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Nuevos retos de segundo mandato exigen una nueva Dilma Rousseff

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985.

/ 1 de enero de 2015 / 17:59

Dilma Rousseff, la economista de 67 años que dependiendo de la época ha sido descrita como guerrillera, tecnócrata, gerentona, «mujer de Lula» y primera presidenta de Brasil, necesita una nueva transformación para enfrentar los retos que le esperan en su segundo mandato de cuatro años, que inició hoy.

Una economía desacelerada, con la inflación en el límite máximo tolerado por el Gobierno y las cuentas públicas fuera de control, y un enorme escándalo de corrupción que paralizó a la Petrobras, la mayor empresa del país, y que amenaza con salpicar a varios aliados figuran entre los desafíos que tendrá que superar en los próximos cuatro años esta mujer de fuerte carácter y fama de autoritaria.

Tras imponerse en octubre pasado al senador socialdemócrata Aécio Neves en las elecciones presidenciales más ajustadas y polarizadas en la historia de Brasil, Rousseff también tendrá que enfrentar a una oposición más fuerte en el Congreso y envalentonada por lo cerca que estuvo de impedir la reelección de la mandataria.

El apetito por cargos públicos cada vez mayor de la amplia alianza de partidos que sustenta su Gobierno y un Partido de los Trabajadores (PT) sin un claro sucesor para la Presidencia tras 16 años en el Gobierno, incluyendo los cuatro del segundo mandato de Rousseff, también exigirán transformaciones de esta economista que nunca había disputado una elección antes de ser elegida jefa de Estado de Brasil en 2010 y reelegida en 2014.

Si en su primer mandato tuvo que luchar para dejar atrás la imagen de marioneta de Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente (2003-2010) que la apadrinó y la impuso como sucesora, en su segundo mandato, la llamada «Dama de hierro» tendrá que mostrar personalidad propia para hacer frente a desafíos inimaginables hace un año.

Pero esta hija de un inmigrante búlgaro y de una profesora brasileña nacida en un hogar de clase media del conservador estado de Minas Gerais ha demostrado desde muy joven su capacidad de transformación para superar desafíos.

La Rousseff de la década de los sesenta que los militantes del PT revivieron en la campaña electoral del año pasado con la fotografía de una joven erguida ante los militares que la interrogan es totalmente diferente a la presidenta que exhibió proyectos sociales que sacaron a millones de brasileños de la pobreza como argumento para ganarse otros cuatro años de mandato.

Entre esas dos Rousseff pasaron la que fue torturada y estuvo algunos años en prisión por su colaboración con grupos guerrilleros; la que se afincó en el sur del país para trabajar como técnica en gobiernos regionales y la que se destacó como tecnócrata en el primer Gabinete de Luiz Inácio Lula da Silva.

También irrumpió la «gerentona» que terminó coordinando el Gobierno de su antecesor como ministra de la Presidencia, la que se presentó prácticamente como «la mujer de Lula» para disputar por primera vez un cargo electivo y la severa jefa de Estado famosa por su carácter fuerte y por la forma como comanda con dureza el Gobierno desde 2011.

«En mi vida personal enfrenté situaciones del más alto grado de dificultad, situaciones que llegaron al límite físico, soporté agresiones físicas que fueron casi insoportables y nada me sacó de mi rumbo, nada me sacó de mis compromisos ni del camino que tracé para mí misma», aseguró la jefa de Estado cuando miles de personas le corearon insultos durante la ceremonia de apertura del Mundial de fútbol Brasil 2014.

Fue una alusión no sólo a las torturas de que fue víctima durante la última dictadura brasileña sino también al cáncer linfático que le fue diagnosticado en 2009 y del que se curó en 2011.

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. Acusada de «subversión» por esa militancia, fue arrestada a los 22 años y pasó casi 3 años en la cárcel, donde fue torturada durante semanas.

Ya en la democracia inició su carreta política como una de las fundadoras del Partido Democrático Laborista (PDT) en el sureño estado de Río Grande do Sul y sólo muchos años después, en 2001, se afilió al PT, donde algunos militantes del partido de Lula aún la ven como una extraña en el nido.

