina-Bélgica. Que pudo o debió ser Argentina-Inglaterra. Ocurrió que Bélgica iba a ser cabeza de serie, con lo cual no enfrentaría a la Albiceleste, pero en la misma mañana del sorteo de grupos, la FIFA decidió conceder a Inglaterra el rango de cabeza de serie “por ganar el Mundial ‘66 y haber inventado el fútbol”, hechos incuestionables, aunque desfasados. Eso evitó el increíble choque.
De darse ese Argentina-Inglaterra mientras libraban una guerra, el mundo habría asistido al evento deportivo con mayor morbo que jamás hubiera imaginado nadie. Y ello sin contar la rivalidad histórica entre ambas naciones, en fútbol y demás ámbitos.
La decisión de la FIFA de excluir a Rusia del próximo Mundial de Catar -una bomba mediática y política- trajo a colación las repercusiones deportivas que los distintos conflictos bélicos ocasionaron en los Mundiales de fútbol. El primer coletazo fue en 1916. Aún no existían los Mundiales (comenzaron en 1930), el torneo ecuménico de fútbol era el de los Juegos Olímpicos. Tocaba disputarlo en las Olimpíadas de 1916 en Berlín (nada menos), pero fueron anulados a causa de la Primera Guerra Mundial, de la que justamente Alemania fue su propiciador.
Bolivia y Paraguay habían disputado en Uruguay el primer Mundial, pero en 1934 ni tiempo tuvieron de pensar en asistir a la segunda edición, en Italia: estaban trenzados en la terrible Guerra del Chaco (1932-1935). No sólo no competían sus selecciones, tampoco había torneo nacional. Más que eso, el tradicional club The Strongest aportó al ejército boliviano un batallón completo de 600 combatientes compuesto por sus jugadores del primer equipo, dirigentes y socios, lo cual es reconocido como una gesta nacional en el país de las grandes altiplanicies y los llanos orientales.
España ya había demostrado ser una fuerza considerable en los Olímpicos de 1920 (fue subcampeón), pero no pudo participar del Mundial de Francia 1938 por estar inmerso en plena guerra civil, una de las contiendas internas más graves de la humanidad. Tampoco acudió Austria, ya clasificada, por haber sido anexada por Alemania.
La atroz Segunda Guerra Mundial arrastró en su curso de muerte y destrucción las Copas del Mundo que debieron disputarse en 1942 y 1946, anuladas para siempre. El torneo regresó recién en 1950 en Brasil. La FIFA celebró que se realizara en Sudamérica y no en Europa, que aún intentaba reponerse de los estragos bélicos. Brasil vivía en paz y en moderado progreso. Preparó para la competencia el grandioso Maracaná y la ausencia de Argentina le permitía pensar con cierta seguridad en coronarse, pero apareció la gloriosa Celeste uruguaya y le arrebató el sueño. Costó reinstaurar la magna competición: sólo 13 equipos se presentaron en Brasil. Y algunos de ellos como invitados.
Alemania y Japón, las potencias del Eje, estuvieron imposibilitados de intervenir. Ambos estaban en ruinas, no se puede jugar entre escombros. Aparte de ello, la FIFA los había excluido como miembros en castigo por el desastre causado. Firmada la paz, en noviembre de 1945 volvió el fútbol en Europa con un amistoso entre Suiza e Italia en Zurich. Las autoridades de la FIFA aprovecharon la ocasión para retomar sus reuniones. No lo hacían desde 1941. «La máxima cordialidad ha presidido esta última reunión en la que considero se ha hecho buen trabajo. No ignoran ustedes que Alemania y Japón han sido eliminados de la FIFA y la decisión sobre Italia queda subordinada a la política que, a su respecto, adoptarán las Naciones Unidas”, declaró su presidente, Jules Rimet, al retorno a Francia. A Italia sí se le permitió acudir a Brasil, porque era el último campeón y porque Ottorino Barassi, presidente de la federación italiana, había guardado celosamente el trofeo en una caja de zapatos para que no lo arrebataran los militares alemanes.
Pocos meses después, en Luxemburgo, se celebró el 45° congreso de la matriz del fútbol y las conclusiones del álgido tema las contaba de nuevo Rimet: “Habiendo comprobado el Comité que tanto en Alemania como probablemente en el Japón ya no existen organizaciones Nacionales capaces de poder asegurar las relaciones del fútbol de estos dos países con el de las demás nacionales, decidió provisionalmente en espera del acuerdo que el congreso adoptase, que no era posible ninguna relación deportiva entre las Asociaciones afiliadas a la FIFA y sus clubs de una parte, y Alemania y Japón con sus clubs, de la otra”. Alemania, aún dividida, retornaría en el Mundial de Suiza 1954 para ganarlo, en lo que se denominó “El milagro de Berna”.
En las décadas de 1950 y 1960 muchos países de Asia y África no tomaron parte de las justas mundialistas, estaban metidos de lleno en sus guerras de independencia. Eran incluso colonias, allí nacieron como naciones libres y luego se afiliaron a la FIFA.
Causó sorpresa que en México ’86 se presentara Irak, mientras sostenía su larguísima guerra con Irán. Y más curioso que fuera ésa su única incursión mundialista. En 1994 le fue prohibido a Yugoslavia concursar en Estados Unidos ’94. Aún existía como entidad política la Federación Yugoslava, compuesta por Serbia y Montenegro. Pero dado que Serbia desató la Guerra de los Balcanes, fue excluido de la Eurocopa 1992 y no se le permitió ser parte de la Eliminatoria del Mundial ’94.
No obstante, el país más perjudicado de todos por las guerras en relación a los Mundiales fue Argentina. Su llamada Época de Oro transcurrió en los años ’40 y comienzos de los ’50. Al no haber torneos en 1942 y 1946, el gran público internacional se perdió de ver a aquellos fenómenos como José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Antonio Sastre, Vicente de la Mata, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino y decenas más. La Copa América era un torneo de élite, quien lo ganaba era potencia universal, como lo había demostrado Uruguay en 1924 y 1928. Y Argentina había conquistado la corona en 1941, 1945, 1946 y 1947. Pero un suceso adicional sería la demostración de su poderío. San Lorenzo de Almagro, brillante campeón argentino de 1946, fue invitado a realizar una gira por Europa. Deslumbró de tal manera que en España se dijo que el fútbol se dividía “en un antes y un después de San Lorenzo”. El Ciclón goleó 10 a 4 a la Selección de Portugal y 7-5 y 6 a 1 a la de España. Y era apenas una expresión de club del fútbol albiceleste.
Ucrania podría ser un caso excepcional. El 24 de este mes enfrentará a Escocia en Glasgow. Si gana el repechaje, que jugaría con varios futbolistas en el extranjero o en el exilio, clasificaría al Mundial estando en guerra e invadido. ¿Se presentará…?