Rasguñan las piedras en busca de sobrevivientes en Ecuador
Terremoto. Reportan 413 fallecidos y ciudades parecen ‘bombardeadas’
Por 32 horas, María, de 35 años, aguantó el peso de las paredes del derrumbado centro comercial Tarqui, en el corazón de Manta. Su drama se multiplicó por miles. El Gobierno de Ecuador actualizó la cifra de fallecidos: 413. Hay miles de heridos y desaparecidos.
Empolvada, rasguñada y muy asustada, María estaba encogida en un diminuto espacio que se formó en medio de los pilares de una tienda de ropa. Los bomberos voluntarios de Quito la buscaron durante 20 horas. Hasta que a las 03.15 del lunes la rescataron luego de perforar el techo de uno de los pisos del edificio. Otros dos clientes tuvieron su misma suerte. Pero una cuarta no pudo aguantar la espera del rescate.
El terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter golpeó la tierra ecuatoriana el sábado a las 18.58. Sin embargo, la ayuda especializada de los bomberos y los militares de otras ciudades y de la comunidad internacional comenzó a llegar a Manta y Pedernales, las ciudades más afectadas, recién la tarde del domingo y, en muchos casos, las labores de búsqueda iniciaron a principios de la noche; casi 24 horas después del hecho. Esto debido al mal estado en el que quedaron las carreteras y a la logística que supone manejar un evento de esta magnitud. Pese a ello, se hacen todos los esfuerzos por salvar vidas. En un solo día se rescataron a más de 20 personas, pero la cifra de fallecidos aumenta. Es una lucha contra el reloj.
La tragedia ocurrió en sábado, en la hora de mayor concurrencia familiar. La lluvia de los días anteriores había mermado un poco y los centros comerciales de varias ciudades estaban repletos. Los cines desbordaban para ver Batman versus Superman o El libro de la selva. Los supermercados y los comercios tenían mucha afluencia porque era quincena. En Quito, el coliseo Rumiñahui estaba colmado de espectadores por un concierto de música urbana.
De igual forma, como el clima mejoró, las ciudades costeras como Manta, Pedernales y Portoviejo, en Manabí, y Muisne, en Esmeraldas, estaban muy activas al caer la tarde. El olor a plátano maduro recién frito y la menestra con arroz inundaba sus calles. Turistas, nacionales y extranjeros, mayores y niños, caminaban por las plazas. Los negocios hoteleros y de restaurantes contiguos a la playa estaban repletos, mientras que los comerciantes ofrecían en sus carritos jugos de coco recién hecho.
Ese momento, la tierra sacudió con fuerza a por lo menos seis provincias de Ecuador. En Quito, los centros comerciales retumbaron. Los techos falsos de algunos de ellos se cayeron, las paredes se resquebrajaron, las perchas de los supermercados se derrumbaron. Las luces se apagaron y luego se volvieron a prender. La gente, como un ejército de hormigas, empezó a salir corriendo despavorida de las salas de cine, dejando atrás todo lo que tenían a su paso. Unos bajaron por escaleras eléctricas, otros por las gradas, pero todos corrían hacia afuera. Los niños gritaban y lloraban asustados, mientras sus padres, igualmente conmocionados, trataban de tranquilizarlos. Los más avezados filmaban algunas escenas con sus celulares.
En las casas del centro norte de la capital, se empezaron a mover los estantes de los libros, los cuadros, las lámparas. Los perros ladraban sin parar y las alarmas de los autos retumbaban ruidosamente. Fue el minuto más largo de mi vida. En otras ocasiones sentí sismos en Quito, pero duraban un par de segundos. No obstante, en esta ocasión, la tierra no dejaba de moverse y mi hija no dejaba de llorar. Muchos vecinos corrieron a la calle, agarrados de sus mochilas de emergencia. Otros buscaron los parques o plazas para refugiarse. Los asistentes al coliseo Rumiñahui escaparon por donde pudieron.
En la sierra ecuatoriana muchas familias tenían preparado un kit de seguridad artesanal, desde agosto de 2015, cuando hubo una alerta de temblor por la posible erupción del volcán Cotopaxi. En cambio, los habitantes de la costa no estaban igualmente preparados. En Esmeraldas, las rústicas casas de bloque y fierro se vinieron abajo en cuestión de segundos. Cayeron como dominó. Los habitantes que pudieron escapar salían rezando de sus casas, se arrodillaron en medio de la calle y se tomaron de las manos para pedir perdón a Dios. Creían que era el fin del mundo. En Pedernales y Manta muchos locales se derrumbaron antes de que la gente pudiera salir de los restaurantes, farmacias y café internets. La peor parte se la llevaron los turistas que quedaron atrapados en los hoteles y hostales de edificios que tienen por arriba de los cinco pisos.
Los pacientes que abarrotaban los hospitales salieron corriendo de sus habitaciones. Los que se salvaron dan gracias a Dios y creen que volvieron a nacer, como María Sigilema (37) y su hija Evelyn (7).
Hoy, las calles están agrietadas y destruidas. Los edificios se partieron en dos. Otros se derrumbaron completamente. Los postes de luz están en el suelo. Pedernales, Manta y Portoviejo parecen zonas afectadas por un bombardeo. Con infraestructuras colgando, como muelas careadas. Están sin luz y requieren agua potable. Mientras, los sobrevivientes buscan a sus familiares debajo de toneladas de escombros. La madrugada del domingo, lo poco que quedaba de las tiendas, panaderías y otros negocios fueron saqueados, por lo que se reforzó el control desde el mediodía. En el ambiente únicamente se respira polvo y desesperación.
En la costa de Manabí, los afectados duermen en las calles, en las aceras, cerca de las plazas, de las iglesias, de los parques y de la carretera principal. Hay hileras interminables de personas que se cubren con sábanas y plásticos para atenuar el frío de la madrugada. Velan a sus muertos en la calle, en camas improvisadas. Temen entrar a un velorio, porque creen que el techo en cualquier momento les puede aplastar. Los heridos también son atendidos al aire libre, en camillas inventadas, porque las infraestructuras de los principales hospitales están en ruinas. Los más graves fueron trasladados a Guayaquil y Quito, donde circulan las fotos de otras personas desaparecidas.
En 48 horas hubo más de 200 réplicas. La gente tiene miedo. Apenas sienten el ruido de las máquinas que escarban la tierra, la gente huye rápidamente, teme un nuevo sacudón. Y lo peor es que en las redes sociales difunden más pánico. Dicen que habrá otro terremoto peor, pero el Instituto Geofísico informó que eso no se puede predecir. Pero mientras escribo, también siento que la tierra se mueve y empiezo a temblar.
Detectan problemas en las obras
Correa
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, consideró que es necesario un mayor rigor en las normas de construcción para evitar daños como los causados por el terremoto ocurrido el sábado en Ecuador, que destruyó cientos de viviendas.
Visita
“Muchos edificios se derrumban por mala construcción”, dijo el Mandatario a los periodistas durante un recorrido por la zona afectada por el temblor y expresó su deseo de que “de esta dolorosísima experiencia” se extraigan “lecciones para el futuro”.