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Gaza vuelve a vivir y celebra, unida, su «victoria» sobre Israel

A mediodía se concentraron en la avenida de Omar Al Mujtar miles de personas en un mar de banderas de distintos colores, una vista nada habitual en Gaza, donde lo común es que solo se vean las banderas verdes de Hamás o las negras de la Yihad Islámica.

/ 22 de noviembre de 2012 / 16:09

Gaza celebró hoy unida lo que considera una «victoria» sobre Israel y empezó a volver a la normalidad en el primer día de tregua tras ocho días de bombardeos que han dejado 164 muertos, unos 1.300 heridos y cuantiosos daños materiales.

Las tiendas abrieron sus puertas esta mañana, los tenderos instalaron sus mercadillos y los niños volvieron a hacer de las calles su territorio de juegos, mientras los barcos de pescadores salían a faenar por primera vez desde que empezó, el pasado día 15, la brutal ofensiva israelí contra la franja.

El caótico tráfico volvió a taponar las principales vías de la franja, pero los conductores no se enfadaban y gritaban como habitualmente: hoy es para todos un día de fiesta.

Y, también, un día de hermandad, en el que todos se sienten parte de un mismo éxito: el que consideran «triunfo» de Gaza sobre Israel.

A mediodía se concentraron en la avenida de Omar Al Mujtar miles de personas en un mar de banderas de distintos colores, una vista nada habitual en Gaza, donde lo común es que solo se vean las banderas verdes de Hamás o las negras de la Yihad Islámica.

Hoy, miles de seguidores del movimiento nacionalista palestino Al Fatah se atrevieron, por primera vez en años, a salir a las calles de Gaza flameando ostensiblemente sus insignias amarillas.

Uno de los líderes de Fatah, el negociador jefe palestino Nabil Shaat, recibía ovaciones y gritos de entusiasmo en el balcón del edificio del Parlamento, junto al primer ministro de Hamás, Ismail Haniye, y los más destacados líderes del movimiento islamista.

Muchos ven en el acuerdo de tregua con Israel y en estos gestos de las dos facciones palestinas, duramente enfrentadas desde que Hamás tomó en 2007 el control de Gaza, la apertura de una posibilidad real para la reconciliación y la vuelta a la unidad.

«Hemos ganado y habrá unidad. Hoy nuestra gente sale a saludar y a felicitar a nuestros líderes, que nos han hecho ganar esta batalla. Y a los mártires, que derramaron su sangre por esta victoria», declara a Efe Jalil Il Haya.

Los altavoces de las mezquitas cantaban eslóganes nacionalistas y de triunfo y desde los instalados en el edificio del Parlamento se oían discursos de los dirigentes de las distintas milicias que felicitan a su pueblo.

«Hoy nuestro pueblo ha ganado. Nuestros luchadores han ganado de nuevo al enemigo, Israel. Vergüenza para Israel. Hoy hemos ganado en Gaza y mañana ganaremos en Jerusalén y en toda nuestra tierra», afirmaba, con gran entusiasmo, un miembro de Hamás, entre los aplausos del público.
«Fatah, Hamás y la Yihad (Islámica) somos solo uno», gritaba.

Mientras proseguía la fiesta política, protagonizada fundamentalmente por varones, la vida volvía poco a poco a la rutina diaria.

Los comerciantes barrían las calles frente a sus tiendas, funcionarios municipales limpiaban aceras y parterres y excavadoras retiraban escombros de los edificios bombardeados.

Las mujeres compraban comida y ropa y solucionaban los problemas domésticos que no habían podido atender en ocho días de encierro.
«Han sido unos días muy duros en nuestra casa. Muy difícil.

Teníamos mucho miedo. Todo el tiempo nos asustaban los bombardeos, y teníamos que correr a meternos debajo de las sillas y las mesas», explica a Efe Fátima Abu Hamde, que regresa de llevar al hospital a su hija, que se rompió un dedo de un pie al caerse debido al pánico que le produjo una explosión.

Naser Ganim, propietario de una tienda de artículos eléctricos situada frente al complejo militar de Al Saraya, bombardeado y que quedó totalmente destrozado hace unos días, asegura que la última semana «ha sido terrible», que su mayor temor eran sus ocho hijos y que «lo peor de todo era ver las fotos de los niños muertos».

«Esta es una gran victoria para Palestina. Todavía somos fuertes», dice a Efe Samah Ganem, madre de cuatro hijos, que reconoce haberlo «pasado muy mal», porque han sido ocho días «de tensión, en los que no podíamos dormir, ni comprar comida, ni descansar ni hacer nada».

La población de la franja está hoy convencida de que esta tregua durará, que llevará al levantamiento de las restricciones de acceso a su territorio y que los palestinos, por fin, volverán a tener pronto un gobierno de unidad.

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El aburrimiento y querer adelgazar empujan a las mujeres a las drogas en Irán

Cuando se le preguntan las causas, responde sin dudar: "Aquí no hay nada que hacer. No hay discotecas, no hay ningún entretenimiento".

