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¿Quién ganaría este duelo imaginario…?

Jorge Barraza

/ 29 de enero de 2023 / 21:50

La Copa del Mundo le debe al planeta fútbol una final Argentina-Brasil, el máximo clásico posible de este deporte. No existe nada igual, ni siquiera parecido. Por categoría, historia y rivalidad. Llevan 109 años chuceándose.

Ni Alemania-Francia, ni España-Italia, ni Inglaterra contra cualquiera de ellos generaría la expectativa universal del duelo sudamericano. Sería un choque de trenes que batiría todos los récords de audiencia del deporte. Y más allá del deporte también. Ocho títulos mundiales entre ambos y 13 finales disputadas. Una locura.

Estuvieron cerca de encontrarse en semifinales en Qatar 2022, lastimosamente Brasil se encontró a la vuelta de la esquina con un verdugo inesperado, Croacia. Hubiese sido espectacular verlos, aunque nada se parecerá a una final. Ojalá el Mundial 2026 nos haga ese regalo.

No obstante, como juego periodístico podemos hacer un partido imaginario entre el once ideal histórico de Brasil y su par de Argentina. Dos máquinas. Entre 1914 y 1956 Argentina le ganaba seguido, hasta que en el ’57 apareció un muchacho Pelé y se terminó el dulce.

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La pulseada se hizo palo y palo. En los ‘90 se desniveló con el surgimiento de los Rivaldo, Romario, Ronaldo, Ronaldinho, Roberto Carlos, Kaká, Cafú… Demasiados cracks juntos. Y en los últimos tiempos volvió a emparejar la celeste y blanca. El historial ahora está 42 victorias para Brasil, 41 para Argentina. Ninguno permite que el otro se le escape.

La elección de los jugadores es a gusto del cliente. En nuestra consideración, Argentina debería ir con Fillol o Dibu Martínez en el arco; Cuti Romero marcando la banda derecha, Ruggeri y Passarella en la zaga y Olarticoechea marcando la otra raya. Burruchaga, Redondo y Maradona en el medio; Messi, Di Stéfano y Kempes arriba. Un 4-3-3 pero con Maradona también en actitud ofensiva. Batistuta, Caniggia, Sívori, Houseman, Bochini al banco. Y el técnico: ¿Bilardo, Menotti…? Mucho, pero mucho antes, Scaloni. Para empezar, Scaloni no le tendría miedo a Brasil.

Brasil alistaría a Marcos en la valla; a cargo del andarivel derecho Dani Alves (Cafú tenía más ida y vuelta, Alves más fútbol en la cabeza y en los pies); Aldair y Luis Pereira en el fondo, Roberto Carlos subiendo por el carril izquierdo. Gerson y Falcão en el centro del campo, Garrincha, Zico, Pelé y Ronaldinho en ataque. El sistema tradicional brasileño: 4-2-4. Y esto sí sería un desperdicio: Jairzinho, Tostão, Rivelino, Romario, Rivaldo, Ronaldo, Junior y una docena más de monstruos sentados junto al técnico Telé Santana al costado del campo.

La lista de convocables de Brasil es mucho más rica y extensa. Claro que al campo entran once y ahí Argentina equipara. Lo único seguro es que ninguna otra selección podría alinear tantos artistas como estas dos.

Si se juntaran Alemania, Francia, Italia, España, Holanda e Inglaterra, incluso Hungría, tal vez no alcanzarían a componer una aplanadora como éstas. En cambio, si Argentina y Brasil se combinaran, Europa entera no tendría ni una remota posibilidad de triunfo. Allí, mirando del hoy hacia atrás, nos damos cuenta de la abundancia de artistas sudamericanos y nos enorgullece.

Para empezar, son dos estilos distintos. Jogo bonito y contundencia Brasil, personalidad y buen fútbol Argentina. Arquero por arquero, gana la Albiceleste, Fillol y Dibu Martínez son más que Taffarel, Leão, Félix, Julio César, Dida, Alisson… No ha sido tierra de arqueros el país del carnaval.

El mejor goleiro brasileño que este cronista vio fue Marcos, el discreto pero segurísimo portero del Palmeiras que Felipão Scolari, quien lo conocía de ser multicampeón con el Verdão, lo llevó al Mundial de 2002 y fue decisivo en la conquista del título.

En eficiencia, Marcos no está nada lejos de Fillol o Dibu, en transmisión de coraje, estos dos le sacan una ventaja. 

En las dos bandas se impondría Brasil, cuyos laterales han sido los mejores del fútbol mundial. Ejemplo: en la izquierda, la Verdeamarilla ha contado con Nilton Santos, Francisco Marinho (fabuloso), Junior, Branco, Marcelo… Cualquiera de ellos sería el mejor marcador zurdo de todos los tiempos de, al menos, 200 selecciones. Y en la derecha, otra lista dorada: Cafú, Carlos Alberto, Leandro, Josimar, Paulo Roberto, escaladores espectaculares por su punta. Argentina opondría a Cristian Romero, que ni siquiera es lateral puro, pero se le da bien ese sector, tiene anticipo, velocidad, extraordinario sentido de la marca y un rigor terrible.

La izquierda debería ser clausurada por el Vasco Olarticoechea, tampoco lateral nato, sin embargo un jugador de una sangre conmovedora, con buena intuición de quite, pero especialmente con un corazón de oro, nunca estaba vencido, siempre sonriente, pecho henchido, soldado para todas las batallas. Los laterales de la Canarinha superan en clase a los gauchos, pero éstos tienen más instinto de marca.

En la cueva (término perimido, pero bello, permítasenos exhumarlo), Ruggeri y Passarella ofrecen juego aéreo, temperamento y determinación defensiva. Aldair y Luis Pereira, calidad y salida limpia, dos talentos que podrían haber sido volantes ofensivos de tanta calidad que poseían. Luis Pereira no te quitaba la pelota, te la sustraía. Defensivamente, en Brasil resaltan elegancia y proyección, en Argentina, firmeza y seguridad.

En la franja central, roba Brasil con dos genios: Gerson, el más estrepitoso armador, distribuidor y lanzador, con un don de mando excepcional (“Él era nuestro líder en el campo”, afirma Tostão), y a su lado Paulo Roberto Falcão, el Beckenbauer del mediocampo, capaz de subir y anotar doce o trece goles por temporada. Intentarían oponerse Redondo, el Falcão argentino, un medio sin gol aunque de manejo lujoso, exuberante y con buena mentalidad, y Burruchaga, volante completo: técnica, inmenso despliegue, rapidez y gol. No se le conoce un gol errado a Burru. Polifuncional, además.

Adelante, una constelación de monstruos. Es complicado decir quién prevalecería en esa línea porque son fenomenales los cuatro de cada equipo. En los dos casos, cabe pensar en qué podrían hacer las defensas ante tamaños rivales.

Se nos ocurre imaginar las paredes que podrían construir Pelé y Zico, dos tocadores en corto celestiales, pero enfrente también estarían Maradona y Messi, que harían auténticos desastres con la retaguardia brasileña. Garrincha y Ronaldinho en los extremos de un lado, el carácter indomable de Di Stéfano y Kempes del otro.

Obviamente están los que se escandalizarían de ver tantas figuras de ataque juntas. “¿Y quién marca…?”. El que quiera hacerlo. La mayoría va a querer jugar y atacar. ¿Cuál de los dos se apoderaría de la pelota…? Imposible responderlo.

¿Quién ganaría en este enfrentamiento…? Difícil determinarlo. No hablamos solo de jugar lindo, que estaría asegurado, sino de golear y corajear. Lo seguro es que, los dos, al recuperar la pelota, irían hacia adelante por una cuestión de vocación innata de los actores.

Se supone que Brasil será más persistente en ataque y más proclive a cuidar la casamata, pero las estadísticas concuerdan con esta apreciación.

El cuarteto albiceleste suma 2.018 goles (794 Messi, 523 Di Stéfano, 354 Kempes, 345 Maradona), el brasileño 1.798 (765 Pelé, 523 Zico, 395 Ronaldinho, 115 Garrincha). Entre ambas delanteras hay 3.814 goles, parece ciencia ficción. Es el clásico de los irmaos. Si se diera de verdad, explota el mundo.

(29/01/2023)

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Fútbol rico, fútbol pobre

Jorge Barraza, columnista de La Razón

Por Jorge Barraza

/ 29 de septiembre de 2024 / 22:46

Sin jugar bien, luciendo más hinchada que juego, haciendo lo mínimo, pero mínimo, River venció a Colo Colo 1 a 0 y pasó a las semifinales de la Libertadores. Antes habían igualado en Chile 1 a 1 y tampoco el equipo de Gallardo había mostrado nada. Esto motivó la reflexión de muchos neutrales, sin crítica, sólo como amarga reflexión: “¡Qué fácil es la Copa ahora…!” Efectivamente, antes había que ganar doce o trece batallas para alcanzar la gloria. Y tener un póker de ases. Ahora con un full alcanza. Y con dos pares también.

Hacer un gol es virtualmente el pasaporte a la fase siguiente. Un golcito en dos partidos y ya. Lo mismo que Peñarol, le marcó uno a un Flamengo blandengue, lleno de nombres y con Tite en el banco, y está en semifinales también. Flamengo es el ejemplo perfecto de fútbol rico, fútbol pobre: un grupo de millonarios que juega con una languidez pavorosa. Peñarol no es superior futbolísticamente, aunque al menos tiene hambre y sed de triunfos.

Por su seguidilla de cinco títulos conquistados últimamente, se viralizó una frase: “Los brasileños juegan a otro deporte”. Falso: juegan a este mismo, y bastante feo, por cierto. También se dijo que “les va mal en selecciones y bien en clubes”. Lo primero es cierto, lo segundo es relativo: se debe al cada vez más declinante nivel del resto. Peñarol ha demostrado que solamente con actitud se les puede competir mano a mano. En esta Copa ha derrotado a Atlético Mineiro y a Flamengo teniendo un presupuesto veinte veces inferior. Y menos plantel.

Vaya por delante que River, aún sin mostrar nada, va invicto en la Copa, con 8 victorias y 2 empates, ha marcado 17 goles y recibido apenas 5. O sea, presenta una ficha impecable. Si lapidamos a River, qué queda para aquellos que fueron eliminados hace cuatro o cinco meses, en fase de grupos o antes incluso. No obstante, uno tiene la espartana pretensión de ver algo más de brillo, ver algo. A River se le exige el doble por ser una camiseta gloriosa. No es River solo, no es la Libertadores, es el fútbol mundial: no estamos viendo nada.

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En estos cuartos de final de la Copa se marcaron 9 goles en 8 partidos, a un promedio de 1,1 gol por partido. Y no sólo no hay goles, no hay situaciones de gol, no hay jugadas que generen exclamaciones o que levanten al público de su asiento. Todos sentaditos, quietitos… Se vuelven locos en la transmisión de la TV para encontrar la figura, para dar la jugada del partido. No hay. “¡Y ahora, los mejores momentos del primer tiempo…!” Y repiten un centro que pasó de largo. Horrible lo que está pasando con el juego. Todo muy aburrido, sin ingenio, sin atrevimiento. Se cayó la estantería de golpe.

No obstante, River recaudó más de 4 millones de dólares de taquilla al vender, como siempre, los 84.567 boletos puestos a la venta. Otro paradigma de fútbol rico, fútbol pobre. Peñarol también copó su estadio. Estamos asistiendo a un fútbol de hinchadas, no de equipos. De hinchadas y de resultados. “¿Cómo salió Botafogo…? ¿Pasó por penales…?” Bien, con eso alcanza, haber visto o no el partido da igual.

