Saturday 18 Jan 2025 | Actualizado a 21:04 PM

Hoy es mejor, antes era más lindo

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 25 de noviembre de 2024 / 00:18

La Victoria, la Belleza, la Fidelidad… ¿Con cuál de estas tres deidades nos quedaríamos…? La Victoria envejece, la Belleza se va, la Fidelidad es inalterable y siempre nos acompañará. Los amantes del fútbol sueñan con la primera, se enamoran de la segunda, pero finalmente parecen preferir la tercera. Idolatran a aquellas figuras que permanecieron más tiempo en su club por encima de otros cuyo paso quizás fue más fulgurante.

El último enero, la isla de Cerdeña se congregó toda en el adiós a Gigi Riva, el ídolo que nunca se quiso ir del Cagliari pese a los flechazos del Milan, de la Juventus. Y toda Italia le dio honores casi de estado. Premiaban al gran crack nacional, pero más que eso al hombre fiel que se entregó a una sola camiseta, a una sola parcialidad. La lealtad da dividendos, Gigi era millonario de afectos.

En unos días, cuando se enfrenten el Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid en San Mamés, Giuseppe Bergomi recibirá del club vasco el prestigioso One Club Award, el premio al “jugador de un solo club”, una distinción honorífica para aquellos futbolistas que desarrollaron toda su carrera en una misma institución.

Antes lo han recibido leyendas como Paolo Maldini, Sepp Maier, Carles Puyol, Billy McNeill, Ryan Giggs o Ricardo Bochini. Con frescos 18 años, Bergomi fue campeón mundial con Italia en 1982, en aquel brillantísimo título que la Azzurra levantó en Madrid tras vencer a Argentina, Brasil, Polonia y Alemania. No obstante, el 4 de diciembre experimentará un orgullo único: homenajearán su fidelidad.

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La Copa Mundial premia la aptitud futbolística, el One Club Award distingue valores humanos: la consecuencia, el compromiso. En este caso, con el pueblo interista, que representa muchos millones de italianos.

Un solo título de liga ganó Giuseppe en veinte años de calzarse la maglietta negriazul, pero se quedó siempre, en las tardes felices y en las otras. Eso veneran los hinchas del Inter, su amor por los colores. En Bilbao lo aplaudirán athleticzales y madridistas, pero al volver a Milán lo ovacionará el Meazza, el estadio que lo vio cientos de veces entrar con la cinta de capitán.

“Defender una sola bandera en la vida te hace único: todo el mundo lo reconoce, aunque signifique ganar sólo un campeonato, como me pasó a mí, pero en cierto modo es un orgullo, porque fue el resultado de una lealtad absoluta”, dice Bergomi, hoy, comentarista de Sky TV, a La Gazzetta dello Sport.

Claro, de haber ido a la Juve tal vez hubiese saboreado otras mieles, pero dijo no. “Vino a buscarme Trapattoni. ¿Por qué no viene a Turín?, me preguntó. Porque estoy a gusto en casa, respondí. ‘Bien hecho, bravo…’, me dijo”.Beppe era un chico, 16 años, cuando los tifosi del Inter lo vieron debutar, y todo un hombre al retirarse diecinueve temporadas después. Era un duro marcador de punta, jugó cuatro Mundiales. Sin embargo, quedó eternizado por su idilio con el Inter, que sigue hasta hoy.

El One Club Award tiene tanto predicamento como el Laureus o el Fair Play, tal vez más. Pero le va a costar horrores encontrar nuevos candidatos, los futbolistas actuales son vedettes que cambian mucho de escenario. El dinero domina todo, el representante es el personaje que puso distancia entre el jugador y el club, entre el hincha y su ídolo. “Si no nos dan lo que pedimos me lo llevo”, amenaza. Y cumple.

Ricardo Bochini, un chico humilde de pueblo, llegó a Independiente con 15 años para la octava división. Apenas hablaba. Se quedó toda la vida. La gente le agradece los triunfos, su juego genial, las Copas Libertadores, pero, sobre todo, haberse quedado para siempre. Hoy, el estadio lleva su nombre, la calle donde está enclavado y una de las tribunas principales, también, todo se llama Bochini. Daniel Bertoni, otro ídolo rojo, lo resumió: “Todos decimos que amamos a Independiente, pero todos alguna vez nos fuimos, el Bocha no se fue nunca, están bien los homenajes que le hacen”.Cuando ganaron la

Copa Intercontinental contra la Juventus en Roma, 1 a 0 con gol suyo, fue el día más feliz de su vida. El club les dio a cada uno 200 dólares de premio. No era como ahora. La plata no importaba, valía la gloria. Como Bergomi, estuvo veinte temporadas cambiándose en el mismo vestuario.El marco del fútbol actual, la organización, el reglamento, los arbitrajes, las tácticas, la preparación, la competitividad, y especialmente el contexto global, todo ello es mejor en el presente que en el pasado, en especial, más limpio. Lo que no podrá igualar el hoy es el romanticismo del que estaba envuelto este deporte hace 40, 50, 80 años atrás.

La cáscara de aquel fútbol era sencilla y gustosa. Luego, el dinero en cantidades industriales invadió todas las esferas de la actividad, y donde entra el vil elemento se pierden los valores más bellos de la existencia humana.Ibas a la cancha y sabías de memoria la formación de tu equipo porque los protagonistas pasaban años en el club, no estaban desesperados por irse, tampoco pedían fortunas para renovar contrato. Era fácil convencerlos: “Quedate, la gente te quiere, vamos a armar un plantel para pelear el título…” Hoy no están cerca del público, nadie los ve, no son verificables, parecen hologramas.

