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La vieja (y quisquillosa) Europa

Jorge Barraza

/ 1 de enero de 2023 / 21:36

En Francia juntaron algunos miles de firmas para pedirle a la FIFA que repitiera la final frente a Argentina porque, supuestamente, el penal a Di María no fue tal. Y en Argentina —que no son lerdos— empezaron a juntar firmas para pedir que los franceses dejen de llorar.

Es curioso: Francia es un mar de lágrimas por haber perdido un Mundial que aborreció: el de Qatar. Siempre lo detestó.

Aunque Qatar le estará agradecido de por vida a la patria de Napoleón: lo confirmó Blatter, sin los votos que le consiguieron Sarkozy y Platini nunca hubiese podido hospedarlo.

Y sin el concurso de los ingenieros, arquitectos y empresas francesas, los estadios no hubiesen lucido tan maravillosos. Sin contar con el respaldo de Emanuel Macron, que bendijo el torneo gritando los goles desde el palco.

Didier Deschamps ni pensó si fue penal o no a Di María y recibió el premio al menos hipócrita del torneo por su frase del entretiempo ante Argentina: “¿Saben cuál es la diferencia? Que ellos están jugando una puta final del mundo y nosotros no estamos haciendo nada”. Prefirió no adherir a las firmas, Deschamps.

Se avecina un invierno cruento en Alemania, no obstante, los futbolistas de la selección, los que se taparon la boca en protesta por la falta de libertades en Qatar, calefaccionarán sus casas con gas qatarí. Para ellos es menos digno que calentarse con leña, pero ir a buscar leña en la nieve es un lío, te mojás todo.

Juanfe Sanz, el enviado especial de El Chiringuito, vuelto a Madrid dijo que el Mundial no fue tan perfecto. Que había muchos zig zag para entrar a la cancha, o sea, las vallas metálicas para ordenar las colas, y que, aunque no hubiese nadie, tenía que hacerlo igual y demoraba quince minutos en eso. Que en el partido Argentina-Holanda se perdió el alargue y los penales porque salió dos minutos antes pensando que estaba finiquitado y después, cuando oyó el gol del empate, quiso volver y no lo dejaron pasar por un tema de seguridad. Y que cruzar las calles de las avenidas rápidas era una odisea porque no había pasos peatonales cercanos, debía caminar un montón y en eso se perdía mucho tiempo. Pobre Juanfe…

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Los veinticuatro hinchas neerlandeses que asistieron a la Copa a alentar a la Naranja, que de Mecánica no tiene nada, se quejaron de que en el avión de Qatar Airways que los llevó de nuevo a Países Bajos (¡cuidado con decir Holanda…!) los sandwichitos no tenían mayonesa. Y de que los argentinos, siempre tan desgraciados, les gritaron el triunfo en la cara. Es verdad que ellos provocaron todo el partido, pero no hay derecho a que te griten así.

Dinamarca, la madre de Groenlandia, esa grandota que se quiere ir a vivir sola y no la dejan, ya aflojó un poco con el tema del brazalete gay. También allí se movilizó la opinión pública para desafiliarse de la FIFA, pero luego entendieron que es como sacar los pies del mapa. Y que el mundo tal vez pueda seguir adelante sin el fútbol danés.

Archivaron el tema. No fue una experiencia agradable el Mundial 2022 para el aristocrático Viejo Mundo. Se realizó en el dudoso Qatar, ese nuevo rico, donde para peor todo fue deslumbrante y eficiente. Y encima lo ganó la detestable Argentina, esa desarrapada que lleva cuarenta mil hinchas. “¿Cómo hacen…? ¿De dónde sacan la plata…?”. Intolerable por donde se lo mire.

A Europa le cayó todo mal en Catar. “¿Tanto eurocentrismo no es ya un racismo disfrazado…?”, nos pregunta un colega brasileño en un barcito del Zouk Wakif, ese delicioso mercado árabe de Doha donde uno puede comprar desde una alfombra hasta una montura para camellos. Y un camello también. Toma un sorbo de karak, el riquísimo té negro con especias, y sigue: “Europa es como un señor mayor con ciertas enfermedades al que se respeta por su pasado”. Ahí ya no estuvimos tan de acuerdo y cambiamos de tema. Pero sí es cierto que los medios europeos estaban esperando con el hacha y se fueron sin poder usarla. Fue el mejor Mundial que se haya organizado nunca. Por suerte estuvieron los gestos del Dibu Martínez como para agarrarse de algo… Los medios europeos ya habían cuestionado seriamente la realización del Mundial en Sudáfrica también por temas de derechos humanos y el de Brasil por el gasto desmesurado en estadios. Menos que están ellos…

Los hinchas europeos definitivamente no hicieron la Ruta de la Seda. Despreciaron desde el primer día el torneo, aunque sus selecciones sí acudieron a él. Las canchas se llenaron igual: latinoamericanos, asiáticos y africanos pusieron el calor y el color.

Los Mundiales visitan cada vez menos Europa. La última vez que la Copa se hospedó en la “verdadera” Europa (digamos la que llega hasta Hungría y Polonia hacia el este) fue en Alemania 2006. Luego viajó a Sudáfrica (2010), Brasil (2014), Rusia (2018), que para el occidentalismo no califica como Europa-Europa, ahora estuvo en Catar (2022), la próxima es en Estados Unidos, México y Canadá (2026) y para 2030 hay una seria postulación de Sudamérica: Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile. Si esto último se diera, el Mundial no pisaría aquel sagrado suelo por casi treinta años. Un escándalo. Lo notable es que, sin pisarlo, se ha convertido en el mayor evento global. Porque, aunque duela, este de Qatar fue el ingreso de los Mundiales a un estatus planetario, político y transversal como jamás se había visto.

