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Colombia empieza la cuenta atrás para el esperado día de la paz

Superado el escollo de la justicia, que para muchos parecía insalvable y que las partes negociaron con una discreción aún mayor de la que ha marcado todo el proceso, quedan pendientes otros asuntos de la agenda.

/ 24 de septiembre de 2015 / 02:01

El conflicto armado colombiano, el más antiguo de América Latina, tiene los días contados y en un máximo de seis meses el país asistirá al esperado momento en que las FARC y el Gobierno firmarán el acuerdo de paz.

Si se cumple a cabalidad lo anunciado hoy en La Habana por el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, de común acuerdo con el jefe máximo de las FARC, Rodrigo Londoño, alias «Timochenko», la paz tiene fecha y a más tardar el 23 de marzo de 2016 el país cerrará un capítulo de más de medio siglo de conflicto armado.

Alcanzar esa meta no será fácil, pero el camino quedó más limpio, aunque todavía no expedito, después del acuerdo anunciado hoy por las partes en materia de justicia transicional, el más espinoso de los temas discutidos en la mesa de diálogo de La Habana que en dos meses cumplirá tres años de sesiones.

Este acuerdo será la piedra angular de todo el proceso porque evita la impunidad mediante la creación de una Jurisdicción Especial para la Paz con tribunales que buscarán llegar a la verdad de lo sucedido en décadas de conflicto, reparar a las víctimas y juzgar y sancionar a los responsables de los delitos graves, elementos fundamentales para construir «una paz estable y duradera».

Los delitos políticos y conexos estarán sujetos a una amnistía, pero los de lesa humanidad, el genocidio y los crímenes de guerra, entre otros, quedarán al margen de ese beneficio y los culpables serán castigados con «restricción de libertades» en condiciones especiales u ordinarias que irán de cinco a veinte años, según la gravedad del hecho y el grado de colaboración del acusado.

Lo pactado, que incluye a agentes del Estado, puede acabar con la desconfianza de muchos colombianos que consideraban que en aras de la paz se sacrificaría la justicia, un temor alimentado por los propios negociadores de las FARC con sus reiteradas advertencias de que no estaban dispuestos a firmar el fin del conflicto para ir presos al día siguiente.

«Hoy he venido a La Habana en primer lugar para anunciarles a los colombianos, pero en especial a las víctimas, que hemos logrado un acuerdo sobre las bases de un sistema de justicia que me permite decir con convicción que vamos a lograr el máximo de justicia posible para las víctimas, la máxima satisfacción posible de sus derechos», resumió Santos en su discurso.

Superado el escollo de la justicia, que para muchos parecía insalvable y que las partes negociaron con una discreción aún mayor de la que ha marcado todo el proceso, quedan pendientes otros asuntos de la agenda.

Entre ellos destacan el alto el fuego bilateral y definitivo, la dejación de armas, la desmovilización de la guerrilla y su incorporación a la vida civil, sobre los cuales también hay avances.

Prueba de ello es que, según se anunció hoy, las FARC empezarán a dejar las armas «a más tardar a los 60 días luego de la firma del acuerdo final», lo que indica que para mayo habrán enterrado definitivamente el hacha de la guerra que durante 52 años ha bañado con sangre el país.

Cumplidos esos procesos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) emprenderán el tránsito hacia «un movimiento político legal con apoyo del Gobierno», con lo cual, según Santos, se romperá «de una vez y para siempre cualquier vínculo entre política y armas».

Pero la firma del acuerdo de fin del conflicto, como se le denomina oficialmente, no quiere decir que al día siguiente de la firma Colombia despertará de «la horrible noche», puesto que su aplicación en aspectos como tierras, participación política o erradicación de cultivos ilícitos puede tomar años.

No menos crucial será la refrendación del acuerdo final, pues serán los colombianos los que tendrán la última palabra sobre lo pactado con una respuesta simple: «sí» lo aceptan o «no», lo que supone un apuesta arriesgada de Santos, quien sin embargo se caracteriza por calcular sus decisiones con la frialdad de un jugador de póquer.

Si todo sale como está en el libreto, el Gobierno tendrá todavía por delante un desafío descomunal, que es la aplicación de los acuerdos, lo que implica un millonario esfuerzo financiero para cumplir todo lo acordado, especialmente en materia social.

En esta etapa, llamada del posconflicto, el país espera contar con el apoyo económico de la comunidad internacional para que lo firmado en La Habana no quede en el papel.

