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El secreto del matagigantes

Jorge Barraza

/ 5 de marzo de 2023 / 17:50

Cuando uno pone en Google “Independ…” no sale el legendario Independiente de Avellaneda, siete veces campeón de América, aparece Independiente del Valle. Algo quiere decir: es el equipo de moda. El flamante campeón de la Recopa Sudamericana.

Pudo con Flamengo, el gigante brasileño, pero Independiente es el Matagigantes Ecuatoriano. En 2016, cuando pocos sabían que existía, noqueó a Boca y River. A Boca, 2-1 en Quito y 3-2 en La Bombonera. También venció a Atlético Mineiro 3 a 2.

En octubre último tumbó al São Paulo en la final de la Copa Sudamericana (2-0) y ahora mandó a la lona al FLA, campeón invicto de la Libertadores que jugó 13 partidos, ganó 12 y empató uno.

El apodo no es ninguna exageración: entre su larga nómina de víctimas están también Corinthians, Gremio, Botafogo (los brasileños son su especialidad), Olimpia, Cerro Porteño, el Independiente original, Estudiantes, Barcelona, Junior… Le ha infligido impiadosas goleadas a Unión Española y Universidad Católica de Chile, a Universitario de Perú. Es un mosquito que pica fuerte.

En Brasil sorprendió poco esta nueva debacle de Flamengo ante el modesto equipo negriazul. En 2020 Independiente del Valle ya le había dado una paliza histórica en Quito: 5 a 0. La peor derrota internacional flamenguista de su historia y asimismo la peor de un campeón vigente en Libertadores.

“Flamengo juega con 50 millones de hinchas detrás”, dice Ufarte, aquel delantero del Atlético de Madrid que se inició en el club rubronegro porque de jovencito vivía en Río de Janeiro.

Cincuenta millones contra catorce seguidores, pero en el rectángulo no hubo diferencias. Fue 1-0 para IDV en Ecuador y 1-0 a favor de Flamengo en Brasil. En los penales, la terrible eficacia de Independiente del Valle lo determinó ganador por 5 a 4. Con ello hilvanó su tercer título internacional y levantó 1.800.000 dólares de premio.

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Los 192 millones de presupuesto anual de Flamengo no pudieron frente a los menos de 10 de Independiente del Valle. IDV, como se lo resume en su país, es el símbolo de esta notable evolución del fútbol ecuatoriano que algunos vecinos se empeñan en relativizar, pero que es cada día más evidente.

Ya es bicampeón de la Copa Sudamericana (2019 y 2022) y fue campeón ecuatoriano 2021. Cuidado: se trata de un club humilde por historia, pero sus gerenciadores son inmensamente ricos y han convertido a Independiente en un sabroso negocio.

Es imprescindible una pequeña reseña de su breve recorrido futbolístico. IDV nació en 1958 como un diminuto clubcito regional. Vegetaba en tercera categoría hasta que, a punto de desaparecer, en 2005 lo tomó el acaudalado empresario inmobiliario Michel Deller, dueño de centros comerciales y cadenas como KFC, un banco en Panamá, una cervecería y otros. Deller le imprimió un manejo profesional y, ya en 2007, consiguió el ascenso a la Serie “B”.

Apenas dos años después, un nuevo título y la anhelada llegada a Primera División. Desde 2010, todo ha transcurrido de asombro en asombro: ha clasificado a nueve ediciones de Libertadores y cinco de Copa Sudamericana. Les robó una buena porción de protagonismo a Barcelona, Emelec y Liga de Quito, los tres grandes, consiguió auténticas hazañas a nivel continental y, muy especialmente, se transformó en el iluminado descubridor de talentos que ha parido a casi todos los buenos jugadores ecuatorianos de la última década.

A saber: Moisés Caicedo (hoy en el Brighton), Piero Hincapié (Bayer Leverkusen), Gonzalo Plata (Valladolid), Ángelo Preciado (Genk, Bélgica), Júnior Sornoza (fue al Fluminense y regresó al club), Jhegson Méndez (São Paulo FC), Alan Franco (Talleres de Córdoba), Mario Pineida (Fluminense y ahora Barcelona), Michael Estrada (Cruz Azul), Juanito Cazares (Independiente de Avellaneda) y una docena más que integraron la selección y fueron al exterior.

Desde aquel primer título de tercera en 2007 han tenido 16 técnicos, lo que indica que el suceso de IDV no corresponde a un iluminado, es la filosofía del club la que triunfa. Han desfilado 5 entrenadores ecuatorianos (todos al principio), 5 argentinos, 2 españoles, un brasileño, un portugués, un uruguayo y un colombiano (Alexis Mendoza). El actual es Martín Anselmi, surgido de Independiente de Avellaneda.

