Así que su estrategia para evitar que su defendido vaya a la cárcel no puede ser otra que la de intentar convencer al jurado de que su defendido está loco. «Todavía hay que esperar los informes psiquiátricos, pero en este caso todo parece indicar que el acusado es un enfermo mental», ha dicho ayer el abogado.

Lippestad, de 47 años, se ha presentado ante los medios de comunicación con traje gris, maletín de piel y una habilidad pasmosa para esquivar preguntas. «No lo sé», «no haré comentarios», «no puedo informar sobre eso», ha repetido como si tuviera un resorte en la mayoría de las ocasiones.

Pese a todo, el letrado sí ha proporcionado algunos detalles de la conversación que había tenido con su cliente. Lippestad ha contado que Breivik tomó drogas antes de la masacre para sentirse «fuerte, eficiente y despierto».

Le ha descrito como una persona «muy fría» aunque bastante «habladora», que vive en una burbuja y que se siente orgulloso de haber empezado una guerra, una cruzada, que tendrá lugar en los próximos 60 años y que será continuada por dos células en Noruega y otras en el extranjero que están preparadas para actuar.

El abogado ha asegurado también que Breivik dice estar muy sorprendido del éxito de su plan, de que la Policía no le matara durante el ataque en Utoeya y de que nadie lo intentase el lunes mientras era llevado para declarar ante el juez que instruye el caso.

Lippestad no ha ocultado las dificultades que entraña el caso, especialmente para él, un miembro del Partido Laborista, el objetivo de los atentados. Pero a pesar de que fueran atacadas las oficinas del Gobierno y los jóvenes laboristas que acampaban en la isla de Utoeya (76 muertos en total), el abogado ha asegurado que tenía el deber de defender a Breivik.

«Es mi trabajo. Y lo haré porque creo en el sistema democrático», ha dicho Lippestad, que ha reconocido haber tardado en tomar la decisión, que ha consultado con amigos y familiares.

No es la primera vez que se enfrenta a un caso incómodo. En el pasado defendió a un extremista de derecha que mató el 2001 a un adolescente africano-noruego de 15 años llamado Benjamin Hermansen y que fue condenado a 17 años de prisión. En cualquier caso, ha dejado la puerta abierta a su renuncia. «Si mi cliente no acepta someterse al examen de los psiquiatras, lo dejo».

Yngve Ystad, un psiquiatra forense y asesor de la Policía entrevistado por la agencia Reuters, ha declarado que son pocas las posibilidades de que Breivik sea considerado un loco. «Es muy arriesgado hacer predicciones en este caso», ha dicho, «pero no creo que le declaren enfermo mental. Planeó el crimen durante mucho tiempo. Y no ha sufrido alucinaciones o alteraciones graves». Ystad ha añadido que una persona bajo los efectos de las drogas es totalmente responsable de sus actos, según las leyes noruegas.

Mientras el caso se adentra en los tribunales, la Policía de Oslo prosigue la investigación. Las pesquisas se basan en el libro escrito por Breivik, 2083: Una declaración de independencia europea, sobre todo en la última parte, y un diario en el que el terrorista relató detalles de su macabro plan.

La Policía investiga los contactos del acusado con varios países, especialmente aquellos que le sirvieron para comprar algunos de los componentes que utilizó en la elaboración de los explosivos y en el tratamiento que supuestamente le dio a las balas dum dum que utilizó contra los jóvenes de Utoeya.

Respaldo a la policía

El Gobierno noruego salió ayer en defensa de la Policía de Oslo tras las críticas de los supervivientes de la matanza de la isla de Utoeya, que se preguntaban por qué las fuerzas de seguridad tardaron 90 minutos en detener a Anders Behring Breivik. Según el ministro de Justicia, Knut Storberget, la Policía noruega «cumplió muy bien su misión» el día en que el Breivik mató a 76 personas, activó una bomba y disparó en el campamento laborista. AFP

Europa miraba al otro lado, al islam

El doble atentado de Oslo, de inspiración ultraderechista, ha sorprendido a la UE mirando para otro lado: a la amenaza del terrorismo islámico, «considerada como la principal por la mayoría de los Estados», según un informe de Europol, la agencia que coordina actividades policiales y de seguridad en los 27.

Europol se propone ahora crear una célula con medio centenar de efectivos para investigar las amenazas de origen no islámico en los países nórdicos, para cubrir urgentemente las lagunas en la materia de los responsables europeos de seguridad.

La lucha antiterrorista a escala comunitaria es una entelequia, al ser atribución exclusiva de los estados, cada uno de los cuales actúa según sus propias circunstancias y preferentemente en relaciones bilaterales. De hecho, el núcleo duro antiterrorista en la UE lo forma el G-6, constituido originalmente por Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido, al que luego se sumó Polonia, sexteto no asociado orgánicamente a los 27.

Para ellos, con su poder ejecutivo, Europol es un instrumento, que tiene valor como coordinador de actividades genéricas y punta de lanza de determinadas actuaciones, como la que anunció el director del ente sobre la creación de una célula de investigación sobre el terrorismo no islámico en Escandinavia.

Porque el hecho es que, hasta ahora, «el terrorismo islámico sigue siendo considerado como la principal amenaza por la mayoría de los Estados», de acuerdo con el informe de Europol del 2010, referido al 2009. Como ataques terroristas de ultraderecha solo da cuenta el documento de cuatro intentos frustrados en Hungría. Noruega no figura.

Europol, que ayer no respondía en su sede de La Haya a llamadas realizadas desde Bruselas, no tenía en su web ninguna referencia a los sucesos de Oslo.