Wednesday 11 Dec 2024 | Actualizado a 05:31 AM

Honrarás a tu padre

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 11 de noviembre de 2024 / 00:01

El fútbol ocupa un sitial importante en la vida argentina, quizá demasiado. Es transversal a toda la sociedad. Va desde el obrero al profesor universitario, es una iglesia sin ateos.

A veces cuesta explicarlo para quien no lo ha vivido. Si un candidato a Presidente de la Nación confesara que no es hincha de ningún club no tendría una mínima opción de triunfo. No se concibe. No es normal. Así como el caballo come pasto, con el mismo afán nosotros tragamos fútbol.

Es un alimento espiritual, un entretenimiento nacional y un compendio de códigos, comportamientos y lealtades. Se empieza como hincha, luego, ya más grande, uno se hace socio y es hasta que la muerte nos separe.

El genial Roberto Fontanarrosa decía que la pasión por el fútbol “es como el matrimonio y las enfermedades, se contrae”. Y, dado que a los argentinos nos apasiona mucho más nuestro club que la selección, el mismo Negro sostenía: “Central es como mi vieja, la selección es como mi tía”.

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No decimos equipo, decimos cuadro. Y no decimos estadio, sino cancha. En nuestro imaginario, la madre y el club de fútbol son sagrados, están en el altar supremo de la adoración. Ante esa instancia no se concibe la traición. Del padre se hereda el club de fútbol. El padre es de Racing, el hijo de Racing.

Así tiene que ser. Para poder abrazarse en un gol, tras una gran victoria. Luego, la madre, por extensión, le guste quien le guste, cincha por el club del hijo, para verlo feliz. Esto es así y el que lo quiera cambiar que no se gaste, pierde tiempo.

En casa profanamos la tradición. Mi padre era un demócrata: su corazón latía por Rosario Central y sus dos hijos le salimos de Independiente. No obstante, sobrellevó el hecho con ponderable señorío. Hubo un alto costo: no haber ido nunca con él a un partido, una pena.

Para ir nos enganchábamos con amigos, con otros padres, con la barra de la esquina… Cuando tuvimos la suficiente edad para manejarnos, nos íbamos por cuenta nuestra. Mi mamá no era tan futbolera, simpatizaba tenuemente por Newell’s Old Boys, pero deseaba que ganara Independiente por nosotros.

En el barrio hubo un caso real de amor y desamor fuerte. También de padre e hijo. Adolfo fue un hombre simple, devoto esposo y padre ejemplar. Armó con Silvia un hogar modesto, dado su empleo público en el correo. Con afanes y sacrificios hizo la casita. Tuvieron a Guillermito. Su mundo cerraba perfecto: el nido, la familia, el pichón. Con eso era feliz. Con eso y con Boca.

Ése era el otro gran amor de su vida. Y su único gasto, su lujo, ir a la cancha. Ni fumaba. Cuando Guillermo cumplió siete años lo llevó por primera vez a La Bombonera, venciendo los temores de la madre y aceptando miles de recomendaciones: “Cuidalo bien”, “Tapalo”, “Vayan lejos de la hinchada”, “No discutan con nadie”…

Después ya se hizo costumbre y mermaron las aprensiones. Bastaba con un “pónganse un gorro que hay mucho sol”. Así, todos los domingos Adolfo y Guille partían tempranísimo hacia el ritual. Adolfo sentía que con eso completaba el círculo de la felicidad.

¿Qué más podía pedir…? ¿Fortuna? ¿Para qué? La fortuna era eso, y luego, si ganaba Boca (que casi siempre ganaba), volver a casa, tomarse unos mates calentitos con Silvia y escuchar la radio comentando las hazañas boquenses. Porque esto transcurrió a comienzos de los ’60, el fútbol por televisión no arrancaba todavía, la radio era todo. “Ssssshhhh… que está hablando Fioravanti”.

Sí, Adolfo iba pletórico en el tren, la vista en el horizonte. Guille juicioso, con su habitual compostura. No podía haberle salido un hijo más bueno. Un santo, estudioso. Pero la vista de Adolfo, que estaba más allá del sol, no podía penetrar en la cabeza de Guillermito. Allí habitaba un duende. Algo no estaba bien ahí dentro, algún cablecito cruzado. Adolfo lo ignoraba.

Guille también adoraba ir a la cancha, salió tan futbolero como su padre. Sin embargo, en su interior abrigaba un sentimiento encontrado, que no se atrevía a confesar. Pasó un año, dos, tres… El almuerzo dominical, el beso a mamá, el tren, la cancha, la multitud, la vuelta a la calidez hogareña. Y si ganaba Boca, llegaban con pastelitos de la panadería al bajar en la estación. Cuando hay amor, las rutinas son hermosas.

Guillermo se fue haciendo grandecito y secundaba fiel al padre, aunque el embrollo que tenía en la cabeza ya lo asfixiaba. Hasta que una tarde, que jugaban Boca y River, no pudo aguantar más.

“A estas gallinas las vamos a destripar”, le decía Adolfo, contento, a otro hincha de Boca sentado en el asiento de adelante. “Hoy se comen cuatro”, respondió el otro, con el clásico optimismo boquense, (a menudo infundado, por cierto).

Guille nada, iba serio, pero por dentro no aguantaba más. Bajaron del tren y se animaron caminando hasta La Boca, encolumnados con la marea boquense, todos gritando, arengando. La caravana entubaba las calles de ese barrio peculiar, atrapante.

El humo de las parrillas, los vendedores de gorros, banderas y vinchas, los que ofrecen entradas de reventa, el azul y oro presente en toda esa babel ansiosa por subir al cemento y dar el aliento que, como Boca, nadie. Adentro ya estaría colgada de la segunda bandeja la bandera del Jugador Número Doce con la leyenda que inflama los pechos: “Podrán imitarnos, igualarnos jamás”.

