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Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 19:15 PM

Campamentos y miseria, el «relave» de la minería chilena

La llegada de inmigrantes hizo incrementar de forma desmesurada los precios de los alquileres, motivo por el cual los recién llegados se vieron obligados a trasladarse hacia la parte alta de la ciudad para emplazar sus hogares.

/ 10 de abril de 2017 / 00:11

Los campamentos situados en los desérticos alrededores de la ciudad chilena de Antofagasta, epicentro minero del país austral, son una amalgama de miseria y esperanza en la que se agolpan más de 6.000 familias llegadas de todos los rincones de Latinoamérica.

«Huí de Perú hace cinco años porque quería ofrecerles un mejor futuro a mis hijos», dijo a Efe Hilda Jaramillo, vecina de uno de los sectores que conforman el llamado macrocampamento Balmaceda, situado en el norte de la ciudad de Antofagasta.

En 2013, cuando estaba embarazada de su primer hijo, ella misma aplanó la ladera en lo alto de un cerro yermo, arenoso y lleno de basura para edificar su casa con materiales ligeros.

Cuatro años después, la zona está plagada de barracas en las que hoy viven casi un millar de familias venidas de Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia, Paraguay y República Dominicana.

Conforman el segundo campamento más grande del país, integrado por autoconstrucciones que se alzan como cajitas de zapatos apiladas en las empinadas y peligrosas laderas de los cerros.

Adentrarse al campamento es como penetrar en un laberinto repleto de calles estrechas sin asfaltar.

Todas las familias llegaron atraídas por la creciente demanda laboral que experimentó la ciudad norteña a raíz del llamado ‘súperciclo’ del cobre, que elevó el precio del metal rojo hasta los 4 dólares la libra en 2008.

En ese momento, en Chile la presidenta Michelle Bachelet cumplía su primer mandato, el país había crecido un 4,6 % el año anterior y la economía China se expandía a tasas de dos dígitos.

A partir de entonces, el número de familias que vivían en asentamientos irregulares que carecían de acceso a servicios básicos creció de forma exponencial.

Un informe de la organización no gubernamental Techo Chile reveló que las cifras se multiplicaron por diez en la última década. Si en 2007 se registraron 632 grupos familiares, en 2016 el número de familias que habitaban los campamentos antofagastinos ascendió hasta 6.229.

Asimismo, según datos proporcionados por la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), en la región viven 30.528 inmigrantes, una cifra que ha crecido un 327 % desde 2005, el aumento más alto de todo el país.

La llegada de inmigrantes hizo incrementar de forma desmesurada los precios de los alquileres, motivo por el cual los recién llegados se vieron obligados a trasladarse hacia la parte alta de la ciudad para emplazar sus hogares en las peligrosas laderas de los cerros.

«Decidimos subir a los cerros porque los arriendos eran demasiado caros. Por un departamento muy pequeño en una zona alejada de todo pagábamos 400.000 pesos (unos 609 dólares) al mes. Aquí con 2 millones de pesos (3.049 dólares) puedes construirte tu casita», explicó a Efe Jacqueline Fey, presidenta de la agrupación de campamentos «Américas Unidas», la más grande de Antofagasta.

Fey, casada y madre de tres hijos, llegó a Chile hace nueve años desde Ecuador. Hoy pasea por las polvorientas calles sin asfaltar del campamento con autoridad y, de forma afable pero también con firmeza, saluda y regaña a los vecinos que no «han hecho los deberes».

«Aquí tenemos un reglamento de convivencia y de respeto que cualquier vecino debe cumplir», dijo Fey, quien aseguró que es gracias a eso y a la gran coordinación existente entre las distintas familias lo que ha hecho alejar la delincuencia y mejorar las condiciones del campamento.

Lo más importante, señaló Fey, son las actividades comunitarias como las «polladas o los bingos bailables» que hacen que la gente se «conozca, se apoye y se cuide».

«No por vivir en un campamento tenemos que hacerlo de cualquier manera. Invitamos a los vecinos a pintar sus fachadas, a limpiar sus casas y arreglarlas. La dignidad empieza por uno mismo y sólo así se consiguen los cambios», agregó.

Por su parte, el secretario regional ministerial del Gobierno para la región de Antofagasta, Víctor Flores, explicó a Efe que la solución a largo plazo pasa por la construcción de vivienda social.

«En algún momento vamos a terminar con los campamentos (…) Ya llevamos más de 200 viviendas sociales en construcción y tenemos proyectos listos esperando la aprobación de la municipalidad», indicó el representante del Gobierno.

Mientras no llegan las viviendas, el Gobierno ha impulsado diversos gabinetes de trabajo con los dirigentes de los campamentos para evitar que estos asentamientos irregulares se conviertan en guetos aislados de la sociedad.

«No podemos permitir que existan ciudades extramuros en las que no entra la policía ni el gobierno. Eso sería un error tremendo», advirtió Flores.