Una mínima ceremonia de tres minutos que apenas distraía la atención del público. En el centro del campo, un señor de saco y corbata entregaba al crack una pequeña estatuilla consistente en un balón dorado sobre una basesita de madera que cabía en una mano. El ganador mostraba el premio a las gradas y estas sellaban el momento con un somero aplauso. Y un grupito de fotógrafos (no una nube) a quienes se les permitía acercarse sin restricciones, lo eternizaba. Lo espectacular de la foto era su simpleza, la austeridad del acto. Y quienes lo recibían eran Gianni Rivera, Bobby Charlton, George Best, Beckenbauer… Así era la entrega del Balón de Oro en los ’60, no la gala fastuosa, casi obscena de lujo y muchas veces polémica de ahora.

El celebérrimo Ferenc Puskás cuenta en su libro autobiográfico que, en su niñez, en los partidos de barrio en Budapest, tenían un equipo que hacía maravillas. Se había corrido la voz, jugaban en la calle y se juntaba gente a verlos. Varios ficharon luego por el Kispest, el club de al lado de su casa. La movían tan lindo que “el tío Joszeph”, carnicero de la cuadra, había fijado “un premio extraordinario” si ganaban en los desafíos contra los chicos de otras barriadas: una salchicha para cada uno. Era la época de entreguerras, de auténtica pobreza en muchos países de Europa. Terminaban sudados, raspados, extenuados, se dejaban la piel por esa salchicha.

A sus quince años, Pelé firmó su primer contrato con el Santos por 12 dólares. Eran 6.000 cruzeiros de la época. Nada. Para terminar de convencer al padre, que dudaba, los dirigentes agregaron: “pero también tendrá casa y comida”. La casa era la pensión del club, bajo las tribunas, y la comida se servía en lo de doña Georgina, que trabajaba para el Santos. O Rei compartía pieza con Coutinho, el genio del toque corto. Georgina les cocinaba todo lo que les gustaba. Fue el tiempo más hermoso de su vida. Como Bergomi y Bochini, Edson le dedicó diecinueve años al Santos. Nunca amagó con irse.Existía “el amor a los colores”, un sentimiento intangible pero real, que se traduce en una palabra: RESPETO.

Flick, tacticista y paternalista

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 16 de enero de 2025 / 00:13

Sin buenos jugadores, no hay táctica que valga. Carlo Ancelotti lo sabe mejor que nadie. Prueba irrefutable es su Real Madrid: es el actual campeón de España y de Europa, tiene el plantel más cotizado del mundo, pero pidió refuerzos urgentes a Florentino Pérez, para antes del 31 de enero, cuando cierra el mercado invernal.

Quiere, mínimo, un central de categoría y un lateral derecho contrastado (interesa Alexander Arnold, del Liverpool). Si puede alguno más, impecable. Seguramente Carletto se considera a sí mismo un entrenador competente, pero quiere más garantías en el campo.

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Está claro, entonces: esto no es ajedrez, nadie puede jugar con fichas ni con muñequitos de metegol y ser campeón del mundo. Pero ahora, más que nunca, está comprobado que sin un buen técnico no hay proceso que prospere, aún con una nómina brillante. Cantidades de clubes y selecciones fracasaron teniendo excelentes futbolistas, aunque sin un conductor capaz de guiarlos al éxito. Porque no logró conjuntarlos, porque no tenía la táctica adecuada, por no conformar un equipo o bien por no ser capaz de armonizar el grupo humano.

Un plantel de jugadores correctos bien conducidos puede igualar o superar a otro de mejores individualidades, pero mal dirigidos. Sobre todo, en la actualidad, donde la preparación física ha alcanzado un punto tal vez máximo: ya no se puede correr más rápido o con mayor intensidad llevando una pelota. Y sólo con el factor físico cualquier equipo complica a su adversario. “Si a un equipo malo lo dejamos jugar, lo convertimos en bueno; si a uno bueno lo apretamos a fondo lo reducimos a discreto o malo”, les decía a sus dirigidos don Raúl Pino, lúcido estratega chileno de los ’70 a los ’90, que dirigió a la Selección Boliviana y varios clubes.

En el Mundial de 1930 ni se sabía quiénes eran los entrenadores de las selecciones; entonces no revestían ninguna importancia. Los equipos eran armados por los delegados al torneo, o bien estos designaban al capitán y este formaba el cuadro; de táctica ni se hablaba, apenas algunos lineamientos generales como “hay que atacarlos”, o bien “salgamos a esperar a ver cómo se desarrolla el partido”. El llamado “entrenador” era una especie de hermano mayor que daba unas afectuosas palmadas antes de entrar al campo y profería alguna frase animosa como “vamos que hoy ganamos”. Nos lo contó Francisco Varallo, delantero argentino en aquella primera Copa Jules Rimet: “Figuraba como técnico Francisco Olázar, pero él no se metía para nada, ahí los que mandaban eran Monti, Paternoster, Nolo Ferreyra… Eran los mayores y daban las indicaciones, jugá por derecha, hacé esto o aquello…”

Recién muchos años después el entrenador fue perfilando su gravitación, hasta convertirse en director técnico, luego en estratega y, en los últimos tiempos, en conductor de grupos, esto último tan esencial en este tiempo que nadie se arriesga con un profesional que tenga “problemas de vestuario”. Ya no existe duda alguna sobre la importancia capital del DT. Nadie quiere equivocarse porque después todo el proyecto queda en sus manos. Él deberá encontrar los jugadores más capaces, la mejor táctica y llevar las riendas con buen ambiente y firmeza.

