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Uno de cada dos palestinos de la Franja de Gaza es menor

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46% son niños y mujeres, según cifras de las Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años.

/ 20 de julio de 2014 / 04:00

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46% son niños y mujeres, según cifras de las Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años.

Son altas las posibilidades de que los disparos alcancen a una familia palestina en vez de a un dirigente de Hamas o a una de las lanzaderas desde donde se ataca a Israel.

No hay simetrías. La Cúpula de Hierro y los patriots interceptan prácticamente todos los disparos de Hamas y Yihad Islámica. De un lado, hay un Estado protector concentrado en defender la seguridad de sus ciudadanos; del otro, unos ciudadanos sin nadie que los proteja, sometidos a la dictadura del Islam radical y al fuego desproporcionado y desconsiderado del único Estado legítimo que se conoce en la zona.

Sabemos cuándo y cómo empezó, a impulsos del asesinato racista de tres adolescentes israelíes primero y de un joven palestino a continuación; y cómo todo fue enredándose gracias al oportunismo de los dirigentes de ambos lados. Tras destruir el proceso de paz, impedir el Gobierno de unidad palestina, proseguir con la colonización de Cisjordania y evitar que la Autoridad Palestina apele a la justicia internacional, ¿queda algún margen para la política?

Junto a los datos, una historia moral contada por su protagonista, un israelí de 60 años, llamado Avraham. Su madre, nacida en Hebrón, sobrevivió hace 85 años a una matanza de judíos a manos de extremistas árabes. Como los muertos de ahora, ella era también una niña, pero se salvó gracias a su nodriza árabe y a una familia que la escondió en su casa. Avraham no puede quitársela de la cabeza cuando se acerca a dar el pésame a los familiares de Mohamed Abu Jadair, de 16 años, secuestrado y asesinado, quemado vivo, en Shuafat, su barrio de Jerusalén Este.

Avraham piensa en la descendencia perdida de Mohamed. En los hijos que ya no tendrá. Si los asesinos árabes de Hebrón hubieran dado con aquella pequeña niña judía de siete años, Avraham no estaría aquí ahora para contarlo y para compadecerse por la muerte de los niños palestinos. Su madre, ya fallecida, jamás odió a los árabes e incluso se alegró de que sus nietos alistados en el Ejército no fueran pilotos de caza: “¿Te imaginas que mi nieto pudiera bombardear a inocentes?”, le decía.

Lo sabemos por su hijo, Avraham Burg. Por un artículo publicado hace una semana en Haaretz, titulado Cómo Shuafat 2014 mató el legado de esperanza y de gratitud de Hebrón 1929 o por su libro memorialístico Vencer a Hitler. Burg ha sido diputado y presidente de la Knesset, de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, y ahora milita por la paz y por los derechos de los palestinos. “Mi madre —ha escrito— es a mis ojos la encarnación del heroísmo judío supremo, respetuoso de una tradición que considera a un verdadero héroe a quien hace de su enemigo un amigo”.

Bombardeos dejan sin agua a 300.000 personas

El gran cráter recién abierto por un potente misil israelí en la carretera de Zimmo, una zona rural del este de la Franja de Gaza, casi desbordaba de aguas fecales el jueves por la mañana. Un pelotón de técnicos bombeaba el boquete de casi 15 metros de diámetro con una potente máquina. Al borde del agujero, el director del suministro municipal de aguas en Gaza, Maher Salem, explicaba la razón de tanto esfuerzo por arreglar este destrozo aparentemente menor en mitad de la destrucción que siembran los aviones israelíes por Gaza: el agua sucia procedía de un desagüe y se estaba mezclando con el agua de uso doméstico que llega a 150.000 palestinos. Además de matar a 230 palestinos, el 77% de los cuales eran civiles, los diez días de bombardeos israelíes dejaron sin agua a 300.000 personas en la Franja de Gaza.

El ingeniero Salem explicaba en medio de la pestilencia que “es normal que los desagües se instalen en paralelo a las cañerías de agua potable”, alejados y cada uno en un lado de las carreteras. Así es más fácil dar con averías o fugas. El disparo de un misil en medio de una carretera rural solo persigue, en su opinión, “interrumpir el suministro” de agua a las casas de los palestinos.

Durante esta ofensiva, cientos de miles de habitantes de Gaza sufren restricciones de agua en sus hogares. Explica Salem que se debe a “la destrucción de dos pozos de agua”, inutilizados por las bombas, y por bombardeos como el que cortó el paso del líquido desde el pozo de Zimmo.

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Uno de cada dos palestinos de la Franja de Gaza es menor

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46% son niños y mujeres, según cifras de las Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años.