¿Cuál es la causa de tanto tedio futbolero…? Posiblemente la presión. El 100% de los técnicos exige presión, presión, presión. Porque sabe que sin hostigar al rival no se puede ni entrar a la cancha. El resultado es que se anulan mutuamente con la misma fórmula. La prédica viene acompañada de “no perdamos la pelota”, lo cual genera que se hagan centenares de pases hacia atrás y poquísimos para adelante. Nadie arriesga porque quien pierde la bola lo puede pagar hasta con el puesto. También está el tópico de “defenderse con el balón”, o sea la posesión para no ser atacado. ¡Guay del que se equivoque…! Entonces vemos montañas de toques laterales. Y aparte están los memes y las redes sociales para ridiculizar a quien cometa un error. Esto deriva en un exceso de cuidado. Cuando Ricardo Bochini era técnico, comenzaba como su sustituto con la camisa número 10 Daniel Garnero. Le dijo: “De cada cinco veces que encares en el área, en cuatro te la sacan, la perdés, se te va larga… pero en la quinta pasás y es gol”. Le estaba diciendo: arriesgá. Para eso es el 10. Para defender están en los demás. Es como cuando el periodismo le exigía a Messi el estúpido liderazgo de ir a pelear los premios con los dirigentes. Para eso están los troncos, él que lidere en el campo. Para eso es el 10. ¿Habrá algún entrenador que pida que arriesguen…?

Otro mal que aqueja al fútbol anida en inferiores. Los profesores se desgañitan gritando, desde afuera: “¡A un toque, a un toque, a un toque…!” El resultado es que el chico no intenta nada con la pelota, ni la para, toca de primera. Esto cercena su libre albedrío, su inspiración, su gambeta. Si el muchacho intenta eludir un rival y la pierde, bueno, bueno… a ducharse.

Pero estamos ante un escenario curioso: pobreza de espectáculo, riqueza de negocio. Un futbolista que apenas destaque es un nuevo rico. Endrick lleva 26 goles entre Palmeiras, Real Madrid y Selección. Entre contrato y patrocinios ya gana más que el presidente de cualquier banco o empresa de Brasil. Esto provoca que cada vez se necesiten más y más recursos para pagarle a protagonistas que dan menos. Partidos insulsos con entradas carísimas, como se vio en la Copa América de Estados Unidos. La Federación Peruana acaba de anunciar los valores de las boletas para su juego de local ante Uruguay por la Eliminatoria. Van de 27 dólares la más barata a 216 la más cara, en un país donde el sueldo mínimo es de 277 dólares. Precios de Globetrotters para ver al colista de la clasificatoria, que no ganó ningún partido en ocho disputados. En sus últimos 11 cotejos oficiales, entre Eliminatoria y Copa América, Perú anotó 2 goles. Esto exime de cualquier comentario adicional.

La FIFA está en un problema serio con su último invento: el Mundial de Clubes de 32 equipos, un monstruo de siete cabezas. Demandará un mes y 63 partidos en momentos en que los clubes y los futbolistas piden que ya no organicen nada más. ¡Basta de partidos…!, gritan. Pero la voracidad de Infantino es indetenible. La Gazzetta dello Sport informó el jueves que FIFA enfrenta un drama: el martes último expiró el plazo para presentar ofertas por los derechos de televisación, pero nadie apareció. Ningún potencial comprador. El costo del torneo es de 2.000 millones de dólares, por ello Infantino esperaba vender la TV en 4.000 y ganar 2.000 para la FIFA. No hay interesados en este engendro en el que ni los clubes desean participar. Apple, que hizo un negoción con el arribo de Messi a Miami multiplicando varias veces su facturación, se avino a dialogar, dicen, sobre la base de 1.000 millones como dueño único del torneo. No hubo acuerdo, no le sirve a la FIFA. Pero es el único que mostró cierto interés y apenas faltan nueve meses. Infantino llamó a las televisoras del mundo a reunirse para tratar de convencer.

Carlo Ancelotti, un hábil declarante, dijo la semana pasada: “El jugador no tiene problemas en bajar salarios si se juega menos”. Una falacia, él mismo lo sabe, fue futbolista. El jugador no resigna un centavo, cobra hasta el saludo. Y sus estrafalarios contratos no bajarán, seguirán subiendo. Por lo que habrá que continuar inventando torneos y vendiendo derechos y entradas a precios ridículos. Para ver este fútbol dietético.

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‘Los más fuertes’

No hubo sobrevivientes. Se la dio en llamar “La tragedia de Viloco”, porque así se llamaba esa zona, a unos 100 kilómetros de La Paz

Traslado de cuerpos tras el accidente de Viloco

Por Jorge Barraza

/ 26 de septiembre de 2024 / 12:45

The Strongest en inglés significa «los más fuertes». Sin embargo, en aquella tarde  del viernes 26 de septiembre de 1969 se sintieron los más débiles, los más impotentes. Los motores del avión Boeing DC 6 del Lloyd Aéreo Boliviano tosían como tuberculosos; el fuselaje temblaba y hacía temblar a sus 74 ocupantes.

Strongest volvía a casa después de disputar un cuadrangular amistoso con motivo de las festividades de Santa Cruz y halló en la sorda y muda inmensidad cordillerana la derrota más dolorosa de su larga existencia. Entre los hierros retorcidos y asientos calcinados quedó deshecho el equipo entero del Tigre paceño. Un minero que dio la pista para encontrar los restos de máquina y de hombres, relató haber visto el avión a baja altura, haciendo zig-zag para esquivar los cerros, con los motores humeando. Lo vio meterse en la garganta de un nido montañoso y desaparecer. Inmediatamente después oyó el estrépito del metal contra la roca. Según el mismo testimonio, el piloto de la nave (capitán T. Scott), habría querido dar un “panzazo” para amortiguar la caída. No lo logró. El aparato fue a dar contra una cañadera llamada La Cancha. Ironías…

Hace 55 años, en una de esas tragedias aéreas que conmueven y movilizan tal vez más que otras por estar de por medio la pasión que despierta un club de fútbol, se agigantó la leyenda del The Strongest, cuyos colores oro y negro resultaron entonces tan premonitorios: oro del brillo y la grandeza, negro del luto y de la muerte.

No hubo sobrevivientes. Se la dio en llamar “La tragedia de Viloco”, porque así se llamaba esa zona, a unos 100 kilómetros de La Paz, que fue la tumba de todo un equipo de fútbol.

Miguel Velarde Tapia, periodista de raza, era en 1969 editor de Deportes del paceño diario Hoy. Mostró reflejos, Miguel. Apenas se supo que el avión estaba en emergencia dispuso que dos enviados, periodista y fotógrafo, acudieran de inmediato al lugar del siniestro. Pero faltaba el lugar…

-Ese viernes Bolivia desayunó con un noticia impactante: hubo un golpe de Estado. El general Alfredo Ovando Candia derrocó al presidente civil Luis Alfredo Siles Salinas, quien había sustituido a René Barrientos, muerto al caer el helicóptero en que viajaba, mientras ejercía la primera magistratura. Pero la noticia del avión de The Strongest tapó todo, convirtió al golpe militar casi en una anécdota-, cuenta Velarde.

Fiel a su costumbre, Miguel Velarde había ordenado al corresponsal que cubriera las alternativas del partido por el tercer puesto en Santa Cruz, aún cuando careciera de toda trascendencia. Y que llevara un fotógrafo. Este tomó la última foto del equipo, la cual ganó la posteridad.

-De los clubes profesionales The Strongest era el más antiguo, de 1908, y el más popular. Por eso la pérdida del equipo golpeó muy hondo, no sólo a los stronguistas, al fútbol en general y a la sociedad toda. Hay que pensar que Bolivia es un país chico, todo el mundo conocía a los jugadores y las noticias no se diluyen como sucede en la enormidad de naciones como Brasil o Argentina-, agrega Velarde.

Viloco en la memoria

Fue el quinto accidente de aviación que envolvió a una escuadra futbolística. El primero, en 1949, tuvo como víctima al célebre Torino italiano, que había ganado cuatro scudettos consecutivos y estaba a cuatro fechas de conquistar el quinto. A punto de aterrizar, el piloto calculó mal debido a las malas condiciones climáticas, bajó demasiado, embistió primero el campanario de la Basílica de Superga, y se estrelló luego contra una colina del monte homónimo. Murieron todos. Es considerado el mejor equipo italiano del siglo 20. La Nazionale Azzurra era, prácticamente, todo el conjunto granate, diez jugadores componían la selección, que para el Mundial del año siguiente en Brasil debió armar un conjunto casi de emergencia. Ante un estadio colmado, que en lugar de celebrar, lloraba, los juveniles torineses jugaron los partidos que restaban y conquistaron el quinto campeonato. Pero esa tragedia sumió al Toro en la intrascendencia. En los siguientes 67 años apenas sumó un título, el de 1976. El capitán y estrella de aquel Grande Torino era Valentino Mazzola, que dejó huérfanos dos niños pequeños, Sandro y Ferruccio, ambos fueron futbolistas más tarde. La sugestión sembrada por el accidente del Torino hizo que Italia fuera la única selección que llegó al Mundial de Brasil en barco. Viajó de Nápoles a Santos en el buque Sises.

En 1958 fue el Manchester United, hoy en la cima de su popularidad. Volvía de jugar en Belgrado y, tras una escala técnica en Munich, la aeronave no pudo levantar vuelo y se precipitó sobre una autopista. Ocho futbolistas y varios periodistas perecieron. Entre los pocos sobrevivientes se contaban el famoso entrenador Matt Busby y un juvenil ciertamente con estrella: Bobby Charlton. Bobby quedó tirado en la pista mientras la aeronave se incendiaba, pero solo estaba desmayado. “Había aguanieve sobre la pista, el avión intentó despegar tres veces y no lo consiguió. Al final dijeron que podíamos salir, pero el intento falló, la pista quedó corta, el avión siguió de largo y se estrelló”, explicó después quien llevaría a Inglaterra al título Mundial de 1966. Cincuenta y ocho años después, Charlton luce impecable.

Ocho jugadores de la Selección de Dinamarca murieron en 1960 en un accidente de avión ocurrido al despegar en el aeropuerto de Kastrup, en Copenhague.

En 1961, se desplomó un avión de LAN que transportaba nueve futbolistas del Green Cross chileno, quienes regresaban de un partido en Osorno. Entre ellos estaba el querido Eliseo Mouriño, ex gran capitán de Boca Juniors y la Selección Argentina. Eliseo, conocido como el Caballero de las Canchas, había llegado a Santiago tres días antes para incorporarse a su nuevo equipo. No estaba en forma física y por ello no integraría el equipo, pero lo convencieron de viajar igual “aunque sea para ver a sus compañeros”. Luego vendrían las catástrofes de Alianza Lima (1987) y la Selección de Zambia (1993). Las dos tuvieron igual destino: el fondo del mar. Y por último, en 2016, esta reciente fatalidad del avión que transportaba al Chapecoense de Brasil para jugar la final de la Copa Sudamericana ante Atlético Nacional. Una cadena de errores humanos provocó la desgracia: 71 muertos, 22 futbolistas, 18 miembros del cuerpo técnico, 7 dirigentes y 20 periodistas que acompañaban al modesto equipo hacia su gloria perdieron la vida, en lo que constituye la mayor siniestro sufrido por un club de fútbol en toda la historia. Dos tripulantes, cuatro jugadores y un periodista fueron rescatados con vida al pie del cerro contra el que chocó el aparato, a 17 kilómetros del aeropuerto de destino. De ellos, el arquero Danilo, héroe del Chapecoense en su ruta hasta la final, falleció apenas ingresó a un hospital. Los otros tres futbolistas quedaron muy maltrechos, con heridas y fracturas, y al guardameta suplente Follmann debieron amputarle una pierna. El avión iba con el combustible justo para llegar, le pidieron desde la torre de control que aguardara un momento porque primero aterrizaría otra nave que estaba en emergencia, se quedó sin gasolina y se vino abajo…

Destino fue el de Óscar Guzmán, un simple hincha stronguista que jamás se perdía un partido de su equipo del alma. Su fidelidad lo llevó también a aquel insípido amistoso en Santa Cruz. Guzmán, dueño de una joyería en el centro de La Paz, no tenía cupo para regresar ese viernes y le pidió, le imploró, le rogó, le suplicó al general Alberto Alarcón, presidente de la delegación aurinegra, que le diera su lugar.