Las asociaciones europeas están rabiosamente en contra de Infantino, el presidente suizo-italiano de la FIFA. Pero Gianni será reelecto en marzo hasta 2027 porque no hay otro postulante serio que le haga contra, y porque tiene los votos de Asia (47), África (54) y Concacaf (41), o sea el 67,3% del total. Infantino es joven, astuto y adora el cargo, con lo cual la UEFA tendrá sus problemitas. El poderío armamentístico de la UEFA se basa en su nueva y estrecha alianza con Conmebol. Juntos suman 65 votos, pero se consideran “el poder del juego”: los 22 títulos Mundiales fueron obtenidos por ambas confederaciones. Es una pelea muy bonita para los próximos cinco años.

Europa ganó en el apartado mojigatería y perdió en hinchadas, aunque también en el campo. Aportó 13 selecciones —el mayor número— y Sudamérica 4. Pero los descamisados se llevaron la corona. Y aunque todos decíamos que “Europa juega a otro deporte”, por el alto nivel de su fútbol, decepcionó completamente. Ningún de sus equipos volvió a casa entre gestos de aprobación. Francia no jugó media hora bien en todo el torneo, España criticadísima, Alemania eliminado en primera ronda; Inglaterra en lo de siempre, buenos e ingenuos tácticamente, Italia ni clasificó; Dinamarca, señalada como posible sorpresa, un fiasco. En Bélgica incluso hubo disturbios callejeros por lo mal que lo hicieron. Polonia muy pobre y defensiva, hasta Lewandowski recibió palos. La Croacia de los viejitos, la única ponderable. De los demás no se salva ninguno. Una palabra engloba la actuación general de los europeos: decepcionante.

Lo más rescatable del otro lado del agua fue Emanuel Macron. Un presidente al natural, que acompañó a sus jugadores, bajó al campo de juego, los alentó en el vestuario, disfrutó y sufrió. No jugó al santurrón ni dio clases de moral. Fue auténtico.

Nunca un Mundial estuvo tan politizado. Lo mejor es ir a jugar.

(01/01/2023)

La mejor final, el mejor Mundial

Jorge Barraza

/ 19 de diciembre de 2022 / 21:21

País, organización, público y fútbol. En los cuatro ítems que componen una Copa del Mundo Qatar sacó diez sobre diez.

Va a ser muy complicado superar esto, y muy improbable que pueda igualarlo un torneo monstruoso y tan extendido como el siguiente, de Estados Unidos, Canadá y México, con 48 equipos y 16 ciudades distantes miles de kilómetros unas de otras.
Qatar 2022 ya fue, y fue grandioso, hubo más amores que odios y más aplausos que silbidos.

* La perfección. El montaje del torneo. Qatar ofreció un Mundial de excelencia, como si ya hubiese hecho varios anteriormente, nada falló, cero improvisación. Un año antes contrataron a expertos internacionales en todas las áreas que atañen a un evento de este porte: estadios, hotelería, transportación, seguridad, boletería, turismo, protocolo, prensa, centros de entrenamiento, campos de juego. Lo había anticipado Batistuta, quien jugó aquí: “Dos cosas son seguras, todo estará perfecto y será muy cómodo, en media hora se va de un estadio a otro”. Tal cual. Y todo estuvo pronto desde el primer día. «No queremos seguir dando capas de pintura mientras las personas llegan al país», había señalado Ali Shareef Al-Emadi, ministro de Finanzas. Así fue.

* El espectáculo. La final. La mejor de la historia sin ninguna duda. Una exhibición lujosa y aplastante de Argentina durante 80 minutos. Pero cuando despertó Mbappé se desató la tormenta perfecta. Las finales salen siempre calculadas, sin asumir riesgos, sin embargo Scaloni fue a ganar de entrada y se dio un volcán de emociones. Para el hincha neutral resultó formidable. Seis goles, tiempo extra, penales y una docena de situaciones dramáticas frente a los arcos. WhatsApp de un amigo boliviano: “Hemos visto el partido bordeando el infarto”.  

* La novedad. El público asiático, multitudinario, festivo, pacífico. La FIFA gana un mercado gigante: Asia tiene 4.000 millones de habitantes y se apasionó por el fútbol (en ello Messi tiene mucho, o todo, que ver). Europa le dio la espalda al torneo, pero no fue óbice para que se llenaran los estadios. El África árabe también aportó: Marruecos y Túnez trajeron decenas de miles de seguidores.

* El campeón. Una extraordinaria Argentina. Jugó con seguridad de asombro. Borró a Francia de la cancha en los primeros 80 minutos, mostró alta técnica, inteligencia táctica y, sobre todo, carácter. Aplastó a Croacia, superó a Holanda en los primeros 70 minutos y en todo el suplementario, ganó con amplitud a Polonia y a México. Y las dos veces que fue a penales, se impuso psicológicamente a sus rivales. Fue claramente el mejor del torneo y se lleva todos los premios individuales.