Su llegada al Gabinete de Lula en 2003 le permitió iniciar una meteórica carrera en el Gobierno que en ocho años la llevó también al Ministerio de la Presidencia, la cartera más influyente, y luego a su debut electoral como candidata presidencial en 2010.

Pese a que la oposición alegaba que el primer mandato de Rousseff sería una especie de tercer mandato de Lula o de protectorado del antecesor, imagen reforzada por los constantes encuentros entre padrino y ahijada para tratar sobre diferentes asuntos, la jefa de Estado supo mostrar una imagen propia, de gobernante eficiente.

Sin el carisma ni la experiencia política de Lula, Rousseff no sólo logró ganar una imagen de buena administradora en su primer mandato sino que mantuvo la de técnica eficiente, ambas demostradas al tratar crisis como la que surgió por escándalos de corrupción en su primer año de Gobierno y la generada por las manifestaciones por mejores servicios públicos que sacudieron a Brasil en 2013.

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El PT de Lula sufre su mayor descalabro electoral en dos décadas

Además de conquistar menos de la mitad de las 635 alcaldías que obtuvo en 2012 y de casi desaparecer en las mayores ciudades del país, el PT perdió Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil y cuyo alcalde, Fernando Haddad, exministro e importante aliado de Lula, fue derrotado por un empresario sin experiencia política, Joao Doria, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

/ 3 de octubre de 2016 / 13:10

El Partido de los Trabajadores (PT), la formación de los expresidentes Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, sufrió en las elecciones municipales de este domingo en Brasil, en las que sólo conquistó la alcaldía de una capital, su mayor descalabro electoral en dos décadas.

La destitución de Rousseff el pasado 31 de agosto y los escándalos de corrupción, que salpican incluso a Lula, han pasado factura al PT, ahora en la oposición después de 13 años de gobierno.

Además de conquistar menos de la mitad de las 635 alcaldías que obtuvo en 2012 y de casi desaparecer en las mayores ciudades del país, el PT perdió Sao Paulo, la mayor ciudad de Brasil y cuyo alcalde, Fernando Haddad, exministro e importante aliado de Lula, fue derrotado por un empresario sin experiencia política, Joao Doria, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

Según los escrutinios, de las 26 capitales regionales de Brasil el PT sólo gobernará en Río Branco, en el minúsculo estado amazónico de Acre y donde el actual alcalde, Marcus Alexandre, fue reelegido con el 54,79 % de los votos.

La otrora formación gobernante podrá disputar en segunda vuelta la alcaldía de Recife, capital de Pernambuco y donde su candidato, Joao Paulo, fue el segundo más votado (23,76 %), pero tendrá dificultades para imponerse en segunda vuelta, el 30 de octubre, al socialista Geraldo Julio, que obtuvo el 49,34 %.

El PT había conquistado nueve capitales regionales en 2004, cinco en 2008, cuatro en 2012 y se quedará con entre una y dos a partir de enero de 2017.

Si consigue Recife y suma otras dos, igualará su resultado de 1996, pero, en caso de derrota, encajará su mayor descalabro en unas municipales desde 1985, cuando obtuvo una sola capital.

Además, considerando las 93 mayores ciudades de Brasil, que tienen cerca del 37 % de los electores, el PT puede conseguir otras cuatro alcaldías en la segunda vuelta, con lo que obtendría menos de la tercera parte de los 17 gobiernos municipales en grandes ciudades que obtuvo en las municipales de 2012.

Sería igualmente su peor dato en unas municipales desde 1996, cuando conquistó las alcaldías de 9 de las 93 mayores ciudades de Brasil.

En 2008, con Lula ya como presidente del país y el PT en su auge, la formación logró gobernar en 25 grandes ciudades.

Según los resultados parciales y a falta de la segunda vuelta, el PT conquistó este año 251 alcaldías, menos de la mitad de las 635 obtenidos hace cuatro años, lo que le sitúa como décimo partido después de haber estado entre los cuatro primeros las dos últimas décadas.

Los analistas ya habían previsto que el PT pagaría este domingo por el desgaste provocado por 13 años en el poder, por la mayor recesión sufrida por Brasil en las últimas décadas y que dejó a 12 millones de desempleados, por las numerosas denuncias de corrupción que salpican al partido y la radicalización generada por el proceso que concluyó con la destitución de Rousseff.