-Por favor, don Alberto… no puedo faltar mañana a mi trabajo… cámbiemelo… usted viaja en otro vuelo…

Tanto insistió que le cedió su puesto. Alarcón fue un inesperado sobreviviente.

Destino el del joven mediocampista chuquisaqueño Óscar Flores, que ese mismo viernes 26 por la mañana fue al correo y le envió un cablegrama a su padre, en Cochabamba, para recordarle que al día siguiente se casaría en La Paz con Mirtha Huarín. Decía el aviso: “Enlace matrimonial con Mirtha día 27 de septiembre. Te espero La Paz sábado en la mañana. Óscar”. La boda tendría lugar en la iglesia de La Merced el sábado en la noche. Don Pablo Flores viajó en bus por la noche. Al bajar en La Paz se enteró de que su hijo no había llegado pues el avión en que viajaba The Strongest estaba desaparecido. Una enorme congoja invadía la ciudad.

-Personas que ni se conocían caminaban por las calles llorando abrazadas. La mayoría se dirigía a las oficinas de LAB para saber alguna noticia del avión. Era una angustia generalizada. Hasta hoy la tragedia de The Strongest es la mayor conmoción que haya experimentado Bolivia como nación en toda su historia-, memora el periodista Velarde.

Óscar Flores, de 24 años, dejó viuda antes de tiempo a su novia Mirtha, de 19. El volante stronguista era un avanzado alumno de ingeniería en la Universidad Mayor de San Andrés. Su padre, haciendo vigilia en la puerta de las oficinas del Lloyd Aéreo, lloraba desconsoladamente.

-Muchas veces le pedí que abandonara el fútbol y que con sacrificio se dedicara a estudiar-, confiaba don Pablo. -No quiso. Prefirió costear sus estudios con el dinero que le daba el fútbol pues entendía que yo ya había hecho demasiado. Era un modelo de muchacho.

A su lado, la infortunada Mirtha sufría una crisis nerviosa:

-Todo parece un sueño-, balbuceaba.

Destino el de Armando Angelacio, el guardameta paraguayo. Ese mismo viernes 26 nació su hijita en La Paz. Nunca se conocieron.

Fatalidad la de Antonio Arenas, empresario futbolístico paraguayo y al mismo tiempo directivo de Cerro Porteño, organizador del cuadrangular. Había llevado a Cerro a jugar a Santa Cruz, ganaron la final (2-0 a Oriente) y fueron campeones, cosechó en lo económico… Estaba satisfecho. Mientras la delegación azulgrana se volvía a Asunción, Arenas se iba a La Paz a arreglar los contratos de otros jugadores guaraníes. También cayó en La Cancha. Sus restos fueron repatriados a Paraguay . Llegaron el 1º de octubre, aniversario de Cerro Porteño, y fueron velados en la sala de trofeos del club.

The Strongest había viajado el lunes 22 a Santa Cruz a disputar un cuadrangular que también animaron Cerro Porteño de Paraguay, Oriente Petrolero y un combinado compuesto por elementos de Blooming, Destroyers y Guabirá. El equipo andaba mal. Tanto que los diarios calificaron de “desastrosa” su actuación. Perdió los dos partidos. El segundo, ante el combinado por 4 a 0. La mala estrella en el campo se convirtió en tragedia al día siguiente, en el retorno a La Paz. Los veinte miembros de la delegación eran José Ayllón (delegado), Eustaquio Ortuño (entrenador), Felipe Aguilar (masajista) y los futbolistas Armando Angelacio, Orlando Cáceres (arqueros y paraguayos ambos), Juan Iriondo, Jorge Tapia, Ernesto Villegas, Fernando Durán, Germán Alcázar, Diógenes Torrico, Óscar Flores, Óscar Guzmán, todos bolivianos, y siete argentinos: Hernán Andretta, Miguel Ángel Porta, Héctor Marchetti, Julio Alberto Díaz, Osvaldo Franco, Raúl Oscar Farfán y Eduardo Arrigó.

El vuelo de Strongest despegó del viejo aeropuerto El Trompillo, de Santa Cruz de la Sierra, a las 14:10 de aquel infausto 26. Debía arribar a La Paz a las 16. Nunca lo hizo. A las 15:15, mientras sobrevolaba Cochabamba, mantuvo el último contacto con los controladores aéreos. A partir de allí su radio quedó muda y los operadores sospecharon que algo no estaba bien. Comenzaron a pasar las horas y ya se pensaba lo peor, pero al no tener certidumbres se lo declaró en emergencia, lo que informaron los diarios del sábado 27. Se dijo que el avión podía haber aterrizado en Arica, en las inmediaciones de Cochabamba, incluso que había sido desviado a Cuzco, mas nadie lo había visto. Con esos rumores se fue el viernes y con ellos llegaron los matutinos del 27. Ese sábado la carátula cambió: el avión estaba desaparecido. Los presentimientos eran los peores. Más de diez comisiones con casi 600 hombres salieron hacia las montañas a la búsqueda de la máquina. La Fuerza Aérea Boliviana y todas las empresas que disponían de aviones, como Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, Transportes Aéreos Militares, Gulf Oil, el Club Adino, la Cruz Roja, la USAF estadounidense y otras se unieron en la búsqueda. Se centraron en una zona cercana a la mina “Argentina”, en las cercanías del Monte Blanco, pues el empresario minero Ramiro Sarmiento dijo haber escuchado en ese sector ruido de motores de un avión en claras dificultades.

El temido hallazgo se produjo el domingo 28. Un cuadro espeluznante. En un área de 500 a 1.000 metros estaban esparcidos, despedazados, asientos, maletas, ropas, restos humanos, hierros, hélices… Ciento cincuenta mineros de la localidad de Viloco fueron enviados en calidad de rescatistas de las víctimas. Terrible tarea… Narraban que había pequeños pedazos de los infortunados viajeros, no cuerpos. Por eso, en algunos féretros ponían piedras para aparentar que había un difunto adentro.

A esa altura ya se presumía el desenlace, pero la confirmación de lo peor sumió al país en una tristeza rayana en la desolación. No hubo indiferentes. Con los años, las portadas de los periódicos del lunes 29 se convirtieron en piezas de colección. “CONSTERNACIÓN UNÁNIME, NO PODÍA SER, NO DEBÍA SER”, tituló El Diario. Hoy, el único matutino a color, dio también toda su tapa al suceso: “NO HAY SOBREVIVIENTES EN EL ACCIDENTE DE AVICIÓN”, rezaba una placa, arriba. En el medio: “EL GLORIOSO PENDÓN ATIGRADO DE DUELO”. Más abajo: “LA TRAGEDIA ALCANZA A THE STRONGEST CON UN RIGOR INCREÍBLE”.

-La caída del avión en Viloco generó el mayor suceso de la historia del periodismo boliviano. Se alcanzaron tirajes nunca vistos-, afirma Miguel Velarde. -Hoy tiraba entre 15.000 y 20.000 ejemplares por día, pero con la cobertura del accidente pasó los 300.000. La gente también se mantenía pegada a las radios, pero el diario agrega la imagen. Hay que pensar que la televisión casi no existía, el diario era todo. Con el ejemplar del lunes 29, donde se confirmaba la muerte de los jugadores, la rotativa estuvo dos días imprimiendo. Salió la edición del día siguiente, pero igual se seguía imprimiendo el anterior, porque la gente lo pedía y lo pedía, sobre todo en el resto del país. En esa edición pusimos la foto de los 17 jugadores fallecidos. Además, Mario Cucho Vargas, que era el director, tuvo un acierto grande: todavía no había fotos del avión accidentado, pero publicó en portada una gran foto de archivo de una rueda con el tren de aterrizaje destrozado. Eran de un DC 6 de un accidente anterior. Eso daba la idea de la tragedia. Fue impactante. Igual, no se trató de engañar a los lectores sino de ilustrar la noticia. En el pie de foto no se puso que fuera del avión de Strongest. Cuando ya se supo él lugar del siniestro, enviamos periodistas y fotógrafos.

Los funerales fueron multitudinarios. Todas las gentes de luto, como lo atestiguan las fotos. Decenas de miles de personas escoltaron la marcha a pie, primero desde la sede de The Strongest a la Catedral Metropolitana, donde fueron velados, y luego hasta el cementerio paceño.

-Hasta ahora hay hinchas del Tigre que van al cementerio de La Paz a rezar a los pocos nichos que hay de esos jugadores que murieron, y ya pasaron 47 años. El técnico Ortuño, Torrico, Flores están en nichos a perpetuidad, y allí va la gente cada 26 de septiembre-, dice Rafael Sempértegui, redactor del diario La Razón.

Entre quienes lloraban a los Mártires de Viloco estaban tres compañeros que lograron gambetear a la muerte: Marco Antonio Velasco, un muchacho cruceño que estaba enyesado; el zaguero paraguayo Luis Gini, que tampoco viajó por un problema muscular, y el capitán y figura del equipo, Ronaldo Vargas. El Perro Vargas había pedido no ir, tenía mucho trabajo y se quedó.

-Era otra época, no vivíamos sólo del fútbol, yo siempre trabajé-, dice el caudillo hoy, a los 77 años. –Fíjese que The Strongest le compró mi pase al Bolívar en 1962 por 27 millones de bolivianos, que fue durante mucho tiempo el pase récord en Bolivia; sin embargo yo no recibí ni un centavo. Aún no existían las reglamentaciones actuales. Nosotros teníamos una empresa familiar, mi padre era despachante de aduana. Eso me daba facilidad de acomodar los tiempos para entrenar.

-¿Cómo es que siendo usted una figura, el Bolívar lo transfirió al Strongest…? Es raro, como si un crack de Boca pasara a River…

-Mi padre era muy stronguista y me había hecho socio desde chico. Una vez la dirigencia de Bolívar se había atrasado con los premios y yo, como broma, dije: “A ver si aparece la plata, que tengo que ir a pagar la cuota en Strongest”. Eso cayó mal y decidieron venderme. Pero dije por decir.

-¿Por qué pidió no ir con el equipo a Santa Cruz?

-Mi padre murió en el ’67 y yo tuve que asumir la responsabilidad de la agencia de aduana. Jamás me había perdido un partido, pero para septiembre estábamos con temporada alta en la oficina. A mí me habían expulsado el domingo anterior y como me iban a dar una o dos fechas de suspensión, le pedí al técnico no viajar, así podía probar en mi puesto a otro muchacho, que jugaría en las fechas siguientes. Aprovechando esa circunstancia, me quedé trabajando, sino me perdía toda una semana. Nunca daba permiso Strongest, esa vez me lo dieron.