* La novedad II. El concepto de Mundial compacto -todos los estadios en una misma urbe- fue algo nunca visto para los aficionados, que pudieron asistir hasta a dos partidos durante las primeras fases del campeonato, con trayectos de una hora como mucho entre las sedes. Desde luego, por autopistas impecables, tren, metro y bus. Y todo gratis. Algunos inquietos lograron la “hazaña” de ir a tres juegos en un día, aunque sólo para sacarse el gusto y contarlo luego.

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* El adiós. De las selecciones pequeñas al miedo, al respeto casi reverencial por los equipos grandes. Arabia Saudita derrotó a Argentina, Japón a España y Alemania, Túnez a Francia, Australia a Dinamarca, Marruecos a Bélgica y eliminó a España… Más allá del resultado, impactó la forma desenvuelta y desprejuiciada como salieron a enfrentar a rivales en apariencia superiores. Pueden ganar o perder, pero ya les juegan sin complejos. Qatar 2022 ha marcado el fin del miedo.

* La antípoda. Al ascenso de los chicos se contrapone una declinación de varios grandes. Italia estuvo fuera del Mundial por segunda vez consecutiva; Alemania es eliminado en primera fase otra vez en serie, y en grupos que parecían fáciles. En Rusia 2018 cayó ante México y Corea del Sur, aquí con Japón. Brasil acumula cinco torneos sin títulos; España, tras ser campeón en 2010, suma tres fracasos continuados. Inglaterra fue campeón en 1966, luego se sucedieron 14 torneos y nunca más allegó a la final. Algo está pasando con los pesos pesados. Sus ligas son las mejores, sus selecciones no.

* El golazo. El segundo de Argentina a Francia: sublime combinación a toda velocidad y con toques de primera de Nahuel Molina a Mac Allister, éste a Messi, Leo abre de cachetada a Julián Álvarez, devolución a Mac Allister y cambio profundo de derecha a izquierda para Di María que llegaba a la carrera y le pegó como venía, cruzado, seco, inatajable. Un poema geométrico para verlo una y otra vez.  

* La estrella. Sin duda, Leo Messi. Un hombre de 35 años que en lugar de elegir el retiro se preparó física y mentalmente como nunca para llegar y ganar el título. Y lo logró. Dejó todo en pos del objetivo. Siete goles en siete partidos, tres asistencias, jugó los 690 minutos que estuvo Argentina en campo, más otros 90 de tiempo adicionado. Y fue la bandera, la mente, el cuerpo y el alma del campeón. Pasarán décadas y se seguirá recordando como “el Mundial de Messi”.

* El dato. Se marcaron 172 goles, la máxima cifra en los 22 Mundiales. Se mejoró el promedio de las seis ediciones anteriores: 2,68 por juego.

* La revelación. Lionel Scaloni, DT argentino de 44 años. Llegó al cargo sin ninguna experiencia previa, armó este equipo desde la nada y ya ganó una Copa América, el Mundial, terminó la Eliminatoria invicto. Y muy por encima del palmarés, la personalidad, la serenidad, la autoridad de un verdadero líder. Toma decisiones sin dudar, se relaciona bien con los jugadores sin comprometerse con ellos. Y es tácticamente brillante.

* El once ideal. Argentina también copó este rubro. El que más agradó a este cronista: Dibu Martínez (Argentina); Hakimi (Marruecos), Cristian Romero (Argentina), Nicolás Otamendi (Argentina), Alphonso Davies (Canadá); Ounahi (Marruecos), Modric (Croacia), Alexis Mac Allister (Argentina), Bellingham (Inglaterra); Messi (Argentina), Mbappé (Francia).

* El juego. Los exjugadores tienen por hábito desacreditar el presente en función del pasado. Siempre la época de ellos fue la más buena. Muchos ex criticaron lo que se vio en Qatar. Sin embargo, se vieron grandes partidos, juego veloz, de notable intensidad y con una prestación física fabulosa. Nadie para de correr. Y ahora los partidos no duran 90 minutos. En la final, entre los cuatro tiempos, hubo 19 minutos de tiempo adicionado. O sea, se jugaron 139 minutos más los penales. Y podían seguir.

Estamos diciendo adiós a Qatar y hay varios rollos más de tela, pero los cortaremos en la próxima columna.

(19/12/2022)

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¡El mundo es tuyo, Argentina…!

Jorge Barraza

/ 18 de diciembre de 2022 / 18:33

¡Argentina, Argentina, Argentina…! ¡Campeones del mundo…! Mejor que eso ¡Tricampeones…! Argentina campeón en la mejor final de la historia de los Mundiales y en una Copa espectacular, por brillo y grandiosidad, por fútbol y vaivenes. La mente se escapa y vuela, atraviesa 13.000 kilómetros en una fracción de segundo y piensa en los cuarenta y cinco millones de argentinos exultantes, locos de felicidad, celebrando a lo argentino, desbordados, viscerales, porque Inglaterra es la cuna del fútbol y Brasil la patria del jogo bonito, pero Argentina es la capital de la pasión. De fútbol somos. Esta Copa devuelve el orgullo de haber parido a Di Stéfano, Maradona y Messi, tres de los cuatro dioses del olimpo redondo. También se lo devuelve al fútbol sudamericano, tan deshilachado en los últimos tiempos. Ahora obligamos al mundo a que nos mire en el mapa, acá estamos, esto somos: campeones.

El periodista es un profesional y su análisis debe ser aséptico de pasiones, pero también es humano y tiene una infancia, un sentido de pertenencia, su formación, una cultura detrás. Y pide permiso al lector para incurrir en la primera persona del singular y soltar el ADN que da la patria de uno.