¿Cuál es la fórmula del éxito?, preguntan en el extranjero. La de toda la vida: reclutar los mejores prospectos del país. Newell’s Old Boys, el máximo semillero argentino, lo hacía ya en los años ’20 del siglo pasado.

Al principio, por ser tan nuevito y por falta de estructura, recibía juveniles que le acercaba el representante Marcos Zambrano. Luego formó su propia red de ojeadores. Tiene observadores con fuerte presencia en las provincias de Esmeraldas, Manabí, Guayas, Pichincha, Los Ríos.

Construyó un moderno estadio y, sobre todo, un magnífico centro de alto rendimiento en Sangolquí, a 40 minutos de Quito, capta a las mejores figuras de los campeonatos Sub-12, Sub-14 y los lleva a la pensión.

“Son 120 chicos que están de pupilos allí. Eso le cuesta al club tres millones de dólares al año, pero lo recuperan transfiriendo un solo jugador. Además, venden hasta el 70, a lo sumo el 80% del pase, el resto se lo quedan”, dice Tito Rosales, editor de Deportes de El Comercio, de Quito.

Y agrega: “Antes, los chicos iban a Barcelona o Emelec, ahora buscan ellos a ir a IDV, porque saben que ahí tienen mejor futuro. Hay un hombre clave en todo este fenómeno que es Independiente: Santiago Morales, gerente del club. No proviene del fútbol, es economista, pero sabe mucho. Él armó todo y todo pasa por él. Es el jefe del departamento de scouting, un espacio clave. Morales es quien monitorea también cada contratación para el primer equipo. Cada refuerzo se elige en base a datos, es un obsesivo de la data. Si van a contratar un volante de contención lo estudian a fondo, cuántos quites hace por partido, cuántos partidos juega al año, lo que corre, su eficacia en los pases…”

Michel Deller no está sólo en el club, tiene como socios a otros tres empresarios amigos. Acaban de comprar el Numancia, de la tercera categoría de España, a donde seguro llevarán jóvenes a hacer pasantías o mostrarlos en Europa. Allí pueden aumentar su cotización. El presidente del Numancia no es otro que Santiago Morales.

Muchos preguntan cómo es el modelo de IDV, para copiarlo. Nada de ciencia ficción: tener gente que sepa de fútbol. En inferiores, hacer un barrido en todo el territorio nacional y llevarse a las mejores promesas; en profesionales, estudiar muy bien cada fichaje basado en el rendimiento.

En estos choques frente a Flamengo alinearon siete argentinos y un chileno. Elementos de bajo precio y alta respuesta en campo. El secreto de este suceso pasa por ahí: tener buen ojo, saber reclutar.

“Dicen que dentro del complejo deportivo tienen también un colegio”, comenta un amigo. Sí, los chicos que llegan a la pensión del club están obligados a estudiar y disfrutan de todas las comodidades. Puede que también tengan una capilla para rezar. Todo bien, pero si después compran a Coutinho en 160 millones y a Dembelé en 140, por más colegio que tengan…

(05/03/2023)

El día después de mañana

Jorge Barraza

/ 19 de marzo de 2023 / 21:13

“La final del mundo es un partido diferente. En un choque común quieres demostrar tus cualidades, pero esto es otra cosa, es una situación en la que está todo permitido.

La diferencia entre los argentinos y nosotros es que ellos jugaron como una final del mundo.

En cada duelo te daban un golpe”, declaró Ibrahima Konaté, marcador central del Liverpool que ingresó a los 112 minutos del inolvidable Argentina 3 – Francia 3. Semejante declaración nos movió hacia un ejercicio apasionante: volver a ver el partido completo.

Demandó varias horas, era ver, volver atrás, revisar varias veces algunas incidencias. En letras chiquitas llenamos nueve carillas de anotaciones y análisis. Fue realmente fantástico. Al verlo en tiempo real, bajo emoción violenta según un abogado penalista, se nos pasan muchas cosas.

“A mí me encanta ver los partidos con la perspectiva que da el tiempo, fuera del estadio. Se descubren cosas completamente nuevas”, dice Diego Torres, magnífico colega del diario El País, de Madrid.

Y añade: “Me pasó con la final de Brasil y Alemania de 2002. La volví a ver hace poco y comprobé que Alemania jugó bastante mejor que Brasil, algo que me resultó alucinante, porque Brasil era un superequipo y Alemania uno muy limitado. Y ganó el primero por dos raptos de talento”.

