Los paraguayos se aprestan este fin de semana a quemar sus Judas en la Fiesta de San Juan, una tradición de la colonia española profundamente arraigada en la cultura popular, que tiene el sello guaraní en juegos, comidas y chanzas.

El acontecimiento, muy esperado tanto por niños debido a la diversión que conlleva, como adultos, por las comidas y bailes típicos, se desarrolla cada junio en clubes sociales y parroquias de la Iglesia Católica, en coincidencia con la llegada del invierno austral.

 En la fiesta, que según el santoral cristiano es el 24 de junio, el fuego es el «rey» de las celebraciones.

Las reuniones sociales se llevan a cabo alrededor de grandes fogones y los niños gozan con la «pelota tatá», una especie de fútbol con un balón de trapo asegurado con alambres, al que se le impregna querosén y se le prende fuego.

Los jóvenes se entretienen con juegos más osados, como cruzar descalzos tres metros sobre brasas (carbón encendido) para pagar una promesa, donde la concentración y la fe son fundamentales, en teoría, para no quemarse.

Para los adultos, también está el ibirá síi, que consiste en trepar por un palo de madera resbalosa de unos cinco metros de alto, impregnado con aceite o grasa de cerdo, con una corona de dinero en la punta, como premio para el que llegue a la cima.

Los menores prefieren el kambuchí yeyocá (romper el cántaro) que consiste en buscar con los ojos vendados y quebrar la vasija de arcilla colgada, o el paila yejerei (lamer la sartén aceitosa), donde el concursante debe sacar con la lengua las monedas que tiene adherida.

Judas con bombas de estruendo 

Exactamente a la medianoche, como corolario de la fiesta, explotan los muñecos con forma humana que representan a Judas, el apóstol que traicionó a Jesús, cargados de bombas de estruendo. Su quema señala el comienzo del Día de San Juan.

Cada año, los muñecos de Judas llevan el nombre de un personaje conocido de la sociedad local, sea político o deportista.

«Este año, lo que más se lleva es el muñeco ‘Pelusco'», revela a la AFP la comerciante Carmen Benítez, en una alusión satírica al técnico que dirigió la selección de fútbol de Paraguay, el uruguayo Gerardo Pelusso.

En su local de «La Luqueña», en la ciudad de Luque, localidad vecina a Asunción, a la mujer le quedan unos 10 muñecos.

«Ya vendí más de 100», confiesa, y agrega que el segundo con más demanda es el que lleva el rótulo «Napú», en referencia al presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol, Juan Angel Napout.

La demanda tiene relación con el fracaso del combinado nacional que quedó prematuramente eliminado del Mundial de Brasil 2014.

Los muñecos con nombre de algunos políticos no les van en zaga.

Hay uno con aspecto de guerrillero, que simboliza al autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), el grupo armado irregular que asesinó hace un mes al conocido hacendado Luis Lidstrom en el norte del país. Lleva una ametralladora de fantasía a la cintura, tapaboca y una especie de granada en la mano.

Otro de los muñecos lleva el nombre de «senarrata» y otro «dipuchorro», una referencia despectiva hacia los parlamentarios.

«No falta Ferchu. Siempre se lleva mucho», señaló la mujer, en alusión al muñeco que representa al destituido expresidente izquierdista Fernando Lugo (2008-2012).

Los muñecos tienen un costo promedio de 50 dólares, «dependiendo de lo cargados que estén».

En las cantinas se sirven comidas surgidas en los siglos XVIII y XIX, fusión de recetas indígenas y españolas.   Una de las más emblemáticas es el «mbeyú», una especie de torta de harina de mandioca y queso fresco, y la «payaguá mascada», una croqueta frita de carne molida y harina de trigo. El postre más clásico de la fiesta es el queso paraguayo con dulce de mamón.