En ese maremágnum, Adolfo se sentía en el paraíso. Guille, tal como es él, ni una palabra, ni un gesto. Pero Adolfo no decía nada porque sabía que era así, calladito, poco expansivo. “¿Querés un choripán, Papito…?” Guille rechazaba educadamente.

La bravata se consumó y salió redonda: ganó Boca 3 a 1. ¡Tres a uno a River y con triplete del ídolo, el brasileño Valentim…! Una locura. Adolfo se abrazó con media Bombonera, Guille lo vivió a su manera: sin efusión. Tardaron en salir, la multitud, eufórica, no tenía apuro en irse, las pizzerías de La Boca desbordaban, siempre que gana Boca es una fiesta de pizza y moscato, vino en jarra.

De vuelta a casa, alumbrados por los focos de la esquina, Guille tomó la que hasta hoy es la decisión más fuerte de su vida. Lo paró al padre unos metros antes de llegar a la puerta de casa y se lo dijo. No quería herirlo por nada del mundo, pero se animó:

-Pa… tengo que decirte algo.

-Claro, pedime lo que quieras, Guillermín, hoy es un día glorioso.

-No, papi, no quiero nada, es otra cosa.

Adolfo cambió el semblante, se volvió adusto.

-¿Qué pasa, hijo?-. Le acarició la cabeza con enorme ternura.

-No te enojes por lo que te voy a decir…

-No, mijito, nada de lo que me digas me puede enojar.

-Es algo que yo siento y que ya no lo puedo ocultar más…

-¿Qué es…?, preguntó Adolfo, preocupado.

-Yo soy de River.

Era otoño. Había comenzado una llovizna tenue y fría que mojaba. Adolfo quedó mudo. Su rostro se tornó sombrío. Fue una noticia terrible. Un impacto como si le hubiera caído un saco de correo en la cabeza. No pudo responder. Ninguno de los dos habló más. Entraron. Silvia esperaba con el mate, contenta, ya sabía del triunfo de Boca, los vecinos de enfrente gritaron los goles. Le pareció extraña tanta parquedad, cada uno encaró para su pieza. Adolfo no quiso cenar, no pudo dormir, sintió que el cristal de su vida se había resquebrajado.

Nunca más fueron a la cancha juntos.

(11/11/2024)

Los periodistas sabemos menos

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 9 de diciembre de 2024 / 00:03

“Yo soy técnico y ustedes periodistas, no pueden opinar como entrenadores porque no lo son”. La frase, potente, directa, la expresó Ricardo Gareca ante los reporteros chilenos que le discutían cuestiones tácticas en conferencia de prensa el 9 de octubre pasado.

Chile iba último en la Eliminatoria y los colegas se sintieron con derecho a darle una breve cátedra sobre la función. A un profesional que fue dieciocho años futbolista de grandes equipos (Boca, River, América de Cali, Selección Argentina) y que lleva treinta dirigiendo, con éxito, en clubes y selecciones. Y le rebatían individuos que no pasaron del nivel de la canchita de la esquina.

No significa que Gareca no pueda estar equivocado y el cronista remarcarlo. De ahí a ponerse tácticamente en la misma línea hay un océano. Siguió el Flaco “ubicando” a los muchachos… “No me molestan las opiniones, pero si hay alguien capacitado somos los que estamos en el fútbol. Ustedes no son técnicos, no saben lo que es serlo… Pueden opinar, y yo respeto esa opinión, pero nunca van a saber desde este lugar porque no son profesionales como los que nos dedicamos a esto».

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En tono tranquilo siguió su monólogo: «No lo tomen como un acto de soberbia, hay que ser director técnico para hablar con propiedad. Todo es materia opinable… Pero yo no puedo debatir con ustedes, porque no son directores técnicos… No saben lo que es estar en un vestuario con jugadores que de pronto son figuras, millonarios, y uno tiene que tomar decisiones.

Ustedes no las pueden tomar porque no han estudiado la carrera de técnico, o no los han contratado o no han tenido un proceso de dirección técnica… Es lo mismo que yo me quiera poner a opinar de medicina, no puedo. Puedo decir, simplemente: ‘¿Por qué no tomás un Paracetamol…?’, pero hasta ahí».

Hace unos días, en la rueda de prensa previa al choque ante el Liverpool, los colegas españoles se pasaron de sabihondos y Carlos Ancelotti los frenó: “Oigo mucho, pero no hay que olvidarse que tengo 1.300 partidos dirigidos, con sus 1.300 alineaciones y casi 4.000 cambios. Nadie, aquí, me puede dar consejos”.

Juan Domingo Rocchia fue un gran jugador de Racing y Ferro, líder en el campo, bravo para meter la pierna, marcó 101 goles siendo zaguero. Un día, como era referente de Ferro y cesaron al DT, lo designaron interinamente al mando del equipo. Le temblaron las piernas. “No es fácil pararse frente a treinta jugadores y decirles qué deben hacer”, confesó con humildad. Establecer una táctica, preparar, arengar, demostrar que uno sabe más que sus dirigidos. Al minuto, si lo que está diciendo el conductor no es demasiado coherente, los muchachos se empiezan a codear y a susurrar: “Huuummm… ¿escuchaste eso?”

En 2022, poco antes de morir, otro Flaco, Menotti, se refirió al tema en una entrevista:

-Hay mucha imprudencia en la opinión. Se agrede, se ofende sin saber. “Se equivocó en el cambio”. ¿Cómo va a decir eso…? El cambio que hizo lo perjudicó, punto. Escucho a otro decir “el penal yo lo hubiera pateado así”. No, vos nunca vas a patear un penal. Nunca vas a saber lo que se siente entrar a la cancha de Boca con esa camiseta. Analizá lo que viste. Antes los periodistas eran muy respetuosos. Ahora hay una soberbia que no condice con la condición de periodista.