Una de sus mayores derrotas fue en Sao Paulo, donde Joao Doria, un empresario sin experiencia política, sorprendió y ganó sin necesidad de segunda vuelta la alcaldía que pertenecía al PT.

Doria, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), principal fuerza de oposición al PT y aliado del nuevo presidente de Brasil, Michel Temer, obtuvo el 53,28 % de los votos con el 99,91 % escrutado, casi tres veces más que Haddad, que fue el segundo colocado con el 16,70 %.

El PT, que ya tuvo tres dirigentes en el gobierno de Sao Paulo, no quedaba fuera de la segunda vuelta en la mayor ciudad del país desde 1992.

La formación también perdió la alcaldía de Sao Bernardo do Campo, la cuna del partido y fortín y residencia de Lula, donde su candidato, Tarcisio Secoli, quedó en tercer lugar.

Este municipio en el cinturón industrial de Sao Paulo, en el que los sindicatos tienen una fuerte influencia, es gobernado por Luiz Marinho, un dirigente del PT que, como Lula, fue presidente del Sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo antes de ingresar a la política.

Además, las dos únicas candidatas que la destituida Rousseff apoyó personalmente, con participación en sus mítines, también fueron derrotadas.

Las diputadas Alice Portugal y Jandira Feghali, ambas aspirantes por el Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y enérgicas defensoras de Rousseff, fracasaron en sus intentos de conquistar Salvador y Río de Janeiro respectivamente.

El PT tampoco consiguió ir a segunda vuelta en Porto Alegre, ciudad que gobernó 16 años seguidos entre 1989 y 2004 y que quería reconquistar con el exministro Raúl Pont, que quedó en tercer lugar.

Hasta en Garanhus, ciudad natal de Lula, el PT fue relegado. (03-10-2016)

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Nuevos retos de segundo mandato exigen una nueva Dilma Rousseff

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985.

/ 1 de enero de 2015 / 17:59

Dilma Rousseff, la economista de 67 años que dependiendo de la época ha sido descrita como guerrillera, tecnócrata, gerentona, «mujer de Lula» y primera presidenta de Brasil, necesita una nueva transformación para enfrentar los retos que le esperan en su segundo mandato de cuatro años, que inició hoy.

Una economía desacelerada, con la inflación en el límite máximo tolerado por el Gobierno y las cuentas públicas fuera de control, y un enorme escándalo de corrupción que paralizó a la Petrobras, la mayor empresa del país, y que amenaza con salpicar a varios aliados figuran entre los desafíos que tendrá que superar en los próximos cuatro años esta mujer de fuerte carácter y fama de autoritaria.

Tras imponerse en octubre pasado al senador socialdemócrata Aécio Neves en las elecciones presidenciales más ajustadas y polarizadas en la historia de Brasil, Rousseff también tendrá que enfrentar a una oposición más fuerte en el Congreso y envalentonada por lo cerca que estuvo de impedir la reelección de la mandataria.

El apetito por cargos públicos cada vez mayor de la amplia alianza de partidos que sustenta su Gobierno y un Partido de los Trabajadores (PT) sin un claro sucesor para la Presidencia tras 16 años en el Gobierno, incluyendo los cuatro del segundo mandato de Rousseff, también exigirán transformaciones de esta economista que nunca había disputado una elección antes de ser elegida jefa de Estado de Brasil en 2010 y reelegida en 2014.

Si en su primer mandato tuvo que luchar para dejar atrás la imagen de marioneta de Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente (2003-2010) que la apadrinó y la impuso como sucesora, en su segundo mandato, la llamada «Dama de hierro» tendrá que mostrar personalidad propia para hacer frente a desafíos inimaginables hace un año.

Pero esta hija de un inmigrante búlgaro y de una profesora brasileña nacida en un hogar de clase media del conservador estado de Minas Gerais ha demostrado desde muy joven su capacidad de transformación para superar desafíos.

La Rousseff de la década de los sesenta que los militantes del PT revivieron en la campaña electoral del año pasado con la fotografía de una joven erguida ante los militares que la interrogan es totalmente diferente a la presidenta que exhibió proyectos sociales que sacaron a millones de brasileños de la pobreza como argumento para ganarse otros cuatro años de mandato.