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Bien, telegráficamente podemos decir que sí, Argentina-Francia fue la mejor definición de la historia de los Mundiales, por los goles, por el dramatismo, por la sensacional maniobra del tanto de Di María, por la fantástica definición de Mbappé en el empate parcial 2 a 2, por la tensión extrema en el juego, por la notable actuación de Messi, por la extraordinaria faena de Argentina en los primeros 78 minutos de partido, por el increíble empate de Francia en 60 segundos después estar muerto, enterrado, cremado y con sus cenizas arrojadas al Sena. Y porque duró, en total, 141 minutos y 13 segundos entre tiempo regular, añadidos y suplementarios. ¡Más los penales…! La final más larga de los Mundiales.

Es verdad en parte la de Konaté: Argentina asumió la final con mentalidad de acero, con pierna fuerte y templada. Pero no pegó. No pegó casi nada, fue con todo a cada pelota, que es diferente. Konaté mide 1,94 y pesa 95 kilos, un coloso físico como sus compañeros Upamecano (1,86 y 90 kgs), Thuram (1,92 y 90 kgs), Tchouameni (1,87 y 81), todos… ¿Cómo cree Konaté que deberían enfrentarlo Messi (1,69), Mac Allister (1,74), Tagliafico (1,72)…? Pusieron carácter.

¿Está mal, Konaté…? Claramente hubo más faltas fuertes del lado francés. Que tampoco fueron tantas. Fue una final limpia. Hubo dos acciones auténticamente recias de Cuti Romero, a Giroud y a Mbappé. También una de Otamendi a Kolo Muani para escarmentarlo. Rabiot y Upamecano dieron una dura cada uno. Y Theo Hernández y Mbappé (ambos a De Paul). Pero, increíblemente, quién más fiero jugó fue Kolo Muani. Entró como rabiando y en cada fricción metió pierna, codo, cuerpo. No obstante, nadie mereció ser expulsado.

Tampoco es que en una final “está todo permitido”. Es exactamente al revés, el único partido donde todo está hipercontrolado es la final del mundo. Un árbitro se juega allí toda su carrera. Y los jugadores se cuidan como nunca. Dejar al equipo con diez en esa instancia es una condena de por vida frente a los hinchas.

Francia no fue campeón porque no tuvo el mismo temple que Argentina y, sobre todo, por el amarretismo de Deschamps. Siempre le salió bien el practicismo, defender, esperar, especular, ”que hagan el gasto los otros y les metemos el contraataque”.

Le había resultado frente a Inglaterra y Marruecos. Esa vez falló. “Argentina jugó mucho mejor que Francia. Deschamps se equivocó en el planteamiento. Si con esos gigantes que tiene, hubiera arrancado metiéndose en campo argentino, le hubiese creado muchos problemas a Argentina. Porque aparte de Messi y un poco de Enzo Fernández, no tenía nivel para iniciar la jugada bajo presión en campo propio. Si hubiera tenido que dar esos primeros pases estando ahogada, se le hubiera complicado mucho.

Pero Deschamps es muy conservador y le dio espacio para luego partir en contragolpe. Se equivocó, permitió que Argentina tuviese espacio, respiro. Eso llevó el partido al terreno de Messi, donde se encuentra más cómodo. Y ése era el único lugar por donde Argentina podía ganar el partido”. El análisis de Diego Torres.

Eso hizo que Francia casi nunca llegara al arco de Dibu Martínez. Tenemos anotado al fin del primer tiempo: “Bronca en Francia. Giroud arroja su buzo contra el banco de suplentes. Francia: cero tiros al arco, cero aproximación, cero jugada de ataque. Superada en todo. Y 2-0 abajo”. A los 66’: “Francia sigue sin hilvanar una sola maniobra ofensiva, pero el espíritu que contagian Upamecano y Kolo Muani empieza a pelear el partido”. Segundos después, a los 67’25”: “El hasta ahí campeón del mundo logra un córner, centro, cabecea Kolo Muani muy desviado, pero es su primer intento ofensivo”.  

Messi hizo maravillas. Es quizás, la mejor final jugada por cualquier futbolista en los anales de la Copa del Mundo. Intervino exactamente en 59 acciones, 47 de ellas buenísimas, poniendo pases deliciosos, milimétricos, con ventaja, clarificando, armando avances peligrosos, siempre hacia adelante y con profundidad.

También marcando dos goles y dando una habilitación clave a Mac Allister en el gol de Di María. Lloris le sacó una bomba arriba y otra en el ángulo bajo. En una dejó a Lautaro Martínez mano a mano con Lloris y armó la preciosa jugada del tercer gol… Creó casi todas las posibilidades de gol argentinas, que fueron varias.

En el minuto 122 con 55 segundos puso una cortada excelente para Montiel, quien tiró centro y Lautaro, con el gol a disposición, cabeceó afuera. Todo positivo, profundo. Sin él no tenía ninguna chance Argentina.