/ 11 de septiembre de 2014 / 14:16

Cada vez hay más mujeres drogadictas en Irán. El aburrimiento, la falta de actividades sociales, el bajo precio de los estupefacientes y, también, el deseo de adelgazar, impulsan el consumo, que se ha disparado en los últimos años.

«Empecé a tomar opio con mi marido. Me dijo que era muy bueno y lo metió en el narguile (pipa de agua). Luego pasé a la morfina y a la metadona», dice a Efe Feresté, una joven de treinta años rubia, despeinada, con ojeras, el pelo y la piel castigados, los labios resecos y la mirada algo perdida, que reconoce llevar diez años drogándose.

Cuando se le preguntan las causas, responde sin dudar: «Aquí no hay nada que hacer. No hay discotecas, no hay ningún entretenimiento».

Otras ocho compañeras suyas en el centro de atención a drogodependientes Chitgar, de la ONG Tabalodé Dobaré (Renacer), asienten sin dudarlo y se quejan «pasamos horas y horas en la casa sin hacer nada».

«Aquí no hay diversión. Una mujer que no trabaja tiene que estar encerrada dedicándose solo a las labores del hogar. Todo el mundo necesita salir y gastar su energía. En este país no existe eso y, para las mujeres, menos todavía», critica Suheila, de 33 años, que dice haber consumido «de todo» en los últimos once.

En la República Islámica las mujeres no pueden asistir a partidos de fútbol u otros deportes, no hay bares, el alcohol está prohibido (aunque se compra ilegalmente), deben cubrirse de la cabeza a los pies en el espacio público, no pueden viajar con hombres que no sean su marido y está socialmente mal visto que estén en público con varones ajenos a su familia.

Tampoco pueden cantar (a no ser que sea como parte de un coro) ni bailar delante de hombres ni, por supuesto, besarse o ligar en público.

El cine, teatro, televisión y radio solo permiten proyecciones que cumplan con los estrictos estándares morales islámicos impuestos por los clérigos y el acceso a internet es limitado e impide abrir millones de páginas web.

«Las mujeres comienzan a consumir, en muchos casos, para olvidar su pasado, porque algún familiar lo hace o por una baja capacidad de aguantar problemas o dolores. El aburrimiento y la falta de entretenimiento adecuado es otro factor, por eso aquí les enseñamos a programar su tiempo y que rellenen sus horas libres de otra forma», explica la responsable del centro, Sahra Kanatian.

Irán sigue una dura política contra los narcotraficantes, que incluye la pena capital, pero hace dos décadas cambió su enfoque hacia los drogodependientes y tiene un sistema progresista y de contención de daños que los trata como enfermos, no como criminales, aunque en el país sigue siendo obligatoria la desintoxicación.

Se calcula que hay entre millón y medio y cuatro millones de drogadictos, una cifra en crecimiento de la que el 10% son mujeres.

Situado a las afueras de Teherán y escondido tras una valla con alegres dibujos, el centro Chitgar acoge a 25 mujeres que luchan contra su adicción, en este caso sin ayuda de metadona ni drogas sustitutivas.

La gran mayoría son adictas al «shishé» o «cristal», meta-anfetaminas locales, pero también hay consumidoras de heroína, morfina y opio, que entran en grandes cantidades desde el vecino gran productor, Afganistán.

La voluntad de adelgazar o la insistencia de sus parejas también llevan a muchas iraníes a introducirse en el mundo de la droga.

Otras empiezan a consumir opiáceos para paliar dolores corporales, por ejemplo, durante la menstruación.

«Normalmente es el hombre que la apoya, su marido o novio, quien las acerca al consumo», explica la psicóloga Mahsa Hagegí.

En algunos casos, las parejas las incitan a tomar shishé porque aumenta el apetito sexual.

Además, hay salones de belleza y herbolarios que venden meta-anfetaminas disfrazadas de cápsulas para adelgazar y, aunque cada vez está más controlado, según Hagegi «el 90 % de las chicas que lo toman para perder peso no saben lo que están tomando».

«Yo empecé a tomar cristal para adelgazar. Mi familia me presionaba mucho diciéndome que estaba gorda», explica Nargués, que ahora lleva años enganchada.

El shishé llegó a Irán como una droga de moda para las clases altas y es el estupefaciente que más se ha extendido en los últimos cinco años, en los que su precio ha caído en picado.

«Ahora cuesta diez veces menos que hace cuatro o cinco años.

Hasta entonces lo tomaban solo los ricos, pero ahora se puede comprar incluso por 100.000 riales (2,5 euros) el gramo», explica una de las chicas.

Coinciden en señalar que cualquier droga «es fácilmente accesible».

La más cara y menos extendida es la cocaína colombiana, a unos 125 euros el gramo, pero la heroína se puede comprar por 5 euros el gramo y el opio casi regalado: hasta por un euro cada gramo. Una gran tentación para quienes tienen pocas fuentes de diversión.

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