La soledad de Donald Trump
La última renuncia en su entorno hasta la fecha, de Hope Hicks, fiel entre las fieles que supo encontrar un modo de comunicación y de trabajo con este presidente atípico e impulsivo, marca un giro.
Sus partidarios de la primera hora salieron golpeando la puerta o fueron despedidos. Su familia, con su yerno Jared Kushner a la cabeza, está debilitada. Trece meses después de asumir el poder, Donald Trump aparece más solo y aislado que nunca.
La última renuncia en su entorno hasta la fecha, de Hope Hicks, fiel entre las fieles que supo encontrar un modo de comunicación y de trabajo con este presidente atípico e impulsivo, marca un giro.
Este alejamiento cae en un mal momento, cuando la investigación del fiscal especial Robert Mueller se hace cada vez más amenazante y refuerza la imagen de una «West Wing» donde prima la improvisación y cuyos protagonistas, nunca a salvo del humor presidencial, están con la daga entre los dientes.
La lista de quienes estaban en los primeros rangos, con la mano derecha levantada, y ya no están, da vértigo: Steve Bannon (asesor estratégico), Reince Priebus (jefe de gabinete), Omarosa Manigault (consejero de relaciones públicas), Sean Spicer (portavoz), Michael Flynn (asesor de Seguridad Nacional), Rob Porter (consejero), Katie Walsh (secretaria general adjunta).
Y si bien Jared Kushner, marido de Ivanka Trump, hija mayor del presidente, todavía está presente, su futuro político es más que incierto.
El treintañero asesor con cara de niño, durante largo tiempo ensalzado por el mandatario, que afirmaba que él era el único en Washington capaz de encontrar una salida al conflicto israelo-palestino, está en el ojo de la tormenta.
Kushner acaba de ser privado del acceso a informaciones «confidenciales» de la Casa Blanca, una decisión que de hecho le hizo perder una importante dosis de credibilidad en la escena internacional.
«Atmósfera execrable»
Ese clima enrarecido es alimentado en primera instancia por el propio ocupante del Salón Oval, quien jamás pierde la ocasión de poner en competencia a los colaboradores y principales miembros de su administración, e incluso de criticarlos públicamente.
La escena pasó casi desapercibida en medio del ritmo desenfrenado al que se agolpan las polémicas, pero el violento ataque del miércoles en Twitter contra su ministro de Justicia, Jeff Sessions, cuyo comportamiento Trump calificó de «vergonzoso», habría sido absolutamente inimaginable bajo el mandato de sus predecesores.
Anthony Scaramucci, efímero predecesor de Hope Hicks, que no oculta su intención de arreglar cuentas con el secretario general de la Casa Blanca John Kelly que lo despidió, ha realizado en televisión una sombría descripción del funcionamiento del equipo de Trump.
«La atmósfera en la Casa Blanca es execrable», dijo el jueves en CNN, pronosticando «otras partidas».
En el nivel más bajo en las encuestas, el septuagenario presidente, que ya tiene los ojos puestos en 2020 y acaba de nombrar un director de campaña para su «comité de reelección», debe recuperar el aliento.
Más que nunca las miradas se orientan hacia John Kelly, general retirado que pasó más de 40 años en los Marines y que Trump nombró hace algo más de seis meses para tratar de poner la Casa Blanca en marcha.
Una frase de Kelly, pronunciada en la mañana del jueves en tono humorístico, tomó un relieve particular en medio del caos reinante.
«La última cosa que quería era dejar mi puesto de secretario de Seguridad interior», recordó, evocando su nominación a la Casa Blanca en julio pasado.
«Pero imagino que debo haber hecho algo mal y Dios me ha castigado…». (01/03/2018)