Lo de Mbappé, en cambio, es muy extraño: estuvo virtualmente ausente hasta el minuto 80, cuando convirtió el primer penal. Luego definió maravillosamente en el segundo, pero participó muy poco en el juego, exactamente en 19 ocasiones, la mayoría de las veces, fallida. No fructificó ninguno de sus intentos de gambeta ni de pase.

Igual, siempre que encaró generó temor. Lo bloqueó implacablemente Cuti Romero, de fabulosa prestación. Decir que un futbolista que marcó tres goles en una final (dos de ellos de penal) tuvo una actuación discreta parece un despropósito, pero no descolló y estuvo desaparecido en larguísimos pasajes. “Fue discretísimo lo suyo”, coincide Diego Torres.

Quien le cambió la cabeza al equipo galo fue Randal Kolo Muani, un león indomable, un guerrero que, a contrapelo de la abulia general de Francia, estando su equipo vapuleado, desanimado, fue adelante como un toro, obligó, cambió el partido e inició la reacción azul. Lo suyo fue consagratorio. “Si alguien me habla mal de Kolo por esa jugada del final que le tapa el arquero, lo peleo”, dice Konaté. Y aquí sí estamos 100% de acuerdo con él.

En el minuto 77 y 30 segundos la hinchada argentina, que atronaba el estadio, empezó el “Ole, Ole…” Porque era baile de verdad. A los 78’12” llegó el penal de Otamendi a Kolo Muani. Y ahí empezó otro partido, de vibración excepcional, en el que casi gana el bailado. Es el fútbol.

(19/03/2023)

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El Rey se pone la corona

Jorge Barraza

/ 26 de febrero de 2023 / 16:14

¿Mbappé, Messi, Benzema…? Mañana a la tarde, uno de esos nombres encabezará la marquesina dorada del fútbol mundial. Uno de los tres alcanzará otra porción de gloria: la del reconocimiento.

Recibirá el premio The Best, de la FIFA al Mejor Futbolista del Mundo 2022. El The Best es el correlato del Balón de Oro. Este tiene menos valor oficial que el de FIFA pues no participan los protagonistas del juego, sólo periodistas, aunque muchísima más repercusión por su nombre, brillante, por cierto. Balón de Oro es un gol en todo el sentido de la expresión.

Los tres han tenido un año de fábula y cualquiera que lo obtenga estará perfecto: Benzema fue campeón de España y de Europa, goleador y superfigura de Champions, ametralló con goles y regó de calidad todos los campos.

Karim no es simplemente un 9 de área tipo Lewandowski o Cristiano Ronaldo, es un 9 de clase, un 9 jugador, con una respuesta apropiada para cada acertijo que el partido le plantea.

Excepcional contragolpeador, fino tocador, guapo sin alharacas, ganador sin aspavientos. Nunca se lo caracteriza como goleador, pero lleva 444 goles. Como quien pasaba por ahí metió 444 goles. Y podría tener cien más si no hubiese oficiado durante nueve años de escudero de Cristiano Ronaldo siendo un futbolista más dotado técnicamente que el portugués. Sin duda, producto de su carácter manso y retraído.

Hay una estadística sencilla: en las últimas cuatro temporadas de Cristiano en el Madrid, Benzema anotó 81 goles; en las primeras cuatro sin aquel señaló 131. Jamás se habla de sus logros, sin embargo, lleva 33 títulos ganados. Tiene un perfil bajísimo para el enorme jugador que es. Pudo ser finalista del mundo si Didier Deschamps lo hubiese admitido en la Selección Francesa. Pero tenía un entripado con él.

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Mbappé es, seguramente, el jugador de mayor potencia de la historia. La bomba atómica. No posee la técnica de Benzema, su exquisitez con la bola, sí es un tsunami con gol, con feroz ambición, no está en la elaboración, espera el pase en cortada y arranca en tercera o bien arremete contra todo lo que tiene por delante.

Ha mejorado notablemente su remate, de derecha sobre todo, tiene mucha mayor precisión de tiro, y también ajustó la definición, decide mejor. Le sigue costando el pase, realmente curioso que un fenómeno de su porte falle tanto en la cesión, pero es que hace todo a tanta velocidad, con tal impulso que pierde justeza en ese aspecto. Atención, pierde muchas combinaciones con Neymar o con Messi por ese motivo.

Es muy difícil de anular, quien mejor lo ha hecho es el inglés Kyle Walker, en el Mundial. Walker es otra máquina física, pero además lo anticipó y le quitó espacio de maniobra. Kylian tiene un atributo exclusivo, o de muy pocos: cuando entra en contacto con la pelota, genera terror en el adversario, en sus jugadores e hinchas.