-¿Cómo se enteró del accidente?

-Estaba en la oficina y sentía que sonaba el teléfono con insistencia. Atendí; era una tía mía. Le pregunté qué pasaba y me dijo que había escuchado por radio, a eso de las cinco de la tarde, que el avión que traía a The Strongest había sido declarado perdido. Sentí una gran angustia y salí de inmediato con mi esposa hacia las oficinas de LAB. Llegamos y ya había allí mucha gente desesperada. Nos dijeron que el avión no había pasado el Illimani (nevado próximo a La Paz) y se pensaba lo peor. No daban probabilidades de vida. Los familiares lloraban.

Rolando habla aplomado y sigue firme en su oficina, rodeado de cuadros y recuerdos de su paso por el fútbol. Aquel viernes negro, sin embargo, tembló.

-Pasan los años y lo recuerdo como si fuera ayer. Sentí una depresión tremenda. Al día siguiente aún no se sabía qué había sucedido. Le agradecí a Dios y me abracé a mi familia, a mi mujer y a mis tres hijos, que entonces eran pequeños. Ya una semana antes habíamos pasado un susto grande al retornar de Sucre. El avión tuvo problemas con el tren de aterrizaje y padecimos mucho. Tanto que un muchacho paraguayo que recién se había incorporado se asustó mucho y dijo: “Si así van a ser los viajes mejor me voy”. Abrió el bolso donde había guardado el dinero que le habían dado de adelanto y lo devolvió. Se fue.

Desde las primeras horas en que se declaró al avión en emergencia, Vargas fue de los tantos que acudían a cada momento al local de LAB para recibir noticias del vuelo trágico.

-Aquello causó una conmoción muy grande en todo el país. En el velatorio, los jugadores de otros clubes lloraban como niños frente a los cajones. Para mí fue un golpe terrible. Todos mis compañeros muertos de un día para el otro. Me afectó profundamente y tuve que recibir ayuda médica. Durante un tiempo, cuando jugábamos en Cochabamba, por ejemplo, yo iba en auto, no en avión. No me podía subir a un avión. Me llevó tiempo, pero logré salir adelante.

Rolando cuenta que, al no poder seguir compitiendo, The Strongest fue liberado de participar hasta el año siguiente, para darle tiempo a rearmarse.

-Hubo tanta solidaridad, tanta ayuda, sobre todo de Boca Juniors, que nos mandó dos grandes jugadores: Bastida y Romero, que anduvieron muy bien. También llegaron otros excelentes valores y se armó prácticamente una selección. Ganamos el campeonato de 1970 y volvimos a la Libertadores. Y enseguida sumamos el título en el ’71.

También llegaron el notable arquero paraguayo Luis Galarza, el cochabambino Mario Pariente, otro argentino que fue figura incluso en la selección verde, el Tanque Juan Américo Díaz.

Lucho Galarza no había cumplido 20 años, firmó para Strongest recomendado por su hermano Arturo, arquero del clásico rival, Bolívar. Se quedaría con el arco atigrado por 18 años. Fue el primer futbolista contratado para rearmar el equipo. Al principio vivió una extraña circunstancia.

-Llegué a La Paz el 6 de noviembre de 1969. Al día siguiente comencé a entrenar. Era muy raro, éramos tres jugadores nomás en las prácticas, Luis Gini y Rolando Vargas, que se habían salvado del accidente por no viajar, y yo, y el técnico Freddy Valda.

Aquel infausto viaje a la eternidad le proporcionó a The Strongest una aureola mítica. Su popularidad incluso aumentó por esa sensibilidad natural hacia lo trágico. El equipo, renovado, arrasó en los años siguientes. Y el club no sólo se recompuso, creció. El envión de entusiasmo alcanzó incluso para concretar el sueño de un gran complejo deportivo, que no tenía. Así nació Achumani, orgullo gualdinegro que hoy lleva el nombre de su inspirador y factótum, don Rafael Mendoza.

La fatalidad motivó entonces grandes gestos solidarios. En esos momentos de dolor y desesperanza, tomó el timón stronguista Don Rafael Mendoza, exquisita persona a quien tuvimos la fortuna de conocer. Figura cumbre del club, presidente honorario, logró reconstruir desde las cenizas la pasión oro y negro y levantó el complejo deportivo de Achumani, orgullo atigrado. Don Rafo, al que muchos describían en Bolivia como «el único millonario bueno», nos contó un par de anécdotas deliciosas. Las muestras de pesar y los ofrecimientos de ayuda eran incontables. Uno de los más conmovidos fue Alberto J. Armando, excepcional presidente de Boca Juniors durante 25 años.

-Tanto llamó Armando, tanto se ofreció que fui a verlo a Buenos Aires -recordaba Don Rafo-. Le comenté que nuestra principal preocupación era armar un equipo nuevo. Me pidió que fuera a La Candela, el centro de entrenamiento de Boca, y me dijo textualmente: “Allí hay una selección con los 20 mejores juveniles del club. De esos, elija los tres que más le gusten; de los otros, lleve todos los que quiera”. Fue un gesto extraordinario.

Mendoza se sirvió cuatro. Y eligió bien. Dos de ellos, Luis Fernando Bastida y Víctor Hugo Romero Romerito, llegaron a ser ídolos del Tigre. Endiablado puntero el primero, cerebral volante ofensivo el segundo. Bastida llegó incluso a jugar en la Selección Boliviana. Por ello, se decidió que el nuevo Strongest jugara su primer partido en La Bombonera, contra Boca. Un avión de la Fuerza Aérea Argentina los fue a buscar a La Paz y los regresó. Y la taquilla, de 11.000 dólares, fue íntegra a las arcas del club en desgracia. También Botafogo y River Plate prestaron colaboración, el primero jugando en la capital boliviana.

En momentos tan crueles y amargos, se registran ciertos actos de desprendimiento que enaltecen la condición humana, lo sabe bien la gente de Alianza Lima, otro club que experimentó el infortunio de perder un equipo entero cuando el Fokker que los regresaba de un juego se hundió en el mar. Contaba Don Rafo Mendoza:

-Debido a las terribles circunstancias, los miembros de la comisión directiva nos habíamos constituido en sesión permanente. Pasábamos casi todo el tiempo en el club; sólo nos íbamos para comer y dormir. Recibíamos llamadas de todas partes del mundo solidarizándose y ofreciendo ayuda. En esos días de tanta amargura llegó a la sede una carta desde Europa que nos conmovió tanto que nos hizo llorar de emoción a todos los directivos. La leíamos y llorábamos. Era de un ciudadano boliviano que oficiaba de cocinero en un barco griego o alemán, no recuerdo. Stronguista de corazón, acompañaba el sentimiento en esos momentos de luto y dolor, y adjuntaba un cheque por 150 dólares con una escueta misiva: “No es una suma importante- decía-, equivale a mi sueldo de un mes, pero espero que sirva como un granito de arena para recuperar al querido The Strongest”.

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Ramiro Blacut: Tirando paredes con Müller y Beckenbauer

Debutó en Primera a los 15 años, tomó parte de una inolvidable gira por Europa a los 17, emigró al fútbol argentino a los 18, ganó la Copa América a los 19, llegó al Bayern Munich a los 20…

Por Jorge Barraza

/ 25 de agosto de 2024 / 05:56

Ha sido un predestinado. Vaya que sí. Debutó en Primera División a los 15 años, se forjó jugando en dupla con Víctor Agustín Ugarte, el Maestro; a los 18 años llegó al fútbol argentino; ascendió con el Bayern Munich compartiendo equipo con Maier, Müller y Beckenbauer; recorrió el mundo, entrenó varias veces a la Selección Boliviana y a una docena de clubes. Participó en cantidad de Eliminatorias, copas América, Libertadores y fue la figura del único Campeonato Sudamericano (así se decía antes) ganado por Bolivia, en 1963.

A 50 años de aquella gesta del balompié boliviano, lo recordamos con el puntero derecho del equipo, considerado una de las figuras del torneo: Ramiro Blacut, futbolista, entrenador, ingeniero civil, figura consular del fútbol de su país.

– Se inició nada menos que como ladero de Víctor Agustín Ugarte.

– Sí, yo en la reserva y en la 4a. del Bolívar jugaba de ‘10’, pero llegaba mucho, antes el ‘10’ era un segundo punta. Sin embargo, se lesionó Hugo Flores, el puntero derecho, y el técnico me preguntó si quería jugar ahí. Y yo con 15 años le dije que sí, imagínese el atrevimiento, la emoción… Jugué de puntero con la ayuda del interior derecho, que era Víctor Ugarte, un maestro. Ese año y medio, casi dos que jugué con él fue una escuela muy grande para mí. Desde ahí no volví a dejar el puesto y quedé como titular. Eso fue en 1959.

– ¿Es Ugarte el más grande futbolista boliviano de la historia?

– Considero que sí, porque era un malabarista con la pelota y además era completo, manejaba los dos pies, era un ‘8’ de ida y vuelta con gran manejo, que organizaba, creaba juego, hacía goles y además marcaba. Lástima que actuó en una época medio amateur, hoy estaría en Europa. Fue un ídolo sensacional en Bolivia. Todos los domingos, después de cada partido, lo llevaban en hombros más o menos unas 20 cuadras desde el estadio hasta la Plaza Murillo, a una cuadra del Palacio de Gobierno. La gente lo invitaba a comer, a sus casas…

– ¿Cómo sigue la saga de su vida? porque eso ha sido.

– En 1961 viví una hermosa experiencia: Always Ready, otro club de La Paz, hizo una extensa gira por Europa, de gran nivel, y me llevaron como refuerzo. Fuimos muchos jóvenes porque los grandes jugadores que había en Bolivia -y eran muchos- no podían viajar; es que la gira no pagaba y los más grandes tenían que llevar dinero a sus casas. Jugamos en 11 países, Inglaterra, Escocia, Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Dinamarca, Rumania, Grecia, España, Bulgaria… Fueron 27 partidos, casi todos contra grandes equipos, recuerdo con el Anderlecht de Bélgica, que empatamos 3 a 3. Con 17 años, yo era el menor de la delegación.

– ¡Un recuerdo imborrable!

– Claro, fue sensacional. Y como aprendizaje, buenísimo porque enfrentábamos a grandes equipos. Jugábamos domingos y miércoles y después viajábamos en bus, tren, avión, en lo que sea. No entrenamos nunca porque no había tiempo. Duró 4 meses, y estábamos por llegar a Rusia, pero nos volvimos, ya estábamos cansados y aparte no había más dinero.

– Contaba que la gira fue un poco la preparación de la Selección para la Copa América del ’63.

– Claro. Del Wilstermann llevaron a Máximo Alcócer, Renán López, Zabalaga, estaba Eduardo Espinoza del Always Ready, yo del Bolívar, todos esos fuimos campeones luego en 1963.

Argentina y después… el Bayern

Como buen paceño, habla como la gente del altiplano, de las sierras, arrastrando las “eses”, pronunciando con suma claridad y parsimonia.

– Volví de la gira y jugué medio año en Bolívar. A 18 años actué en Ferro Carril Oeste, de Argentina. Eso fue en 1962. Fui a jugar y estudiar. Y me recibí de bachiller. Allí tuve de compañeros a Garabal, Marrapodi, Etchevest, Ribaudo, que después fue campeón de América con Estudiantes… Y a Wilfredo Camacho, que fue conmigo.