Entre esas dos Rousseff pasaron la que fue torturada y estuvo algunos años en prisión por su colaboración con grupos guerrilleros; la que se afincó en el sur del país para trabajar como técnica en gobiernos regionales y la que se destacó como tecnócrata en el primer Gabinete de Luiz Inácio Lula da Silva.

También irrumpió la «gerentona» que terminó coordinando el Gobierno de su antecesor como ministra de la Presidencia, la que se presentó prácticamente como «la mujer de Lula» para disputar por primera vez un cargo electivo y la severa jefa de Estado famosa por su carácter fuerte y por la forma como comanda con dureza el Gobierno desde 2011.

«En mi vida personal enfrenté situaciones del más alto grado de dificultad, situaciones que llegaron al límite físico, soporté agresiones físicas que fueron casi insoportables y nada me sacó de mi rumbo, nada me sacó de mis compromisos ni del camino que tracé para mí misma», aseguró la jefa de Estado cuando miles de personas le corearon insultos durante la ceremonia de apertura del Mundial de fútbol Brasil 2014.

Fue una alusión no sólo a las torturas de que fue víctima durante la última dictadura brasileña sino también al cáncer linfático que le fue diagnosticado en 2009 y del que se curó en 2011.

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. Acusada de «subversión» por esa militancia, fue arrestada a los 22 años y pasó casi 3 años en la cárcel, donde fue torturada durante semanas.

Ya en la democracia inició su carreta política como una de las fundadoras del Partido Democrático Laborista (PDT) en el sureño estado de Río Grande do Sul y sólo muchos años después, en 2001, se afilió al PT, donde algunos militantes del partido de Lula aún la ven como una extraña en el nido.

Su llegada al Gabinete de Lula en 2003 le permitió iniciar una meteórica carrera en el Gobierno que en ocho años la llevó también al Ministerio de la Presidencia, la cartera más influyente, y luego a su debut electoral como candidata presidencial en 2010.

Pese a que la oposición alegaba que el primer mandato de Rousseff sería una especie de tercer mandato de Lula o de protectorado del antecesor, imagen reforzada por los constantes encuentros entre padrino y ahijada para tratar sobre diferentes asuntos, la jefa de Estado supo mostrar una imagen propia, de gobernante eficiente.

Sin el carisma ni la experiencia política de Lula, Rousseff no sólo logró ganar una imagen de buena administradora en su primer mandato sino que mantuvo la de técnica eficiente, ambas demostradas al tratar crisis como la que surgió por escándalos de corrupción en su primer año de Gobierno y la generada por las manifestaciones por mejores servicios públicos que sacudieron a Brasil en 2013.

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Nuevos retos de segundo mandato exigen una nueva Dilma Rousseff

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985.

/ 1 de enero de 2015 / 17:59

Dilma Rousseff, la economista de 67 años que dependiendo de la época ha sido descrita como guerrillera, tecnócrata, gerentona, «mujer de Lula» y primera presidenta de Brasil, necesita una nueva transformación para enfrentar los retos que le esperan en su segundo mandato de cuatro años, que inició hoy.

Una economía desacelerada, con la inflación en el límite máximo tolerado por el Gobierno y las cuentas públicas fuera de control, y un enorme escándalo de corrupción que paralizó a la Petrobras, la mayor empresa del país, y que amenaza con salpicar a varios aliados figuran entre los desafíos que tendrá que superar en los próximos cuatro años esta mujer de fuerte carácter y fama de autoritaria.

Tras imponerse en octubre pasado al senador socialdemócrata Aécio Neves en las elecciones presidenciales más ajustadas y polarizadas en la historia de Brasil, Rousseff también tendrá que enfrentar a una oposición más fuerte en el Congreso y envalentonada por lo cerca que estuvo de impedir la reelección de la mandataria.

El apetito por cargos públicos cada vez mayor de la amplia alianza de partidos que sustenta su Gobierno y un Partido de los Trabajadores (PT) sin un claro sucesor para la Presidencia tras 16 años en el Gobierno, incluyendo los cuatro del segundo mandato de Rousseff, también exigirán transformaciones de esta economista que nunca había disputado una elección antes de ser elegida jefa de Estado de Brasil en 2010 y reelegida en 2014.