Hay una jactancia, cierto, una fuerte inclinación periodística por ejercer magisterio, por querer saber más que el técnico y que los protagonistas en general. ¿Para qué…? El periodista debe evaluar el espectáculo como evento global. Lo emocional sobre todo, porque este deporte es un hecho esencialmente emocional. El “dibujo táctico”, 4-3-3 ó 4-4-2 es un tópico menor que el hincha lo pasa de largo, casi no le interesa. Consume el comentario como un cuento. “¿Fuiste a la final entre Mineiro y Botafogo…? Contame, ¿cómo fue…?”. Nadie pregunta si Botafogo salió con línea de cuatro o de cinco. Eso lo van a comentar entre dos entrenadores amigos.

Desde luego, si el periodista no analiza, transmite mal. Y si transmite mal, desinforma, desvirtúa, dos de los peores defectos de la profesión. Para hacerlo bien hay que estar informado, ver mucho fútbol, instruirse, charlar con gente del ambiente. Hay quienes exageran y hacen el curso de entrenador, pero bueno, saber nunca es malo. Hasta ahí, bien. Sin embargo, llevar el comentario al plano de la ciencia táctica es excesivo. Y no corresponde. Opinamos, damos nuestro parecer. De ahí a creer que sabemos más que Lorenzo o Scaloni o que podríamos hacerlo mejor que ellos es un disparate.

Comentar el espectáculo, las sensaciones que dejó, si fue bueno o malo, quién jugó mejor y mereció ganar, cuáles fueron las figuras, las incidencias determinantes del juego, las acciones polémicas, el arbitraje, qué le pasa a Mbappé, por dónde se dio el quiebre del partido. Ejemplo: en la final de la Libertadores un jugador de Botafogo fue expulsado a los 29 segundos de iniciado el duelo, con lo cual esa incidencia pasa a ser el eje central del análisis. Una gran jugada… El gol de James a Uruguay en el Mundial 2014 ocupó la columna entera sobre el partido. ¿Para qué profanarla con tacticismos o acotaciones adicionales…? ¿A alguien le importa si aquella tarde Uruguay se paró con un 5-3-2…? Otro tanto acontece con las estadísticas, interesantes, desde luego, y muy atractivas para deportes norteamericanos pasivos como el béisbol, no tanto para el fútbol, cuyo encanto es la intensidad, el sentido artístico de una maniobra, el vuelco de un resultado donde uno ganaba 3-0 y perdió 4 a 3. Existe una tendencia creciente a manejarse por estadísticas, pero la estadística es como un condimento, le da un toquecito a la comida, pero no es la comida.

Tiene razón Gareca, lo periodistas no podemos ponernos a su altura en conocimiento del juego, de lo que siente un futbolista y lo que es un vestuario. Sabemos menos. Los periodistas de economía refutan permanentemente a los ministros del área por las medidas que toman. Los periodistas no son economistas, son opinólogos, no están al frente del ministerio. Y las veces que han sido designados en una cartera de economía -que ha sucedido- fracasaron.

Lo que no puede el técnico o el futbolista es caer en el simplismo y desacreditar: “¿Qué puede decir éste, si nunca jugó a la pelota…?” No hace falta. Y no es preciso ser director de cine para comentar una película. Tampoco por respeto perder el rigor.

También está instalada en los protagonistas la idea “del negocio” de la prensa. Si dicen que un partido es bueno es porque “conviene al negocio”. Si se critica a alguien significa que ese alguien “no es negocio” para el periódico, el canal o la radio. Una ridiculez olímpica. El éxito de un medio no está relacionado con que gane o pierda Boca. Es subestimar demasiado la capacidad organizativa y estratégica de grandes conglomerados empresariales. Es como si en España se hundiera la Cadena Ser porque el Real Madrid no sale campeón. Los dueños de los medios muchas veces no están ni enterados de cómo va el campeonato.

En medio siglo de periodismo profesional nunca vino un jefe a decir “dale manija a tal equipo que necesitamos vender”. A ninguna mente centrada se le ocurriría una tontera semejante. Tan absurda como aquella antigua creencia de que los jugadores “van para atrás”. Folclore puro.

(8/12/2024)

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Hazaña del pipoqueiro

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 4 de diciembre de 2024 / 00:05

Botafogo, equipo pipoqueiro”, se burlaron en Brasil durante más de medio siglo. ¿Qué es pipoqueiro…? Que, cuando lo aprietan, revienta como la pipoca, la palomita de maíz, que juega grandes partidos cuando los partidos no son grandes. Y que arruga en las finales.

“O único time grande que nunca ganhou a Libertadores”, se mofaban sus rivales cariocas, Flamengo, Vasco y Fluminense. Ni su brillante historia era respetada. Cuando Brasil fue campeón mundial en 1958 y 1962 la Seleção era Botafogo reforzado. Garrincha, Didí, Nilton Santos, Zagallo, Amarildo eran el orgullo alvinegro con la verdeamarelha.

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Sin embargo, tras el ocaso de Garrincha se fue apagando el fulgor de sus glorias. Y las nuevas generaciones no recuerdan a aquellos héroes. Miran el hoy nomás. Pasaron décadas y más décadas de desencanto. Hasta que el último día de noviembre de 2024…

La historia del fútbol -copiosa- no recuerda un caso igual: el de una finalísima en que un jugador fuera expulsado a los 29 segundos de juego. En ese instante, Gregore de Magalhães da Silva, Gregore para el fútbol, o el Pitbull para los amigos, le aplicó un planchazo bestial en la cara a Fausto Vera.

