Es una foto maravillosa que engalana todo un muro en la sede del Manchester City. En medio del viejo Wembley, el rey Jorge V, de Inglaterra, saludando uno a uno a los futbolistas del City antes de la final de la Copa Inglesa (FA Cup) de 1934, acompañado de Sam Cowan, capitán ciudadano, quien va diciéndole los nombres de sus compañeros.
Por ser la competencia de mayor raigambre popular, una auténtica joya de la corona, era hábito que el monarca británico asistiera a la final en La Catedral y entregara el trofeo al vencedor.
La definición de la Copa Inglesa no es apenas un partido de fútbol, también una tradición de un siglo y medio. La clausura de una competencia en la que intervienen 732 equipos de Inglaterra y Gales, muchos de ellos amateurs, y que suele enfrentar a colosos como el Liverpool o el Arsenal con modestos cuadritos de 5ª. División.
Tiene un carácter integrador y la épica juguetea en cada fase. Los de abajo dejan la piel. Voltear a un tótem puede ser un hito en la vida de estos proletarios de la pelota. Incluso de un pequeño pueblo.
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La victoria de un gurrumín colapsa los pubs y se vacían toneles de cerveza. Y más de una vez han logrado el laurel equipos de la Segunda, como en el ’76, cuando el Southampton dobló la muñeca del Manchester United: 1-0 en Wembley ante 100.000 sorprendidos.
Siempre es edificante disfrutar del fútbol inglés, la generosidad futbolística de ir en busca de la victoria -todos-, pero en especial su valor estético y su limpieza moral.
Nadie corre con el caballo del comisario, todos son iguales. Para los jueces es lo mismo el Charlton Athletic que el Chelsea, el Hereford que el Tottenham. Y si aparte hablamos de la final de la Cup, el torneo más antiguo de este deporte en el mundo (iniciado en 1871), la cita es imperdible para los consumidores universales de fútbol.
Nadie es indiferente al encanto de la Premier League. Y en esta ocasión, menos: primera vez que chocaban los dos guapos de Mánchester en la instancia definitoria.
Sólo iban 12 segundos (doce) cuando el balón traspasó la línea y se convirtió en gol del Manchester City. Si alguien estaba aún acomodándose en el asiento o limpiando sus lentes, se lo perdió. Impresionante comienzo para la final de la Copa Inglesa, esa maravilla que el fútbol inglés nos regala cada año a los feligreses de la número cinco.
Faltaban aún 102 minutos, una vida, pero allí comenzó a establecer superioridad el cuadro celeste y a sentirse campeón. Es casi imposible darle vuelta un resultado a un equipo de Guardiola. Fue un pelotazo largo del arquero Ortega, la bajó Haaland de cabeza, rechazó alto Lindelof y así como venía, de aire, Gundogan la empalmó al ángulo. Los delanteros del United aún se estaban ajustando las medias.
A los 31’, del modo más inopinado, empataron los Diablos Rojos. Un cabezazo no muy prometedor rozó apenas un dedo de la mano izquierda de Grealish que, detectado con el microscopio por el VAR, derivó en penal. Una mano irresponsablemente alta, inoportuna y desubicada.
Grealish podría decir “no fui yo, fue mi mano”. Que ni mano fue, uña cobró el árbitro. Remató Bruno Fernandes y 1-1. Sin embargo, en el minuto 51’ el turco-alemán Gundogan, el hombre de los goles decisivos, puso la casa en orden: le llegó otra bola alta y, nuevamente de primera, le pegó de zurda y se metió despacito, como pidiendo permiso, ante la estirada en cámara lenta de De Gea: 2 a 1 y ahí quedó la sensación de que los colorados no lo levantaban más. Todavía está cayendo De Gea…
Erik ten Hag, que ha hecho una primera temporada notable en el United (récord para el club con 67% de eficacia), se demoró en sacar a Sancho, una vez más desaparecido, y tardó un siglo en poner a Garnacho, un ají picante que en pocos minutos complicó a todo el City con su agresividad, sus arranques y su velocidad. Fue superior el City, ganó bien, aunque esta vez no le sobraron cartas. Ten Hag sabe cómo jugarle a Guardiola, lo conoce perfectamente porque coincidieron en el Bayern Munich: el holandés dirigía a los juveniles y Pep a la Primera.
Apenas se vieron gotitas de Haaland, apagado, bien tomado por los zagueros rivales. El gigante tuvo una temporada excepcional (52 goles en 52 partidos), pero en el último mes parece estar de novio. No con el gol. El sobresaliente, por el doblete, resultó Gundogan, aunque también descolló Stones, el último experimento de Guardiola. Fue zaguero doce años hasta que hace un par de meses el catalán lo adelantó al centro del campo y se le aclaró todo el juego, como el ciego que recupera la vista. Anticipa y sale jugando con clase y seguridad.
No fue el partido de todos los tiempos, pero dio la categoría de un duelo que congrega 90.000 espectadores. A propósito: ¿cuán pacífico habrá sido el retorno de esos noventa mil…? Cuarenta y cinco mil de cada bando desandando los 200 kilómetros hasta Mánchester, compartiendo carretera, tren, avión…
Los saltos alocados de Guardiola en la celebración de los goles, sus lágrimas en la premiación revelan su ilusión por ganar el triplete. Sólo le falta la Champions el sábado para completar.
Este fue el título número 34 de Pep en apenas 14 años de entrenar. Y 13 ganados con el cuadro ciudadano. Los hinchas del City son, sin duda, los más afortunados de la tierra. De haber casi vegetado durante un siglo, con algunas esporádicas alegrías y muchos descensos y desencantos, viendo cómo sus vecinos del United conquistaban trofeos a mansalva, un día tocaron timbre en la sede y eran unos señores con turbante. Somos de Emiratos Árabes… ¿a cuánto está el kilo de City…? Quisiéramos comprar el club. Cómo no, tomen asiento… Los ingleses se guiñaban el ojo.
Los visitantes llevaban un baúl de millones para fichar jugadores; luego acercaron a Pep Guardiola. Con él la dicha es completa, les han brotado títulos como hongos. Las palabras y el saludo extenso y admirativo del príncipe William a Pep en la ceremonia inaugural y luego en la entrega de medallas, reflejan lo que despierta este ajedrecista de la redonda.
La contra -un ejército multitudinario- dirá una vez más que Pep y el City ganan por los petrodólares y por las estrellas que contrata y que los otros, indigentes, no pueden hacer nada. Pero sucede que el City gastó a inicios de temporada 150 millones de euros en jugadores y vendió por 186, en tanto el United invirtió 238 y transfirió por 9,4. Diferencia abismal en favor del United.
Lo mismo acontece con la creencia de City rico y United, Bayern, Madrid, Liverpool, Juventus pobres. Manchester United es propiedad de la familia norteamericana Glazer, un imperio diversificado en la industria del entretenimiento, los bienes raíces, el petróleo, centros comerciales, etcétera.
Parte del Bayern es de Adidas, Audi y Allianz. A ese nivel todos son poderosos. Moraleja: Guardiola cuenta con igual cantidad de figuras que los demás tiburones blancos de Europa, simplemente gana por mejor, por la capacidad de sus jugadores y su genio estratégico. Sobre todo, esto último.
Las apuestas pagaban 1,56 el triunfo celeste y 5,80 el de los rojos. Las previsiones de la cátedra se cumplieron. A punto estuvo el City de firmar una tarjeta inmaculada en el torneo: jugó 6, ganó 6, anotó 19 goles y le marcaron uno, ese de penal. El sábado tiene la última parada en la estación Estambul. Ahí espera la Champions.
(04/06/2023)