Un abrazo y un robo en el Maracaná
Imagen: Archivo La Razón
Ricardo Bajo
Imagen: Archivo La Razón
El Maracaná ya no es el Maracaná. Nos lo robaron. Aquel estadio impulsado por el periodista deportivo Mario Filho no es lo que era. Solo queda el mito.
El Maracaná fue construido por el hombre para competir con el Pan de Azúcar, con la hermosa bahía de Guanabara, con los bellos peñascos verdes pegaditos al mar rebelde de Río de Janeiro.
El ex “Museo do Índio” sigue junto a la puerta dos/tres del estadio. Es un castillo de finales del siglo XIX; antiguamente ocupado (desalojado ayer/abandonado hoy) por movimientos sociales indígenas.
Es un espejo deformado de lo que fue la leyenda popular del Maracaná.
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La cancha fue diseñada para recibir/acoger al pueblo, sin distinciones de clase, raza, sexo. El día de la gran final del Mundial de 1950 el diez por ciento de los habitantes de la capital carioca (200.000 hinchas) estaban de pie apretaditos en las tribunas, prestos a festejar y abrazarse con el desconocido. El gol del uruguayo Alcides Ghiggia hizo famoso el estadio para siempre.
La entrada para ver su galería histórica cuesta hoy 62 reales (84 bolivianos). Uno espera un paseo por la historia de uno de los templos más sagrados del universo futbolero. Pero nada es como era. Los turistas se sacan fotos a pie de césped.
El pequeño recorrido por los “vestuarios” de Fluminense y Flamengo termina con el visitante entre las butacas. Así vacío, el estadio desilusiona. Ya no es aquel gigante redondo, aquella arquitectura seductora.
En el exiguo recorrido por camisetas, banderines, fotos y pisadas de los futbolistas no aparece ni por asomo el recuerdo de Barbosa, la víctima propiciatoria de aquel “Hiroshima” (Ary Barroso dixit). Acaso se exhibe la fea réplica de una camiseta celeste.
Han pasado 73 años y el Maracaná ha visto reducir su aforo a 78.838 espectadores. Hay “camarotes” (palcos) exclusivos con comida, bebida, aire acondicionado y televisión.
Con los 52.419 hinchas del Flu-The Strongest gritando, la acústica envolvente multiplica por cuatro el aforo. Es un espejismo. La humedad hace brotar el sudor, apenas hay gente sentada en su butaca.
“Vamos tricolores, chegou a hora, vamos a ganar a Libertadores”, canta la hinchada del “Fluzao”. Es su regreso al Maracaná por la Copa después de quince años.
Es la primera vez del Tigre en el “Estadio Mario Filho”. Don Héctor, el padre del presidente Montes, grita dos veces el «Warikasaya/Kalatakaya» cuando el gualdinegro encajona al Tricolor en su arco en la segunda parte.
Es otro robo: debió ser roja a Marcelo; en el gol de Fluminense no había corner previo; hubo penal al “Pollo” Flores; y el tanto anulado por falta de Triverio en el minuto 48 de la segunda parte dejó muchas dudas.
Cuando ví esa pelota dentro me abracé a un grandote desconocido. Es lo que no pudieron hacer en el 50. Al Tigre también le robaron, le robaron su “Maracanazo”.
(20/04/2023)