– Pero ya llegaba la Copa América, a comienzos de 1963…

– Exacto, volví a La Paz y ya se estaba preparando la Selección. Yo me incorporo por Navidad o Año Nuevo… Cumplí 19 años en enero y la Copa en marzo. ¡La jugué con 19 años! Era el jugador más joven de la competencia.

– Pasemos por un momento la Copa, ¿de ahí se fue a jugar a Alemania?

– No, me fui a estudiar. Terminada la Copa, seguí unos meses más en el Bolívar mientras esperaba la documentación de Estados Unidos, para ir a hacer la universidad allá. Y me decía “fui campeón de América y voy a dejar el fútbol”, porque allá estaba el ‘soccer’, pero no era un fútbol de primera clase.

El Blacut capitán. Intercambiando banderines con Roberto Perfumo antes del Argentina 1 - Bolivia 0 por la Eliminatoria de 1970.
El Blacut capitán. Intercambiando banderines con Roberto Perfumo antes del Argentina 1 – Bolivia 0 por la Eliminatoria de 1970.

– ¿Qué iba a estudiar?

– Ingeniería, soy ingeniero civil.

– ¿Y entonces?

– En eso llega un amigo de Alemania que había estado un año allá y me dice que nos vayamos a Alemania, que él me iba a ayudar pues conocía mucho el país. Lo consulté con mis papás y me fui. Estando allá surgió la posibilidad de probarme en un club. Fui al Kalsruher y me aprobaron, pero estaba cerrado el libro de pases y tenía que esperar como ocho meses que se abriera. En el interín, gente de Múnich cercana al Bayern se enteró que yo jugaba y me ofrecieron una prueba. Fui y quedé. El Bayern estaba en Segunda División, en la Liga del Sur. El fútbol alemán estaba dividido en cuatro grandes regiones. Había como 40 equipos en cada liga, durísimo.

– Era justo la época en que empezaba Beckenbauer…

– Exacto. Por reglamento se podían incorporar 3 jugadores de cualquier nivel o país. Y otros 3 de las divisiones inferiores. De afuera vino un puntero izquierdo, Schwan, también un centrodelantero y yo como puntero derecho. El ‘9’ era un muchacho de 19 años que venía de un pueblito cerca de Múnich, Gerd Müller. Un goleador excepcional. Y de los jugadores de inferiores había uno que nos decían iba a ser un gran jugador: ¡¡¡Franz Beckenbauer!!! En dos años ya estaba en la Selección. Fue con 20 años al Mundial de Inglaterra. También estaba Sepp Maier, que en ese momento era el arquero suplente.

A esta altura, el cronista es un privilegiado escucha, pero Blacut prosigue el relato con naturalidad.

– Lamentablemente en la pretemporada me lesioné, rotura parcial de ligamentos. Y estuve cinco meses inactivo. Pero alcancé a jugar algunos partidos y a anotar algunos goles. En el primer año en el Bayern fuimos campeones y ascendimos a la Bundesliga.

– ¡Qué suerte tuvo! ¡Cayó en el lugar justo en el momento justo!

– Todas las cosas fueron así en mi vida, llena de oportunidades. Jugué con Ugarte, luego la Copa América del ’63, la gira previa, en la cual, si hubieran ido todos los mejores jugadores de Bolivia, yo no estaba todavía en ese nivel.

– ¿Cómo era el fútbol alemán entonces?

– Era semiprofesional. Los jugadores tenían que trabajar en algo extrafútbol. No daba para vivir. Si un jugador tenía familia, no podía mantenerla sólo con el fútbol, por ello cada uno tenía un trabajo aparte. Todos teníamos que hacer algo, trabajar o estudiar. Sepp Maier, que tenía un gran físico, era herrero, manipulaba fierros. Trabajaba de 7 de la mañana a 3 de la tarde. Entrenábamos a las 5 de la tarde porque todos venían de trabajar, pero Maier llegaba a las 4 y entrenaba solo, como un atleta, hasta las 8 de la noche. Beckenbauer tenía un empleo en una compañía de seguros, estaba más descansadito. Müller repartía muebles con una furgoneta. Así era.

– Y diez años después, ¡campeones del mundo!

– Claro. Y yo me volví. Fue uno de los errores más grandes que cometí. Esa oportunidad en Alemania no la consideré como un jugador profesional, no pensé en dedicarme sólo al fútbol. Me dije, me voy a mi tierra, voy a trabajar en mi profesión. Jugaré al fútbol como jugaba siempre, un poco como entretenimiento. Eso también me enseñó que se puede tranquilamente jugar fútbol y estudiar.

Con la casaca del Bolívar.
Con la casaca del Bolívar.

Archiva el ingeniero, nace el técnico

Ya parecía estar más cerca de la ingeniería que de los campos de juego, pero el fútbol pudo más.

– En el ’67 regresé de Alemania y otra vez fiché en Bolívar. Salimos tres veces campeones: ’67, ’69 y ’70. Me había propuesto dejar el fútbol a los 30 años; no quería que me pasara lo que a mi maestro Ugarte. El jugó como hasta los 40 y lógicamente ya estaba en declinación. Se había ido al Mariscal Santa Cruz. Entonces los mismos hinchas del Bolívar que antes lo idolatraban, se burlaban de él. “¿Por qué no te retiras?”, le decían. Eso me dolió mucho, no quería que me pasara a mí. Y una fractura en 1971 me alejó prematuramente. Pensé que era el final, aunque me repuse y volví en Melgar, de Perú, y luego en The Strongest. En marzo del ’74, a los 30 años, dije adiós.

– Se fue del fútbol…

– Sí, me dije yo me voy a casita, a trabajar en construcciones, como ingeniero… Y así fue por dos años. Pero no aguanté, porque el fútbol atrapa y no podía estar sin él, es como un vicio. Y me dediqué a ser entrenador. Ahí me metí, pero me metí de verdad y me preparé bien. Primero fueron el alemán Rudi Gutendorf y el lituano Edward Virba a dar un curso rápido de 15 días cada curso, uno en La Paz y otro en Cochabamba y participé. Yo era ayudante de cada uno de ellos. Y luego me fui de nuevo a Alemania a estudiar dirección técnica en Colonia. Toda mi formación profesional la hice en Alemania; hablo bastante bien el idioma.

– ¿Volvió al Bayern…?

– Claro… Diez años después volví de visita al Bayern Munich y todo había cambiado. En 1964 el club no tenía nada, alquilaba dos canchas en un campo del ejército alemán-americano, una base. Los camarines eran casillas móviles de madera y se trabajaba en espacios chicos. Cuando volví ya el Bayern había ganado todo, Liga, Copa de Europa… Habían comprado todo el terreno. Construyeron un gran edificio con camarines bárbaros. Y todavía quedaban Beckenbauer, Müller y Maier y otros jugadores también. Durante varios días fui a ver los entrenamientos.

Dirigió cuatro veces al Bolívar, cuatro a The Strongest, cuatro a Blooming, tres a la Selección Boliviana, en Ecuador estuvo en el Aucas, el Cuenca y Nacional. Era lo que había aprendido en Alemania, exigente, disciplinado, recto.

Ramiro Blacut.

Era impensable que Bolivia ganara aquella Copa”

 – ¿Cuéntenos de aquella hazaña de Bolivia en 1963?

– Para la Navidad de 1962, como le conté, volví a Bolivia y la Selección ya se estaba preparando en Cochabamba hacía unos tres meses. El entrenador era un brasileño, Danilo Alvim, que estaba viendo gente, conociendo el medio. Yo llegué, nos dieron permiso por Navidad y al día siguiente, a la concentración. Me pusieron en la habitación del hotel con Víctor Ugarte, quien ha sido mi compañero más próximo, un muchacho excepcional, humilde. Él ya tenía 37 años, yo 19. Me ayudó mucho.

– ¿O sea que Bolivia la tomó muy seriamente, para ganarla?

– Muy seriamente porque éramos anfitriones, pero nadie imaginó que podía ganarla. Eso era impensable, la cosa fue creciendo ya en el mismo torneo. Había buenos jugadores. Tuvimos mucha competencia, amistosos contra Paraguay, Copa Libertadores, Eliminatorias, bastante jugamos. Los primeros estuvieron cinco meses concentrados. Nosotros tres meses. Digo nosotros porque con Camacho veníamos de Ferro, él era el capitán de la Selección. Estaban todos los dirigentes que componían la Federación, tanto del fútbol nacional como el provincial, hubo una unidad muy fuerte, todo el mundo se concientizó que por primera vez en la historia Bolivia organizaba un campeonato. Fue un gran desafío. Se probaron como 500 jugadores para llegar a un plantel de 20.

– Y arrancó el torneo.

– Pero yo no pude arrancar. Habíamos jugado dos amistosos en Chile y Paraguay, en tres días los dos partidos. Perdimos los dos. En ese interín a mí me viene una cuestión completamente inesperada. Después del primer partido tenía yo como una bolsita negra en el talón y me estaba molestando, Jugué todo el partido, pero al día siguiente me seguía molestando. Y el terapeuta me dijo que iba a cortar esa bolsita negra. Resultó ser una picadura de mosquito; se me volvió negra y entonces con el corte me vino una infección muy fea. Volvimos a Cochabamba y yo ni fui a la concentración sino directo a la clínica porque tenía una infección bárbara. Allí estuve tres días y la Selección se trasladó a La Paz. Yo vine con la selección a La Paz, pero directo a la clínica, permanecí unos siete días ahí. Comenzamos el primer partido contra Ecuador y no jugué porque tenía la herida abierta, aunque ya sin infección. Debía jugar a partir del segundo partido. Con Ecuador en la inauguración del campeonato perdíamos 2-0, empatamos a dos y nos metieron otros dos. Otra vez abajo, 4 a 2 y logramos empatar a cuatro. Ahí, la gente que estaba desanimada por aquellas derrotas en los amistosos, se entusiasmó, creció una enorme euforia. Jugábamos un partido en La Paz, luego en Cochabamba y así, íbamos y volvíamos.

– ¿El siguiente partido?

– Con Colombia. Todavía no jugué pero ya estaba en el banco. Ganamos 3 a 0. El tercer partido, frente a Perú en La Paz. Ahí juego. Perú tenía un gran equipo. Le ganamos en La Paz 3-2 y ya Bolivia era otra cosa. Hubo un cambio de posición también. El técnico puso cuatro defensas, tres volantes, Camacho el ‘5’, Ugarte el ‘8’ y Ausberto García el ‘10’. Y delante estábamos yo, Alcócer y Fortunato Castillo, que era pequeño, del Chaco paraguayo.

– ¿Alcócer era un gran jugador?

– Alcócer era muy fuerte, siempre jugaba en el área, un goleador. Muy técnico y también muy fuerte. El ‘8’ y el ’10’ eran muy ofensivos y armadores los dos.

Dirigiendo al Deportivo Cuenca, de Ecuador. Fue técnico durante 27 años en cantidades de equipos. Condujo a Bolívar, Strongest, Blooming, Oriente y tres veces a la Selección Boliviana.
Dirigiendo al Deportivo Cuenca, de Ecuador. Fue técnico durante 27 años en cantidades de equipos. Condujo a Bolívar, Strongest, Blooming, Oriente y tres veces a la Selección Boliviana.

“Pensábamos que podíamos ser subcampeones”

– ¿Cuáles fueron las estrellas de ese equipo?

– Indudablemente, Camacho, porque tenía una fortaleza enorme. Y era un hombre muy ofensivo. El jugaba de volante central, pero iba al ataque. Con él nace el “fútbol Camachista”.