/ 20 de julio de 2014 / 04:00

Es dudoso que sirvan los fríos datos. Pero ahí van algunos. En ocho días, cerca de 1.500 heridos y más de 200 víctimas mortales, de los que el 46% son niños y mujeres, según cifras de las Naciones Unidas. En el minúsculo territorio de Gaza uno de cada dos habitantes es menor de 18 años.

Son altas las posibilidades de que los disparos alcancen a una familia palestina en vez de a un dirigente de Hamas o a una de las lanzaderas desde donde se ataca a Israel.

No hay simetrías. La Cúpula de Hierro y los patriots interceptan prácticamente todos los disparos de Hamas y Yihad Islámica. De un lado, hay un Estado protector concentrado en defender la seguridad de sus ciudadanos; del otro, unos ciudadanos sin nadie que los proteja, sometidos a la dictadura del Islam radical y al fuego desproporcionado y desconsiderado del único Estado legítimo que se conoce en la zona.

Sabemos cuándo y cómo empezó, a impulsos del asesinato racista de tres adolescentes israelíes primero y de un joven palestino a continuación; y cómo todo fue enredándose gracias al oportunismo de los dirigentes de ambos lados. Tras destruir el proceso de paz, impedir el Gobierno de unidad palestina, proseguir con la colonización de Cisjordania y evitar que la Autoridad Palestina apele a la justicia internacional, ¿queda algún margen para la política?

Junto a los datos, una historia moral contada por su protagonista, un israelí de 60 años, llamado Avraham. Su madre, nacida en Hebrón, sobrevivió hace 85 años a una matanza de judíos a manos de extremistas árabes. Como los muertos de ahora, ella era también una niña, pero se salvó gracias a su nodriza árabe y a una familia que la escondió en su casa. Avraham no puede quitársela de la cabeza cuando se acerca a dar el pésame a los familiares de Mohamed Abu Jadair, de 16 años, secuestrado y asesinado, quemado vivo, en Shuafat, su barrio de Jerusalén Este.

Avraham piensa en la descendencia perdida de Mohamed. En los hijos que ya no tendrá. Si los asesinos árabes de Hebrón hubieran dado con aquella pequeña niña judía de siete años, Avraham no estaría aquí ahora para contarlo y para compadecerse por la muerte de los niños palestinos. Su madre, ya fallecida, jamás odió a los árabes e incluso se alegró de que sus nietos alistados en el Ejército no fueran pilotos de caza: “¿Te imaginas que mi nieto pudiera bombardear a inocentes?”, le decía.

Lo sabemos por su hijo, Avraham Burg. Por un artículo publicado hace una semana en Haaretz, titulado Cómo Shuafat 2014 mató el legado de esperanza y de gratitud de Hebrón 1929 o por su libro memorialístico Vencer a Hitler. Burg ha sido diputado y presidente de la Knesset, de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial, y ahora milita por la paz y por los derechos de los palestinos. “Mi madre —ha escrito— es a mis ojos la encarnación del heroísmo judío supremo, respetuoso de una tradición que considera a un verdadero héroe a quien hace de su enemigo un amigo”.

Bombardeos dejan sin agua a 300.000 personas

El gran cráter recién abierto por un potente misil israelí en la carretera de Zimmo, una zona rural del este de la Franja de Gaza, casi desbordaba de aguas fecales el jueves por la mañana. Un pelotón de técnicos bombeaba el boquete de casi 15 metros de diámetro con una potente máquina. Al borde del agujero, el director del suministro municipal de aguas en Gaza, Maher Salem, explicaba la razón de tanto esfuerzo por arreglar este destrozo aparentemente menor en mitad de la destrucción que siembran los aviones israelíes por Gaza: el agua sucia procedía de un desagüe y se estaba mezclando con el agua de uso doméstico que llega a 150.000 palestinos. Además de matar a 230 palestinos, el 77% de los cuales eran civiles, los diez días de bombardeos israelíes dejaron sin agua a 300.000 personas en la Franja de Gaza.

El ingeniero Salem explicaba en medio de la pestilencia que “es normal que los desagües se instalen en paralelo a las cañerías de agua potable”, alejados y cada uno en un lado de las carreteras. Así es más fácil dar con averías o fugas. El disparo de un misil en medio de una carretera rural solo persigue, en su opinión, “interrumpir el suministro” de agua a las casas de los palestinos.

Durante esta ofensiva, cientos de miles de habitantes de Gaza sufren restricciones de agua en sus hogares. Explica Salem que se debe a “la destrucción de dos pozos de agua”, inutilizados por las bombas, y por bombardeos como el que cortó el paso del líquido desde el pozo de Zimmo.

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