Rojo sangre para Vera y rojo tarjeta para Gregore. Una irresponsabilidad jamás vista. Botafogo estuvo 64 años esperando ganar una Libertadores y el Pitbull lo dejó con diez desde el saque. A jugar la final entera de la Libertadores con uno menos frente a Atlético Mineiro.

Más pipoca, pensaron en Brasil. La TV mostraba las caras desoladas, angustiadas, incrédulas de los torcedores botafoguenses en las tribunas de River. “Nos gastamos miles de dólares, hicimos el sacrificio de viajar a Buenos Aires, tenemos la ilusión de nuestras vidas y Gregore nos deja con diez en el arranque…” Ese sería el pensamiento unificado que cruzaría las mentes de los miles de hinchas de la Estrella Solitaria. Y la tristeza de algunos millones más en Río de Janeiro.

La inmensa mayoría de los técnicos del mundo hubiesen hecho automáticamente una modificación clásica: sacar un delantero y poner otro volante de marca en lugar de Gregore para compensar el mediocampo, la cocina del fútbol. En cambio, el entrenador portugués Artur Jorge, en una decisión que lo engrandece, dejó todo como estaba: los dos delanteros, Igor Jesús y Luiz Henrique, y los dos creativos, Savarino y Thiago Almada. “Hemos venido a ganar y seguimos con esa idea”, debió pensar. Y el mensaje implícito llegó a los jugadores, que tomaron con naturalidad la batalla que se les planteaba.

Con semejante ventaja, Atlético Mineiro impuso un predominio, aunque estéril, sin profundidad, apenas amenazando con un par de tiros de lejos del increíble Hulk, que a los 38 le sigue dando. Lánguido Atlético Mineiro, tenía todo para hacer, pero no hacía nada. Y al minuto 35 pasó lo increíble: gol de Botafogo. Una jugada por la izquierda armada entre Thiago Almada, Marlon Freitas y su estrella Luiz Henrique (fichado en 23 millones del Betis), un rebote en Junior Alonso y la bola le cayó preciosa, justita, mansa a la zurda que Luiz Henrique, que le pegó con el alma, con la vida, con su pie izquierdo y con el pie izquierdo de los 4 millones de sufridos botafoguenses. Y la bola entró. Y el equipo disminuido se puso arriba en el tanteador. La incredulidad pasó a ser perplejidad un ratitito después, cuando el arquero Everson le cometió un torpe penal al mismo Luiz Henrique (amenaza con quitarle el puesto a Vinicius en la Selección) y Alex Telles aumentó la cuenta. Inesperado 2-0 y al descanso.

El segundo período presentó a un Mineiro tocado en su orgullo, se adelantó más y presionó por el descuento, pero no cambió la actitud de uno y otro. Tibia de los de Belo Horizonte, firme y batalladora de los cariocas. Apenas iban 2 minutos del segundo tiempo y un centro directo de córner le cayó en la cabeza del goleador chileno Eduardo Vargas, quien con mucha precisión puso el 1-2 y la esperanza del empate. Que nunca llegó. El mismo Vargas tuvo dos situaciones claras para marcar y se le fueron cerca. Entre la blandura del ataque mineiro y la solidez defensiva de Botafogo, se fue consumiendo el tiempo. Cuando el reloj señalaba 96 minutos y 48 segundos Junior Santos, una suerte de Sansón con habilidad, remachó el resultado: 3 a 1 después de una jugada individual para guardarla en una cajita de colores. Ni Julio Verne podía haber imaginado este desenlace. Como Racing en la Sudamericana, Botafogo prestigió la Libertadores.

Hay gente con suerte en la vida, pero como Gregore… Comete un error monumental, lo echan a los 29 segundos, deja a su equipo inerme en una final que esperó 64 años y los diez que quedan lo salvan y además lo hacen campeón. Estaba para exiliarse en algún lugar de la Polinesia, terminó levantando la Copa.

Botafogo es pasto de debate en un momento en que muchos países -Argentina especialmente- discuten si el fútbol debe ir o no hacia las sociedades anónimas en materia de clubes. Después de varios descensos y decenas de frustraciones, el club había acumulado una deuda de 360 millones de dólares, que hacía peligrar su existencia. El propio Botafogo creó una sociedad anónima para manejar su área deportiva resguardando la parte social y la vendió al empresario norteamericano John Textor, quien, después de poner 81 millones para deudas, invirtió otra suma similar en reforzar el equipo. Botafogo logró el ascenso a fines de 2021, Textor se hizo cargo en 2022. Ese año terminó 11°. En 2023, tras liderar casi todo el torneo y llevar 13 puntos de ventaja, se desplomó y finalizó 5°. Perdió un campeonato increíble, aunque alcanzó a clasificar a la fase previa de la Copa. Allí comenzó su camino triunfal este año. Ahora, a falta de dos jornadas para el final, lidera el Brasileirão y puede lograr un doblete histórico. Al mismo tiempo está construyendo el centro de entrenamiento más grande de América, con 19 canchas y 295.000 metros cuadrados. Allí funcionará la fábrica de talentos que Textor (accionista también del Olympique de Lyon y del Crystal Palace), pretende para llevar luego a Europa.

En la ceremonia de premiación, la Conmebol le entregó a Textor un cheque gigante por 23 millones de dólares. Lo mismo que pagó por Luiz Henrique. A eso hay que sumarle todos los premios anteriores, desde segunda fase hasta semifinal. Una fortuna. Y clasificó a la Copa Intercontinental (debutará el próximo miércoles ante el Pachuca) y al Mundial de Clubes. Ahora empieza otra historia. Le sacó brilló al apodo de O Glorioso.