La elección del técnico ha pasado a ser la decisión trascendental de cualquier institución. En ello se basa casi toda la razón del éxito en el fútbol actual. Y el mapa de la felicidad apunta hoy a Barcelona. La hinchada azulgrana ha encontrado, por fin, al mesías: Hansi Flick. No es que sea un descubrimiento, el alemán es el iluminado entrenador que llevó al Bayern Munich al sextete en 2020 habiendo tomado al equipo tras una dolorosa goleada de 1-5 ante el Eintracht Frankfurt. Destituyeron a Nico Kovac y lo subieron como interino. Arrasó. Ganó todo, le dieron la Selección Alemana para el Mundial 2022 y fracasó: se volvieron a casa en primera rueda. Insólitamente, estaba desocupado, lo fue a buscar el Barça y reapareció el Flick sorprendente.

Aún sumergido en deudas y cimbronazos institucionales, el barcelonismo sonríe, ve un presente luminoso y un futuro inmediato espectacular por la nueva camada que componen Gavi, Pedri, Cubarsí, Fermín, Casadó, Balde y, sobre todo, Lamine Yamal, el chico de 17 que es ya la gran estrella del fútbol español. “No sé si Lamine podrá igualar a Messi, pero puede marcar una época, como Messi”, dijo anteayer el exmadridista Guti en El Chiringuito. Y a ellos hay que sumarles a Dani Olmo, Ronald Araujo, el momento estelar de Raphinha y la veterana sabiduría de Lewandowski.

Pero todo encaja porque está Flick, un sujeto sencillo, afable, de perfil bajo, que muestra un presente ilusionante: acaba de ganar la Supercopa de España al Real Madrid, es segundo del Liverpool en Champions, con todas las chances en Copa del Rey y tercero a 6 unidades del Atlético en Liga, pero con toda la segunda rueda por delante. Tres torneos en el horizonte, si pega uno o dos más en su primera temporada será fantástico.

Tiene un magnífico plantel, mucha juventud y ya ha logrado el funcionamiento: lo dicen los números, verdaderamente impactantes: 21 victorias sobre 29 cotejos, con 88 goles marcados (3,03 por partido) y 74,71% de rendimiento. Y el juego, ¿no…? Los dos clásicos recientes ante el club blanco le dieron un espaldarazo extraordinario a la reputación de Flick. Cuatro a cero en Madrid y 5 a 2 en Arabia Saudita, ambos con baile y resultado corto, pudieron ser más escandalosos. “Superpaliza” y “Superbaño” titularon respectivamente As y Marca, los dos diarios ultramadridistas, admitiendo la realidad. Las acciones de Hans-Dieter treparon hasta la estratósfera. Los mismos medios madrileños hablaron de que le dio un repaso táctico a Ancelotti.

Flick borró de un plumazo el clásico estilo del Barça de posesión, pases y más pases: juega directo, sale rápido del fondo, transición breve y ataque. Y aprovecha una delantera letal con Lamine, Lewa y Raphinha. El equipo genera muchísimo caudal en ataque y entre sus logros individuales está, sobre todo, Raphinha, embalado en un 2024-2025 notable con 20 goles y 10 asistencias, además de generar mucho desequilibrio para la diagonal de Lamine o el desmarque de Lewandowski. Flick archivó el ADN Barça y nadie dijo ni mu.

Cuando todo está polarizado entre técnicos tacticistas o paternalistas, Flick rompe el molde: es ambas cosas. Y también exigente. Otro de los jóvenes de La Masía, Pau Víctor, dio una pista sobre el DT oriundo de Heidelberg: “Es muy estricto con la puntualidad, si dice a las 11 en el campo y llegas tres segundos después, para él has llegado tarde». El arquero Iñaki Peña y el lateral Koundé llegaron con retraso a una charla técnica y quedaron fuera de la convocatoria. Pero nadie se molesta, los jugadores están felices con el amable rigor del comandante, siempre sonriente.

Otro punto a favor es que llegó en medio de grandes turbulencias institucionales del club azulgrana, pero él, a lo suyo, nunca menciona el tema en las ruedas de prensa ni se queja de nada, se mantiene al margen. Si lo que un club de este porte busca es un entrenador de prestigio, trabajador, exitoso y con liderazgo positivo, el FC Barcelona acertó la lotería del fútbol.

(15/01/2025)

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La ideología llegó al fútbol

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 13 de enero de 2025 / 00:04

¿Tendrá lugar el Sudamericano Sub-20 en Venezuela…? El torneo, que otorga cuatro cupos al Mundial de la categoría, debe comenzar en diez días, aunque los equipos llegan cuatro o cinco antes.

Las tensiones sociales en el país de Rómulo Gallegos, la situación política que emana hacia el resto del mundo y los enconos particulares con naciones del continente (ningún presidente de América del Sur asistió a la jura del nuevo mandato de Nicolás Maduro y una mayoría desconoció los resultados electorales que lo ungieron) han generado que tanto Argentina como Uruguay pidieran a la Conmebol el traslado de la sede del Sub-20 a otro país.

Esto, además, porque un ciudadano argentino que iba a visitar a su familia fue detenido al intentar ingresar en la frontera Cúcuta-San Cristóbal y luego acusado de terrorismo.

Hay un antecedente: Perú se ausentó del Sudamericano Sub-20 jugado en 1981 en Ecuador pues en ese mismo momento ambos países estaban inmersos en un enfrentamiento armado en una zona fronteriza llamada Falso Paquisha. De resultas, hubo 33 muertos. No obstante, es una situación inédita que, por razones políticas -o eminentemente ideológicas- una o más selecciones no acudan a un torneo o soliciten cambio de sede. Ojalá no suceda, sería triste.

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Con nuestras diferencias vecinales y regionales, siempre hemos mantenido una identidad común los sudamericanos. Pero a nivel mundial no es nuevo, las guerras y la política han golpeado al fútbol a lo largo de la historia. Debido a la guerra con Ucrania, Rusia ha sido impedido de disputar los Mundiales 2022 y 2026. Eritrea, por su parte, desistió de jugar la Eliminatoria africana por la posible deserción de sus jugadores en los partidos de visitante. Es un régimen hermético donde hay servicio militar obligatorio desde los 17 años hasta los 50.