Lo que se sufre por ser argentino no se compara con lo que se agradece por serlo. Un país anárquico, desordenado, caótico, exagerado, pero irreverente y talentoso, la patria del humor y de la música, del asado y el vino, de Borges, Gardel, Di Stéfano, Maradona, Messi, Fangio, Piazzolla, Ginóbili, Cortázar, Tita Merello, Discépolo, el Che, Fontanarrosa, Mafalda, Sandro, Calamaro, el Papa Francisco, Darín, Francella y tantos genios en todos los campos de la actividad humana. Y nos agrandamos, y nos caemos, y volvemos a sacar pecho, y nos damos de nuevo contra el piso, en el país y en el fútbol. Pero apenas despunta una mejora nos erguimos otra vez y llenamos los aviones para ser locales donde sea. ¿Catar…? Vamos cuarenta mil. A veces insolentes, a veces detestables, pero ¡qué hermoso es ser argentino…! Es como que de tan atrevidos no le tenemos miedo a nada. Somos un espeso estofado del nativo nuestro y el gaucho, revueltos con gallegos, tanos, polacos, alemanes, yugoslavos, rusos, turcos, árabes… De toda esa mezcolanza salió una minúscula partícula: el argentino.

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En un crítico momento suyo, la Argentina es campeón del mundo. Eso habla de resiliencia. El título mundial de fútbol excede lo deportivo, dice de altos valores espirituales e intelectuales, de ingenio y aguante, de pierna fuerte y templada. El jugador argentino, con confianza, traba con todo lo que tiene atrás, con la familia, el barrio, los amigos, va todo ahí… Siente que no debe fallar.

Hay una manera argentina de jugar al fútbol, es esta, con clase e inteligencia, pero con pasión y actitud. Como dice Calamaro en Estadio Azteca, estos muchachos tienen «eso que hay que tener y no todos tenemos». Y Messi es, evidentemente, un sujeto con una conexión divina. Es capaz de hacer que el resto del mundo se dé vuelta y nos quiera.

Pero entonces se perdería el subyugante sabor de tener a todos en contra. Esa oposición, esa casi animadversión nos alimenta, nos proporciona una fuerza interior avasallante. Messi es el causante de que buena parte del universo deseara nuestro triunfo. Al fin logró ese título tan esquivo. Y con todas letras: fue el salvador ante México, marcó 7 goles, fue el jugador más valioso en 6 partidos, Balón de Oro del Mundial y el capitán de la victoria.

Terminó con el debate para siempre: es el mejor jugador de todos los tiempos. Y subió el listón de los 30 años a los 35. Nunca un jugador de esta edad alcanzó cotas tan altas de rendimiento. Pelé se retiró de los Mundiales a los 29, Maradona era casi un exjugador a los 30. Diego fue el ausente más presente. De haber estado vivo seguro estaría aquí en Doha y se hubiese abrazado con Messi. Él marcó el camino para siempre: no se debe aflojar, hay que persistir hasta lograrlo.

Leo hizo todo lo humanamente posible por ser campeón. Y fue. Y ahora va por el octavo Balón de Oro anual. ¿O quién si no…? También va por otra Champions. Calló para siempre a los contras, sepultó las comparaciones con Cristiano Ronaldo, entró en la eternidad.

A la larga galería de ilustres argentinos ya hay que agregar a Dibu Martínez, el arquero héroe, el de la personalidad extrovertida y desbordante. En el minuto 118 y fracción, última acción del torneo, evitó la derrota. Le tapó una bola de gol imposible a Kolo Muani y mandó el partido a los penales. Y allí volvió a parar uno, que fue decisivo. Dibu confió años atrás: “si me llevan a la selección yo lo saco campeón a Messi”. Cumplió.

“Primero hay que saber sufrir”, dice Homero Expósito en su tango Naranjo en flor. Y acá quedó demostrado que el fútbol es un hecho emocional por encima de tácticas e individualidades. Argentina exhibió un fútbol fantástico durante ochenta minutos. Fue muy superior en todos los aspectos del juego. Ganaba 2 a 0 y daba lecciones.

El segundo tanto, de Di María, compite por ser el mejor del torneo. Messi, Mac Allister y Cuti Romero eran los emires del campo. Anticipo, vigor mental, categoría en el pase, circulación precisa y preciosa. Tal era la superioridad que el DT francés Didier Deschamps hizo dos cambios tácticos al minuto 41 del primer tiempo, algo que no se ve nunca ni en partidos regionales.

Debe ser récord en los Mundiales. Pero la desorientación de su tropa era total y debía meter mano. Nada varió. Siguió como atontado Francia. Pero uno de esos cambios -Kolo Muani- le daría vida.

Cuando el resultado parecía cerrado y embalado, una larga corrida de Kolo Muani provocó un error de Otamendi, que le cometió penal. Fue el despertador para Mbappé, que hasta ahí miraba el partido. Tiró muy fuerte Mbappé y puso el 1-2. Y desató la tempestad. Faltaban 17 minutos sumando el descuento. Una eternidad. Y segundos después cayó el 2 a 2, otra vez de Mbappé con una volea de ensueño.