Será el protagonista estelar en los próximos años, en los que Messi declinará su fulgor. En el lapso que se evalúa a los aspirantes al galardón —8 de agosto de 2021 y el 18 de diciembre de 2022— Kylian fue campeón francés y subcampeón Mundial, además de goleador de la Copa del Mundo con 8 tantos.

Messi también se coronó en Francia con el PSG y fue campeón mundial con Argentina, siendo, además, la estrella en Qatar 2022. Y convirtió apenas un tanto menos que Mbappé, pero en cambio encabezó las asistencias. Jugó e hizo jugar, fue el capitán que despertó al equipo con aquel golazo ante México y luego tuvo actuaciones memorables ante Australia, Holanda, Croacia y Francia.

Tiene sobre todos los demás futbolistas de la tierra la ventaja de hacer jugadas que los demás no pueden. Como la asistencia a Nahuel Molina en su gol a Holanda o la monumental acción en el tercer gol a Croacia, cuando se llevó de paseo durante treinta metros a Joško Gvardiol, de veinte años, hasta ahí considerado el mejor defensor del torneo.

Leo elevó la vara de los 30 años a los 35. Nadie había alcanzado tal nivel de excelencia a esa edad. “Maradona a los 35 años ya era un exjugador”, sentenció el Colorado Carlos Mac Allister. Rigurosamente cierto. Pelé se retiró de los Mundiales a los 29, del Santos y del fútbol antes de cumplir 34. Nueve meses y medio después, con ciertos apremios económicos, volvió a jugar en el Cosmos de Nueva York.

Atravesando ya su decimonovena temporada en Primera División, Leo se sigue poniendo el traje de superhéroe para salvar a un mediocre equipo del PSG, como el domingo anterior ante el Lille, metiendo un tiro libre delicioso en el minuto 95 para ganar 4 a 3.

Es casi un milagro. El mismo Mbappé quería llevarlo en andas. Hay una diferencia entre ser el mejor futbolista del mundo y ser el mejor futbolista mundial de un año determinado.

Lewandowski fue sin duda el más destacado durante un año o dos, pero nadie dirá nunca que fue el mejor jugador del mundo. No le da. Le falta más técnica, fantasía, genio, talento. Es un grande del gol en una brillante temporada y ganando títulos.

Messi ha llenado una época con virtuosismo, un artista de los rectángulos con una visión única del juego. Primero como gambeteador extraordinario, luego como armador inteligente, siempre como goleador letal. Y ha sido, posiblemente con Andrea Pirlo, el más iluminado pasador de todos los tiempos.

“La FIFA se lo va a dar a Messi porque valorizará su torneo, que es la Copa del Mundo”, se leyó en Twitter. Error, la FIFA no designa al ganador, lo eligen los capitanes y entrenadores de las 211 selecciones del mundo, los periodistas y el público.

Cada uno de estos estamentos representa el 25% de la votación. La FIFA no puede cambiarle el voto a nadie porque se da a conocer cada uno con nombre y apellido inmediatamente después de concedido el premio.

Leo sí es el favorito por haber ganado el Mundial, ¡y cómo…! Aunque es altísimamente probable que sea su último galardón. En breve tendrá 36 años y el físico afloja. ¿Quiénes son los nuevos nombres que asoman en el firmamento para las próximas ediciones…? Mbappé, desde luego, es una fija. Puede llegar a ganar cuatro o cinco estatuillas, recién va por los 24 años.

Haaland quizás, aunque le vemos más voracidad que encanto, más fuerza que belleza, asombra su capacidad goleadora, no su fútbol. Tal vez Rashford, de presente luminoso en el Manchester United, sin embargo, es un jugador liso: corre, gana en velocidad y patea, le faltan matices. O Vinicius, cuyo desequilibrio es cada vez más resaltante y decisivo en los triunfos del Real Madrid.

Sin embargo, con los brasileños hay que esperar un poco. Ya pasó con Neymar y con otros. Estuvimos diez o doce años escuchando todas las semanas a Cafú, Kaká, Tostão, Roberto Carlos, Ronaldo, Rivaldo diciendo “Agora mesmo Neymar e o melhor do mundo”. Nunca fue o melhor do nada. Aparte, Vinicius es el producto premium de la prensa madridista, esa infernal maquinaria capaz de convertir a un buen elemento en una leyenda o de conseguirle a Pepe el premio Fair Play durante diez años consecutivos.

Benzema ganó el Balón de Oro en octubre, en tanto Messi no estuvo ni entre los 30 nominados. Ahora Leo lleva la delantera. Si gana, sería la remontada del siglo.

