Eran las 22.46 cuando el minero Carlos Mamani descendió de una vagoneta de la Asociación Chilena de Seguridad, dijo que quería llevar una vida «normal y regular», habló de su presencia en Bolivia, agradeció a los periodistas agolpados en la puerta de su casa, dio las buenas noches y se introdujo en su vivienda. Una verja de madera dejó atrás a la prensa.

Mamani vestía un buzo verde y zapatillas Nike, esa marca les dio un par a cada uno de los 33 para que salgan del hospital.  La casa ubicada en la calle Padre Negro nunca antes fue tan iluminada como anoche. Decenas de periodistas se agolparon en la zona para ver el retorno del minero boliviano a su hogar, tras 69 días del derrumbe en la mina San José.

El barrio donde se encuentra la casa de Mamani es considerado uno de los más peligrosos de la ciudad. Los taxistas se niegan a llegar hasta allí y, a diferencia de otras zonas copiapinas, hay una gran cantidad de canes callejeros. Las Tomas debe su nombre a la calidad del terreno que no es propio de sus habitantes y que sólo están ahí como inquilinos.

Es un sitio sencillo, humilde. Las paredes de su hogar no tienen cemento; en tanto que el techo es de calamina. Allí vive él junto a su esposa Verónica, con quien tiene una hija de año y medio, Emily. Antes de llegar al domicilio, Johnny Quispe, su suegro y vecino, anunció al diario La Segunda que se preparó una parrillada de varias carnes.

Mamani fue el segundo minero en llegar a su casa. El primero fue Edison Peña que, tras reencontrarse con su familia, agradeció a las personas que creyeron que ellos estaban vivos.

Horas antes, a las seis de la tarde, Froilán amarraba un globo encima de un cartel que decía: «Carlos Mamani Soliz, bienvenido a nuestro umilde (sic) hogar». En el costado derecho de la nota estaba la frase: «Chile te quiere», y en el lado derecho se leía: «Bolivia te ama».

Los cuatro globos cumpleañeros estaban encima del cartel; en tanto que las banderas de Chile y Bolivia no paraban de flamear debido al intenso viento de la zona Juan Pablo Segundo. Froilán se presentó como amigo y vecino de la zona. Estaba alegre y dijo que sólo esperaba «tenerlo pronto al Carlos de vuelta con su familia». Mientras La Razón hablaba con él, apareció Luis, el hermano del minero que estuvo enterrado junto a otros 32 chilenos en San José.

Luis explicó que él llegó hasta la zona sólo para estar cerca de Carlos. «Hemos venido cuatro hermanos desde Cochabamba. Nosotros trabajamos en comercio; hasta hay un policía. Estamos acá nuestro hermano mayor Roberto, yo, Parsiana y Nelia».

Según contó Luis, unas 15 personas prepararon la bienvenida de Carlos, no sabían con exactitud la hora de su llegada y lamentaron «no haber cocinado algo especial».

Luis, que por un momento fue el vocero de la familia, lamentó que un medio de La Paz los haya mostrado  como si ellos no estuvieran apoyando a su hermano. «Ponga por favor que nosotros lo queremos y no lo hemos dejado solo». Para entonces CNN se hizo presente en el lugar.

Mineros al campamento
Los 33 mineros rescatados después de 70 días visitarán el sábado el campamento Esperanza, en las afueras de la mina San José, donde sus familiares los esperaron desde el 5 de agosto. EFE

Más festejos en el barrio
Cerca de la casa de Carlos viven otros mineros rescatados. El más cercano es Claudio Yáñez, cuya calle donde está su hogar quedó cerrada para el tráfico y se organizó una pequeña fiesta. Él estaba nominado para salir entre los primeros.

Peña desea compartir lo vivido

Todo lo relacionado con la mina parece que ya no les va a afectar demasiado a muchos de los mineros. Edison Fernando Peña, de 34 años, uno de los primeros en salir, junto a Mamani y a Juan Illanes, comentó que a partir de ahora le gustaría emplear su vida en dar clases de superación personal.

«Hemos aprendido mucho allá abajo», comentó antes de comerse un buen filete, de pie, con la bandeja en la cama. «Hemos aprendido, por ejemplo, a contar mucho más con nuestras familias. Y toda esa miel de lo que aprendimos queremos derramarla sobre mucha gente».

Recordó que uno de los peores momentos que vivió fue cuando la mina se vino abajo y no se veía ni oía nada. «Pensé que no íbamos a volver a ver nada más». Para matar la ansiedad, corría 10 kilómetros diarios en los escasos 800 metros que separan el refugio del taller.

La pareja de Peña, Angélica Álvarez, de 43 años, comentó que Edison viajó desde Santiago a Copiapó por amor. «Lo dejó todo allí, papá, mamá, hermanos, trabajo. Se vino para estar conmigo. Yo le conseguí trabajo en esta mina».