Más que el himno nacional con sus cinco idiomas o la bandera con sus seis colores, Nelson Mandela simboliza para los sudafricanos la unidad y el orgullo de un país que soñaba con una sociedad multirracial modelo, que hoy se ve lastrada por las dificultades económicas y sociales.

Como indicio de este desencanto, el diario local Soweta estimaba el lunes que los sudafricanos harían bien en rezar no sólo «por la recuperación de Mandela», ingresado desde el sábado en estado grave, sino por la suerte del país entero.

«Mientras que rezamos por la recuperación de Mandela, debemos también rezar por nosotros mismos, una nación que, moralmente, perdió su brújula», escribía el diario en su editorial, subrayando que el héroe de la lucha anti-apartheid no había sacrificado 27 años de su vida en la cárcel para que «Sudáfrica se caracterice por la corrupción, el racismo, la criminalidad y la violencia».

Sudáfrica, gobernada desde hace casi 20 años por el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano (ANC), ha suprimido las barreras raciales y logrado hacer emerger una clase media y acomodada urbana multirracial, con capacidad para pagar a sus hijos escuelas de calidad.

Pero desde 2009, el crecimiento económico se ha estancado, las tensiones sociales se acumulan, a menudo acompañadas por violencias que desbordan a los sindicatos tradicionales, entre otros en el sector minero, escenario a finales de 2012 de una oleada de huelgas salvajes que dejó unos 60 muertos y aceleró la depreciación de la moneda.

«Parte de nuestro sentimiento de pánico se debe a esta cuestión: ¿qué es lo que muere con Mandela? Aunque sentimos que lo que simboliza está muerto desde hace tiempo…. ¿cómo es posible que viva todavía?», filosofaba otro editorialista local en el Times.

Sudáfrica es el país más rico del continente africano pero cuenta con más de un cuarto de habitantes demasiado pobres para comer a su gusto (en torno al 26%) y más de la mitad vive bajo el umbral de pobreza (52%). El 62% de las familias negras y el 33% de las mestizas son pobres.

El desempleo es crónico, entre otros en las provincias rurales como Cabo oriental, la región natal de Nelson Mandela donde una mayoría de habitantes depende cada mes de un puñado de cientos de rand procedentes de ayudas para los mayores o para los niños.

 

Muchos de esos problemas son la herencia de la política de exclusión económica llevada a cabo por la minoría blanca bajo la tutela británica, y bajo el apartheid a partir de 1948. «Pero no todos», subrayaba el diario económico Business Day.

La enseñanza pública, que Mandela consideraba la clave del desarrollo de su pueblo, es un fracaso manifiesto de la gestión de ANC a pesar de un importante presupuesto estatal. Mandela «lloraría si supiera lo que ocurre en las escuelas», aseguraba el año pasado el arzobispo Desmond Tutu, otro héroe de la lucha anti-apartheid, quien no piensa volver a votar al ANC.

Al igual que Tutu, cada vez más observadores, incluidos antiguos compañeros de lucha, ya no dudan en criticar al partido de Mandela para denunciar su estado de abandono e incluso poner en duda si sus sucesores son verdaderos demócratas.

«Si hubiésemos tenido la buena fortuna de tener a Mandela por dos mandatos, hubiéramos tenido más suerte porque es un demócrata comprometido», estimaba la semana pasada Mamphela Ramphele, una figura de la lucha anti-apartheid que fue directora del Banco Mundial y lanzó su propio partido de oposición.

Y la semana pasada, el Banco Central criticó la debilidad de los políticos actuales y habló de una situación «con proporciones de crisis».

«Es tiempo de renombrar a nuestro país», propuso recientemente un publicista de éxito Muzi Kuzwayo, quien sugirió «un nombre que unirá a la mayoría de nosotros, la Mandelia».