(26/02/2023)

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Moraleja: no temer a los europeos

Jorge Barraza

Alemania eliminado de nuevo en primera ronda, España regresado entre miles de críticas por su fútbol platónico, Francia que quería romper el vestuario por el baile que le estaba dando Argentina, Inglaterra con su eterno puede ser y no es, Portugal eliminado por Marruecos, una Bélgica de espanto, Dinamarca mejor ni hablar… Y los demás en orden decreciente…

El Mundial fue un fracaso indiscutible de la poderosa Europa, además de un reflorecimiento sudamericano y el despertar de África y Asia.

Más allá del título mundial obtenido por Argentina, sólido y por momentos florido campeón, queda una moraleja de Qatar 2022: no hay que temerles a los europeos. En materia de selecciones, no somos menos.

Y uno de los mejores ejemplos fue el de Ecuador: redondeó su mejor actuación contra el único europeo que enfrentó. Sin siquiera tener un técnico audaz, apretó a Holanda y mereció más que ese empate que al final terminó perjudicándolo de cara a octavos de final.

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Otra muestra: Marruecos dominó, acorraló a Francia todo el tiempo (62% de posesión) y perdió un poco por inocencia y otro poco por la letalidad francesa en el contraataque. No hubo diferencias en el juego. Más que eso: estando 0 a 0, el juez mexicano César Ramos ignoró un claro penal a favor de los africanos.

Íbamos al Mundial con miedo a los europeos. Luego se vio que no había motivos. El talento que se dio cuenta fue Scaloni. “No son cucos, hay que atacarlos”, pensó. Y fue campeón. De los 9 enfrentamientos que se registraron entre sudamericanos y europeos hubo 4 victorias de Sudamérica, 4 empates y una derrota, la de Uruguay ante Portugal 2 a 0. Muy timorata la Celeste de Diego Alonso.

Argentina venció 2-0 a Polonia (que no cruzó la mitad de la cancha), 3-0 a Croacia con brillantez e igualó 2-2 con Holanda y 3-3 con Francia, habiendo sido claramente superior a ambos en el trámite. Brasil doblegó a Serbia 2-0 y a Suiza 1-0 y dividió aguas con Croacia: 1-1. Salvo en la derrota uruguaya con Portugal, en los ocho juegos restantes mostraron mejores atributos las selecciones sudamericanas.

Fracasar es más que perder, es jugar mal, no ser competitivo, no cumplir con las expectativas. Todo eso fue Europa en el aún fresco Mundial qatarí. La mejor prueba es que ninguna selección recibió elogios al volver a su país, sí muchos palos.

Y fueron 13 representaciones europeas, no pocas. La única que zafa del reprobado es Croacia, más que nada por ser una formación correcta, aplicada, luchadora, pero recordemos que llegó al choque por el tercer puesto habiendo ganado un solo compromiso: frente a Canadá 4-1. Lo demás, cuatro empates.

Empecemos por Francia. Con Deschamps hizo de la practicidad un modo de vida, un negocio pingüe: arriesgando poquísimo fue campeón y subcampeón mundial en Rusia y Qatar. No recordamos un tiempo o siquiera 30 minutos excitantes del equipo galo, o al menos que impactara.

Impresionaba cuando encontraba facilidades del rival. Sufrió aprietos en el primer tiempo ante Polonia, fue claramente menos que Inglaterra y dominado por Marruecos. Ni hablar de los primeros 80 minutos con Argentina, casi ridiculizado.

Cuando Mbappé hallaba espacios para desplegar su descomunal potencia, Francia inquietaba. Fuera de eso, un equipo ordinario. Ningún entrenador sacará conclusiones útiles viendo a Francia.

Con el pragmatismo hizo fortunas, ahora bien: el día que le toca perder, el pragmático no puede hablar, debe irse a casa en silencio. Una prueba de su desempeño está englobada en una pregunta: ¿fuera de Mbappé, qué otro nombre francés brilló…? El mismo Deschamps declaró: «No estuvimos a la altura. No voy a atribuir el problema a un jugador más que a otro. Pero en la alineación titular hubo cinco jugadores que, por diferentes motivos, no estaban al nivel para una final así y frente a un oponente así”.

Lo de Alemania fue tan pobre que los medios del país pidieron un cambio radical en la conducción del fútbol, desde el presidente de la Federación hacia abajo. Y, sobre todo, de los métodos de trabajo. “Algo se está haciendo mal”, opinaron.

El director deportivo Oliver Bierhoff se vio obligado a renunciar. España tiene una liga renombrada, pero no posee jugadores importantes. Se habló del “equipo de los mil pases”, por su fútbol lateralizado y sin profundidad, la realidad es que actúan elementos que no están para desnivelar, como Ferrán Torres, Sarabia, Olmo, Asensio, Llorente, Koke, Morata y una docena más… Apenas ganó un partido, a Costa Rica.