Si en su primer mandato tuvo que luchar para dejar atrás la imagen de marioneta de Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente (2003-2010) que la apadrinó y la impuso como sucesora, en su segundo mandato, la llamada «Dama de hierro» tendrá que mostrar personalidad propia para hacer frente a desafíos inimaginables hace un año.

Pero esta hija de un inmigrante búlgaro y de una profesora brasileña nacida en un hogar de clase media del conservador estado de Minas Gerais ha demostrado desde muy joven su capacidad de transformación para superar desafíos.

La Rousseff de la década de los sesenta que los militantes del PT revivieron en la campaña electoral del año pasado con la fotografía de una joven erguida ante los militares que la interrogan es totalmente diferente a la presidenta que exhibió proyectos sociales que sacaron a millones de brasileños de la pobreza como argumento para ganarse otros cuatro años de mandato.

Entre esas dos Rousseff pasaron la que fue torturada y estuvo algunos años en prisión por su colaboración con grupos guerrilleros; la que se afincó en el sur del país para trabajar como técnica en gobiernos regionales y la que se destacó como tecnócrata en el primer Gabinete de Luiz Inácio Lula da Silva.

También irrumpió la «gerentona» que terminó coordinando el Gobierno de su antecesor como ministra de la Presidencia, la que se presentó prácticamente como «la mujer de Lula» para disputar por primera vez un cargo electivo y la severa jefa de Estado famosa por su carácter fuerte y por la forma como comanda con dureza el Gobierno desde 2011.

«En mi vida personal enfrenté situaciones del más alto grado de dificultad, situaciones que llegaron al límite físico, soporté agresiones físicas que fueron casi insoportables y nada me sacó de mi rumbo, nada me sacó de mis compromisos ni del camino que tracé para mí misma», aseguró la jefa de Estado cuando miles de personas le corearon insultos durante la ceremonia de apertura del Mundial de fútbol Brasil 2014.

Fue una alusión no sólo a las torturas de que fue víctima durante la última dictadura brasileña sino también al cáncer linfático que le fue diagnosticado en 2009 y del que se curó en 2011.

Dos veces divorciada y con una hija y un nieto, Rousseff apoyó en su juventud a grupos armados clandestinos que se oponían a la dictadura que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. Acusada de «subversión» por esa militancia, fue arrestada a los 22 años y pasó casi 3 años en la cárcel, donde fue torturada durante semanas.

Ya en la democracia inició su carreta política como una de las fundadoras del Partido Democrático Laborista (PDT) en el sureño estado de Río Grande do Sul y sólo muchos años después, en 2001, se afilió al PT, donde algunos militantes del partido de Lula aún la ven como una extraña en el nido.

Su llegada al Gabinete de Lula en 2003 le permitió iniciar una meteórica carrera en el Gobierno que en ocho años la llevó también al Ministerio de la Presidencia, la cartera más influyente, y luego a su debut electoral como candidata presidencial en 2010.

Pese a que la oposición alegaba que el primer mandato de Rousseff sería una especie de tercer mandato de Lula o de protectorado del antecesor, imagen reforzada por los constantes encuentros entre padrino y ahijada para tratar sobre diferentes asuntos, la jefa de Estado supo mostrar una imagen propia, de gobernante eficiente.

Sin el carisma ni la experiencia política de Lula, Rousseff no sólo logró ganar una imagen de buena administradora en su primer mandato sino que mantuvo la de técnica eficiente, ambas demostradas al tratar crisis como la que surgió por escándalos de corrupción en su primer año de Gobierno y la generada por las manifestaciones por mejores servicios públicos que sacudieron a Brasil en 2013.

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Invasión argentina convirtió el Sambódromo de Río en un Tangódromo

El Sambódromo fue convertido desde ayer en un verdadero Tangódromo, con cientos de vehículos y campings en donde la música dominante es la argentina y donde era posible ver cientos de turistas haciendo asados al aire libre

/ 12 de julio de 2014 / 19:09

La llegada masiva e inédita de turistas argentinos a Río de Janeiro para testimoniar en esta ciudad la final del Mundial de fútbol Brasil 2014 convirtió el Sambódromo en un Tangódromo, el bohemio barrio de Lapa en un San Telmo y a la turística Copacabana en el centro de Buenos Aires.