Fue una final preciosa y curiosa. Asistieron 72.000 hinchas (58.957 pagantes), todos brasileños, con clara mayoría de Botafogo, a razón de dos por uno. Funcionó lo de partido único y campo neutral. Un choque que se recordará por haberse jugado completo diez contra once. La fiesta fue total, sin incidentes. Y un equipo que juega 104 minutos con diez es un campeón extraordinario. ¿Pipoqueiro quién…?

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Este Racing llega al alma

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 28 de noviembre de 2024 / 00:12

“No somos millonarios (por River), no somos la mitad más uno (por Boca), no tenemos doscientas copas (por Independiente), pero tenemos la gente, somos distintos a todos”. En una frase simple, Gustavo Costas definió a Racing, retrató el racinguismo, una pasión inexplicable, como dice esa bandera grande que flamea en el Cilindro los días de partido.

No es fácil describir el fuego que anida en los pechos racinguistas, un orgullo con la fuerza de un volcán, no siempre respaldado por los resultados. “Si no sufrimos no somos Racing”, agregó Costas, en alusión a los largos períodos en que la Academia atravesó sequías de títulos.

Bolívar es el único modelo, pero todo el mundo vive cerrado y solo critica ese modelo

Treinta y cinco años estuvo sin ser campeón argentino, entre 1966 y 2001, treinta y seis sin levantar un trofeo internacional, quebrado el sábado último al ganar la Copa Sudamericana. Ello nunca fue óbice para dejar de creer, de alentar. “Racing estrena utilero y llena la cancha”, exageraba el Gallego Títolo, un hincha caracterizado. Pero así es. Difícil encontrar hinchada más querendona. La palabra fidelidad parece quedarle chica.

¿Cuánto tuvo que ver su gente en la formidable conquista de la Copa Sudamericana…? Pocas veces una hinchada empuja tanto. Desde el momento en que se convirtió en finalista se tuvo certeza de que una multitud estaría apoyando en Asunción. ¿Cuántos fueron, 40.000…? Una interminable caravana de autos embanderados desandaron los 1.400 kilómetros entre Buenos Aires y la capital paraguaya. Ya en el estadio atronaron con su aliento, tapando a los torcedores de Cruzeiro, muchos menos.

Pero, si el hincha cumplió desde afuera, el equipo contagió desde adentro. Una simbiosis perfecta, porque el fútbol es un todo. Y el optimismo es el jugador número doce. Fue un Racing arrollador, con fútbol y carácter, con gol y personalidad.

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Contradictoriamente, Cruzeiro dominó las estadísticas: más tiros al arco, más posesión -71% a 29%-, más pases, más córners… En cambio Racing manejó el partido y lo ganó de punta a punta: 3 a 1 y un gol anulado al notable lateral uruguayo Gastón Martirena que no quedó claro que fuera posición adelantada. Nunca se mostró. No con claridad.

A propósito: ¿Cómo Bielsa no llama a Martinera a la Selección Uruguaya…? Cuesta entenderlo. Tiene marca, salida, clase, llegada y personalidad para jugar la bola. Su tasación es de apenas 3 millones de euros. No puede tardar en llegar a Europa. Ante Corinthians tal vez haya marcado el mejor gol de la Copa. Hacía tiempo no veíamos una elaboración de tanta calidad. Y bajo la lluvia. Recuperó en la raya central, hizo pasar de largo a Garro con un caño, a Charles con un enganche, pared preciosa con Almendra y derechazo de primera a un ángulo bajo. Sensacional.

Hay campeones y campeones. Este Racing fue uno brillante, que se recordará por años. Diez victorias en 13 presentaciones, 33 goles marcados, el goleador y máximo asistidor del torneo, Adrián Martínez, con 10 anotaciones y 5 servicios de gol. Y un equipo compacto, ambicioso, ganador. Plantel armado con paciencia de artesano. Un muy buen jugador en cada puesto y cuatro o cinco suplentes de igual categoría. Adrián Martínez y Juan Fernando Quintero son las estrellas visibles del cuadro de Costas, pero hubo varios puntales. Por caso, el arquero Gabriel Arias, que ataja en la Selección Chilena (aunque es argentino); el segundo delantero, Maxi Salas, veloz y potentísimo; los medios Santiago Sosa y Juan Nardoni, los centrales Di Cesare y García Basso, éste último muy conocido en Ecuador.

“El fútbol argentino gana todo, y la pasión que pone la gente es increíble, les da una fuerza tremenda a sus equipos. La hinchada de Racing en la final ejerció una influencia extraordinaria”, se admira Hugo Illera, fantástico periodista colombiano de Win Sports televisión. “La diferencia fue que Racing jugó una final, Cruzeiro un partido”, añadió Hugo.

Pese a la fantástica arremetida de los representantes brasileños en los últimos años (con esta de Botafogo o Atlético Mineiro serán seis coronas consecutivas) Argentina seguirá punteando el historial de la Libertadores con 25 copas contra 24 de Brasil. En Sudamericana son 10 títulos contra 5. Y ahora, con el dólar bajo como está en la patria de Borges, los conjuntos albicelestes pueden lanzarse a incorporar más extranjeros de nivel, para pelearles mejor a los brasileños. Es altamente meritorio que el líder de la tabla histórica de la Copa Sudamericana sea un equipo ecuatoriano (Liga de Quito), y que entre Liga e Independiente del Valle sumen 4 conquistas. Ecuador va tercero en el historial por país, lo que exime de otras palabras en cuanto a su ascenso como medio importante. Esto es algo que parecen no haber entendido los equipos colombianos, que entran a participar, no a ganar las copas.

“Los clubes argentinos se las ingenian siempre para tener equipos competitivos, son los que más jugadores exportan, pero los reemplazan con los mejorcitos de los países vecinos. Racing tiene tres colombianos, dos uruguayos… Y siempre hay chilenos, paraguayos, peruanos”, agrega el excelente colega Marino Millán, de la misma cadena bogotana.