Holanda, como siempre, goza de buenísima prensa, la cual no alcanza a justificar. No brilló pese a que le tocaron rivales accesibles. Cuando debió enfrentar a un contrincante fuerte -Argentina- quedó en el camino. Y durante 70 minutos fue superado. Van Gaal se retiró de la dirección técnica y nadie le pidió que siga.

Portugal sí era una buena expresión futbolística, pero el caso Cristiano Ronaldo le hizo mucho daño. El goleador ya no estaba para sobresalir, ni siquiera para ser titular, y tapaba a dos jóvenes prometedores como Rafael Leão y Gonçalo Ramos, pero había que ponerlo. Eso creó mal ambiente en el vestuario, como lo demostraron actitudes y declaraciones de Bruno Fernandes y Bernardo Silva. Luego, la decisión del DT Fernando Santos de poner en la banca a Cristiano terminó de dinamitar la convivencia. Cayó ante Corea del Sur y Marruecos.

Bélgica fue, quizás, el de peor desempeño. Se impuso en un solo choque, a Canadá, partido que debió perder al menos por tres o cuatro goles. Marcó una sola vez, en una afortunadísima contra. La autocrítica de De Bruyne lo dice todo: “Hace tiempo no jugamos a nuestro mejor nivel”. En la misma apreciación entra Dinamarca, que llegó a Catar como el posible candidato a ganar la Copa fuera de los consabidos Brasil, Francia, Inglaterra o Argentina. Dinamarca, como Alemania y otros, estuvo demasiado preocupado en mostrar la bandera arcoíris.

Polonia fue una expresión muy pobre y defensiva a la que Lewandowski no pudo mejorar. No había como. Suiza no había decepcionado en absoluto en la fase de grupos, sobre todo al lograr una excelente victoria de 3-2 sobre Serbia, pero luego se desmoronó al caer 6 a 1 ante Portugal, el día que Cristiano Ronaldo fue suplente. Serbia y Gales no resisten un análisis importante, lograron apenas un empate cada uno. No dejaron nada.

La única excepción es Inglaterra, que siempre intenta jugar hacia adelante, marcó 13 goles y mostró algunas de las mejores figuras, como Harry Kane y Jude Bellingham. Brindó, además, dos goleadas muy bonitas: 6-2 a Irán y 3-0 a Senegal. El tipo de presentaciones que da emoción y brillo a una Copa del Mundo. Igual, arrastra un sino: el de ser señalado siempre como candidato y no poder corresponder a tal rótulo.

Por número de participantes y por ser el de mayor cantidad de coronas, Europa fue, futbolísticamente, el más decepcionante de los continentes. A nivel de clubes están en otra galaxia, pero en selecciones es otra historia. No mostraron grandes equipos y, salvo aisladas excepciones, tampoco jugadores ni técnicos.

(15/01/2023)

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La inigualable era del Barça

/ 8 de junio de 2015 / 06:00

París 2006, Roma 2009, Londres 2011, Berlín 2015… Cuatro hitos testimonian un veredicto incuestionable: el dominio hegemónico del Fútbol Club Barcelona a nivel europeo. Que en materia de clubes es la cumbre de la exigencia. Cuatro Champions, sumadas a dos Mundiales de Clubes, siete Ligas de España y dos Copas del Rey otorgan un reinado, confieren un título honorífico, el de mejor equipo de este siglo. Y marcan una era, La Era del Barça. Tal comprobación surge apenas mirando las vitrinas. Observando el juego, el dominio va mucho más allá, se extiende como el Imperio Romano, un vasto manto que abarca gran parte del mapa, y distintas épocas.

Con tácticas diversas y confianza similares muchos han intentado tumbarlo, empezando por el Real Madrid. Y a veces le han ganado, pero no lo han destronado. No han podido. El estilo inconfundible, innegociable del club catalán, sus maravillosos jugadores, han compuesto más que un ciclo victorioso, una época. “Todos creemos tener la fórmula para anularlo, pero al final siempre gana el Barça”, dijo resignado Ernesto Valverde, entrenador del Athletic de Bilbao tras la derrota en la final de la Copa del Rey. También Massimiliano Allegri ideó una estrategia para que su Juventus venciera a estos fenómenos de la pelota; también él fracasó en el intento. Antes fueron Mourinho, Ancelotti, Pellegrini, Laurent Blanc, el mismo Guardiola, Ferguson, Simeone… Los más prestigiosos técnicos de Europa han creído tener el método, pero al cabo manda el Barcelona. Hay como un mandato de grandeza que ordena dominar, atacar, salir al frente siempre, tener el útil, y tratar de dar el máximo espectáculo posible. En todos estos años, que comienzan con la llegada de Ronaldinho y Rijkaard, algunos le han interrumpido la cadena de victorias, no arrancado el trono de mejor.