Argentina, igual que frente a Holanda, pareció quedar nocáut. Pero fueron al alargue y nuevamente se repuso la celeste y blanca, Messi marcó el 3 a 2, Mbappé fijó el 3-3 con otro penal (bien sancionados los tres). Drama y emoción sin límites, ida y vuelta sin parar. Francia terminó actuando en el tiempo extra con diez jugadores de campo afrodescendientes y mandando físicamente porque Scaloni demoró los reemplazos hasta el final para ver si iban a penales y poner a dos especialistas: Dybala y Montiel.

No era justo que Francia se llevara una Copa que denostó y boicoteó, a la que dio vuelta la cara. Pero no le caigamos a Francia país ni a este equipo magnífico de Mbappé, fue su periodismo el que fogoneó sin parar para tirar abajo la cartelera. No pudo: el pueblo francés batió todos los récords de audiencia televisiva. Fue la final de las finales por espectáculo, dramatismo y situaciones cambiantes. Y el ganador está perfecto: hizo mucho más por la victoria. ¡Vamos Argentina, todavía…!

(18/12/2022)

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El tango y La Marsellesa, ¿cuál sonará mejor…?

Jorge Barraza

/ 17 de diciembre de 2022 / 20:43

Un cosquilleo recorre el cuerpo y lo electriza de ilusión, de miedo. Hoy se escribe la historia: hay final del mundo.

Choque de grandes: seis definiciones Argentina, cuatro Francia. Y duelo de monstruos: supercrack Mbappé, genio Messi.

De propina, el adiós de Leo a las Copas del Mundo. Otra vez Europa y Sudamérica en la puja por esa obra de arte de 6,142 kilos, cinco de ellos de oro. Y este lado del océano esperando levantarla para que vuelva a prestigiar nuestro fútbol descascarado.

Imposible diseñar un telón más apropiado. Ochenta y nueve mil personas presenciarán el juego en las gradas de Lusail, 1.500 millones será la platea televisiva. Es la cita cumbre del deporte. Y de otras áreas. No hay evento que lo supere. El fútbol reúne 211 asociaciones, la ONU 193 estados. Y no tiene Mundial.

Finalista Argentina en 2014, campeón Francia en 2018. Dos de los tres medios que más jugadores de élite producen (el otro es Brasil). Porque en esto no hay secretos: los que tienen buenos intérpretes siempre están cerca del éxito. Y cuando decimos buenos hablamos de lo mental también. O, sobre todo. Mover la pelotita con habilidad no alcanza. La fuerza interior debe acompañar.

Uno tiene a Messi, el otro a Mbappé. De un lado está Varane, enfrente Otamendi. Griezmann parejo con De Paul, Giroud-Julián Álvarez, Tchouameni-Enzo Fernández, Lloris-Dibu Martínez, cada bueno de un bando tiene un correlato de la misma calidad en el oponente. El uno contra uno es de una paridad absoluta, de modo que arriesgar un pronóstico por ese lado no tiene sentido.

Hasta en promedio de edad son casi simétricos, 26,9 Argentina, 27,3 Francia. Incluso en los técnicos impera la igualdad: Deschamps es campeón del mundo, y un astuto, pero Scaloni un joven tácticamente brillante que pide pista. Ambos tienen fuerte ascendencia sobre la tropa.

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Si hay una diferencia entre ambas selecciones será de hinchadas. La de Argentina copará el estadio; de Francia, que boicoteó el torneo —torneo al que no obstante mandó su representación nacional y que busca ganar— con suerte llegará a ocho o diez mil.

El resto estará en la mente de los gladiadores. Francia es la primera potencia mundial del fútbol y quiere hacer doblete para reafirmarlo. Argentina busca con pasión su tricampeonato, lo persigue como fútbol y como pueblo. Sería un baño de autoestima extraordinario para el país.

Todos sabemos que una republiqueta no sale campeona del mundo, se precisan muchos valores detrás, especialmente, determinación. Y hay mucha fe. Siempre decimos que el futbolista rioplatense, cuando tiene cerca el objetivo, se convierte en lobo, ya no quiere perder. Y están en lobos. Este equipo de Scaloni muestra una personalidad fantástica, representa al hincha argentino, que gusta del buen fútbol, pero siempre apoyado en el carácter, en vigor mental y físico.

No quisiéramos ser Giroud y tener que trabar con Otamendi o Cuti Romero. Argentina sabe que los once o quince que entren a jugar van a dejar la vida en el intento, eso está completamente asegurado. Es la única certeza que el cronista puede dar. “Miedo y plata nunca tenemos”, dice el gaucho.

Lo demás se dirimirá en el juego, en el mayor grado de acierto, en quién se levantó mejor. Y en quién lo planteó con más inteligencia. Deschamps no ofrecerá nada revolucionario, Francia parece sentirse cómodo jugando al contraataque, donde sus dos puntas necesitan espacios, sobre todo Mbappé, quien, si encuentra cinco metros libres, es la bomba atómica. Toca la pelota y siembra pánico. No recordamos, en los años que llevamos en esta cuerda, haber visto semejante atleta en un rectángulo verde.

Hombres potentes sí, fuertes también, incluso rápidos, sin embargo, no con la combinación de fuerza, velocidad, agilidad, control de balón y agresividad. Posee la ambición en el campo de los grandes de todos los tiempos. Y no se achica con el rigor. Si Argentina logra enjaularlo, tiene más de la mitad del partido ganado, porque se desempeña con mayor armonía colectivamente.

