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Colombia cumple 20 años sin Pablo Escobar con ceremonias que buscan el perdón

Escobar murió el 2 de diciembre de 1993, acorralado y abatido por la Policía, cuando trataba de huir por los tejados de una casa de Medellín. La imagen de su voluminoso cuerpo sin vida entre las tejas y el semblante sonriente de los agentes del llamado "Bloque de Búsqueda" retornó hoy a todos los medios de comunicación.

/ 2 de diciembre de 2013 / 22:23

Colombia recordó el domingo a Pablo Escobar en la víspera del vigésimo aniversario de su muerte con una petición de perdón de su hermana Luz Marina y el reconocimiento del presidente del país, Juan Manuel Santos, de que la desaparición del capo no acabó con el narcotráfico sino que por contra aún queda mucho por hacer.

La hermana más joven de Escobar, Luz Marina, escogió el domingo 1 de diciembre para organizar misas y actos de reconciliación en recuerdo al mayor narcotraficante de la historia de Colombia y a sus víctimas, porque además hoy habría cumplido 64 años, dijo en una entrevista con Efe.

Durante todo el día, Luz Marina recibió en el cementerio Jardines Montesacro de Itagüí, localidad vecina a Medellín y donde reposan los restos de narcotraficante, a víctimas y familiares de «El Patrón», como se conocía a Escobar, vestidos de blanco y dispuestos a orar por su alma.

«La misa tiene el título ‘El semillero del perdón’. Hay un símbolo que es un corazón y una semilla que vamos a repartir para que las personas permitan que entre y germine esa semilla del perdón en el corazón de cada uno», detalló la hermana de que fuera fundador del Cartel de Medellín.

Pero además, en un ambiente de recogimiento, los asistentes escribieron mensajes que colgaron en cuerdas blancas alrededor de la tumba, adornada con una gran corona de flores rojas.

Aunque Luz Marina no pretende que Colombia perdone de golpe al autor de al menos 5.000 asesinatos, espera «que la gente abra las puertas del corazón al perdón» y se tomen su tiempo, al igual que hizo ella con su hermano, el responsable de que haya tenido una vida difícil, amenazada y en la sombra.

Escobar murió el 2 de diciembre de 1993, acorralado y abatido por la Policía, cuando trataba de huir por los tejados de una casa de Medellín. La imagen de su voluminoso cuerpo sin vida entre las tejas y el semblante sonriente de los agentes del llamado «Bloque de Búsqueda» retornó hoy a todos los medios de comunicación.

Incluso la Policía divulgó con los principales periódicos una separata especial con una columna escrita por el presidente Santos, quien reconoció que el negocio del narcotráfico no terminó con el fallecimiento de Escobar.

«Veinte años después tenemos que decir que así como el problema no nació con Escobar, tampoco terminó con él. Desde su muerte, hemos visto transformaciones trascendentales para la institucionalidad colombiana», opinó el mandatario.

Y reiteró: «el problema del narcotráfico subsiste, es cierto, y nos falta mucho para acabarlo».

En un repaso de la lucha antidrogas en Colombia, la Policía informó de que en estos últimos veinte años han sido capturados 866.526 narcotraficantes, de los que 1.743 han sido extraditados; se han incautado 1.636.615 toneladas de cocaína y derivados, y se han reducido en un 70 % los cultivos ilícitos de hoja de coca.

Esos datos se suman a unas declaraciones reveladoras que hizo Pablo Escobar algunos años antes de morir, en una entrevista inédita con la periodista Yolanda Ruiz, en la que el narcotraficante confesó en 1989 desde la clandestinidad que «los dineros calientes están incluidos en todos los sectores económicos».

Y su hijo, Juan Sebastián Marroquín, quien cambió su apellido Escobar para poder vivir tranquilo en Argentina, dijo hoy en una entrevista publicada por el diario austríaco Die Presse que su padre sigue siendo usado como un «chivo expiatorio».

«El fallecido Pablo Escobar asume la culpa de todo, ya no hace falta seguir hablando ni investigando. Así están todos satisfechos», afirmó.

Tanto Marroquín como Luz Marina reivindicaron la generosidad de «El Patrón» tanto hacia la familia como a la gente más pobre de Medellín, a los que construyó viviendas y canchas de fútbol y que hoy le rezaron durante todo el día en improvisados altares.

El sociólogo y director de Acción Andina, Ricardo Vargas, un experto en narcotráfico, aseguró a Efe que «difícilmente desaparecerá la dualidad entre el ‘Pablo social’ que construye casas para los pobres y combate a las elites y el ‘Pablo terrorista’ que llevó a cabo una guerra indiscriminada y al que se le fue la mano con muchos inocentes».

«Pablo Escobar es un fenómeno cultural que no ha muerto», concluyó Vargas.

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El periodismo, compañero de viaje de Gabriel García Márquez

Aunque parezca de fábula, el universo que evocó el escritor colombiano era real. Cada historia y cada vivencia pasaban por el tamiz de su ojo de periodista porque estaba convencido de que "la crónica es la novela de la realidad".