Falta todavía camino por andar, pero con lo anunciado este miércoles el reloj de la paz ha empezado a correr en favor de Colombia.

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Colombia rediseña su mapa político con la oposición uribista en el poder

"Esa paz que reclama correcciones, tendrá correcciones para que las víctimas, de verdad, sean el centro del proceso y garanticemos verdad, justicia, reparación y no repetición", subrayó este lunes Iván Duque en su primer discurso como presidente electo.

/ 18 de junio de 2018 / 13:37

Las elecciones de este domingo en Colombia han diseñado un nuevo escenario político en el que la oposición uribista regresa al poder, la izquierda crece y asume el papel fiscalizador y las fuerzas de centro tendrán que empezar a buscar su espacio.

En los comicios no hubo sorpresas y tal como pronosticaban las encuestas, Iván Duque, del partido uribista (del exmandatario Álvaro Uribe) Centro Democrático, se convirtió en presidente electo con un resultado histórico de 10,3 millones de votos, mientras que Gustavo Petro, del movimiento Colombia Humana, recibió un poco más de 8 millones (41,81 %), algo jamás soñado por la izquierda.

A esos resultados contribuyeron, por el lado de Duque, la aglutinación alrededor del uribismo de las fuerzas de la derecha, que ya habían mostrado su capacidad de movilización el 2 de octubre de 2016 cuando, contra todo pronóstico, el «no» derrotó al «sí» en el plebiscito por la paz.

Tanto en la primera vuelta del pasado 27 de mayo, en la cual fue el más votado, como en la segunda de hoy, Duque mantuvo su discurso de revisión del acuerdo de paz firmado con las FARC, aclarando, eso sí, que en su gobierno no lo hará «trizas» como sugirió hace meses el exministro uribista Fernando Londoño, sino que lo modificará.

«Esa paz que reclama correcciones, tendrá correcciones para que las víctimas, de verdad, sean el centro del proceso y garanticemos verdad, justicia, reparación y no repetición», subrayó este lunes en su primer discurso como presidente electo.

Al respecto, el analista Mauricio Jaramillo Jassir, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, de Bogotá, dijo a Efe que «meterse de lleno a modificar los acuerdos no es tan fácil» no solo por la oposición interna, principalmente de movimientos sociales que apoyan a Petro, sino también por el rechazo de una comunidad internacional que se la ha jugado por la paz.

El presidente electo, que asumirá el próximo 7 de agosto, también tendrá que mostrar cintura para gobernar con una bancada legislativa que, si bien le da mayorías en el Congreso, es demasiado amplia en términos ideológicos y de lealtades.

«Conciliar con todos esos grupos será una prueba de mucho aplomo y mucha grandeza y así lo vamos a medir como estadista», afirmó Jaramillo Jassir.

En el Capitolio, Duque tendrá, sin embargo, como punta de lanza la bancada de 16 senadores del Centro Democrático, que son la primera fuerza, capitaneados por el expresidente Álvaro Uribe, otro ganador de estas elecciones, pues pese a estar hace ocho años en la oposición a Juan Manuel Santos, los resultados muestran que sigue siendo el gran barón electoral del país.

«El uribismo, sin duda, es el gran triunfador porque hace unos años se le menospreció y se pensó que el país estaba cansado de Uribe, que había pasado la página, pero desde la victoria del ‘no’ no se ha cansado de ganar en las urnas», dijo el analista sobre las elecciones legislativas del 11 de marzo, la primera vuelta presidencial y la definitiva de hoy.

En cuanto a Petro, los ocho millones de votos obtenidos son casi un mandato para que se convierta en jefe de la oposición, pero falta ver si logra mantener unidos a los que lo apoyaron, entre quienes está su gente del movimiento Progresistas, un sector del Polo Democrático Alternativo, la Alianza Verde y liberales descontentos con el apoyo a Duque.

«Hay un mandato inédito para la izquierda que es en buena medida ganadora porque ahora tendrá que ejercer control político especialmente en el tema de la paz», agregó Jaramillo.

Falta por ver qué papel jugarán en adelante las fuerzas de centro, como la Alianza Verde, porque no todos apoyaron a Petro, o Compromiso Ciudadano, del excandidato presidencial Sergio Fajardo, que fue tercero en esta contienda con 4,5 millones de votos y que se decantó por el voto en blanco en la segunda vuelta.

