Pasa el tiempo, desfilan generaciones y el Tigre sigue rugiendo. Parece que lo tienen cercado, que cae y lo cazan, pero se rehace y da el zarpazo matador.
Ayer, cientos de miles de familias bolivianas, excitadas, nerviosas de los nervios que da la euforia exhumaron del placard la camiseta, la bufanda, la bandera y el gorro para salir a las calles, a las plazas a mostrar su alegría, su orgullo. A tocar bocina en las avenidas. Están de fiesta, cuelgan las banderas oro y negro de las ventanas para exhibir su filiación.
El fútbol es un hecho cultural muy profundo en nuestros pueblos. No mejora el sueldo ni la calidad de vida, pero impacta tan positivamente en el ánimo de millones… Es la máquina de dar felicidad. Y cuando se logra el título sobrevienen inmediatamente cinco minutos en que los ojos brillan y la memoria nos pasa la película de la vida junto al club amado.
El cariño a los colores, la primera vez en la cancha con papá o el tío, aquel clásico que ganamos sobre la hora y después nos fuimos a celebrar con los amigos, las cargadas al rival de siempre, la hazaña de cuando íbamos perdiendo 3 a 0 y ganamos 4 a 3… El fútbol se mama desde niño y va traspasando la piel hasta anidarse en el corazón. De ahí no sale más.
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¡Strongest campeón…! Siete años y diez campeonatos le demandó sumar más gloria, pero la insistencia y la ansiedad son las que definen la grandeza de un club. Reincidir y reincidir en el intento hasta coronar de nuevo. Así son los grandes. Siempre vuelven. Y ya era hora.
Es muy difícil ser campeón, y el Tigre celebra su título número 41. Desde el amateurismo al profesionalismo, desde el campeonato paceño hasta el nacional, siempre campeón. Cuarenta y una estrellas, un mérito excepcional. “Hay discusiones sobre ese número”, dicen algunos colegas. Oswaldo Calatayud las sepulta a partir de sus investigaciones: “Estos 41 títulos no son inventados ni son torneos de invierno o amistosos -asegura Oswaldo, director de la Biblioteca Stronguista-.
Son títulos oficiales que han sido organizados, administrados y premiados en su momento por las asociaciones respectivas y hay fotos, textos y libros que lo atestiguan, hubo celebraciones, están los trofeos”.
Hay que saber ser campeón. Strongest supo. Tomó la punta en la primera fecha y no la soltó más hasta dar la vuelta olímpica. En las primera diez fechas, con Ismael Rescalvo en el banco, fue invicto con 8 triunfos y 2 empates. Hizo una considerable fortuna de puntos y luego, ya con Biaggio, Formosinho y Cabanillas, vivió de los ahorros. Impresentable Formosinho, deslizó que quería irse a la semana de llegar. Bien Cabanillas, logró la adhesión del plantel en la recta final del campeonato y mantuvo la moral en alto. Quedará en el recuerdo estadístico que cuatro entrenadores dirigieron al campeón.
Fue un equipo, el Tigre, sustentado en dos grandes figuras, Billy Viscarra en el arco y Quique Triverio en ataque. Las columnas que sostuvieron esta corona. Viscarra paró el viento, salvó goles con reflejos de superhéroe en tantos partidos en que el equipo flaqueó atrás.
Un arquero ganapartidos. Triverio marcó 22 goles, la mayoría, decisivos. Uno de los mejores fichajes de este milenio. Impecable profesional, fuerte, de excelente remate con ambas piernas y de buen cabezazo, se arregló con cualquier pelota que andaba suelta. Una injusticia su expulsión ante Vaca Díez, que le impidió estar en la final y festejar de pantalones cortos. El que más hizo por el título.
El ránkin de méritos. 1) Triverio, 2) Viscarra, 3) Quiroga, 4) Ortega, 5) Sotomayor. Álvaro Quiroga fue el termómetro del medio, de buen quite y pase seguro a favor de una pegada virtuosa. El colombiano Michael Ortega es la luz de este equipo, Sotomayor una confirmación.
Dos líneas para Héctor Montes. Es el presidente campeón. Cuando la Federación y 14 clubes intentaron descabelladamente anular el campeonato por la existencia de una “vasta red de corrupción” de la que nunca se supo nada, Montes impuso su criterio contra todos para que se reanudara. Sin esa gestión no había vuelta olímpica.