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Sin última cena ni despedidas, sólo la horca

Los reos están solos y salen 45 minutos de su celda cada día.

 Japón es la otra gran democracia industrializada donde todavía se aplica la pena capital, además de Estados Unidos. Pero, a diferencia del país del norte en donde los reos conocen el día de su ejecución, en la nación asiática impera el secretismo.

Encarcelados en solitario, sin comunicación con otros reclusos del penal, en una celda del tamaño de tres tatamis (menos de cinco metros cuadrados) de la que no salen más de 45 minutos diarios, los presos que esperan su muerte en cumplimiento de su condena viven cada amanecer una tortura psicológica.

Sucede que la mayor particularidad de la pena de muerte en Japón es que los presos desconocen cuándo serán ejecutados.

El anuncio. Los presos son avisados con una hora de antelación, por la mañana, el mismo día del ahorcamiento, el único método para ejecutar la pena capital utilizado desde el año 1873.

No hay despedidas ni última cena. Sólo un breve alto frente a un altar budista. Familiares directos y abogados, los únicos que pueden visitar al reo durante su condena, son informados a posteriori de la ejecución.

Se trata de «evitar que el preso se perturbe», defienden en el Ministerio de Justicia, aunque irónicamente consigan lo contrario, un estrés aterrador.

Cuando se admite un crimen en Japón, el acusado puede darse por sentenciado. Si se trata de un asesinato múltiple o de uno con violación y robo, los jueces —y desde 2009 también los jurados populares— lo condenarán a muerte con seguridad. En un apabullante 99,7% de los casos, el veredicto judicial dictará la culpabilidad. En el caso de Iwao, él se autoinculpó creyendo que en el juicio se demostraría lo contrario.