Tampoco está claro el futuro del alicaído Partido de la U, del presidente Santos, que sin un liderazgo fuerte, que le llevó a abstenerse de presentar candidato, tampoco encontró su lugar en esta segunda vuelta y puede acabar diluido entre las nuevas fuerzas de la escena política colombiana.

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/ 18 de junio de 2018 / 13:37

Las elecciones de este domingo en Colombia han diseñado un nuevo escenario político en el que la oposición uribista regresa al poder, la izquierda crece y asume el papel fiscalizador y las fuerzas de centro tendrán que empezar a buscar su espacio.

En los comicios no hubo sorpresas y tal como pronosticaban las encuestas, Iván Duque, del partido uribista (del exmandatario Álvaro Uribe) Centro Democrático, se convirtió en presidente electo con un resultado histórico de 10,3 millones de votos, mientras que Gustavo Petro, del movimiento Colombia Humana, recibió un poco más de 8 millones (41,81 %), algo jamás soñado por la izquierda.

A esos resultados contribuyeron, por el lado de Duque, la aglutinación alrededor del uribismo de las fuerzas de la derecha, que ya habían mostrado su capacidad de movilización el 2 de octubre de 2016 cuando, contra todo pronóstico, el «no» derrotó al «sí» en el plebiscito por la paz.

Tanto en la primera vuelta del pasado 27 de mayo, en la cual fue el más votado, como en la segunda de hoy, Duque mantuvo su discurso de revisión del acuerdo de paz firmado con las FARC, aclarando, eso sí, que en su gobierno no lo hará «trizas» como sugirió hace meses el exministro uribista Fernando Londoño, sino que lo modificará.

«Esa paz que reclama correcciones, tendrá correcciones para que las víctimas, de verdad, sean el centro del proceso y garanticemos verdad, justicia, reparación y no repetición», subrayó este lunes en su primer discurso como presidente electo.

Al respecto, el analista Mauricio Jaramillo Jassir, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, de Bogotá, dijo a Efe que «meterse de lleno a modificar los acuerdos no es tan fácil» no solo por la oposición interna, principalmente de movimientos sociales que apoyan a Petro, sino también por el rechazo de una comunidad internacional que se la ha jugado por la paz.

El presidente electo, que asumirá el próximo 7 de agosto, también tendrá que mostrar cintura para gobernar con una bancada legislativa que, si bien le da mayorías en el Congreso, es demasiado amplia en términos ideológicos y de lealtades.

«Conciliar con todos esos grupos será una prueba de mucho aplomo y mucha grandeza y así lo vamos a medir como estadista», afirmó Jaramillo Jassir.

En el Capitolio, Duque tendrá, sin embargo, como punta de lanza la bancada de 16 senadores del Centro Democrático, que son la primera fuerza, capitaneados por el expresidente Álvaro Uribe, otro ganador de estas elecciones, pues pese a estar hace ocho años en la oposición a Juan Manuel Santos, los resultados muestran que sigue siendo el gran barón electoral del país.

«El uribismo, sin duda, es el gran triunfador porque hace unos años se le menospreció y se pensó que el país estaba cansado de Uribe, que había pasado la página, pero desde la victoria del ‘no’ no se ha cansado de ganar en las urnas», dijo el analista sobre las elecciones legislativas del 11 de marzo, la primera vuelta presidencial y la definitiva de hoy.

En cuanto a Petro, los ocho millones de votos obtenidos son casi un mandato para que se convierta en jefe de la oposición, pero falta ver si logra mantener unidos a los que lo apoyaron, entre quienes está su gente del movimiento Progresistas, un sector del Polo Democrático Alternativo, la Alianza Verde y liberales descontentos con el apoyo a Duque.

«Hay un mandato inédito para la izquierda que es en buena medida ganadora porque ahora tendrá que ejercer control político especialmente en el tema de la paz», agregó Jaramillo.

Falta por ver qué papel jugarán en adelante las fuerzas de centro, como la Alianza Verde, porque no todos apoyaron a Petro, o Compromiso Ciudadano, del excandidato presidencial Sergio Fajardo, que fue tercero en esta contienda con 4,5 millones de votos y que se decantó por el voto en blanco en la segunda vuelta.

Tampoco está claro el futuro del alicaído Partido de la U, del presidente Santos, que sin un liderazgo fuerte, que le llevó a abstenerse de presentar candidato, tampoco encontró su lugar en esta segunda vuelta y puede acabar diluido entre las nuevas fuerzas de la escena política colombiana.

