El arte de hablar. Etiqueta de la oratoria
“Un orador es aquel que dice lo que siente y siente lo que dice”. William J Byan
Son muchas las ocasiones en las que se está frente a una audiencia; sin embargo, no todo aquel que sostiene un micrófono es un gran orador. Hay que llevar la voz, ¡hay que saber hablar! Veamos las exigencias:
La expresión oral. Cuando se está frente a un micrófono o detrás de un podio, hay que llevar la voz, proyectarla ante el público. Nuestra voz tiene un lenguaje lleno de información. El solo hecho de emitir palabras ya está revelando edad, salud, estado de ánimo y personalidad. En este sentido, es esencial la proyección vocal, la dicción, el sonido y la articulación, adaptándose al medio y momento determinado con claridad.
La preparación es primordial. Aunque ni siquiera hayamos empezado a hablar, la laringe sigue hablando, y al pensar y recordar lo que vayamos a decir, primero la lengua emitirá la primera palabra, luego la oración y después el tema. Pero es importante no defraudar al auditorio, respetar a la audiencia. Una mala expresión oral o un modismo mal empleado eliminará toda capacidad de comprensión, al extremo de interferir con la comunicación.
La dicción. La dicción es la forma correcta y clara de pronunciación de cada palabra que debe ser observada tanto cuando se lee como cuando se habla. Al hablar, debe completarse cada palabra vocalizándola de la mejor manera posible para ser entendida.
Existen ejercicios y técnicas de posición de labios y colocación de voz que ayudan en el cuidado de oratoria que se debe tener. Una buena dicción ayuda a transmitir el significado en sí de lo que se quiere comunicar y una mala puede ocasionar hasta el abandono de la audiencia.
La articulación. Igualmente, una buena articulación nos da la capacidad de mover físicamente la lengua, los labios y la mandíbula para producir secuencias de sonidos. Una práctica que funciona muy bien es leer una revista marcando las vocales y las palabras; mejor aún, colocándose un hielo en la boca (encima de la lengua). Al retirar el hielo en algunos minutos, la lengua sin el peso tiene mayor movimiento y las palabras suenan más claras. O repetir trabalenguas, herramienta poderosa de un orador público. Cómo no recordar aquel trabalenguas que nos enseñaban nuestros padres:
“Entre trastos trozados, tres tristes tigres trigo trillado tragaban en un trigal, tigre tras tigre, tigre tras trío”.
La respiración. No siempre es fácil controlar la respiración, pero tomar un poco de aire, emitir frases cortas y emplear un volumen de voz adecuado optimizará la respiración, evitando que se produzcan cansancios o sensación de asfixia innecesaria. Un ejercicio útil es grabar nuestro discurso —mejor si es frente al espejo—, escucharlo luego y que alguien más lo escuche, así se ayudará en identificar aquellos excesos de aire que hagan perder claridad.
El tono. Hablar en público toma mucha práctica, hay que controlar distintas variables. El tono de voz aporta un enorme poder a la comunicación. El juego vocal depende de cada uno y está muy relacionado con nuestro lenguaje corporal (gestos y movimientos). Un buen orador es aquel natural, que sea él mismo y que valore su propia voz a fin de mejorarla. ¿Que tiene un acento fuerte? El acento es propio de la riqueza cultural y de ser quien uno es. Sin necesidad de cambiarlo, puede mejorarse —no a todos gusta—, así se evitará el que resulte un impedimento social o profesional de un orador.
Otros apuntes. Y, finalmente, no olvidar la melodía, el ritmo al hablar, jugar con la voz de uno mismo y refinarla un poco. Nuestra voz es única y debe adaptarse al estilo muy personal sin tener que copiar a otros. Habla con naturalidad, sé sincero, prudente y, por sobre todo, di lo que sientes, porque ¡hablar es un placer!
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