El primer coletazo fue en 1916. Aún no existían los Mundiales (comenzaron en 1930), el único torneo ecuménico de fútbol era el de los Juegos Olímpicos. Tocaba disputarlo en las Olimpíadas de 1916 en Berlín (nada menos), pero estas fueron anuladas a causa de la Primera Guerra Mundial, de la que justamente Alemania fue su propiciador.

Bolivia y Paraguay habían disputado en Uruguay el primer Mundial, sin embargo, en 1934 ni tiempo tuvieron de pensar en asistir a la segunda edición, en Italia: estaban trenzados en la terrible Guerra del Chaco (1932-1935). No sólo no competían sus selecciones, tampoco había torneo nacional. Más que eso, el tradicional club The Strongest aportó al ejército boliviano un batallón completo de 600 combatientes compuesto por sus jugadores del primer equipo, dirigentes y socios, lo cual es reconocido como una gesta nacional.

España ya había demostrado ser una fuerza considerable en los Olímpicos de 1920 (fue subcampeón), pero no pudo participar del Mundial de Francia 1938 por estar en plena guerra civil, una de las contiendas internas más graves de la humanidad. Tampoco acudió Austria, ya clasificada, por haber sido anexada por Alemania.

La atroz Segunda Guerra Mundial arrastró en su curso de muerte y destrucción las Copas del Mundo que debieron disputarse en 1942 y 1946, canceladas para siempre. El torneo regresó recién en 1950 en Brasil. La FIFA celebró que se realizara en Sudamérica y no en Europa, que aún intentaba reponerse de los estragos bélicos. Brasil vivía en paz y en moderado progreso. Preparó para la competencia el grandioso Maracaná y la ausencia de Argentina le permitía pensar con cierta seguridad en coronarse, pero apareció la gloriosa Celeste uruguaya y le arrebató el sueño. Costó reinstaurar la magna competición: sólo 13 equipos se presentaron en Brasil. Alemania y Japón, las potencias del Eje, estuvieron imposibilitados de intervenir. Ambos estaban en ruinas. Aparte de ello, la FIFA los había excluido como miembros en castigo por el desastre causado.

Firmada la paz, en noviembre de 1945 volvió el fútbol en Europa con un amistoso entre Suiza e Italia en Zurich. Las autoridades de la FIFA aprovecharon la ocasión para retomar sus reuniones. No lo hacían desde 1941. «La máxima cordialidad ha presidido esta última reunión en la que considero se ha hecho buen trabajo. No ignoran ustedes que Alemania y Japón han sido eliminados de la FIFA y la decisión sobre Italia queda subordinada a la política que, a su respecto, adoptarán las Naciones Unidas”, declaró su presidente, Jules Rimet, al retorno a Francia. A Italia sí se le permitió acudir a Brasil, porque era el último campeón y porque Ottorino Barassi, presidente de la federación italiana, había guardado celosamente el trofeo en su casa, en una caja de zapatos, para que no lo arrebataran los militares alemanes.

Pocos meses después, en Luxemburgo, se celebró el 45° congreso de la matriz del fútbol y las conclusiones del álgido tema las contaba de nuevo Rimet: “Habiendo comprobado el Comité que tanto en Alemania como probablemente en el Japón ya no existen organizaciones Nacionales capaces de poder asegurar las relaciones del fútbol de estos dos países con el de las demás naciones, decidió provisionalmente que no era posible ninguna relación deportiva entre las Asociaciones el afiliadas a la FIFA y sus clubs de una parte, y Alemania y Japón con sus clubs, de la otra”. Alemania, aún dividida, retornaría en el Mundial de Suiza 1954 para ganarlo, en lo que se denominó “El milagro de Berna”.

En las décadas de 1950 y 1960 muchos países de Asia y África no tomaron parte de las justas mundialistas, estaban metidos de lleno en sus guerras de independencia. Eran incluso colonias, allí nacieron como naciones libres y luego se afiliaron a la FIFA.

El único país que estando en guerra disputó un Mundial fue Irak, que acudió a México ’86 mientras sostenía su larguísima contienda con Irán. Y, más curioso, que fuera ésa su única incursión mundialista. En 1994 le fue prohibido a Yugoslavia concursar en Estados Unidos ’94. Aún existía como entidad política la Federación Yugoslava, compuesta por Serbia y Montenegro. Pero, dado que Serbia desató la Guerra de los Balcanes, fue excluida de la Eurocopa 1992 y no se le permitió ser parte de la Eliminatoria del Mundial ’94.

No obstante, el país más perjudicado de todos por las guerras en relación a los Mundiales fue Argentina, que no tenía problemas con nadie. Su llamada Época de Oro transcurrió en los años ’40 y comienzos de los ’50. Al no haber torneos en 1942 y 1946, el gran público internacional se perdió de ver a aquellos fenómenos como José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Antonio Sastre, Vicente de la Mata, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino y decenas más.

La Copa América era un torneo de élite, quien lo ganaba era potencia universal, como lo había demostrado Uruguay en 1924 y 1928. Y Argentina había conquistado la corona en 1941, 1945, 1946 y 1947. Pero un suceso adicional sería la demostración de su poderío. San Lorenzo de Almagro, brillante campeón argentino de 1946, fue invitado a realizar una gira por Europa.

Deslumbró de tal manera que en España se dijo que el fútbol se dividía “en un antes y un después de San Lorenzo”. El Ciclón goleó 10 a 4 a la Selección de Portugal y 7-5 y 6-1 a la de España. Parecía tenis, pero era fútbol. Y se trataba apenas de una expresión de club del fútbol albiceleste. Fue el equipo que enamoró al Papa Francisco.