– ¿A qué se refiere?

– Al hombre de garra, de buen fútbol, un ganador, líder. Ugarte todavía tenía su clase. Ausberto García, quien fue el segundo maestro del fútbol boliviano, muy técnico y goleador. Y teníamos dos punteros muy rápidos y goleadores también. El partido siguiente fue contra Paraguay en Cochabamba y ganamos 2-1. Y la euforia de la gente ya era total, tenía la sensación de que Bolivia podía. Que se podía alcanzar un segundo puesto…

– Una figuración buena.

– Sí. Llegamos al partido en La Paz contra Argentina y si ellos nos ganaban tenían opción de ser los campeones. Estábamos ganando 1-0 y nos atacan. Ganando 2-1 y nos atacan… En el segundo tiempo íbamos 2-2 faltando 15 minutos hay un penal a favor de Bolivia. Yo amago sacar un centro con la derecha y lo hago con la izquierda, Carlos Griguol, que me marcaba, con el brazo toca el balón. Penal. Lo patea Max Ramírez y el arquero, el Gato Andrada, se tira a su izquierda y el balón estaba entrando por la derecha, pero con el pie la rechaza por encima del travesaño. No fue gol, tiro de esquina. Los jugadores argentinos estaban abrazando a Andrada y entonces Fortunato Castillo, a quien le decían El Zorro, porque es vivísimo, ejecuta rápido el córner, saca el centro y Camacho, que justo estaba consolando al que había fallado el penal, ve la pelota en el aire, cabecea y gol. Perfectamente válido. Y triunfo de Bolivia, 3 a 2.

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– Imagino la euforia.

– La gente estaba muy entusiasmada, salía a bailar y a festejar a las calles. Antes de cada partido era una fiesta. Después, esperar el triunfo era otra fiesta. Ahí se empezó a popularizar el tema “Viva mi patria Bolivia”.

– Les quedaba un último partido.

– Con Brasil en Cochabamba.  Empatamos el primer tiempo 2 a 2. En el segundo convertimos dos más y luego fracturan a Alcócer dentro del área. Penal; lo patea Ugarte, que era un experto en remates. Hace gol y ganábamos 5 a 2. Pero faltaban como 20 minutos para que termine el partido y Brasil nos comenzó a atacar y logró dos goles más. Faltaban como tres minutos para que termine el partido y el campeonato, estábamos un poco nerviosos e ilusionados, pero logramos aguantar el 5 a 4.

– ¿Lo definiría como un gran equipo aquel de Bolivia?

– Sin duda. Era una selección muy fuerte, bien preparada físicamente. Con un espíritu enormemente luchador y con técnica depurada. Teníamos tres jugadores argentinos nacionalizados: Roberto Caínzo, lateral derecho de mucha experiencia y muy técnico; Eulogio Vargas en la banda izquierda, de gran entereza y fortaleza; y Eduardo Espinoza, zaguero fino, de clase. Entre los bolivianos también estaba Max Ramírez, un gran central, hábil, muy fuerte. Formamos un equipo en gran forma, con enorme optimismo. Y el apoyo de la gente fue fundamental.

– ¿Cómo fueron las expresiones de júbilo popular después del torneo?

– Después del partido con Brasil, que fue en Cochabamba, el viaje era por avión a La Paz. La pista estaba inundada por miles de personas. Había por lo menos cinco mil personas. La gente se metía directamente desde los campos vecinos, sin entrar por el edificio del aeropuerto. El avión no podía bajar. Cuando fuimos a aterrizar, el piloto tuvo que levantar vuelo otra vez porque podía haber una desgracia. Tuvieron que despejar la pista… La llegada fue muy emocionante, querían los zapatos, las medias los pantalones, todo, quedamos casi desnudos, la gente nos abrazaba. Ya tras ganar la semifinal a Argentina había sido así.

Fue el 31 de marzo de 1963. La fecha en que un país entero experimentó el húmedo y fuerte abrazo con la gloria.

– Se paralizó el país…

– Los festejos duraron mucho tiempo, fueron 15 días de fiestas y agasajos, bailes en las calles. Yo me escapé a Cochabamba, porque ya era demasiado…

Al final del camino redondearía quince temporadas como futbolista y veintisiete como entrenador. Una aventura para escribir deliciosas memorias. Estar en el lugar justo en el momento justo. Ese lema podría resumir la existencia de Ramiro Blacut, patriarca del fútbol boliviano.

Texto: Jorge Barraza

Fotos: Revista Conmebol y diario El Universo

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‘Viva mi patria, Bolivia…’

En 1963, el conjunto verde se coronó campeón de la Copa América y la cueca pasó a ser un himno nacional.

La hazaña boliviana en la Copa América 1963 IMAGENES: Libro '50 años de La epopeya'

/ 16 de junio de 2024 / 11:09

Apolinar Camacho compuso en 1939 la música y la primera estrofa de A Bolivia, deliciosa cueca grabada por el sello Odeón, de Buenos Aires, en 1946. El poeta y tenor salvadoreño Ricardo Cabrera le colaboró con el segundo y tercer párrafo. Como esas cosas desairadas por la suerte, enfilaba hacia el olvido. En la Copa América de 1963 alguien la desempolvó y empezó a pasarla en el estadio antes de los partidos de la Selección Boliviana, en La Paz y en Cochabamba. El equipo encadenó su marcha triunfal y la cueca, como impulsada por las placas tectónicas de la tierra, arrasó. Sacudió los corazones, extrajo lo más profundo de la bolivianidad. Sonaba ya en las radios y en los negocios de las calles comerciales, incluso se la oía resonar desde el fondo de las casas con su pegadizo estribillo. Una vez terminado el campeonato y consagrado por primera vez campeón de América el conjunto verde, el músculo de lo popular la rebautizó como Viva mi patria, Bolivia. Y la fuerza huracanada del fútbol la convirtió en un segundo himno nacional.

Fue la banda sonora que acompañó una gesta con repercusión inigualable. Ninguna de las otras 47 coronaciones del torneo generó tal fenómeno de entusiasmo y orgullo nacional. La Copa América era un acontecimiento en los pueblos donde se jugaba, aunque quizá en ningún caso como en este de Bolivia 1963, cuando la Verde se coronó tras vencer a Argentina y Brasil. Ese título en una nación futbolísticamente modesta alcanzó ribetes epopéyicos y tuvo tintes reivindicatorios. Toda Bolivia se lanzó a las calles, en pueblos y ciudades, en un frenesí que duró días.

“Esa conquista fue el suceso del siglo en Bolivia. El país estaba conmocionado y paralizado por la emoción”, evoca Miguel Velarde Tapia, periodista de los grandes, jefe de medios. El día siguiente a la coronación no fue decretado oficialmente feriado, pero nadie trabajó, la gente se lo decretó sola y siguió de festejo corrido. Fue una mezcla de feriado cívico con alegría de Carnaval.

“Las celebraciones duraron mucho tiempo, fueron 15 días de fiestas, agasajos, bailes en las calles”, contó Ramiro Blacut.

Como en los cuentos de hadas, antes del final feliz hubo un comienzo inquietante. 27 ediciones del Sudamericano se habían disputado ya, aunque nunca le había tocado albergarlo al país que sacó de su vientre el oro, la plata y el bronce que se llevaron durante el virreinato para enriquecer a España. Bolivia se preparó como nunca, quería abrirle sus brazos a todo el continente, mostrarle su rostro más bonito. Hasta canceló su temporada de fútbol de 1962 para abocarse a los preparativos. Se remodeló a nuevo el estadio Hernando Siles, de La Paz, y se mejoró ostensiblemente el Félix Capriles, de Cochabamba. Sin embargo, las asociaciones sudamericanas fueron remisas hasta el último momento. No querían enviar a sus equipos. Con tantos aprestos, la Copa estuvo a punto de naufragar. Bolivia había preparado la mesa, horneado hasta los pastelitos y nadie le iba…

El titular de la Federación Boliviana, el ingeniero Roberto Prada, asistió al Mundial de Chile a entrevistarse con dirigentes locales, de Argentina, Brasil, Colombia y Uruguay, con gente de la Confederación. Fue al Congreso de la Conmebol en Asunción, emprendió una larga gira país por país. Eran todos noes. La prensa boliviana hasta lo tomó para el churrete: “los viajes de Prada”, decía con sorna. Chile no acudió por motivos extrafutbolísticos (hasta hoy supuran las heridas de la Guerra del Pacífico), Uruguay alegó el tema de la altitud. Es que, por primera vez en la Copa América se jugaría en los 3.640 metros sobre el nivel del mar en que reposa la colonial y hermosa Nuestra Señora de La Paz.

La “mala fama” de La Paz comenzó en 1960, cuando Peñarol vino a jugar por la Libertadores. En Montevideo había vencido a Wilstermann 7 a 1 sin apretar el acelerador. Pero en La Paz apenas pudo igualar 1 a 1. Al año siguiente la Celeste debía enfrentar a la Verde por la Eliminatoria para el Mundial ‘62. Era a partido de ida y vuelta y el ganador iba a Chile. Uruguay lo consideró de cuidado y envió con antelación a dos médicos para que analizaran la influencia de la altura, los doctores Masliah y Protto. Volvieron con un dictamen contundente: “Es imposible jugar allí”. Aduciendo que no era conveniente jugar en tal altitud, se negó a viajar a la Copa América. Allí nació el debate sobre si se debía o no jugar al pie del Illimani.

La emoción casi provoca una tragedia. Una multitud invadió la pista del aeropuerto de El Alto a la llegada del avión que traía a los campeones desde Cochabamba.
La gente no aguantó y se lanzó a frenar el aparato.

En los demás países comenzó a circular el chiste de que los aviones no aterrizaban en La Paz, estacionaban. “Tanto se habló de este tema que nos cambiaron el nombre de la ciudad, antes era La Paz, ahora es La Altura de La Paz”, ironiza con su chispa Guido Loayza. “Casi hubo que suplicarles a todos que vinieran”, evocaba Cucho Vargas, el narrador número uno de Bolivia de todos los tiempos. Importaba especialmente que asistieran Argentina y Brasil, por lo que representan, por el imán para el público. Dos novias indecisas. A último momento comprometieron su palabra: “Vamos”. Y vinieron. Brasil, sobre todo, era esperado porque venía de clasificarse apenas unos meses antes bicampeón del mundo. Pero, para desencanto general, no trajo ni a Pelé ni a Garrincha, ni a los ninguno de los consagrados en Chile ‘62. Asistió con un remiendo: la selección mineira que en enero de ese 1963 se coronó campeona brasileña, con refuerzos juveniles de Río, San Pablo y Río Grande do Sul. Sí fue comandada por el técnico principal, Aymoré Moreira. Y Argentina no concurrió con el equipo del Mundial de Chile; Boca y River le dieron la espalda. No obstante, conformó una fuerza respetable. Hacha Brava Navarro, hercúleo zaguero de Independiente, fue el capitán. Era de esos que dejan la sangre en la cancha, la suya y la de los contrarios. El otro central fue Rafael Albrecht, notable jugador de Estudiantes y posteriormente de San Lorenzo. También actuaron el Gato Andrada, César Luis Menotti, Raúl Savoy, Mario Rodríguez, Carlos Timoteo Griguol, el Mono Zárate, punterazo de River y de Banfield, el Loco Lallana y Oscar Martín, férreo lateral derecho que en 1966 sería capitán del Racing campeón de la Libertadores. Grandes jugadores, aún cuando la mayoría hacía sus primeras armas en el campo internacional.

