Mohamed Mursi, que saltó de la clandestinidad de los Hermanos Musulmanes a la presidencia del país árabe más poblado, reapareció ante la justicia egipcia hoy, cuatro meses después de ser derrocado por el ejército.

Detenido en un lugar secreto desde su derrocamiento el 3 de julio, Mursi responde junto con otros 14 acusados del cargo de «incitación al asesinato» de manifestantes, durante unos enfrentamientos delante del palacio presidencial el 5 de diciembre de 2012.

El primer presidente egipcio elegido democráticamente reivindicó en la primera audiencia, hoy, su legitimidad, presentándose como «el presidente de la República» ante un tribunal que tachó de «ilegal».

«El golpe es una traición y un crimen», apostilló en su primera aparición desde que los militares lo expulsaron del poder.

Menos de dos años después de que los Hermanos Musulmanes ganaran las elecciones legislativas por amplia mayoría y después la presidencial, la caída de Mursi fue el inicio de una brutal represión.

Al menos mil manifestantes favorables a Mursi perdieron la vida en la terrible represión de las fuerzas de seguridad desde mediados de agosto y más de 2.000 miembros de la cofradía, entre ellos casi todos sus dirigentes, han sido detenidos.

Con un doctorado en Estados Unidos, en 2000 Mursi fue elegido diputado y reelegido en 2005, antes de pasar siete meses en prisión por haber participado en una manifestación de apoyo a los magistrados reformistas.

En 2010, se convirtió en portavoz del movimiento islamista y miembro de su oficina política. El 28 de enero de 2011 fue encarcelado brevemente, tres días después del inicio de la revuelta que terminó con la caída de Hosni Mubarak.

Algunos acusaban a ese hombre de 62 años de ser una marioneta del opaco buró político de los Hermanos Musulmanes y de su guía supremo, el secreto Mohamed Badie.

Otros recordaban que había sido apodado «rueda de auxilio» porque había sustituido a último momento al candidato previsto de los Hermanos Musulmanes, el riquísimo financiero de la cofradía Jairat al Shater, cuya candidatura fue invalidada por las autoridades.

Mursi fue elegido en la segunda vuelta frente al cacique del régimen de Mubarak, Ahmed Shafiq.

Fue el primer presidente de Egipto que no salía de las filas del ejército y el primer jefe de Estado de la corriente islamista, cuyos objetivos priorizó durante su corta presidencia, según los críticos, pese a que prometió que sería el «presidente de todos los egipcios» y el garante de los ideales democráticos de la revuelta que tumbó a Mubarak.

Su breve presidencia estuvo marcada por numerosas crisis. Exactamente un año después de asumir su cargo, centenas de miles de egipcios salieron a las calles para reclamar su salida. Tres días más tarde, el ejército aprovechó esta movilización para echarlo del poder.

Mursi nació en una familia modesta de la gobernación de Sharqiya, en el delta del Nilo en 1951, está casado y es padre de cinco hijos.

Su aspecto bonachón, su sencillez y un lenguaje accesible a todos, contribuyeron a que conquistara cierta popularidad en las semanas posteriores a su elección, pese a no tener ningún carisma.

Sin embargo, a medida que se afianzaba en el mando, muchos egipcios lo percibieron como un hombre ávido de poder, imbuido de ideología político-religiosa, que buscaba islamizar a marchas forzadas a la sociedad egipcia y restaurar un régimen autoritario.

Sus partidarios destacaban en cambio que era el primer civil en acceder a la presidencia y que las dificultades de Egipto -corrupción, problemas económicos, tensiones confesionales- eran anteriores a su llegada al gobierno.