(12/01/2025)

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¡Basta de extranjerismos…!

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 10 de enero de 2025 / 00:02

Podemos mirar el horizonte; también verlo, observarlo, admirarlo, otearlo, contemplarlo, avizorarlo, inspeccionarlo, escudriñarlo, escrutarlo, explorarlo, examinarlo, avistarlo, ojearlo, atisbarlo, advertirlo. Todas acciones similares, aunque con connotaciones ligeramente diferentes. Pueden distinguirse con nitidez una de otra gracias a las infinitas posibilidades que nos proporciona el castellano, nuestra lengua, la más portentosa herencia que España nos legó.

¡Somos tan afortunados! Toda Latinoamérica es una cómoda autopista idiomática por la cual transitamos a gran velocidad. Es la maravilla de nuestra lengua, que nos une. Se encuentran un mexicano, dos japoneses, un angoleño, un haitiano y un colombiano en Moscú, ¿qué hacen? Se dispersan, menos el mexicano y el colombiano; ellos se ponen a conversar, van a tomar algo, comienzan a planear juntos una salida. Se reconfortan uno al otro, empiezan a sentirse mejor. Sólo porque hablan el mismo idioma.

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De Alaska a Tierra del Fuego, son veinte países conectados culturalmente por esa herramienta tan galana llamada también español. Incluido Estados Unidos, donde habitan hoy alrededor de 65 millones de hispanohablantes.

Esta facilidad de comunicación se fortalecerá en los próximos cincuenta años hasta límites insospechados. El español ya es un idioma global, y crece en porcentajes superiores a otras lenguas, avanza, se multiplica por los migrantes, se prestigia por nuestros literatos. Esto reportará enormes beneficios a Latinoamérica. Ya somos 600 millones en el mundo que hablamos la lengua de Cervantes. Es cierto también que el porcentaje de natalidad en América Latina es más alto que, por ejemplo, el de Europa.

El castellano es lengua oficial de organismos como las Naciones Unidas, la Unión Europea, la Unión Africana, naturalmente la OEA y entidades multinacionales como la FIFA o diversos foros culturales. Hoy es el tercer idioma más importante del mundo detrás del inglés y el francés (el chino, el ruso, el indio son cinco centavos aparte, hay más hablantes, pero en un sólo país y por su extensa población). Un estudio de la revista Science revela que, para el decenio del 2050, será la segunda lengua más hablada, superando al inglés, que está en baja.

Sin embargo, la acechan diversos peligros. 1) La pobreza del lenguaje en los medios, especialmente la televisión (capaz de hacer estragos irreparables). 2) Su capacidad ociosa. El diccionario compila 94.000 palabras según el flamante diccionario de la Real Academia Española, en tanto una estimación dice que la gente común no usa más de 1.000. Con eso le alcanza. 3) Uno preocupante: la extranjerización del idioma.

Una ola de cursilería lamentable llama a demasiadas cosas por su nombre en inglés. Gimnasio es “gym”, preparador físico exclusivo es “personal trainer”, acentuado como ”pérsonal”. Congelador es “freezer”, disco compacto es “CiDi”, la elección de actores o trabajadores es “casting”, el estacionamiento “parking”, las personas sin techo son “homeless”, los mensajes por correo electrónico “mails”, los agentes inmobiliarios pasaron a ser “brokers” y los bienes raíces “real estate”… En las tiendas ponen “sale” (por oferta) y “off” (por descuento). En las reuniones, en lugar de un recreo o un alto se propone un “break”. Hay cientos de ejemplos.

Computación e Internet son igualmente un campo minado de anglicismos como “mouse”, “pad”, “hardware”, “link”, “desktop”, “laptop”, “enter”, “web”… Sucede que prácticamente todos los inventos y descubrimientos científicos y tecnológicos, las nuevas formas de comunicación y de hacer negocios, provienen del mundo anglosajón, y, si no son de allí, son presentadas de todos modos en inglés. Allá les dan nombre y, en muchos casos, no hay un correlato en español para la palabra nueva de lo que fue creado. No tenemos la capacidad de generar una traducción o somos indolentes.

En el tenis están el “drive”, el “top spin”, el “ace”, el “umpire”, la “net”, el “slice”, el “drop”, en el golf hay “birdie”, “green”, “eagle”, “bogey” y una lluvia de vocablos cuya pronunciación parece otorgar refinamiento, estilo, conocimiento del tema.

En muchos países está impuesto en los colegios decirle a la señorita “miss” y al profesor “mister”. Sin hilar tan fino, en Ecuador, Sucre fue sustituido en los billetes por Franklin. En las redes sociales manda el “postear” en lugar de publicar. Y todos nos tomamos una “selfie” en algún momento.

Lo peor es que esta invasión lingüística es innecesaria, pues hay términos en castellano para cada caso. Y no está orientada desde los Estados Unidos con fines de penetración cultural, no hace falta, los latinoamericanos se invaden solos. Se autocolonializan con placer casi sensual. Lo decimos en fútbol de los delanteros pataduras: se marcan solos.

El Nóbel de la afectación tonta era un programa denominado “The wedding planner” (el planeador de bodas). La primera reflexión al verlo fue: será norteamericano. No, estaba conducido por argentinos en un canal argentino: Utilísima.

Hay, naturalmente, extranjerismos que se imponen y pasan a formar parte de la cultura propia. Es el caso de “wing” en el fútbol. En la Argentina está muy arraigado desde hace unos 120 años y es casi absurdo pedirle a un hincha que diga “alero”, incluso el más aceptado “puntero”. Pero son excepciones muy puntuales.