Entretanto, Hilda, Jacqueline y los miles de habitantes de estas amenazantes laderas miran con esperanza el futuro y esperan que «con trabajo y esfuerzo» mejore su situación.

«Quizá no tengamos dinero pero nosotros somos ricos porque tenemos dos manos y dos pies para poder trabajar y construir nuestras casas. Vendrán tiempos mejores y los esperaremos con alegría e ilusión», concluyó Fey.

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Campamentos y miseria, el «relave» de la minería chilena

La llegada de inmigrantes hizo incrementar de forma desmesurada los precios de los alquileres, motivo por el cual los recién llegados se vieron obligados a trasladarse hacia la parte alta de la ciudad para emplazar sus hogares.

/ 10 de abril de 2017 / 00:11

Los campamentos situados en los desérticos alrededores de la ciudad chilena de Antofagasta, epicentro minero del país austral, son una amalgama de miseria y esperanza en la que se agolpan más de 6.000 familias llegadas de todos los rincones de Latinoamérica.

«Huí de Perú hace cinco años porque quería ofrecerles un mejor futuro a mis hijos», dijo a Efe Hilda Jaramillo, vecina de uno de los sectores que conforman el llamado macrocampamento Balmaceda, situado en el norte de la ciudad de Antofagasta.

En 2013, cuando estaba embarazada de su primer hijo, ella misma aplanó la ladera en lo alto de un cerro yermo, arenoso y lleno de basura para edificar su casa con materiales ligeros.

Cuatro años después, la zona está plagada de barracas en las que hoy viven casi un millar de familias venidas de Bolivia, Ecuador, Perú, Venezuela, Colombia, Paraguay y República Dominicana.

Conforman el segundo campamento más grande del país, integrado por autoconstrucciones que se alzan como cajitas de zapatos apiladas en las empinadas y peligrosas laderas de los cerros.

Adentrarse al campamento es como penetrar en un laberinto repleto de calles estrechas sin asfaltar.

Todas las familias llegaron atraídas por la creciente demanda laboral que experimentó la ciudad norteña a raíz del llamado ‘súperciclo’ del cobre, que elevó el precio del metal rojo hasta los 4 dólares la libra en 2008.

En ese momento, en Chile la presidenta Michelle Bachelet cumplía su primer mandato, el país había crecido un 4,6 % el año anterior y la economía China se expandía a tasas de dos dígitos.

A partir de entonces, el número de familias que vivían en asentamientos irregulares que carecían de acceso a servicios básicos creció de forma exponencial.

Un informe de la organización no gubernamental Techo Chile reveló que las cifras se multiplicaron por diez en la última década. Si en 2007 se registraron 632 grupos familiares, en 2016 el número de familias que habitaban los campamentos antofagastinos ascendió hasta 6.229.

Asimismo, según datos proporcionados por la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen), en la región viven 30.528 inmigrantes, una cifra que ha crecido un 327 % desde 2005, el aumento más alto de todo el país.

La llegada de inmigrantes hizo incrementar de forma desmesurada los precios de los alquileres, motivo por el cual los recién llegados se vieron obligados a trasladarse hacia la parte alta de la ciudad para emplazar sus hogares en las peligrosas laderas de los cerros.

«Decidimos subir a los cerros porque los arriendos eran demasiado caros. Por un departamento muy pequeño en una zona alejada de todo pagábamos 400.000 pesos (unos 609 dólares) al mes. Aquí con 2 millones de pesos (3.049 dólares) puedes construirte tu casita», explicó a Efe Jacqueline Fey, presidenta de la agrupación de campamentos «Américas Unidas», la más grande de Antofagasta.

Fey, casada y madre de tres hijos, llegó a Chile hace nueve años desde Ecuador. Hoy pasea por las polvorientas calles sin asfaltar del campamento con autoridad y, de forma afable pero también con firmeza, saluda y regaña a los vecinos que no «han hecho los deberes».

«Aquí tenemos un reglamento de convivencia y de respeto que cualquier vecino debe cumplir», dijo Fey, quien aseguró que es gracias a eso y a la gran coordinación existente entre las distintas familias lo que ha hecho alejar la delincuencia y mejorar las condiciones del campamento.

Lo más importante, señaló Fey, son las actividades comunitarias como las «polladas o los bingos bailables» que hacen que la gente se «conozca, se apoye y se cuide».

«No por vivir en un campamento tenemos que hacerlo de cualquier manera. Invitamos a los vecinos a pintar sus fachadas, a limpiar sus casas y arreglarlas. La dignidad empieza por uno mismo y sólo así se consiguen los cambios», agregó.

Por su parte, el secretario regional ministerial del Gobierno para la región de Antofagasta, Víctor Flores, explicó a Efe que la solución a largo plazo pasa por la construcción de vivienda social.