Total que, de no ir nadie, al final se juntaron siete selecciones. Bien. Sin embargo, las pálidas continuaban. En noviembre de 1962 había llegado a Bolivia el nuevo seleccionador nacional, Danilo Alvim, quien fuera el centromedio de Brasil la tarde infausta del Maracanazo en 1950. Por todos sindicado como un hombre reservado, sencillo y criterioso.

“Alvim sabía escuchar a los jugadores y, en una de las tantas charlas hablando de lo que era mejor para el equipo, lo convencimos de llamar a Max Ramírez, un gran jugador. Faltaban sólo cinco días para el partido inicial y lo llamó. Y fue titular”, relata Wilfredo Camacho, la estrella del campeón, un mediocampista con carácter y gol.

Chile no fue invitado por las rispideces históricas y por un conflicto entre ambos países por el uso del río Lauca.

Pero Danilo no arrancó mal, arrancó peor. En sus dos primeros partidos, ambos frente a Paraguay por la Copa Paz del Chaco, perdió 3 a 0 y 5 a 1, los dos en Asunción. Dos palizas que preocuparon hondamente, porque además estaba avanzado febrero. Faltaban apenas tres semanas para el debut, no se podía organizar la Copa y hacer un papelón. ¿Y entonces, qué…? “Afuera Danilo”, rebuznó cierto periodismo, tan afecto a ello. No consideraron que los futbolistas locales carecían de ritmo de juego, pues el campeonato local se suspendió por un año a causa de la preparación del torneo continental. Y el uno de la Federación, Roberto Prada, pareció darle la razón a la prensa.

“Habían decidido echar a Danilo, pero Cucho Vargas y Lorenzo Carri, los dos periodistas más influyentes del país, lo hicieron desistir”, interviene de nuevo Miguel Velarde. Reunidos con Prada, lo convencieron de que ya era demasiado tarde, sería peor el remedio que la enfermedad.

—¿Tanto era el predicamento de Cucho Vargas? —preguntamos.

—Era el número uno total. Para darte una idea: tanta publicidad tenía Cucho que, para no chocarse con sus transmisiones tuvieron que armar dos cadenas, una pasaba, por ejemplo, la publicidad de Coca Cola y otra la de Pepsi.

Y, aunque atado con alambres, Danilo siguió.

El gol más festejado en la historia de Bolivia: el de Camacho a Argentina que rubricó el 3 a 2 y dejó a la Verde a las puertas del título.

—Es absolutamente cierto— recordaba Vargas a los 91 años, con asombrosa lucidez— los dirigentes habían decidido sacarlo, pero con Lorenzo lo fuimos a ver y lo convencimos de que debía seguir, ya estaba encima el Sudamericano. Y pudimos salvarlo. No sólo eso, nos reunimos con Danilo Alvim y le hicimos ver que Ausberto García debía estar en el equipo. Él tenía un problema en la “azotea” (N. del A.: mental). En un partido por la Eliminatoria frente a Argentina, en 1957, Amadeo Carrizo le pasó la pelota por sobre la cabeza dos tres o veces, lo ridiculizó y Ausberto quedó como traumatizado, achicado, pero era un jugador fantástico, de mucha calidad, dominaba la pelota como los grandes cracks, jugaba con cabeza levantada… Danilo confiaba ciegamente en nosotros y lo convocó. Y García fue una de las grandes figuras del torneo, con goles espectaculares y actuaciones inolvidables.

Por fin, el domingo 10 de marzo el presidente de la República, Víctor Paz Estenssoro, izó la bandera en el Hernando Siles y dio por comenzado el torneo. Era el tiempo, aún, en que los presidentes podían dar un discurso y dejar inaugurada una Copa América o un Mundial. Hoy, cualquiera que baje al campo o se pare en su butaca recibiría la chifladura de su vida. Es el desprecio al poder, a la autoridad, que tan legítimamente se lo ha ganado.

Había más: se temió que no hubiera rival. Ecuador llegó con la lengua afuera el sábado a la tarde, unas 20 horas antes del cotejo inaugural. La preparación ecuatoriana fue lamentable. En medio de una desorganización total, hicieron un partido amistoso y cayeron frente a River, que lo aplastó por 8 a 1 en Guayaquil. Radios y periódicos pusieron el grito en el cielo: “¡Que no vayan…!” Comenzaron a presionar para que su selección no se presentara en la Copa América. Y lo deben haber pensado seriamente porque decidieron viajar recién a último momento. Tanto que casi no llegan a tiempo. Había temor de protagonizar un bochorno monumental. El desorden era completo. Los futbolistas se sentían abandonados. Faltaban apenas nueve días para el estreno en la Copa. Los técnicos, el argentino Mariano Larraz y el ecuatoriano Fausto Montalván, tuvieron el tino de no inventar nada (algo que fascina a los entrenadores). Conformaron el equipo básicamente con futbolistas de dos clubes: Emelec y Barcelona. La defensa barcelonista y el ataque emelecista. Y a otra cosa. Nada raro. Como diría el Puma Goity, “dos wines bien abiertos y un nueve que la meta adentro…”

El arribo de Ecuador al aeropuerto de El Alto les devolvió el alma a los organizadores. La no presentación del seleccionado tricolor hubiese supuesto una mancha de grasa en el impecable traje de lino que estrenaba Bolivia. Se tenía la certeza de vencer a Ecuador, pero se pretendía hacerlo en la cancha, no en un escritorio.

“Cuando armaron el calendario pusieron a Ecuador en el primer partido pensando que lo goleaban”, aporta Miguelito Velarde.

Y llegó la hora de la verdad, cuando empieza a rodar la pelota. Todo lo demás es esto: fútbol hablado, palabrerío que no sirve más que para un libro, un diario o una radio. O peor, para la televisión, el mayor recipiente de palabras de la humanidad.

A los 27 minutos ganaba Bolivia cómodamente 2 a 0 y el público, satisfecho, comía empanadas y se convidaba caramelos, los entrañables Sugus. Los tres jefes de barra, ubicado uno en cada tribuna, dirigían un clásico canto de aliento: una tribuna coreaba “BO, BO, BO”, otra el “LI, LI, LI” y una tercera el “VIA, VIA, VIA”. Luego, todas juntas tronaban con el “VI-VA-BO-LI-VIA”. Pero en 20 minutos electrizantes (de los 30 a los 50), Ecuador, sordo a los gritos, dio un vuelco sensacional, inesperado: hizo cuatro goles y pasó a ganar 4 a 2. Goles del Maestrito Raymondi, el Pibe Bolaños y dos de Carlos Raffo, los tres, jugadores de Emelec. Raffo, que terminó siendo el goleador de la Copa, era argentino, aunque nunca hemos visto cosa más ecuatoriana que el Flaco Raffo.

Un frío polar atravesó los pechos bolivianos, los congeló. ¡Perder por goleada ante Ecuador…! ¡Y en el debut! Los dirigentes, sentados junto al Presidente de la Nación, parecían estar masticando ladrillos. Se derrumbaba toda la ilusión. Sin embargo, sin brillar, pero machacando, Bolivia consiguió finalmente un decoroso empate 4 a 4. Que no conformó a la cátedra, sobre todo por las precarias condiciones en que llegó Ecuador, pero salvó los muebles y sofocó el incendio. Incluso la entereza para sobreponerse a lo que parecía una derrota segura templó el ánimo de los futbolistas nacionales y enderezó el timón. Enseguida tocó Colombia y también comenzó perdiendo, pero lo dio vuelta rápido y ganó 2 a 1. Lo demás fue un dulce camino a la gloria, tapizado de alegría: 2-0 a Paraguay, su verdugo reciente en la Copa Paz del Chaco, 3-2 a Perú, 3-2 a Argentina y 5-4 a Brasil en el cierre. Espectacular, soñado. Campeón invicto, con cinco triunfos consecutivos y 19 goles. Recién en 1997 Bolivia volvería a conseguir cinco triunfos al hilo. Ni en el sueño más disparatado podía concebirse semejante actuación. Y el Viva mi patria, Bolivia atronando los cielos del altiplano y de los llanos orientales. Aunque fuera por una vez, un país unido como por encanto, sin sombra de pecado.

Quizás ninguna de esas victorias, ni siquiera la última, se celebró tanto como la alcanzada frente a Argentina, rival ante el cual, en Sudamérica, los éxitos se festejan doble. Bolivia lideraba las posiciones con 7 puntos y Argentina sumaba 6; después de eso quedaba un último encuentro para cada uno. Paraguay, con 6, también apretaba. El ganador se perfilaría hacia el título. Esa tarde cochabambina tuvo una carga de dramatismo que, al liberarse, desató una emoción ciclónica. Ganaba Bolivia 1-0, empató Mario Rodríguez, volvió a subir a la Verde en el marcador Ramiro Blacut y otra vez Mario Rodríguez igualó. El primer tiempo se fue 2 a 2. El segundo se jugó bajo una gran tensión. Bolivia presionaba y se topaba con Edgardo Andrada. El milagrero arquero rosarino tenía tardes, muchas, en que paraba el viento. Fue el arquero al que Pelé le marcó su gol número 1.000. Cuando ya parecía que terminaba en tablas, Blacut mandó un centro que pegó en el brazo de Griguol y el árbitro peruano Arturo Yamasaki sancionó penal. ¡Penal para Bolivia faltando dos minutos! La gente estaba a punto de explotar de la algarabía. Encargado, Max Ramírez, el gran caudillo de The Strongest; una responsabilidad y una presión tremendas. Ramírez pateó fuerte y al ras a la derecha de Andrada, el Gato se arrojó a su izquierda, pero estiró su pie, con la punta del botín alcanzó a tocar la bola y logró echarla al córner. Una angustia de muerte se apoderó del Hernando Siles. En esa felina acción, Andrada no sólo les había quitado el triunfo, posiblemente con ella les arrebataba el campeonato, la fiesta, todo. Era un guion demasiado cruel.

“Si el público boliviano se sumió en un silencio distinto a todos los silencios ante la proeza de Andrada, segundos después iba a lanzar el rugido más atronador que se haya escuchado jamás en el viejo coloso miraflorino ante el golazo de Camacho”. Las palabras del colega Pachi Ascarrunz pintan la excitación de aquel instante. Si perdía aquel partido, Argentina quedaba fuera de la lucha por la corona, de modo que todo el equipo argentino entendió que Andrada los había salvado más que de una derrota. Los 10 compañeros rodearon al arquero centralista felicitándolo efusivamente. Eran un racimo de euforia. Pero apenas 13 segundos después de la tapada sucedería un episodio cinematográfico. Lo revive Ramiro Blacut:

“Los jugadores argentinos estaban todos abrazando a Andrada, entonces nuestro compañero Fortunato Castillo, a quien le decían El Zorro, porque es vivísimo, ejecutó rápido el córner, sacó un centro al área y Camacho, que justo estaba consolando a Ramírez por fallar el penal, sin nadie que lo marcara, vio la pelota en el aire, cabeceó y gol. Perfectamente válido. Y triunfo de Bolivia 3 a 2”.

La mentada viveza rioplatense cambió de vereda esa vez. Algunos jugadores argentinos ensayaron una tibia protesta, pero no había nada que reclamar, se durmieron; Yamasaki no hizo lugar e instantes después terminó el juego.