Intentando minimizar la gloria azulgrana (que nunca les da resultado), muchos dicen que la Liga española (por muy lejos la más dura y competitiva del mundo), es poco seria. Pero en esa liga hay que hacer 100 puntos para coronar. Y 100 goles. Y no se puede ni empatar, porque te pasa el Madrid. O el Atlético. O te bajan el Valencia o el Sevilla (campeón de la UEFA League). A nivel continental, los españoles siguen dominando con amplitud. El FC Barcelona consigue esta nueva Champions tras una campaña fantástica, en la que le tocaron como adversarios cinco campeones vigentes, los de las cinco ligas más fuertes de Europa después de la española: Ajax, Manchester City, Paris Saint Germain, Bayern Munich y Juventus. A todos los venció con holgura y clase. No hay más que eso, por tanto no puede haber discusión: es un campeón brillante.

En este momento aciago del fútbol por las denuncias de corrupción que son un golpe a la pureza del hincha, el Barcelona es una noticia balsámica; es portador de un fútbol ofensivo, vistoso, estético, comprometido con una idea generosa. Le hace bien a la actividad, la mantiene creíble.

Estuvimos presentes en el impresionantemente grande Olympiastadion de Berlín. Todo muy organizado, tranquilo, aunque normal, ningún elemento deslumbrante. Gusta el orden, la prolijidad. Se cruzaron 30.000 forofos del Barça con otros 30.000 tifossi de la Juventus, no hubo ni un mínimo roce, nada. Una corrección que envidiamos. Extrañamos, eso sí, el calor de nuestros hinchas buenos. Los juventinos parecían pintados, mudos. Los catalanes, un poco más ruidosos, nada extraordinario. Michel Platini asistió a la final y entregó el trofeo y las medallas, Blatter no pudo aparecer; no es bienvenido en ninguna parte.

Se enfrentaban dos formas completamente opuestas de entender el juego: el Barça quiere ganar siempre, pero tratando de agradar, de construir fútbol; Juventus, fiel a su estilo italiano, lo que busca simplemente es hacer un gol más que el adversario. Ganó el primero porque existe una enorme diferencia de capacidades. Igual, fue una Juve digna, peleadora, laboriosa, pero se necesita más que eso para ganarle a este equipazo.

Ambos compusieron una final magnífica, tensa, de resultado incierto a pesar de la tempranísima ventaja del Barcelona con un golazo de Rakitic, golazo por toda la combinación previa Messi-Alba-Neymar-Iniesta, rematada con gran acierto por el suizo-croata. “Se llevan cinco”, auguraba un catalán a nuestro lado. Pero no. Le costó al equipo de Luis Enrique concretar el segundo gol, el de la tranquilidad. Y fue avanzando el reloj. Llegó el segundo acto y devino un suceso inesperado: el gol de Morata (que por fin hizo gritar a los miles de italianos).

El factor confianza es un aspecto decisivo en el fútbol. Por él casi lo gana Juventus, por él lo perdió. Tras el empate, creció a tal punto la autoestima turinesa que se fue a buscar el triunfo; casi no parecía un equipo italiano. Le quitó la pelota al Barça y pasó al ataque. Tuvo dos o tres aproximaciones serias al arco del raro arquero Ter Stegen. Pero duró 13 minutos. En ese exceso de fe, Juventus dejó espacios abiertos por primera vez en el partido. Y lo aprovechó Messi para volcar definitivamente el resultado. Arrancó libre desde mitad de campo, imprimió una velocidad de vértigo hasta el área, esquivó a un defensa y, apenas encontró el perfil, sacó el latigazo bajo y cruzado que el gran Buffon tapó a medias, dejando servido el rebote. El verdugo Suárez completó la obra mandándola a la red. Ahí se quebró el partido. Fue la jugada que decidió la final. Lo había explicado Andoni Zubizarreta, el exdirector deportivo del Barça: “Lo que Messi quiere es tener grandes compañeros para que el día que él no pueda hacer el gol, lo haga otro”. Ya los tiene: son Neymar y Suárez.
Antes y después vimos un Busquets fenomenal, la súper figura de la final. Dio una cátedra magistral de lo que es un centrocampista. Quitó, ordenó, distribuyó con acierto, fue omnipresente. Y lo más importante: no falló un pase, ese aspecto tan esencial en el fútbol.

El tiempo dirá hasta cuándo durará la dinastía. Mantenerse tan alto es una empresa titánica, más por lo sicológico que por lo físico. El hambre de triunfo es vital. Lo lógico es que baje, aunque con un retoque por línea, el Barça puede seguir brindando festivales. Y acumulando coronas. Al que no le guste que cambie de canal.

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