En fútbol está de moda decir “data” al dato, ”hat-trick” al triplete y ahora se ha agregado un anglicismo más: el “sold out”, para referir que se jugó a estadio lleno, en lugar de decir, justamente, estadio lleno. Un periodista avisa que Bermúdez no está habilitado para jugar porque aún no llegó el “transfer”; o sea, la trasferencia. MVP (Most Valuable Player) en lugar de Jugador Más Valioso. No hacen ninguna falta pues hay un correlato perfecto en cada caso. Por suerte, presión le ha ganado el duelo a “pressing”, que se utilizó por décadas.

Gambeta es genial, pero los británicos no la usan porque ya tienen dribbling, y está bien, ellos siguen con eso. Lastimosamente, Champions le ha ganado por goleada a Liga de Campeones, es más corto, más rápido. En eso, el inglés nos aventaja, es simple y breve, tiene la ventaja de la concisión, que facilita el decir: gift, tweet, sprint, pad, teen, shot…

Pasó en el ’82. Falleció Grace Kelly; la revista “Hola”, de España, tituló en tapa: “Ha muerto Gracia de Mónaco”. Sonaba bastante gracioso. En ese momento pensamos ¿por qué no ponerle Grace, como se la conocía mundialmente? En la patria de Vicente Blasco Ibáñez castellanizan, defienden su patrimonio cultural. Es la explicación de por qué un país que soportó 781 años de ocupación mora, un día logró liberarse. Y mantener inmaculada su identidad, sus costumbres, sus tradiciones, su idioma.

El castellano crece, pero a los empujones, y a pesar de los latinos. Convengamos: nadie puede ordenarle al pueblo cómo hablar. Y, por cierto, las lenguas son dinámicas, permeables, abiertas. No obstante, es nuestra obligación defenderlo de la mediocridad, de la indolencia y de la cursilería, tres enemigos devastadores, pertinaces.

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La clavó al ángulo…

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 6 de enero de 2025 / 00:04

James Rodríguez se convirtió en celebridad en tres segundos, los que mediaron entre que la paró de pecho, la empalmó de zurda y la clavó en el arco uruguayo aquella tarde del 28 de junio de 2014 en Maracaná.

Ya no necesita comillas. Clavar, nacido del ingenio periodístico para graficar la rotundidad de un gol, cuando el delantero remacha al arquero con un tiro potente, es ahora un verbo hecho y derecho, con la oficialidad que da la Real Academia Española.

La RAE le selló el pasaporte: “Meter un gol o una canasta”. Clavar es uno de los 4.074 nuevos términos y expresiones o nuevas acepciones de palabras incluidas con anterioridad, enmiendas a artículos ya existentes y supresiones.

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Consta en el nuevo diccionario de nuestra lengua, tan galana y gustosa que se saborea como una copa de buen vino. La gigantesca obra, con 94.000 palabras, fue presentada en diciembre último.

Clavar tiene origen, como tantos vocablos, en esta parte del agua. Es un americanismo. También fue incorporado diana (gol), pero este es tan español como la paella. “A partir de 2026 vamos a abrir las costuras del diccionario, las entradas se pueden multiplicar e incorporar léxico que no ha figurado nunca, quizá se llegue al doble de las que tenemos ahora”, comentó Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, dándonos esperanzas de que sumen centenares de términos bellísimos y graciosos que nos son familiares, pues han nacido en nuestro continente. De hecho, el académico informó que el objetivo es “intentar aproximarnos a un diccionario completo que tenga términos que han faltado, en especial americanos”.

El fútbol ha sido, desde siempre, un manantial de vocablos y expresiones deliciosas para ilustrar literariamente un partido, un espectáculo. Mario Vargas Llosa, que se enorgullece de pocas cosas como de ser hincha de Universitario y haber jugado en calichines de la ‘U’, hace un extraordinario elogio a los textos balompédicos. “La crítica del fútbol es también una formidable maquinaria creadora de mitos, un espléndido surtidor de irrealidades que alimenta el apetito imaginario de vastas multitudes…”, dice el peruano universal.

El fútbol hablado puede ser mucho más entretenido que el fútbol jugado si se apela a la galanura del castellano mezclada con el encanto de lo popular. Justamente a esto se refiere el Nobel de Arequipa: “Sin temor a exagerar se puede decir que es regla casi general que las páginas deportivas sean las más vitales e imaginativas de diarios y revistas, aquellas en las que el periodista muestra una libertad y una audacia estilística mayores. Lo mismo se puede decir del comentarista radial de fútbol, que, si es bueno, va enriqueciendo con sus palabras aquello que transmite”. (Gracias, Mario, esta ronda la pagamos los cronistas deportivos…)

Hay muchas voces futboleras en el diccionario, aunque, según anuncia Muñoz Machado, es posible que en el nuevo volumen de 2026 aparezcan muchas más, originadas en la chispa tribunera, que brota de la emoción, el entusiasmo o el fastidio que genera un partido. Ya están cancha (extraordinario aporte quechua), remontada, chanfle, hinchada, triplete, campeonar y otras. Pero puede que hagan un ingreso triunfal expresiones que se fueron desparramando por el continente con una familiaridad asombrosa: caño (pasarle la pelota por debajo de las piernas al rival), comba (pegarle con efecto para que la bola doble), rompepiernas (zaguero muy bruto y rudo), gallinear, pechear, arrugar (acorbardarse en un juego importante), tronco, queso, paquete, patadura, malerba, madera (para rotular a un jugador inhábil), flan (para describir a una defensa floja), masita (un remate débil), romperla, gastarla, descoserla (jugar magníficamente), banderazo, aguante (multitudinaria muestra de apoyo de una afición a sus jugadores antes de un duelo crucial), calesitero (el futbolista que da vueltas y no va hacia adelante, no concreta), ratonera (ángulo bajo del arco, junto a un palo).