Llegan a la bandera a cuadros igualados en casi todo. Francia tiene un gol más y dos puntos más que Argentina en la tabla general, no obstante, no jugó ningún partido bien, bien, uno que llenara los ojos. Fue superado en el juego por Inglaterra, la pasó mal con Polonia (lo resolvió individualmente Mbappé con dos misiles), fue dominado ampliamente por Marruecos, perdió con Túnez, con suplentes, sí, pero luego ingresaron titulares y no cambió el desarrollo. Nadie puede decir seriamente: “Me encantó el primer tiempo de Francia frente a tal…” Realidad pura. Ninguna actuación redonda, casi brillante como la de Argentina ante Croacia.

El conjunto albiceleste estuvo fatal en su debut ante Arabia Saudita, que lo venció sin discusión posible. Y siguió en esa línea ante México hasta el minuto 64, en que Messi hace su golazo de afuera, destraba el partido y desbloquea la mente de todos. Les quita el trauma. A partir de ahí muestra una producción ascendente: sólida ante Polonia (que, como México, no le cruzó la mitad de la cancha), buena con Australia pese al susto del final, excelente durante 70 minutos frente a Países Bajos y lo dicho en semifinal con Croacia.

Seguramente, Scaloni saldrá con línea de cinco en el fondo (Molina, Romero, Otamendi, Lisandro, Acuña) para reforzar las bandas, por donde Francia hace más daño, y hacerse fuerte atrás. Pero, luego, dejará cinco hombres con buen pie (De Paul, Enzo Fernández, Mac Allister, Messi y Julián Álvarez) para construir juego y llegar al gol. Vemos un choque en el que Argentina dominará la mayor parte del tiempo. Llega con una seguridad total en su estilo, en su libreto, no hay lesionados y está muy bien de la cabeza todo el equipo.

La diferencia, hoy, es que Argentina tiene 14 jugadores de alto nivel, los once titulares más Tagliafico, Paredes y Lautaro Martínez; Francia posee 40. Sucede que solo se pueden traer 26 y muchos de esos soldados se le fueron cayendo por lesiones a Deschamps. La selección del gallito es más letal de frente al arco, llega poco y convierte casi todo. Argentina marca una de cada tres o cuatro que genera.

Será un choque de necesidades diferentes: jugará la República de Argentina frente a la selección francesa, aunque en la cancha habrá once de un lado y once del otro. Un día como hoy se dio apenas veintiuna veces en la historia. El Mundial de fútbol es el Himalaya en la industria del entretenimiento, quien levante la Copa se llevará una buena porción de gloria eterna.

(17/12/2022)

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‘Esquiva hasta las gotas de lluvia…’

Jorge Barraza

/ 16 de diciembre de 2022 / 20:28

Elsa, una señora ecuatoriana de 77 años, no sabe de fútbol, nunca la sedujo. Se aficionó en este Mundial. Hinchaba por Marruecos.

No porque le guste Marruecos, suponía que era un rival más accesible para Argentina. Pero perdió.

Inmediatamente llamó a su hijo, angustiada, para preguntarle si cree que Francia es un rival demasiado poderoso para Argentina. La sobrecoge el temor de que Messi pueda no ser campeón.

Tiembla de sólo pensarlo. Sin darse cuenta, ella también lo adora y anhela que levante esta Copa. Como Elsa, cientos de millones sufrirán por él. No por Argentina, por él. Si Messi metiera un gol mañana, los decibeles del festejo equivaldrían al de mil bombas atómicas. Salvo en España y Holanda, en millones de hogares de América, Asia, África, Europa un alarido atravesará los mares, las montañas, los husos horarios y se conectará para atronar el espacio cósmico en un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL…! de esos que se rugen con el alma, un ¡GOOOOOOOOLLLLLLLLLLLL…! de los que nos abrazamos con el primero que vemos, besamos al perro, tropezamos con la mesita del living, rompemos un vaso, lanzamos un improperio, salimos al balcón a gritarle a alguien nuestra emoción…

En Bangladesh, la TV hipnotizará a 170 millones de bengalíes que esperarán un triunfo de su deidad terrenal. Si gana, saldrán como siempre en sus motos, en caravana por las calles de todo el país, con la camiseta celeste y blanca y el número 10.

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Estados Unidos, Brasil e Inglaterra, donde admiran especialmente a Messi, llenarán los bares esperando el sueño que todos le desean a este enviado de Dios al fútbol.

En La Paz, Bolivia, serán las once de la mañana a la hora crucial del Argentina-Francia. Una mujer con su madre y su hijo, nada futboleros, como Elsa, se reunirán en la sala a ver este acontecimiento planetario: ver una final del mundo con Messi en cancha. Y con un condimento histórico: su último partido mundialista. Messi tiene una conexión especial con las mujeres y los niños. Ellos poseen una percepción sensorial altísima y lo aman aún más que los hombres, quienes entienden su juego. Ven en él al niño que aún quiere ir a la placita a jugar a la pelota.

Ya pasó la valla de los treinta y cinco, tiene hijos creciditos, pero parece estar esperando la hora del partido para jugar con los muchachos. Vive las veinticuatro horas fútbol. Pasó los mil millones de euros y ha recibido todos los Balones de Oro, distinciones y elogios posibles y aún sueña con el campito, con hacer la jugada cumbre, con la geometría que otros no podrían siquiera imaginar. La gambeta, el amague, el freno, el enganche y luego el gol, siempre el gol. Es la diferencia entre Messi y los demás futbolistas del mundo. Ellos piensan en cuestiones más terrenales, dinero, mujeres, autos de lujo, yates, mansiones.