«¿Estamos en Río de Janeiro o en Buenos Aires?», era la pregunta que repetían los brasileños que fueron a divertirse anoche en los bares de Lapa o en los restaurantes de Copacabana al deparar que el idioma dominante era el español y los colores que mandaban eran los de la Albiceleste.

Cualquiera que fuese a caminar anoche por el paseo marítimo de Copacabana podía encontrarse obligatoriamente en cada esquina grupos de argentinos paseando, divirtiéndose, tomando mate y cantando un provocativo himno que se ha convertido en la música más interpretada en Río de Janeiro en los últimos días.

«¿Brasil decime que se siente, tener en casa a tu papa?», pregunta la música que hasta los jugadores de la selección argentina cantan en los vestuarios; que Diego Armando Maradona entona en sus programas de televisión y que, tras mencionar todas las hazañas argentinas sobre Brasil en fútbol, concluye con un aún más provocativo «Maradona es mejor que Pelé».

La música retumbó en la tarde del viernes por varias calles, cuando una multitud de hinchas argentinos se tomó la playa de Copacabana con tambores y demostró que quien manda en las arenas más famosas de Brasil en este momento no son los brasileños.

La misma música era entonada por cientos de argentinos que saltaban por las calles de Lapa y que pararon por completo el tránsito por este bohemio barrio del centro de Río de Janeiro.

«Vine con un grupo de amigos en carro y he hecho decenas de amigos en Lapa. Nunca me imagine que algún día vendría a Río de Janeiro y disfrutaría de esta fiesta argentina», dijo a Efe Martín, un adolescente procedente de Rosario.

Las autoridades brasileños calculan que unos 100.000 argentinos, la inmensa mayoría sin entradas para el partido Argentina-Alemania, disfrutará en Río de Janeiro la final del Mundial, pero ese número puede ser muy superior si se tiene en cuenta que aún el viernes cientos de argentinos hacían filas de hasta tres horas en los pasos fronterizos entre ambos países para ingresar a Brasil.

La Policía de Carreteras tuvo que triplicar su efectivo para tomar cuenta de los cientos de autocaravanas, autobuses y vehículos que atraviesan el sur y el sudeste de Brasil en un viaje de hasta 30 horas hasta Río de Janeiro, por más de 3.000 kilómetros.

A mediados de junio Río de Janeiro tuvo que convertir su Terreirao do Samba, un espacio para fiestas populares durante el carnaval, en un inmenso estacionamiento al aire libre para un centenar de autocaravanas y autobuses de aficionados argentinos.

Como el espacio se agotó, la municipalidad decidió abrirle el viernes a los vehículos argentinos las puertas del tradicional y vecino Sambódromo, la avenida por donde desfilan las escuelas de samba durante el carnaval y el mayor templo de la samba en Brasil.

El Sambódromo fue convertido desde ayer en un verdadero Tangódromo, con cientos de vehículos y campings en donde la música dominante es la argentina y donde era posible ver cientos de turistas haciendo asados al aire libre, en ruedas en torno a una hoguera y una guitarra, tocando tambores y cantando los himnos de apoyo a su selección.

Pero como el Sambódromo también quedó pequeño para la invasión argentina, la alcaldía de Río de Janeiro anunció hoy que también decidió convertir en estacionamiento para los argentinos los espacios aledaños al Centro de Tradiciones Nordestinas, un enorme pabellón en donde los inmigrantes del nordeste de Brasil realizan sus fiestas y en donde el ritmo de forró también fue desterrado.

«No tendrán que pagar nada por permanecer allí. Tan sólo tendrán que mostrar un documento demostrando que son argentinos para que puedan disfrutar de la infraestructura del pabellón, como baños, restaurantes y seguridad 24 horas», afirmó el secretario municipal de Turismo, Antonio Pedro Figueira de Mello.

De acuerdo con estadísticas de la Policía Federal, tan sólo en junio 101.000 turistas argentinos ingresaron a Brasil para seguir a su selección, casi la mitad de los cuales (40.357) pasó por los puestos fronterizos terrestres en el sur del país.

El éxodo argentino se multiplicó desde la clasificación de la selección de Leo Messi a la final del Mundial y tan sólo el viernes unos 7.100 vecinos ingresaron a Brasil por los puestos fronterizos.