La preciosísima vacunar es para explicar, con sorna, que un equipo le ganó a otro cuando no se esperaba. “Banfield lo vacunó a Boca”. Pocas hay tan descriptivas y jocosas como picapiedra, referida al jugador sin técnica, áspero, rocoso. Ya que no tiene habilidad, ese tipo de elemento es, por lo general, el encargado de meter, poner, sinónimo de esfuerzo y pierna fuerte y templada. Para graficar a un equipo malo existe entre los hinchas una palabra insuperable: murga. Cuando a un equipo lo dominan ostensiblemente lo están peloteando. Y aquel jugador que destaca en los entrenamientos, pero no en los partidos, donde hay más exigencia, es practiquero. Muchas de estas expresiones grafican a la perfección situaciones de la vida diaria. “En el trabajo, el jefe lo tiene contra los palos”, lo presiona. Para mofarse de un club que quedó en blanco en la temporada, sin conseguir ningún título, ni doblete ni cuatriplete, los hinchas dicen “el nadaplete del Barcelona”. Vaselina es cuando el atacante marca un gol pasando el balón sobre la cabeza del arquero. Pincharla es una acción parecida, pero pegándole suave y bien de abajo al esférico. Un Panenka es hacer eso mismo, pero en un penal, engañando al arquero, amagando disparar fuerte a una punta y en cambio tirar suave y al medio.

La crónica deportiva, sobre todo de los relatores radiales, muchos de ellos fantasiosos e hiperbólicos, pero chispeantes, alimenta este diccionario de la pelota. Y agrega términos, frases y apodos a toda velocidad y según lo determine el juego. Entre el hincha, el periodista, el técnico y los jugadores se va construyendo esta nomenclatura del ingenio.

¿Por qué semejante penetración cultural es obra del fútbol y no del tenis, el basquet, el automovilismo…? Razón primera: su tremenda popularidad y masividad supera a la de todos los demás deportes juntos. Razón dos: el fútbol acriolló su idioma en tanto los demás deportes como tenis, golf, rugby, basquet y otros siguieron conservando la raíz británica de su vocabulario, como drive, smash, top spin, slice, birdie, green, eagle, bogey… Razón tres: el centimil, el espacio que ocupa cada disciplina en los medios; cuando todos los demás deportes llevan una página del diario, el fútbol ocupa cuatro o cinco. Hay mayor familiaridad con sus términos.

Sudamérica, y en especial Argentina, son una fábrica de neologismos futboleros, aunque ninguno como gambeta, la reina de estas figuras literarias. Gambeta pertenece al lunfardo, el idioma paralelo de los argentinos que tuvo su cuna en las clases populares, pero, por figurativo y gracioso, entró de lleno en el vocabulario de todos. Su correlato en español es regate, y en inglés dribbling, pero no tienen el mismo impacto. Gambeta es un italianismo que curiosamente no existe en Italia, viene de gamba, pierna, es un movimiento rápido de piernas para eludir la acción adversaria y seguir con la pelota. Hay gambeta fina (la de Iniesta), gambeta larga (la de Mbappé), gambeta impredecible (la de Maradona). Viene de los comienzos del fútbol. Ya en 1920 Gardel había compuesto “Mano a mano”, tango con letra de Celedonio Flores, y cantaba: “Se dio el juego de remanye / cuando vos, pobre percanta / gambeteabas la pobreza en la casa de pensión / hoy sos toda una bacana, la vida te ríe y canta / los morlacos del otario los tirás a la marchanta / como juega el gato maula con el mísero ratón”.

(05/01/2025)

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Jugando como Balón de Oro

Jorge Barraza, columnista de La Razón

/ 2 de enero de 2025 / 00:16

No hay que “jugar para él”, él juega para todos. A su increíble ligereza le suma una gambeta indescifrable: pica, frena, engancha, vuelve a picar, frenar y enganchar, sale por afuera, se clava en seco y arranca para el otro perfil.

Y siempre encarando con energía, con ambición. Les rompe la cintura a los marcadores. Si va por la raya es para desbordar y hacer el centro de la muerte, si recorta hacia adentro saca el latigazo al arco. Un infierno para las defensas. ¡Y la velocidad…! Mohamed Salah es una flecha humana.

El suizo Murat Yakin, su entrenador en el Basel FC, al comienzo de su carrera europea, sostiene convencido que Salah “podría competir en una carrera con Usain Bolt”. Tiene una partida demoledora y un tren sostenido; llega una milésima antes que los rivales, pellizca la bola y se la lleva. Y no es un simple velocista.

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«Con futbolistas veloces he jugado. Pero él es veloz, técnico y además hace goles», dice Alino Diamanti, quien fue su compañero en la Fiorentina.

Salah cerró el año con un gol y dos asistencias frente al West Ham. Con ello redondea 20 anotaciones y 17 pases convertidos por sus compañeros en sólo 26 cotejos en lo que va de la temporada 2024-2025.

Números impresionantes para un extremo, que juega fuera del área, sólo entra en ella para convertir o dar el pase decisivo. Su entrenador actual, el holandés Arne Slot pondera, sin embargo, la notable ayuda que presta Mohamed al equipo cuando se pierde la pelota y se involucra en la recuperación.

Es, seguramente, uno de los tres fichajes más rentables en lo que va del milenio. Los otros dos, diríamos, son el de Cristiano Ronaldo por el Real Madrid y el de Robert Lewandowski por el Bayern Munich. Mohamed Salah llegó a Liverpool de la Roma en 42 millones de euros en junio de 2017. Una ganga.

En el mimo momento, el Barcelona fichó a Dembelé por 145 M€. La diferencia entre y otro fue abismal: Dembelé hizo 40 goles, Salah lleva 231, más 105 asistencias y 8 títulos, todos los posibles, incluidos Champions League, Mundial de Clubes, Premier y FA Cup, los cuatro más relevantes para un club inglés.