“Antes de morirme me gustaría abrazarte”, le dijo Mónica Dómina, su maestra de primero a tercer grado en la escuela General Las Heras, de Rosario. La “seño” Mónica fue entrevistada por radio y parecía estar hablándole a Leo. “Sos un ser maravilloso, sensible, simple, sencillo, compañero. Gracias por darnos felicidad extrema en estos tiempos de tantos contratiempos”. Los chicos lo idealizan como una suerte de Superman, con superpoderes para el bien. ¡Por Dios, que Francia no tenga la kryptonita…!

“Mi esposa ama a Messi, tuve la suerte de tenerlo frente a frente, estrecharle la mano y presentárselo”, contó el notable actor inglés Patrick Stewart. “Ella nunca se interesó por el fútbol, pero lo vio jugar y se hizo fanática”. Adele, la deliciosa cantante británica aprovechó un respiro en su show de Las Vegas del sábado para rendirse al 10: “Te amo, Messi”.

Su juego también enamora a hombres. A Roy Keane, probablemente el más duro de todos los duros que el fútbol haya conocido, hoy comentarista, le pasaron el micrófono de Sky Sports y no analizó la jugada del tercer gol, no pudo, simplemente farfulló como para sí: “¡Dios mío, qué jugador…!”.

En tanto, su también famoso compañero de cadena, Gary Lineker, preguntó: “¿Hay todavía debate de que es el mejor de todos los tiempos?”. Y el columnista estrella del Sports Bild, de Berlín, Franz Josef Wagner, fue poético: “Esquiva hasta las gotas de lluvia”. Wagner, “cuyas columnas son cachetadas y caricias al mismo tiempo”, considera a Messi “el preferido de los dioses”. Antes de cerrar su joya, Franz nos regala otra pieza de colección: “A los 14 años medía 1,39. Jugaba a la pelota a la altura de las flores”.

Josko Gvardiol, el zaguero croata de 20 años al que Leo se llevó de paseo en la jugada inmortal, está agradecido: “Ahora podré contarle a mis hijos que jugué ante Messi. Siempre fui un superultra fan suyo”. Josko era considerado, hasta ese instante, el mejor zaguero de la Copa. Lluis Mascaró, director de Sport, de Barcelona, enfatiza: “Messi no necesita ganar un Mundial para ser el mejor futbolista de la historia. Porque ya lo es. No ha habido, no hay ni habrá jamás un jugador como él”.

¿Qué pasará por la mente del sujeto más querido del fútbol mundial…? La escuela fue una burocrática e ineludible obligación. Era un chico casi ausente, que daba con lo justo para aprobar con seis. “Era el más menudito de todos, muy callado.

Vivía esperando el recreo para salir a jugar a la pelota en el patio”, recuerda Cintia Arellano, su compañera de banco, que lo ayudaba con las tareas. En el rectángulo verde, sin embargo, su procesador mental tiene diez veces más gigas que el del resto de los jugadores. Observa, resuelve y ejecuta a una velocidad superior. Su visión periférica y grado de creatividad están fuera del alcance de sus colegas.

En general, todo el gremio de la pelota ha unido sus ruegos en procesión deseándole el triunfo. El recordado Rivaldo, campeón con Brasil en 2002, fue el abanderado de esos deseos: “Dios sabe de todas las cosas y te va a coronar este domingo, te mereces este título por la persona que eres y por el maravilloso fútbol que siempre has jugado”. No se puede dar tanto y no obtener ese premio. Pero el fútbol es un juego de once, si no se da quedará una certeza: ha hecho todo lo humanamente posible por ser campeón.

Jamás un futbolista regaló tanto fútbol, son dieciocho años y dos meses que va con una canasta de genialidades ofrendándolas a las tribunas. Que en el tránsito a los 36 un jugador siga dando estos recitales el fútbol nunca lo vio. Qué pena que se vuelva grande. Que esta de mañana sea su última función en un Mundial. Hemos vivido una historia irrepetible.

(16/12/2022)

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Macron bendice el Mundial de Qatar

Jorge Barraza

/ 15 de diciembre de 2022 / 20:07

Francia, el país más crítico de Qatar y su Copa, los bendice con la presencia de su presidente Emanuel Macron en el palco de Al Bayt para ver a su selección vencer a Marruecos y llegar a la final.

El posible título mundial es un botín gigantesco que excede lo deportivo y está al alcance de la mano.

La gente celebrará y el Gobierno querrá capitalizar. De modo que es preciso dejar de fruncir la nariz y olvidarse momentáneamente de los enarbolados derechos humanos y aprovechar la volada. Además, Qatar es uno de los mejores clientes de Francia en diversos rubros, aviones, construcciones… Y el equipo más poderoso y popular de Francia es propiedad catarí: Paris Saint Germain.

Para completar la liturgia, Macron declaró que “Qatar está organizando esta competición especialmente bien. La seguridad es buena”.

Buenísima, comparada con el increíblemente deficiente operativo montado en París para la final de la Liga de Campeones. Listo, Qatar es bueno. A otra cosa.

Pero tuvo que “explicar” por qué vino a Qatar. Dijo que “asumía completamente» la visita, a pesar de la polémica y la investigación en curso por las sospechas de corrupción en el Parlamento Europeo.

