Argentina épica
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El periodista Oscar Dorado Vega
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Al cabo de una final grandiosa. Seguramente la mejor de todas aquellas disputadas en la época moderna. Trasladada a la máxima y extrema instancia.
Colmada de calidad. De emociones. De vaivenes que sólo el fútbol – sí, indiscutido deporte rey – es capaz de excitar para dar lugar a un espectáculo incomparable, que paraliza y conmueve al planeta.
Tres a tres luego de más de dos horas intensas, pletóricas, enérgicas.
Argentina labró el éxito respaldada por la mejor de sus actuaciones en Qatar.
Un rendimiento que permitió el dos a cero tras un primer tiempo impecable, durante el que Angel Di María (atinada nominación del DT Scaloni ), volcado en la banda zurda, hizo estragos al punto de ser víctima de una falta penal y anotando la ampliación bañado en lágrimas de emoción.
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El aún campeón mundial era un remedo de equipo, pero Deschamps no esperó al intermedio y operó perentorias modificaciones, que a la larga engendraron dividendos.
La etapa complementaria transitaba en una tónica similar, la de la iniciativa como atributo albiceleste – el tercero estuvo en los pies de Messi y Mac Allister – pero todo cambió de golpe y porrazo. Mbappé, gracias a una pena máxima, y, casi enseguida, aplicando un insigne gesto técnico dio paso al empate y, en realidad, a un cotejo radicalmente distinto, inopinado.
Un tremendo bloqueo de Lloris a disparo del capitán argentino posibilitó la necesidad del alargue. La película extendía dramáticamente su trama.
Y si las opciones de Lautaro Martínez y Montiel, que ingresaron en pos de reabastecer energías, no se concretaron sí convirtió Lionel, pero el cierre debía esperar porque Mbappé se encargó de ejecutar decididamente otro disparo desde los doce pasos.
Cuando el alargue expiraba Emiliano Martínez, fantástico, ahogó la victoria gala. Con el botín impidió que Kolo Muani revalidara el título. Casi un milagro.
Y en la definición límite el arquero volvió a demostrar pericia al detener el remate de Coman, a quien se sumó el desvío de Tchouameni. Quienes se pararon frente a Hugo Lloris cumplieron la misión impolutos y la ejecución de Gonzalo Montiel – el que jamás en su trayectoria erró desde ahí – liberó, al fin, el júbilo contenido, entrañable.
Argentina lo quiso desde que Sczymon Marziniak (correctísimo arbitraje del polaco) pitó. Estableció superioridad en tres cuartas partes del trámite, pero sufrió y estuvo muy cerca de lamentar un despiadado revés, porque este juego nunca excluye el condimento paradójico e improcedente.
Lionel Messi lo merece como nadie. Corresponde enfatizarlo sin ambigüedad. Anotó tres veces en el estadio de Lusail y consiguió lo único – ansiado, impagable, sueño demorado pero a la postre cristalizado – que restaba en su rutilante carrera.
Fue también un sonoro cachetazo a la soberbia verbal, atrevida en el menosprecio a Sudamérica, que no se cansa de nutrir de talento a los poderosos económicamente.
Debieron pasar treinta y seis años. Muchísimo tiempo…La tercera estrella argentina es un hecho. Y esta selección, campeona de nuestro continente, no sólo se instala en el olimpo universal, también demuestra que la fe todo lo puede – desde luego su inocultable aptitud global e individual – porque se repuso del inesperado traspié del debut y en el último de los peldaños puso todo lo que había que poner (no era poco lo requerido) para destronar a Mbappé y compañía.
(18/12/2022)