“Quedé como petrificado tras la tapada de Andrada y solté el micrófono —retoma Cucho Vargas— Siguió relatando Lorenzo Carri. Pero inmediatamente vino el gol de Camacho y no lo grité, sólo pegué un alarido interminable y, de la emoción, di un golpe tremendo contra la caseta de transmisión y me lastimé los nudillos. Aunque aún faltaba ganar un partido, ese de Camacho fue el gol del campeonato, el más gritado en la historia de Bolivia. Pasamos de la desolación a la euforia en unos segundos”.

Quedaba un último escollo: Brasil. Lo derrotó con cierto apremio, aunque marcando cinco goles: 5 a 4. Ahí sí, se desató la locura en todos los rincones del país. En ese torneo se afianzó la camiseta verde para la selección campeona, que tuvo una base inamovible: Arturo López en el arco, Roberto Caínzo, Eduardo Espinoza, Max Ramírez y Eulogio Vargas en la línea de fondo; Máximo Alcócer, Wilfredo Camacho y el ídolo máximo, Víctor Agustín Ugarte, en la media; Ramiro Blacut, Ausberto García y Fortunato Castillo en ataque. Alternaron Jesús Herbas en defensa, Renán López y Abdul Aramayo adelante. Caínzo, Espinoza y Vargas eran argentinos nacionalizados. Camacho, Alcócer y Fortunato Castillo fueron los goleadores, cuatro cada uno. Camacho, un hombre corpulento y de fuerte personalidad, era el capitán y resultó el héroe de la conquista. Por él se instaló en el país un nuevo estilo de juego, basado en la garra, el empuje y la verticalidad: “el fútbol camachista”. Camacho resumiría luego el momento cumbre del fútbol boliviano:

Cucho Vargas en vestuarios reporteando a Max Ramírez, el gran capitán stronguista que prácticamente fue "puesto" en el equipo campeón por sus compañeros.

Los jugadores con la Copa en Palacio, recibidos por el presidente Víctor Paz Estenssoro, quien siguió los partidos en el estadio.

“La conquista del ‘63 fue en base a una buena camada de jugadores con esencia goleadora, como Víctor Ugarte, Ausberto García, el que habla, modestia aparte, Máximo Alcócer, Ramiro Blacut y Abdul Aramayo, gente a la que le gustaba la función de hacer goles. La habilidad de los hombres era lo importante, pero el talento estuvo al servicio del equipo. No hay mejor jugador que el conjunto… La base principal fue la camaradería que existió, éramos un solo corazón, eso nos llevó al éxito. Antes no contábamos con los recursos que hay ahora. No teníamos los gimnasios que existen actualmente para complementar nuestro entrenamiento. Nos ayudó mucho correr todos los días doce kilómetros desde la concentración a Quillacollo. Hubo mucha entrega y trabajo en la parte física. Corríamos los 90 minutos y por todo el campo de juego”.

La jornada final se disputó en Cochabamba porque los equipos visitantes se oponían a disputar un encuentro con opción de título en “el Techo de América”, como se conocía a La Paz.

“Vea —vuelve Cucho Vargas— Las alegrías que da el fútbol a un país no se pueden comparar con nada. El fútbol es único; por hacer un periodismo comprometido sufrí cuatro atentados contra mi vida, pero el fútbol nunca me abandonó, sólo me dio satisfacciones. Al término del partido frente a Brasil en el que Bolivia se consagró campeón, teníamos que volver de Cochabamba a La Paz. Debíamos salir para el aeropuerto, pero dijimos no, no vaya a ser cosa que… Pasó que unos días antes de ese partido cayó un avión del Lloyd Aéreo cerca de La Paz matando a un montón de gente (N. del A.: fue en medio del campeonato, murieron los 39 ocupantes). Teníamos cierta aprensión. Devolvimos los pasajes y nos fuimos por tierra con Remberto Echavarría, extraordinario comentarista. Teníamos preparado un taxi a la salida del estadio. Por cada pueblo que pasábamos la gente nos reconocía por el auto, que tenía un letrero en el parabrisas con la consigna del programa: ‘La verdad desde la cancha’. Nos hacían parar y bajar. Nosotros intentábamos excusarnos: ‘Tenemos que volver urgente a La Paz…’ Nada, no había cómo esquivarlo, a bajarse… Era la felicidad total, nos llevaban en andas… Y meta trago, meta baile, meta comida… Era un viaje de seis o siete horas, pero tardamos 24… Y llegamos descompuestos de tanto tomar aquí y allá. El júbilo era inenarrable, y duró varios días”.

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Ramiro Blacut sí viajó por aire y cuenta la increíble llegada del avión a La Paz transportando a los campeones.

“Estábamos ansiosos por llegar, el avión ya estaba por tocar tierra cuando de pronto sentimos que levantaba vuelo de nuevo. ¿Qué había pasado? Miles de personas eufóricas habían invadido la pista y se abalanzaron por donde debía carretear el aparato. La policía no pudo controlar a la gente, que se metía por los campos vecinos. Para evitar una tragedia, el piloto lo subió de nuevo, hasta que pudieron despejar la pista. ¡Al bajar fue todo tan emocionante…! La gente quería los zapatos, los pantalones, las medias, todo… Nos abrazaba. Ya al vencer a Argentina había sido así”.

De fondo, en cada pedacito de su geografía, retumbaba esa maravilla:

“Viva mi patria Bolivia,

una gran nación,

por ella doy mi vida,

taaaambién mi corazón…”

Fue el suceso más feliz de su historia como nación. La Selección Boliviana sí acudió a Uruguay en la Copa siguiente, en 1967. Fue a defender el título y quedó última sin siquiera marcar un gol. Un desencanto, claro, pero no alcanzó a empañar, en absoluto, la gesta del ’63. Esa tuvo el sabor de las cosas que se alojan en el alma, reposaba ya en un cofre de oro. La gloria es un bien abstracto e indestructible, nunca muere.

Texto: Jorge Barraza

Fotos: Libro ’50 años de la Epopeya’

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Dos con sesenta

El periodista argentino Jorge Barraza escribe este homenaje al minibús paceño

/ 28 de abril de 2024 / 06:29

“Obrajes, Prado, Pérez… Obrajes, Prado, Pérez…”, la cumbia de Radio Cutipa se te hace pegadiza. Y los carteles, familiares. Yo espero Achumani Complejo. Dos con sesenta y me deja enfrente de casa. Más que el teleférico, más que el respeto de los bolivianos, más que la marraqueta, adoro esa institución nacional llamada “minibús”. Es una maravilla paceña. Vas a la cancha, te tomás el que dice Miraflores, vas al centro, a la Plaza Murillo. Son ágiles, prácticos, simples. Te paran donde estés y te dejan donde vas. No existe nada más sencillo. Ni en Suiza.

La Paz es la única capital del mundo sin transporte público. Es privado, particular. Depende todo del minibús. Pero funciona. Sin tren, sin metro, sin tranvía ni líneas de colectivos (las mínimas que hay no se cuentan como tales). El PumaKatari mitiga en parte esas carencias, aunque sin la agilidad de las combis, tiene recorrido y paradas fijas. Si no estás en la parada, sigue de largo. Y la cantidad… En la 21 de Calacoto, frente a la iglesia de San Miguel, da el semáforo en rojo y paran 20, 25 minibuses juntos. Y atrás viene otro cardumen. Y en la calle anterior, igual. Es un servicio nacido de la espontaneidad, una hermosa informalidad, que ni en el primer mundo. Ya quisieran.

“Cómprate un Quantum”, me sugieren. “Es muy lindo y lo estacionas donde quieres”. ¿Para qué…? Mi Quantum es el minibús. Dos con sesenta, me lleva a todos lados, es veloz, comete todas las infracciones de tránsito tolerables, mete la trompa y se adelanta a los autos particulares… Me encanta. Y, mientras, voy con el celular, leyendo noticias o enviando whatsapps.

Están las incomodidades, claro. Voy a Sopocachi y me toca uno de esos asientitos plegables que obligan a levantarte a cada rato, bajarte, abrir la puerta, dejar pasar, volver a subir, cerrar la puerta… Tengo al lado una señora que lleva el perro al psiquiatra y enfrente un muchacho que no para de hablar por teléfono. Quiero silencio. Después de la lluvia quedaron baches en todas las calles y cada vez que agarra uno, salto del asiento. Pero es lo que hay. Y aún a los saltos sigo amando al minibús.

“La Montes, La Ceja, El Alto…”, sigue Radio Cutipa, con el amigo René Hamel en la flauta. “Toma el que dice 20 de Octubre”, me recomiendan. Voy al consulado argentino a ver a Walter Giménez, un santiagueño que jugaba en Municipal y era una puerta vaivén: te pegaba de ida y de vuelta. Me bajo en Aspiazu, media cuadra y estoy en el consulado. Contento. Me tocó un asiento adelante y pasé todo el viaje relojeando al chofer del minibús, un talento de aquellos. Manejaba con pericia de Fórmula Uno, todo bajo control, el tránsito, los pasajeros, el cambio. Pasaba los semáforos después del amarillo, pero bien, con clase. Tenía puesto audífonos y era una máquina de hablar por teléfono. Una llamada, otra… Habló con la mujer, casi en susurros, porque los bolivianos hablan suavecito, pero se escuchan. Era casi un bisbiseo. Hice mis indiscretos esfuerzos por captar algo, sin éxito. Al final musitó un “te quiero” o algo así. Luego hizo todo un trámite telefónicamente mientras conducía, cobraba, paraba para subir a alguien, y entre todo eso, le había quedado un asiento libre y tocaba la bocinita para atraer nuevos clientes. Y todo tranquilo, sin mover un pelo. Verdaderamente, un crack. En Londres o en Barcelona no lo entenderían. Como esos mozos argentinos o uruguayos que atienden una mesa de ocho, les piden ocho platos distintos, no anotan nada y te sirven todo perfecto.

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“¡Esquina…!”, grita una mujer de atrás, cuando ya la combi había arrancado. “Tiene que avisar, señora”, responde el del volante sin levantar la voz. “Le dije que en la 15”, protesta la pasajera, gruñona. El piloto no se inmuta, le para. Total, una parada informal más no hace diferencia. Me resulta curioso la profesionalidad de los choferes, nunca hablan con el pasaje, son serios, se ciñen a su cometido y van escrutando todo. Tampoco discuten con otros minibuseros cuando se enciman por el tráfico. Cada uno a lo suyo. Al comienzo, por esa modalidad de cobrar al final del viaje y no al principio, me bajé tres o cuatro veces, cerré la puerta y me iba sin pagar. No me acordaba. Me lo pidieron correctamente, sin estridencias: “Boleto, señor…” Me avergoncé y me disculpé más que suficientemente. Luego aprendí, ahora pago antes de bajar.

“Cotahuma, Alto Tejar, Buenos Aires…”. Uno que viene de una urbe donde hay siete ferrocarriles, cada uno con varios ramales y decenas de estaciones, seis líneas de subterráneos y miles de colectivos, minibuses y metrobuses, se extraña. ¿Cómo hace? Pero el minibús se hace cargo del no transporte público. Es un pulpo cuyos tentáculos alcanzan todos los barrios. Villa Fátima, Achachicala, Chasquipampa, Calacoto, Irpavi, Sopocachi…

Me voy y lo extraño. Estoy en Buenos Aires, que tiene todo y no es cómoda, sujeta a horarios y reglas. Como dice el tango de Discépolo, “hay que rajar los tamangos” (gastar los zapatos). No hay organización mejor que la desorganización del minibús.

“Obrajes, Prado, Pérez…” Dos con sesenta, te acomodás bien y vas feliz.

Texto: Jorge Barraza

Foto: Archivo

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