Icono del sitio La Razón

Arma una mesa para honrar y sanar

Las mesas de Todos Santos se arman en Bolivia desde antes de la llegada de los colonizadores españoles, hace más de 500 años, cuenta el antropólogo Milton Eyzaguirre y aclara que los conceptos de Todos Santos y Día de Difuntos son de origen católico.

Las almas llegan en noviembre y se quedan cuatro meses, hasta el Carnaval. Y no están de visita, sino que vienen a trabajar, a traer lluvia y fertilidad. Tras esa labor, se las despacha no al cielo, sino al subsuelo, al Ukhupacha o espacio de oscuridad, donde también trabajan, afirma.

COSTUMBRE. Actualmente, las mesas para los difuntos se arman en todos los departamentos de Bolivia (en pueblos y ciudades) el 1 de noviembre. Tienen que estar listas para mediodía, hora en la que se cree que llegan las almas.

Los elementos más importantes en una mesa de Todos Santos son: comida (la favorita del difunto, pero sin sal ni ají, porque las almas llegan sedientas), agua en un vaso (porque los difuntos viven en lugares secos) con una retama o una flor de tuquru (cebolla), t’antawawas o panes (que Eyzaguirre explica simbolizan la fertilidad), flores, caña de azúcar, fruta y dulces, entre otros.

En los pueblos y muy poco en las ciudades aún se conserva la costumbre de invitar a la casa a rezar por las almas. A cambio, se les da dulces y panes. “Era lindo, porque ibas a las casas. Sin conocer a la persona, tú tocabas la puerta y decías: ‘se lo rezaré a sus difuntos’. ‘Sí hijito, entra a rezar’, recuerda el cardiólogo Rolando Andrade (60), sobre su niñez.

El 2 de noviembre, estos alimentos suelen ser llevados al cementerio, a la tumba o al nicho del difunto. “La comida se la debe regalar”, afirma el antropólogo, pues se dice que las almas de los difuntos parten al mediodía de esa jornada, con todo lo que se les ha brindado.

OFRENDAS. “¿Por qué tenemos que dar de comer a nuestros muertos? Porque todavía necesitan algo de nosotros, lo que no han vivido, ¿quiénes lo necesitan: ellos o nosotros? Lo necesitan ellos dentro de nosotros”, afirma Marianne Costa, coautora del libro Metagenealogía. 

Ella conseja atrevernos a darles en nuestra mesa de Todos Santos aquello que les faltaba y cita un ejemplo: “a mi bisabuela, cuya madre murió al parirla, sé que le falta un contacto con la piel de su madre, entonces le doy un vestido de seda que tenía su mamá” o “ponerle un corazón de azúcar a tu papá y a tu mamá que nunca supieron quererse y reconciliarlos”. Son símbolos que ayudan a sanar.

¿Y LOS NIÑOS? Los niños también viven esta celebración en las ciudades, donde hay guarderías como Acuarela, donde se arman mesas para las personas y las mascotas que fallecieron, cuenta Angie Avilés, coordinadora del grupo.

Este proceso incluye elaborar t’antawawas y “en el momento del armado de la mesa va comentando el significado de cada elemento, incluyendo collares de pasankalla, que hace cada niño como parte de su ofrenda… No nos olvidamos de incluir flores, agua y velas encendidas”.

ARRAIGO. También hay bolivianos que replican esta costumbre en otros países, como Javier Larrea (41), quien desde 2008 arma una mesita en Estados Unidos.

“Pongo sus fotos, enciendo una vela, les pongo sus bebidas favoritas —whisky a mi papá y un coctelito (singani con jugo de naranja) a mi abuela—y de ahí rezo por sus almas”, cuenta.

Costa enfatiza la importancia de honrar la energía de nuestros antepasados. Armar una mesa o altar para meditar sobre ellos puede ser una oportunidad de sanar heridas y fortalecer quiénes somos y nuestra misión en el mundo de los vivos.