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La eurodiputada griega Eva Kaili fue detenida el viernes y destituida de su cargo de vicepresidenta del Parlamento acusada de recibir pagos de Qatar para defender sus intereses. «Hace cuatro años estuve con la selección en Rusia y estoy con ellos en Qatar”, dijo Macron, quien viajó a Bruselas, aunque seguramente estará presente el domingo, porque la foto de campeones del mundo vale fortunas para cualquier mandatario.

Y Macron ya tiene una, la del 2018. Pero está bien, Francia es la primera potencia mundial del fútbol y es lógico que un político busque asociarse a semejante éxito.

Al campeonato francés en España le llaman despectivamente “la liga de granjeros”, pero es un poquito más que eso. De esa granja salen los muchos grandes.

Les Bleus acaban de llegar a su tercera final en los últimos cinco Mundiales. Han sido subcampeones de la Eurocopa en 2016 y ganadores de la Liga de Naciones 2021. Pero, por sobre todo ello, es el país que produce más futbolistas de élite del mundo, incluso por encima de Brasil y Argentina, históricamente los dos vientres más generosos en materia de cracks.

El fenómeno formativo nace en los ochenta, con cantidades de academias de fútbol por todo el país. Así, tras aquella generación dorada del Mundial ’82 con Platini, Giresse, Tressor, Lacombe, Genghini, Bossis, Amoros, Six, Tigana, Rocheteau, alumbró una inmensa cantidad de talentos como Zinedine Zidane, Franck Ribery, Eric Cantona, Laurent Blanc, Lilian Thuram, Thierry Henry, Jean Pierre Papin, Patrick Vieira, Robert Pires, Marcel Desailly, Karim Benzema, N’Golo Kanté, Kylian Mbappé… Y una centena más de granjeros notables. Baste decir que ha parido cuatro balones de oro: Platini (ganó 3), Zidane, Papin y Benzema.

En 1998 se dio en llamar a la selección campeona “la Francia multicultural”, por la cantidad de jugadores nacionalizados de África y de excolonias. Pero no se cuentan las decenas de figuras nacidas y formadas en Francia que luego militan en otras selecciones por razones de doble nacionalidad.

Con trabajo de base, el fútbol galo fue desplazando a potencias como Italia, Alemania, España, Inglaterra, Brasil, Argentina. No es casual que tres de los cuatro semifinalistas sean países de los que más procrean talentos: Francia, Argentina y Croacia. Porque las tácticas pueden ser brillantes, pero precisan de ejecutores lúcidos.

Antes de llegar al Mundial se le cayeron por lesión a Didier Deschamps media docena de jugadores como Kanté, Pogba, Kimpembe, Benzema, en el primer partido Lucas Hernández, luego el técnico bajó a Pavard —con quien admitió haberse peleado—, en algún momento sufrieron un virus Rabiot y Upamecano, pero el entrenador mira el fondo del armario y saca cuatro cinco buenos, tan buenos como los caídos en combate. Es la excelencia que da la abundancia.

Francia se sumó tarde al exclusivo grupo de las potencias futbolísticas, tuvo una irrupción magnífica en 1982 cuando perdió por penales la célebre semifinal ante la Alemania de Rummenigge —habían igualado 3 a 3 tras una batalla dramática, la noche que Schumacher casi mata a Battiston—. Francia ganaba en el alargue 3 a 1 y en una reacción heroica los Panzers igualaron y obligaron la definición desde los 12 pasos. Entonces fue cuarto.

En México ’86 se acercó más a la cima: tercero. Y en 1998 coronó con el grupo liderado por Zidane. Entonces se dijo que era básicamente por la influencia de su localía.

Nada más erróneo, Aimé Jacquet había construido un bloque magnífico, con una defensa de hierro: Thuram, Desailly, Leboeuf y Lizarazu.

Venció en la final 3-0 a un Brasil poderoso con Taffarel, Cafú, Aldair, Roberto Carlos, Rivaldo, Bebeto, Ronaldo… Ahí se sacó la mochila de fútbol entusiasta, que animaba campeonatos, pero no pasaba de cuartos o semis. Y, ya sin complejos, fue por todo.

Aún cuando tiene a Mbappé en esplendor, esta selección azul que enfrentará a Argentina el domingo es una expresión más modesta en nombres que otras del pasado. Pero puede darse el gusto de ser bicampeona del mundo por la cantidad de buenos elementos como Lloris, un auténtico arquero salvapartidos, Varane, Giroud, Griezmann (quien juega mejor en la selección que en sus clubes), Mbappé, Koundé, Upamecano, Theo Hernández, Tchouameni. Los cinco primeros fueron titulares en la final de 2018 en Moscú, ya saben cómo es ganar un Mundial y están llenos de confianza.

Y tienen un conductor experto. Deschamps parece haber nacido para el puesto. Ya fue campeón en 1998 como centrocampista y en 2018 dirigiendo. Ahora puede hacer triplete y ya es un hecho que seguirá al frente. En 18 partidos mundialistas, el nacido en Bayona apenas ha perdido dos. Eficiencia a toda prueba.

Diversos sectores de la ciudadanía francesa pedían el boicot a Catar 2022 en reclamo de derechos humanos, pero decenas de miles salieron a las calles de París a celebrar el pase a la final y la transmisión por TV batió todos los récords con más de 20 millones de telespectadores, que seguro se superarán el domingo ante Argentina. El mismo Macron relativizó las protestas y corrió el velo de la hipocresía: «Hubo muchos debates, la gente decía ‘no lo vamos a seguir, vamos a boicotear la televisación’. Las cifras están ahí».

(15/12/2022)

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