/ 17 de abril de 2014 / 20:36

Escritor de cuentos, novelas, guiones y hasta boleros frustrados, Gabriel García Márquez viajó siempre acompañado por su instinto de periodista de raza, con el lapicero a mano y la capacidad de observación de un lince.

Aunque parezca de fábula, el universo que evocó el escritor colombiano era real. Cada historia y cada vivencia pasaban por el tamiz de su ojo de periodista porque estaba convencido de que «la crónica es la novela de la realidad».

El idilio del genio colombiano con la literatura y el periodismo nació casi al mismo tiempo, cuando apenas iniciaba su formación en Bogotá, lejos de su tierra caribeña y en una ciudad gris que marcó sus primeros pasos con el «Bogotazo», como se conocen los disturbios que derivaron del asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Alrededor de ese hecho histórico comenzó su carrera con los primeros cuentos publicados en prensa. «La tercera resignación» abrió la veda en El Espectador en 1948, y luego como reportero siguió buscando la comunión entre la literatura y el periodismo en dos ciudades de su Caribe natal: Cartagena y Barranquilla.

En el mismo diario bogotano publicaría en 1955 en 14 entregas un reportaje emblemático: «Relato de un náufrago».

En ese entonces el futuro Premio Nobel de Literatura de 1982 era apodado «Trapo loco», vestía coloridas camisas y dormía en pensiones de mala muerte con los bajos salarios que recibía en El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, pero nunca faltaron libros que leer ni botellas de ron blanco que apurar con sus amigos intelectuales.

En esos prolíficos años devoró a William Faulkner, Ernest Hemingway, Virginia Woolf y a John Dos Passos, forjó una afición enfermiza por el cine, conoció a su íntimo amigo y compatriota Álvaro Mutis, y además formó parte del «Grupo de Barranquilla», que por poco no llegó a ser generación literaria.

No sería esa primera vez en que el «hijo del telegrafista» se sacrificaba por el periodismo, pues la penuria marcó su etapa como corresponsal en Europa, cuando con una libreta recorrió el continente en plena Guerra Fría y en una buhardilla de París aromatizada por coliflor cocida trataba de vender sus reportajes.

Su manejo de ese «género estrella» fue reconocido por su colega polaco Ryszard Kapucinski, toda una autoridad, quien afirmó que «su gran mérito (de García Márquez) consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura».

Después de desmontar el socialismo real en la serie de reportajes «Noventa días en la cortina de hierro», que publicó la revista colombiana Cromos, uno de sus amigos de la época parisina, su compatriota Plinio Apuleyo Mendoza, le rescató y se lo llevó a escribir a Caracas para las revistas venezolanas «Momento», «Elite» y «Venezuela Gráfica».

En medio de ese retorno al Caribe viajó a La Habana con Mendoza para conocer de primera mano el efecto de la recién estrenada revolución de Fidel Castro, lo que le abrió las puertas como corresponsal de la agencia cubana Prensa Latina en Bogotá y Nueva York, un periodo que concluyó en medio de las tensiones por la invasión de Bahía de Cochinos.

Entonces decidió buscar a Mutis en México, y acompañado por su familia y enormes fajos de manuscritos de sus grandes novelas inició un camino errante a través de los Estados Unidos de Faulkner que acabó en la floreciente Ciudad de México, donde quiso probar suerte en el cine, pero tuvo que recurrir al periodismo para sobrevivir hasta que llegó su hora de oro literaria con «Cien años de soledad».

Y sin firmar, dirigió durante dos años las revistas «La familia» y «Sucesos para todos», el inicio de sus aventuras editoriales que después, ya convertido en una figura de la literatura, le llevarían en 1974 a crear la publicación de izquierda Alternativa, con Enrique Santos, hermano del actual presidente de Colombia.

Aunque ese proyecto murió pronto, García Márquez no cejó en su empeño y en 1998 compró la revista Cambio, que vendería en 2006 a la Casa Editorial El Tiempo.

Como lo afirmara en la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) de 1996, «el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad».

Para esa época ya había puesto en marcha en Cartagena su proyecto docente alrededor de la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para «inventar otra vez el viejo modo» de aprender el oficio sin grabadoras ni comillas pero con ética y compromiso social, como fue su obra.

En los últimos años han surgido homenajes a la figura de periodista del Nobel, como la antología de textos «Gabo, periodista» o la creación en 2013 de los «Premios Gabriel García Márquez» otorgados por la FNPI en un intento por rescatar a la profesión.

García Márquez nunca se trepó a la cima de la fama ni se quitó la camisa de reportero.

Lo demostró en uno de sus últimos ingresos a un hospital en México cuando, al ver un tumulto de medios a las puertas de la clínica, exclamó: «Están locos, qué hacen allá afuera (los periodistas). Que se vayan a trabajar, a hacer algo de provecho», reivindicando una vez más su filosofía: «el periodismo es el mejor oficio del mundo».

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