Las autoridades anunciaron la víspera que desplegarán este final de semana la mayor operación de seguridad en la historia de Río de Janeiro, con la movilización de hasta 26.000 policías y soldados, para garantizar el orden público en la final del Mundial.

La mayor preocupación es que las provocaciones, de argentinos que ríen de la goleada por 7-1 que Brasil sufrió ante Alemania y de brasileños que en masa optaron por apoyar a los alemanes en la final, puedan provocar incidentes, como ya ha se han registrado en otras ciudades.

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La tristeza y la vergüenza toman las calles de Brasil

Al final del partido pocos eran los que quedaban en el espacio festivo de la FIFA en la famosa playa de Copacabana, entristecido aún más por el frío y la lluvia que castigó a Río de Janeiro, y los resistentes no tenían cómo esconder el llanto y la vergüenza de sus caras.

/ 8 de julio de 2014 / 22:38

Los 20.000 hinchas brasileños que llenaron la Fan Fest montada por la FIFA en Río de Janeiro para conmemorar la que se esperaba fuese la clasificación a la final del Mundial comenzaron a abandonar el recinto antes de que terminara el primer tiempo de la más humillante derrota de Brasil en mundiales.

Al final del partido pocos eran los que quedaban en el espacio festivo de la FIFA en la famosa playa de Copacabana, entristecido aún más por el frío y la lluvia que castigó a Río de Janeiro, y los resistentes no tenían cómo esconder el llanto y la vergüenza de sus caras.

Algunos arrojaron sus camisetas verde-amarillas al piso, en donde también quedaron las banderitas y toda la decoración, y lloraron abiertamente, en tanto que otros escondían la frustración con comentarios irónicos y hasta burlones sobre la goleada, y hasta chistes miles de veces reiterados en las redes sociales sobre la patética situación.

Las reacciones a la histórica goleada por 7-1 fueron las más variadas, desde los que rezaban a la espera de un milagro, los que se sentían mal y tenían que ser trasladados a la enfermería y los que se sumaron a los gritos de «olé» con que los propios brasileños animaron a los alemanes en el Mineirao al final del partido.

La policía tuvo que intervenir en algunos conatos de pelea de los más exaltados.

El ya bautizado como «apagón» brasileño, o Mineirazo -en alusión al Maracanazo que marcó la derrota de Brasil en el Mundial que igualmente disputó en casa en 1950- fue llorado no sólo en Copacabana sino en todas las Fan Fest montadas por la FIFA en las doce ciudades sedes del Mundial de Brasil, que concentraron a casi 150.000 hinchas.

En la calle Alzira Brandao, un gigantesco espacio de concentración de los aficionados de Río de Janeiro conocido como «Alzirao», la fiesta comenzó temprano sin importar el aguacero, y terminó igualmente temprano por los cinco goles anotados por los alemanes en el primer tiempo.

Las caras de incredulidad, decepción y espanto, así como un estremecedor silencio, se extendieron por todo Brasil al tiempo que un clima de tristeza tomó cuenta del que los propios brasileños llaman como país del fútbol y de la alegría.

«Nos vamos. Es la mayor humillación que hemos sufrido en toda la historia», afirmó Federico, un adolescente al que la lluvia y las lágrimas destiñeron las pinturas verde y amarilla con que decoraba su cara y que huyó de la Fan Fest de Copacabana antes de que comenzara el segundo tiempo.

«Nunca pensé que vería una derrota de esas», agregó Tatiana, una profesora que se sumó al éxodo y para quien fue totalmente frustrante la forma como fue eliminada una selección que ha conquistado cinco títulos mundiales y que soñaba seriamente con su sexto título.

El clima en los locales de concentración de hinchas se entristecía aún más cada vez que en la pantalla pasaban las imágenes de niños inconsolables e hinchas cabizbajos ocultando con las manos sus ojos rojos y húmedos de dolor.

En un país que incluso en una de sus letras más icónicas de carnaval considera que «la tristeza no tiene fin y la felicidad sí» la frustración dejada por una goleada histórica parece darle toda la razón a la música.

Y esa tristeza permanecerá por lo menos hasta el sábado, cuando Brasil tendrá que disputar el partido por el tercer lugar en el Mundial en que aspiraba a conquistar su sexto título.

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