EEUU conmemora los 30 años del Challenger, una tragedia que impactó al mundo
Apenas un minuto después del despegue, pudo verse en directo cómo el Challenger se convertía en una bola de fuego. En el centro de control, en las redacciones y en miles de hogares se frotaban los ojos, no podían dar crédito a lo que estaba pasando.
Estados Unidos conmemoró hoy el 30 aniversario de la explosión del transbordador Challenger con siete personas a bordo, una tragedia que quedó grabada en las retinas de millones de personas que seguían el lanzamiento frente al televisor en todo el mundo.
El director de la agencia espacial estadounidense (NASA), Charles Bolden, presidió la tradicional ofrenda floral en el cementerio nacional de Arlington (Virginia), mientras que el Kennedy (Florida) y otros centros espaciales celebraron homenajes a las víctimas.
El presidente estadounidense, Barack Obama, pidió en un comunicado «no olvidar nunca a los valientes que hicieron el sacrificio de explorar las fronteras del entendimiento» a pesar de conocer los riesgos que eso entrañaba.
Obama recordó las palabras dichas por el entonces presidente Ronald Reagan tras la tragedia del Challenger: «El futuro no pertenece a los pusilánimes, pertenece a los valientes».
Reagan tenía que pronunciar en la noche de la tragedia el discurso anual sobre el Estado de la Unión, pero en su lugar dio un emotivo mensaje a la nación, sobre todo a los millones de niños ilusionados con el lanzamiento.
En el momento del despegue eran las 11:39 hora local (16.39 GMT) del 28 de enero de 1986 en la costa este de Estados Unidos, y los colegios habían parado sus clases para que los pequeños vieran en directo cómo viajaba al espacio la primera ciudadana común, la profesora Christa McAuliffe.
El lanzamiento se había retrasado y hasta se llegó a pensar que no podría efectuarse. La temperatura en el momento del despegue era de 2 grados centígrados, la más baja a la que había salido nunca un transbordador de la NASA.
Los ingenieros, como se supo después en la comisión de investigación de la tragedia, habían advertido que no debía lanzarse a menos de 11,7 grados centígrados.
Apenas un minuto después del despegue, pudo verse en directo cómo el Challenger se convertía en una bola de fuego. En el centro de control, en las redacciones y en miles de hogares se frotaban los ojos, no podían dar crédito a lo que estaba pasando.
«Obviamente ha ocurrido un fallo mayor», fueron las primeras palabras sobre el suceso de Stephen Nesbitt desde el control de la misión. «No tenemos enlace», dijo a continuación. «Nos informa un oficial de dinámicas de vuelo de que el vehículo ha explotado», añadió poco después.
Las imágenes televisadas de entonces muestran la confusión de los periodistas y los astronautas del centro de control que informaban de la tragedia en directo. Segundos más tarde, puede verse la incredulidad y el profundo dolor en los rostros de los familiares de las víctimas, que habían viajado a Florida para presenciar de cerca el lanzamiento.
El Challenger se desintegró poco más de un minuto después de su salida debido a una serie de fallos técnicos en los anillos «O», unas juntas que sellan el cohete de propulsión que proyecta la nave, lo que produjo un escape de gas que perforó el depósito principal e hizo que acabara envuelto en llamas.
Se tardaron casi dos meses en encontrar los restos de los siete fallecidos, que cayeron al Océano Atlántico, a unos 28 kilómetros de la costa de Cabo Cañaveral, desde donde habían despegado.
El dramático accidente del Challenger fue un duro golpe de realismo para una NASA en plena ebullición por enviar transbordadores al espacio rápido y con mucha frecuencia.
La tragedia cambió la agencia para siempre: se revisó toda la tecnología y el protocolo de los transbordadores y se frustró su aspiración de enviar civiles al espacio para involucrar a la sociedad en sus exploraciones.
No era la primera vez que morían astronautas en Estados Unidos, en 1967 los tres tripulantes del Apolo 1 perecieron al producirse un incendio en el módulo de comando durante un ensayo en Cabo Cañaveral (Florida).
Pero el Challenger tuvo un impacto mucho mayor, en buena medida por la emoción que había despertado en el país ver a una persona común, la profesora Christa McAuliffe, en el espacio.
El 28 de enero es el día en que la NASA honra a todos los astronautas fallecidos en sus misiones espaciales, con un recuerdo especial para sus tres peores tragedias: Apolo 1 (1967), Challenger (1986) y Columbia (2003).
Entre el 27 de enero y el 1 de febrero de este año se cumple el 49 aniversario del incendio en el que murieron los tres tripulantes del Apolo 1, el 30 aniversario del desastre del transbordador Challenger con siete víctimas y el decimotercer aniversario de la tragedia del transbordador Columbia, con otros siete fallecidos.
«Cada año por estas fechas, tomamos un momento para reflexionar como familia NASA sobre los amplios hombros sobre los que nos apoyamos: los de las mujeres y hombres de la NASA que dieron sus vidas para que ustedes y yo podamos continuar alcanzado nuevos hitos para el beneficio de la humanidad», dijo hoy Bolden en una nota.
En la Estación Espacial Internacional (EEI), los astronautas guardaron hoy un momento de silencio por sus compañeros muertos en las misiones.
«Reconozcamos el sacrifico de los que fallecieron y cómo su espíritu y su legado viven en nuestros logros en el espacio», dijo el astronauta estadounidense Scott Kelly, quien, junto a su compañero ruso Mijail Kornienko, concluirá en marzo una histórica misión de un año, el doble de lo habitual en la EEI, para evaluar la resistencia del cuerpo humano en el espacio.