Convincente y contundente, fue tan rotundo lo de Racing que dejó la impresión de que si jugaba la Libertadores también peleaba el título. Y que tranquilamente podría vencer a Atlético Mineiro o Botafogo, finalistas de la Copa grande. Racing incluso puede hacer doblete ganando el campeonato argentino. Está muy cerca del puntero, Vélez.

La 23ª. edición de la Copa Sudamericana redondeó un concepto atractivo, con 392 goles, a una media de 2,48 por juego. Gustó.

Racing ganó 8.775.000 dólares en premios de la Conmebol por esta Sudamericana que va creciendo. A ello deben sumarse los ingresos colaterales. Seis partidos de local, que en cancha de Racing (tiene capacidad para 55.000 personas y pagan todos) deben oscilar en 5 millones más. La clasificación a la Recopa implica otros 1,5 millones, y a la Libertadores 2025 unos cuatro más. Eso sin contar los patrocinios, el mercadeo, los nuevos socios, y otras hierbas como la cotización en alza del plantel. Si se tienen que ir, que dejen algo interesante. En Argentina, la masa societaria de los clubes es similar a la de Alemania, son cientos de miles y pagan su cuota mensual. De modo que los éxitos internacionales significan reconocimiento, prestigio, mucho dinero y, sobre todo, crecimiento.

Los triunfos internacionales, además, refuerzan lo nacional porque dan un cupo más, del que se beneficia otro club, y elevan su campeonato en el ranking de ligas, con lo que se puede pedir mayor retribución a patrocinadores y televisoras.

En el caso de Racing hay un elemento resaltante: mostrarle al continente su popularidad y la conmovedora adhesión de su público. La Guardia Imperial brilló en La Nueva Olla, la casa de Cerro Porteño, pero otra impresionante multitud siguió el juego en el Presidente Perón, en Avellaneda, y al retorno de los campeones miles y miles esperaron en el Obelisco. No era Argentina campeón del mundo, era Racing nomás.

(28/11/2024)

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Hoy es mejor, antes era más lindo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 25 de noviembre de 2024 / 00:18

La Victoria, la Belleza, la Fidelidad… ¿Con cuál de estas tres deidades nos quedaríamos…? La Victoria envejece, la Belleza se va, la Fidelidad es inalterable y siempre nos acompañará. Los amantes del fútbol sueñan con la primera, se enamoran de la segunda, pero finalmente parecen preferir la tercera. Idolatran a aquellas figuras que permanecieron más tiempo en su club por encima de otros cuyo paso quizás fue más fulgurante.

El último enero, la isla de Cerdeña se congregó toda en el adiós a Gigi Riva, el ídolo que nunca se quiso ir del Cagliari pese a los flechazos del Milan, de la Juventus. Y toda Italia le dio honores casi de estado. Premiaban al gran crack nacional, pero más que eso al hombre fiel que se entregó a una sola camiseta, a una sola parcialidad. La lealtad da dividendos, Gigi era millonario de afectos.

En unos días, cuando se enfrenten el Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid en San Mamés, Giuseppe Bergomi recibirá del club vasco el prestigioso One Club Award, el premio al “jugador de un solo club”, una distinción honorífica para aquellos futbolistas que desarrollaron toda su carrera en una misma institución.

Antes lo han recibido leyendas como Paolo Maldini, Sepp Maier, Carles Puyol, Billy McNeill, Ryan Giggs o Ricardo Bochini. Con frescos 18 años, Bergomi fue campeón mundial con Italia en 1982, en aquel brillantísimo título que la Azzurra levantó en Madrid tras vencer a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania. No obstante, el 4 de diciembre experimentará un orgullo único: homenajearán su fidelidad.

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La Copa Mundial premia la aptitud futbolística, el One Club Award distingue valores humanos: la consecuencia, el compromiso. En este caso, con el pueblo interista, que representa muchos millones de italianos.

Un solo título de liga ganó Giuseppe en veinte años de calzarse la maglietta negriazul, pero se quedó siempre, en las tardes felices y en las otras. Eso veneran los hinchas del Inter, su amor por los colores. En Bilbao lo aplaudirán athleticzales y madridistas, pero al volver a Milán lo ovacionará el Meazza, el estadio que lo vio cientos de veces entrar con la cinta de capitán.

“Defender una sola bandera en la vida te hace único: todo el mundo lo reconoce, aunque signifique ganar sólo un campeonato, como me pasó a mí, pero en cierto modo es un orgullo, porque fue el resultado de una lealtad absoluta”, dice Bergomi, hoy, comentarista de Sky TV, a La Gazzetta dello Sport.

Claro, de haber ido a la Juve tal vez hubiese saboreado otras mieles, pero dijo no. “Vino a buscarme Trapattoni. ¿Por qué no viene a Turín?, me preguntó. Porque estoy a gusto en casa, respondí. ‘Bien hecho, bravo…’, me dijo”.Beppe era un chico, 16 años, cuando los tifosi del Inter lo vieron debutar, y todo un hombre al retirarse diecinueve temporadas después. Era un duro marcador de punta, jugó cuatro Mundiales. Sin embargo, quedó eternizado por su idilio con el Inter, que sigue hasta hoy.

El One Club Award tiene tanto predicamento como el Laureus o el Fair Play, tal vez más. Pero le va a costar horrores encontrar nuevos candidatos, los futbolistas actuales son vedettes que cambian mucho de escenario. El dinero domina todo, el representante es el personaje que puso distancia entre el jugador y el club, entre el hincha y su ídolo. “Si no nos dan lo que pedimos me lo llevo”, amenaza. Y cumple.

