Una gran final para el jeque
Imagen: Archivo La Razón
Ricardo Bajo
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Todo se puede comprar con dinero. O casi todo. El emir Tamim bin Hamad Al-Thani, de 42 añitos, se compró un Mundial. Mide 1.94 metros y está casado con tres esposas (la primera es su prima segunda).
Como no se puede jugar en verano por las altísimas temperaturas del emirato, acá estamos todos, rodeados de arbolitos de Navidad, palpitando una final de la Copa del Mundo, a una semana de la Noche Buena.
Por culpa del bendito jeque de los cojones.
Todo se puede comprar con el vil metal, hasta una final. El “sheikh”, dueño del PSG, quería una final entre Messi y Mbappé; la estrella de hoy, el astro de mañana.
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Y acá estamos todos; unos esperando que el rosarino levante la Copa por/para el orgullo de la “Patria Grande”; otros -como buenos Tíos Tom- soñando con una victoria del invasor.
El odiado fútbol moderno ha dejado de ser solo un deporte; es ahora un negocio oscuro. El emir de Qatar es dueño de la telefónica Oooredoo, de las líneas aéreas Qatar Airways; tiene acciones en Volkswagen, Barclays, Porsche…
El emirato, gobernado por una monarquía absolutista de corte feudal, es capaz de corromper todo lo que se pone a tiro.
El último escándalo- desarrollado “casualmente” en pleno Mundial, como la represión en Perú- se llama “Qatar-gate” y ha llevado a la chirola a la mismísima vicepresidenta (socialdemócrata griega) del Parlamento europeo por estar inmersa en una red para que los “honorables” ciudadanos qataríes puedan entrar en Europa sin visa.
Qatar usa el deporte para lavar su imagen/conciencia; es el “soft power” de las pelotas gracias un petróleo/gas con olor a sangre. La pelota -herramienta de propaganda- se manchó hace rato, querido/añorado Diego.
La respuesta de muchos periodistas da risa/lástima: dicen que las críticas a los jeques son racistas. Los que nunca levantaron banderas antirracistas/antifascistas las enarbolan ahora. Desde Qatar, la hipotenusa.
Nada importa ya a estas alturas del torneo.
El jeque tiene su gran final. Messi tomó, por fin, conciencia de su rol histórico y se “maradonizó” para meter a la albiceleste en la cita. La pareja Mbappé/Griezmann despachó a un atrevido Marruecos porque los galos juegan a otra cosa, a otra velocidad.
Somos esclavos de un mundo capitalista explotador.
Somos apenas los lacayos del gran jeque y su oro negro. La gran final es una dádiva, una migaja. El domingo, este humilde servidor, se largará a la residencia del embajador argentino en La Paz para ver el partido en compañía de cuates. Ojalá Francia, otrora imperio, no nos engañe otra vez. Se meterán atrás para salir como balas a la “contra”. Para matarnos. La historia se repite. Estamos ahora en el Coliseo de Roma, rogando por el dedo del jeque. ¿Cuál de sus dos ricos vasallos saldrá vivo del desierto? Será Messi.