«En algún momento vamos a terminar con los campamentos (…) Ya llevamos más de 200 viviendas sociales en construcción y tenemos proyectos listos esperando la aprobación de la municipalidad», indicó el representante del Gobierno.

Mientras no llegan las viviendas, el Gobierno ha impulsado diversos gabinetes de trabajo con los dirigentes de los campamentos para evitar que estos asentamientos irregulares se conviertan en guetos aislados de la sociedad.

«No podemos permitir que existan ciudades extramuros en las que no entra la policía ni el gobierno. Eso sería un error tremendo», advirtió Flores.

Entretanto, Hilda, Jacqueline y los miles de habitantes de estas amenazantes laderas miran con esperanza el futuro y esperan que «con trabajo y esfuerzo» mejore su situación.

«Quizá no tengamos dinero pero nosotros somos ricos porque tenemos dos manos y dos pies para poder trabajar y construir nuestras casas. Vendrán tiempos mejores y los esperaremos con alegría e ilusión», concluyó Fey.

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Científicos buscan desvelar los secretos de los extremófilos en la Antártida

"Por el momento sabemos qué temperaturas y niveles de radiación son capaces de resistir estos microorganismos pero aún no hemos podido descubrir cuál es el mecanismo que lo hace posible", explicó Jenny Blamey.

/ 23 de diciembre de 2015 / 19:03

La inquietud por desvelar los secretos de uno de los organismos más resistentes a la radiación de todo el planeta empujó a la científica chilena Jenny Blamey a viajar hasta el Glaciar Unión, ubicado en la Antártida profunda y a tan sólo 1.000 kilómetros del Polo Sur.

Estos microorganismos, que se clasifican dentro de los denominados extremófilos, son capaces de sobrevivir en ambientes con temperaturas inferiores a los cero grados celsius y soportar altos niveles de radiación tanto ultravioleta como gamma.

«El descubrimiento de estos microorganismos generó no sólo un reordenamiento del entendimiento de la ciencia sino también de la concepción que teníamos acerca del origen de la vida en el planeta», dijo Blamey en una entrevista con Efe.

Hasta 1980 se creía que era imposible que existiera algún organismo capaz de habitar óptimamente en ambientes en condiciones tan extremas como los glaciares de la Antártida, con temperaturas muy inferiores a las de la congelación del agua y sin ningún tipo de vegetación.

La directora científica de la Fundación Biociencia de Chile es uno de los quince investigadores que componen la expedición científica chilena que este año se desplazó a la Estación Polar Científica del continente blanco operada conjuntamente por el Instituto Nacional Antártico de Chile (INACH) y las Fuerzas Armadas, situado a 79 grados de latitud sur.

Durante dos semanas estos investigadores desafiaron las gélidas temperaturas y el viento racheado para estudiar, entre otros, los microorganismos en estos ambientes extremos, la radiación ultravioleta o los efectos del cambio climático.

«Queremos ver qué es lo que confiere a estos microorganismos la capacidad de poder resistir estas gélidas temperaturas y soportar, además, hasta 5.000 veces más radiación ionizante que cualquier otro organismo», recalcó Blamey quien explicó que, debido a la estructura planetaria, los polos son uno de los puntos que reciben más radiación gamma y ultravioleta.

Otro de los misterios que rodea a estos microorganismos, cuyas enzimas son capaces de catalizar reacciones químicas en ambientes extremos, es el motivo por el cual son capaces de tener tan alta resistencia a la radiación ionizante, pues se supone que estas condiciones no han existido en ningún momento de la historia del planeta Tierra.

Algunos astrobiólogos plantean que, si estas condiciones no se han dado en ningún momento en el planeta, estos microorganismos podrían haber llegado del espacio y podrían haber encontrado en la Antártida, o en otros ambientes extremos, un nicho en el que se pudieron haber adaptado.

Sin embargo, Blamey prefiere creer que fue la rápida adaptación evolutiva de estos microorganismos lo que les confirió esta capacidad.

«Yo prefiero creer que eso fue así, pensar que estos microorganismos vinieron del espacio es simplemente especular, no hay ningún elemento experimental que pudiera demostrar esto», recalcó.

La información que Blamey recaba en la Antártida podría ayudar, por ejemplo, a la creación de detergentes que puedan trabajar con agua fría además de la invención, a largo plazo, de productos farmacológicos capaces de proteger al ser humano de la radiación gamma, liberada durante los desastres nucleares.

«Por el momento sabemos qué temperaturas y niveles de radiación son capaces de resistir estos microorganismos pero aún no hemos podido descubrir cuál es el mecanismo que lo hace posible», explicó Blamey.

Sus investigaciones se centrarán en el estudio de las proteínas que se generan en el microorganismo al estar expuesto a altos niveles de radiación, lo que, según la científica, permitirá, a corto plazo, dilucidar el mecanismo que hace posible que estos resistentes y diminutos organismos puedan sobrevivir en este inhóspito desierto helado.

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