Ricardo Bochini, un chico humilde de pueblo, llegó a Independiente con 15 años para la octava división. Apenas hablaba. Se quedó toda la vida. La gente le agradece los triunfos, su juego genial, las Copas Libertadores, pero, sobre todo, haberse quedado para siempre. Hoy, el estadio lleva su nombre, la calle donde está enclavado y una de las tribunas principales, también, todo se llama Bochini. Daniel Bertoni, otro ídolo rojo, lo resumió: “Todos decimos que amamos a Independiente, pero todos alguna vez nos fuimos, el Bocha no se fue nunca, están bien los homenajes que le hacen”.Cuando ganaron la

Copa Intercontinental contra la Juventus en Roma, 1 a 0 con gol suyo, fue el día más feliz de su vida. El club les dio a cada uno 200 dólares de premio. No era como ahora. La plata no importaba, valía la gloria. Como Bergomi, estuvo veinte temporadas cambiándose en el mismo vestuario.El marco del fútbol actual, la organización, el reglamento, los arbitrajes, las tácticas, la preparación, la competitividad, y especialmente el contexto global, todo ello es mejor en el presente que en el pasado, en especial, más limpio. Lo que no podrá igualar el hoy es el romanticismo del que estaba envuelto este deporte hace 40, 50, 80 años atrás.

La cáscara de aquel fútbol era sencilla y gustosa. Luego, el dinero en cantidades industriales invadió todas las esferas de la actividad, y donde entra el vil elemento se pierden los valores más bellos de la existencia humana.Ibas a la cancha y sabías de memoria la formación de tu equipo porque los protagonistas pasaban años en el club, no estaban desesperados por irse, tampoco pedían fortunas para renovar contrato. Era fácil convencerlos: “Quedate, la gente te quiere, vamos a armar un plantel para pelear el título…” Hoy no están cerca del público, nadie los ve, no son verificables, parecen hologramas.

Una mínima ceremonia de tres minutos que apenas distraía la atención del público. En el centro del campo, un señor de saco y corbata entregaba al crack una pequeña estatuilla consistente en un balón dorado sobre una basesita de madera que cabía en una mano. El ganador mostraba el premio a las gradas y estas sellaban el momento con un somero aplauso. Y un grupito de fotógrafos (no una nube) a quienes se les permitía acercarse sin restricciones, lo eternizaba. Lo espectacular de la foto era su simpleza, la austeridad del acto. Y quienes lo recibían eran Gianni Rivera, Bobby Charlton, George Best, Beckenbauer… Así era la entrega del Balón de Oro en los ’60, no la gala fastuosa, casi obscena de lujo y muchas veces polémica de ahora.

El celebérrimo Ferenc Puskás cuenta en su libro autobiográfico que, en su niñez, en los partidos de barrio en Budapest, tenían un equipo que hacía maravillas. Se había corrido la voz, jugaban en la calle y se juntaba gente a verlos. Varios ficharon luego por el Kispest, el club de al lado de su casa. La movían tan lindo que “el tío Joszeph”, carnicero de la cuadra, había fijado “un premio extraordinario” si ganaban en los desafíos contra los chicos de otras barriadas: una salchicha para cada uno. Era la época de entreguerras, de auténtica pobreza en muchos países de Europa. Terminaban sudados, raspados, extenuados, se dejaban la piel por esa salchicha.

A sus quince años, Pelé firmó su primer contrato con el Santos por 12 dólares. Eran 6.000 cruzeiros de la época. Nada. Para terminar de convencer al padre, que dudaba, los dirigentes agregaron: “pero también tendrá casa y comida”. La casa era la pensión del club, bajo las tribunas, y la comida se servía en lo de doña Georgina, que trabajaba para el Santos. O Rei compartía pieza con Coutinho, el genio del toque corto. Georgina les cocinaba todo lo que les gustaba. Fue el tiempo más hermoso de su vida. Como Bergomi y Bochini, Edson le dedicó diecinueve años al Santos. Nunca amagó con irse.Existía “el amor a los colores”, un sentimiento intangible pero real, que se traduce en una palabra: RESPETO.

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Seis cupos grabados en piedra

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 22 de noviembre de 2024 / 00:15

Siempre que se acerca el final de una competición reaparece un eufemismo familiar: el “matemáticamente hablando”. “Matemáticamente hablando” todo es posible, incluso que Perú -el colista- clasifique de manera directa al Mundial. “Futbolísticamente hablando” es otra cosa.

Ahí la ilusión se fundamenta en el juego. Perú debería ganar los seis partidos que restan para aspirar al sexto puesto. Y los de arriba perder tupido. Pero, ¿cómo podría lograr tal proeza un equipo que no hace goles…? Ha marcado sólo 3 veces en 12 juegos, a una media de 0,25 y nadie gana 0,25 a cero. Hay que anotar al menos uno. Y esos tres tantos fueron marcados por dos zagueros centrales y un centrocampista.

Su delantero principal, Paolo Guerrero, es un hombre de 41 años (los cumple en 40 días). De modo que el “matemáticamente hablando” carece de cualquier sustento.

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La Eliminatoria puede dividirse en tres tercios de seis fechas cada uno. Ya se han disputado dos tercios y queda uno -18 puntos-, pero todo indica que los seis cupos directos al Mundial 2026 ya están grabados en piedra, son Argentina, Uruguay, Ecuador, Colombia, Brasil y Paraguay. Los cuatro restantes deberán pelear el 7° puesto, el del repechaje. Es posible que muchos partidos del próximo año sean “amistosos por puntos”, porque en ellos no se jugará nada relevante. Por ejemplo, el Argentina-Brasil. La Eliminatoria se fue de vacaciones hasta el 20 de marzo, dejando mucho retazo.