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Un acuerdo histórico para cerrar 52 años de tragedia en Colombia

En esta negociación se impuso la lógica de querer cerrar lo que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, definió como "el sufrimiento, el dolor y la tragedia de la guerra" para "abrir una nueva etapa de nuestra historia".

/ 25 de agosto de 2016 / 03:21

El Gobierno colombiano y las FARC consiguieron hoy lo que hasta hace solo unos meses parecía inalcanzable, poner fin por la vía negociada a más de medio siglo de conflicto armado, un sueño que fue esquivo para el país durante las últimas décadas.

Fueron 45 meses y cinco días de intensas discusiones de los delegados del Gobierno y las FARC en La Habana para forjar el «Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera en Colombia», que será la hoja de ruta para un nuevo país.

En esta negociación se impuso la lógica de querer cerrar lo que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, definió como «el sufrimiento, el dolor y la tragedia de la guerra» para «abrir una nueva etapa de nuestra historia».

Quizá la mejor reflexión sobre el proceso la hizo el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, en su discurso en la capital cubana donde expresó: «haber logrado un acuerdo con las FARC no significa que haya existido una claudicación mutua. Mis convicciones y valores siguen intactos. Supongo que lo mismo ocurre con los miembros de la guerrilla».

Por encima de esas diferencias y convicciones, al final pesó más el compromiso y la clara decisión de cortar un ciclo de violencia que dejó más de ocho millones de víctimas de todo tipo, entre ellos muertos, heridos, desaparecidos, desplazados, secuestrados y mutilados, así como pérdidas económicas y ambientales imposibles de cuantificar.

Los diálogos que comenzaron el 19 de noviembre de 2012 transitaron por aguas turbulentas, con crisis, recriminaciones, principalmente por parte de las FARC al llamado «establecimiento», interrupciones y amenazas de ruptura, pero también con muestras de confianza como los ceses del fuego de la guerrilla o la suspensión de bombardeos del Gobierno a sus campamentos.

«La mejor forma de ganarle a la guerra fue sentándonos a hablar de la paz. La guerra ha terminado. Pero también hay un nuevo comienzo», sentenció De la Calle en su discurso en el que celebró haber «llegado a la meta».

Esa misma meta la buscaron sin éxito otros antecesores del presidente Santos, comenzando por el conservador Belisario Betancur (1982-1986), quien a mitad de su mandato inició un proceso de paz con las FARC que tuvo algunos avances pero que al final fracasó, como sucedió entre 1998 y 2002 con el de Andrés Pastrana y con el de otros mandatarios que también lo intentaron.

A ellos, así como a Virgilio Barco (1986-1990), César Gaviria (1990-1994), Ernesto Samper (1994-1998) y Álvaro Uribe (2002-1010), Santos dedicó hoy una palabras de agradecimiento porque buscaron la paz «y abonaron el terreno para este gran logro».

Acordado el fin del conflicto con las FARC queda por delante una tarea tan titánica o incluso más que la ejecutada hasta ahora: sacar los acuerdos del papel y hacerlos realidad, no solo para las víctimas que fueron el centro de la negociación, o para los campesinos pobres que esperan el desarrollo rural, sino también para medio país que sigue siendo escéptico de esta solución.

El primer paso ya tiene fecha, será el próximo 2 de octubre, día en que, según anunció esta noche Santos, se celebrará el plebiscito en el que los colombianos decidirán si aprueban o no lo acordado con las FARC.

Si es aprobado, el acuerdo de paz tendrá definitivamente vía libre y se podrá seguir adelante con el proceso de alto el fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, que incluye la dejación de armas por parte de las FARC y su desmovilización en un periodo de seis meses bajo la supervisión de una comisión internacional liderada por Naciones Unidas.

Eso significa que las FARC dejarán de existir como organización armada ilegal y se convertirán en un movimiento político, un paso trascendental que empezarán a dar en su décima conferencia, que se celebrará probablemente el mes próximo en las selvas del sur del país, donde se espera que sus bases aprueben lo acordado con el Gobierno, lo que supone un giro de 180 grados para esa organización.

Pese a que otros grupos armados ilegales seguirán vivos en el país, el silencio de los fusiles de las FARC es el comienzo de un propósito de dejar atrás la violencia que ha castigado a los colombianos en los últimos 52 años, y por eso lo acordado hoy en La Habana merece ser calificado de «histórico». (24/08/2016)

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