Ocho años después, su cotización no ha caído, está en 55 millones. La Roma tuvo que dar explicaciones de por qué soltaba a un jugador que había demostrado estar para estrella: “Para poder cumplir con el Fair Play financiero”, dijo Ramón Rodríguez Verdejo, el famoso “Monchi”, entonces director deportivo del equipo romano, hoy en el Aston Villa. El club escarlata había sido tercero y subcampeón italiano con Mohamed como figura y goleador. Su pase generó protestas de los tifosi.

Antes que la Roma, otro se había equivocado con Salah: el Chelsea. “Seis goles en 7 partidos: Mourinho ha regalado un fenómeno a la Fiorentina”, tituló La Gazzetta dello Sport el 5 de marzo de 2015. Se refería al egipcio, que terminaba de darle el triunfo a la Fiorentina por 2 a 1 sobre Juventus en Turín por semifinal de la Copa Italia. Dos goles del zurdo, uno de ellos sensacional en el que atravesó toda la cancha llevándose a la rastra al zaguero Padoin para definir cruzado, alto y potente, abrieron de par en par los ojos de toda la Italia futbolera. “Ma, ¿quién es este extraterrestre…? ¿de qué planeta cayó…?”

Todavía con 22 años, Mohamed era un misterio. Y su pasaporte no lo ayudaba; pese a que el fútbol está definitivamente globalizado desde hace tiempo, nadie creía que un egipcio podía ser un verdadero crack. El mismo prejuicio que ha afectado a tantos buenos jugadores de países no tradicionales. Había caído a préstamo del Chelsea, porque el técnico portugués no lo tenía en consideración. Y en el Calcio deslumbró. De la Fiorentina volvió al Chelsea, que inmediatamente lo pasó a la Roma por modestos 15 millones. Y dio otro salto de calidad. Dos temporadas de oro en la ciudad de los Césares le valieron que el Liverpool hiciera la máxima inversión de su historia hasta ahí: esos 42 millones más 8 millones en objetivos. Jürgen Klopp, quien estaba modelando el nuevo Liverpool campeón, dio su conformidad. Y allí demostró su fuertísima mentalidad: a mayor exigencia, mayor rendimiento.

¿Cuál es el secreto de su siempre fenomenal estado físico, sobre todo ahora con 32 años…? Una motricidad fantástica con apenas 73 kilos y un metro 75, liviano, fibroso. Y con escasísimas lesiones. En quince temporadas sólo ha faltado a 38 partidos por dolencias menores. Algún episodio mediano de tobillo, pero nunca un problema muscular ni de rodilla. Es sanísimo. Los números lo certifican: ha jugado 42, 41, 52, 52, 48, 51, 51, 51 y 44 encuentros en las últimas nueve temporadas. Fantástico. Y en esta podría superar los 60. Semejante regularidad habla también de una conducta en la vida privada.

No obstante su momento estelar, el 30 de junio vence el contrato del Faraón y el Liverpool no ha movido ficha. Hay un silencio extraño de parte del club y el atacante se siente “decepcionado”. El 25 de noviembre reconoció a los medios: «Estoy más fuera que dentro, no te voy a mentir. Estamos casi en diciembre y aún no he recibido ninguna oferta para seguir en el club. Todos saben cuánto tiempo llevo aquí. No hay otro club como este, pero hasta ahora no ha habido ninguna propuesta de renovación”. También enfatizó su amor por el Liverpool y los aficionados: «He estado muchos años aquí. Amo a los fans, y ellos me aman. Pero esto no está en mis manos ni en las de ellos. Solo trato de dar lo mejor de mí porque así soy».

Quienes tienen temores de que termine marchándose son los hinchas. Y pretendientes le sobrarían. El 30 de diciembre, Mohamed volvió a hablar con la prensa, que insiste con preguntarle por su continuidad. Dijo que “están muy lejos” en las conversaciones. Es lógico que, por su edad, pretenda firmar un último supercontrato. Ya está en condiciones de negociar por su cuenta con otro club. Arabia Saudita le ofrecería una fortuna. Y el fútbol inglés perdería un intérprete irremplazable. Pese a ello, ha dicho que está totalmente enfocado en ganar la Premier. La última noticia es que en los despachos de Anfield estarían preparando una oferta fuerte para que siga 2 ó 3 años más.

Ni Vinicius ni Raphinha ni Lamine Yamal ni Lewandowski ni Harry Kane, ni Bellingham ni Haaland ni Mbappé tienen una actualidad siquiera parecida a la de Salah. En números o en juego. Su fabulosa media temporada la realza el equipo. Liverpool es puntero holgadísimo en Champions y en Premier, semifinalista en la Copa de la Liga Inglesa y con todas las posibilidades en la FA Cup. Con el andar arrasador que le ha impreso Arne Slot podría dar un cuatriplete de fábula.

Si esto sucede y al Real Madrid no le parece un escándalo, es un candidato excelente al Balón de Oro. Pasa que no tiene una prensa egipcia bombardeando al mundo con su postulación. Pero está en modo Balón de Oro. Tampoco el Liverpool se dedica todo el día a promocionarlo. Juega muy bien y ya. Sería el segundo africano en lograrlo. El primero fue, en 1995, George Weah, aquella pantera liberiana del Mónaco, el PSG y el Milan, delantero de punta que, con el máximo respeto, no llegaba al nivel de Salah. No obstante, el Faraón sería el primero del área musulmana (Benzema profesa esa religión, pero es francés).

Nadie sabe cómo será su segundo semestre, sí que está jugando para Balón de Oro. Y que lo merece.

(01/01/2025)

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