Bombazo. El triunfo de Ecuador sobre Colombia en Barranquilla con diez hombres. Espectacular es poco. Logrado con las armas que son su sostén habitual: la Defensa de Oro y su Goleador de Oro. Enner Valencia, hace poco abucheado en Quito, convirtió un gol de esos que no se olvidan, corajeando entre cinco, gambeteando y clavando un zurdazo bajo desde fuera del área al eficientísimo arquero Camilo Vargas. Gol que lo define como jugador: bravo, fuerte, decidido, guapo. Luego, la retaguardia aguantó todo, como es costumbre, por algo tiene la valla menos vencida de la competencia, porque es la que mejor la defiende: 4 caídas en 12 partidos. Y hace cinco fechas que no le convierten. Nadie le hizo más de un gol a Ecuador.

Puntos. Ecuador figura en las posiciones con 19 unidades, pero lo real es que consiguió 22. Los tres menos corresponden a una penalidad. Eso es lo que debe considerarse ante un análisis de rendimiento.

Creencia. Por regla general, en Colombia existe la idea de que en futbol se es más que Ecuador, pero, al menos en la última década, esto no se refleja en resultados. Ni en clubes ni en selecciones. Es justicia decir que Colombia creó muchas situaciones de gol, sin embargo, fallarlas no es un mérito. Sí son meritorias las tapadas del arquero Hernán Galíndez, ya definitivamente dueño del puesto en la Tricolor sin discusión, muy por encima de Ramírez o Domínguez.

Nocáut. La doble jornada para Colombia, con cero punto de cosecha. Frente a Uruguay cayendo en el minuto 100, ante Ecuador jugando 66 minutos con uno más. Esto de la ventaja numérica ya le pasó con Bolivia, contra el que estuvo 82 minutos once frente a diez y cayó 1 a 0. Para Néstor Lorenzo, hay que barajar y dar de nuevo. Para muchos jugadores, auscultarse, ver qué están haciendo mal. Y recuperar la humildad. Luis Díaz debe encontrar en la selección al jugador del Liverpool. James está sin fútbol. Otros, como Richard Ríos y Jhon Jader Durán, bajar al llano. Desde la semifinal de la Copa América -triunfo 1-0 sobre Uruguay-, Colombia no ha vuelto a brillar, a gustar, a convencer.

Intensidad. La que no tuvo Bolivia para vencer a Paraguay. Fue la selección que dispuso más tiempo de sus jugadores, dos semanas. Ocho de ellos ni siquiera viajaron a Guayaquil a enfrentar a Ecuador, estaban superdescansados, mientras Paraguay venía de una batalla frente a Argentina. Pero Bolivia le jugó livianito, sin forzar la máquina. Y eso le dio aire a la Albirroja. Al final, por como se dio el partido, Bolivia no perdió dos puntos, salvó uno, porque estaba para perderlo. Si en El Alto no ahoga a sus rivales no tiene mucho sentido El Alto.

Defensivo. El fútbol tiene dos fases: defensa y ataque. Perú, o su técnico Jorge Fossati, muestran una sola: la primera. Así es imposible. Frente a Argentina, se olvidó que había otro arco enfrente, no pateó. Puso línea de cinco pegada al arquero Gallese y, delante de ella, otra de cuatro, tres volantes y Valera, un “delantero”, corriendo a todos los argentinos. Como decía un viejo entrenador argentino, muy especulativo él, “ocho atrás y dos defendiendo”.

Generación. Salvo una patriada solitaria como la de Enner Valencia, para que haya gol primero debe haber situación de gol. Ante Perú, otra vez Messi inventó una jugada por izquierda y puso el pase decisivo para la chilena de costado de Lautaro Martínez. Maravillosa definición de la estrella del Inter, que alcanzó a Maradona en goles de selección: 32. Y aún tiene 27 años, Lautaro, puede sumar muchos más.

Recambio. Argentina mejoró ante Perú su famélica producción con Paraguay. Pero le falta frescura en ataque, creatividad, maniobras claras de gol. Igual, mantiene su seriedad competitiva. Lionel Scaloni adelantó que para 2025 habrá jugadores nuevos. “Los que no jueguen en sus equipos, a partir de ahora va a correr de atrás”, declaró. Hay tres apuntados que pueden perder su silla: Enzo Fernández, ya suplente fijo en el Chelsea, Leandro Paredes y Gonzalo Montiel, estos sin lugar en la Roma y en el Sevilla. Además, Argentina ya está virtualmente clasificada y debe utilizar todo el 2025 para probar variantes y nombres nuevos de cara al Mundial.

Estadística. La de Vinicius en esta Eliminatoria: 7 partidos, 0 gol, 0 asistencia, un penal fallado. En el Real Madrid consideran un escándalo que no haya ganado el Balón de Oro, en Brasil no tanto.

Caída. La de Venezuela. Terrible. Al pararse el Premundial para disputarse la Copa América marchaba cuarto con 9 puntos y buen fútbol. Incluso en la Copa de Estados Unidos ganó invicto su grupo e invicto se retiró tras caer por penales ante Canadá. Pero el retorno a la Eliminatoria fue pésimo: 3 puntos sobre 12. Y recibiendo 12 goles. Lo insólito es que esos tres puntitos que sumó fueron ante los más difíciles: tres empates con Uruguay, Argentina y Brasil. Hoy está octavo con 12 unidades. Una campaña inexplicable.

Volver. El verbo que conjuga Uruguay. Pasada la “tormenta Suárez”, recuperó el ánimo y logró una victoria tan sanadora como postrera ante Colombia y un empate con sabor a bueno ante Brasil en Bahía. Uruguay tuvo que lidiar en este segundo tercio del clasificatorio con una inusual cantidad de lesiones y suspensiones. Al regreso de la Copa América debió enfrentar a Paraguay sin doce elementos que habitualmente son titulares o alternan. En marzo, cuando se reanude la marcha, tendrá seguramente a todos disponibles y se tornará aún más duro.

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