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Excarcelan a español que asesinó a su amante estadounidense en Bolivia

El español Pompeyo Miranda Ruiz, condenado en Bolivia a 45 años de cárcel por asesinar a su amante, la estadounidense Gloey Weisseman, y a su compañero de celda, y con un historial de violencia en las prisiones por las que ha pasado, recupera su libertad por orden de la Audiencia Nacional de España.

Miranda está en la lista difundida el jueves por la Audiencia Nacional de los últimos presos beneficiados por el dictamen del Tribunal Europeo de Derechos Humanos contra la llamada «doctrina Parot», una práctica que en España permitía alargar la permanencia en la cárcel de condenados por crímenes graves, como el terrorismo, el asesinato o la violación.

En España, donde no existe la pena de muerte, la mayor condena contemplada por la legislación son 30 años de cárcel, aunque este asesino convicto recupera la libertad después de pasar unos 22 años entre rejas.

Pero si no se le hubiese aplicado la «doctrina Parot», Miranda hubiese salido de prisión en 2010 con la reducción de la pena por beneficios penitenciarios.

En julio de 2010, cuando se preparaba para salir de la cárcel, se le comunicó una resolución de la Audiencia Nacional española por la que le quedaban otros 15 años de prisión. Fue como un jarro de agua fría.

Miranda, como otros presos en su misma situación, recurrió entonces la aplicación de la «doctrina Parot», que fue anulada el pasado mes de octubre cuando el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo (Francia), dictaminó contra esta práctica al aceptar el recurso presentado por la etarra Inés del Río.

Desde el 21 de octubre han salido de la cárcel y en virtud del dictamen del Tribunal Europeo una treintena de presos, entre miembros de la banda terrorista ETA, condenados por delitos de sangre, y varios violadores en serie y asesinos, como Miranda, natural de Almería (sureste de España).

Pompeyo Miranda fue detenido en Bolivia en 1991 por asesinar a Weisseman, una cooperante estadounidense que trabajaba en el Cuerpo de Paz y con la que convivía en la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, a donde llegó en 1990 y trabajaba como camarero en un bar.

«Me humillaba mucho, ella me indujo al vicio» o a las drogas, alegó en el juicio contra él en Bolivia al referirse a Weisseman, quien, al parecer, le amenazó con destapar las actividades de Miranda como narcotraficante.

No solo ejecutó a su pareja con varios tiros en la cabeza mientras dormía, sino que después la descuartizó, quemó los restos y luego los enterró, según documentos judiciales e informaciones de la época.

Pese a eso, Miranda fue descubierto por la policía boliviana, con la colaboración del FBI, juzgado y condenado a 30 años de cárcel sin derecho a indulto, pena a la que se sumaron otros 15 años por asesinar a golpes con un bloque de cemento armado al cabecilla de una banda de delincuentes Marcial Delgadillo, quien era su compañero de celda en la cárcel de Palmasola, en Santa Cruz de la Sierra.

Al parecer, Miranda mató a Delgadillo durante una disputa por un tubo de pasta de dientes y según crónicas que aparecieron en diarios bolivianos, el español solía pelearse con otros presos, como el brasileño Víctor Hugo de Paula.

Protagonizó una sonada fuga de esa prisión boliviana y acabó en Lima, donde fue detenido tras intentar obtener un pasaporte español en la embajada de España en la capital peruana.

De regreso a Bolivia, Miranda fue internado en la cárcel de máxima seguridad de Chonchocoro, en La Paz, donde se hizo «famoso» con sus intentos de suicidio tragando navajas, trozos de vidrio, cortándose las venas, hasta que fue trasladado de nuevo a Santa Cruz de la Sierra.

Sus abogados intentaron demostrar en 1994 que padecía esquizofrenia con informes médicos para que se redujera su pena.

En octubre de 1999, Miranda fue trasladado a España, junto con otros dos españoles presos en Bolivia, para cumplir la condena en su país, tras solicitarlo alegando que podía ser objeto de represalias y venganzas, procedentes tanto de la prisión como de fuera.

«Yo sé que mandar matar a alguien en Bolivia está al alcance de cualquiera», afirmó por entonces en la cárcel de Palmasola, cuyo techo compartía con unos 2.500 reclusos, tres veces más la capacidad para la que fue construida.

A su llegada a España, Miranda dejó de ser «famoso», engullido en el sistema penitenciario español, del que ahora sale sin hacer ruido.