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Boliviano con COVID-19 en España: trabajar en un geriátrico y ver pasar la muerte

Miguel Alpire Gonzáles reside hace 18 años en España. Es un caso de otro boliviano que tiene el COVID-19. Lleno de rabia e impotencia, culpa la negligencia de los administradores del centro de ancianos donde él trabaja, porque –dice— ocultaron la información de que habían infectados, tanto a familiares como al plantel de trabajadores, la mitad de los cuales están contagiados y todo porque la residencia no fue suspendida.

“Lo sospechábamos, pero luego nos dimos cuenta de que había ancianos infectados; nuestro administrador dejó pasar los días sin solución y todos seguíamos trabajando; nadie tomó una decisión y algo salió mal. Se trató de hacer bien las cosas, pero nadie pudo asegurar cuándo iba a suceder; jugaron con nuestra salud”.

Alpire apuntó que fue una terquedad en su contra el hecho de que nunca les protegieran estando en contacto con pacientes positivos de coronavirus. Esto, en su criterio, en más de una situación cercana “podría terminar en demandas judiciales contra estos geriátricos”, y lo que hace pensar, además, que algunos datos manejados por el Gobierno de España podrían no ser del todo certeros.

La rutina diaria

De los últimos días de trabajo en la residencia de ancianos, Alpire recordó cómo en ellos se presentaban los síntomas. “No se les hacían las pruebas, vigilábamos sus malestares, luego fuimos discretos, nada alarmistas; pero mi organismo no pudo más, lo percibió, y resulté positivo. Ésa fue la gota de agua que rebalsó todo, porque los administradores no pudieron ocultarlo más”, cuenta.

Cada centro protege a sus ancianos de manera diferente, “en mi centro hay 150 internos y 15 trabajadores, a cada uno le toca cuidar a 10 de ellos en 40 horas a la semana, durante 12 horas diarias intercaladamente, dos días sí y otros no, de día o de noche”.

De oficio gerocultor, Alpire percibe mensualmente 1.050 euros al mes, unos 1.137 dólares.

“En un archivo está la ruta diaria de cada interno, mi labor consiste en darles un baño diario a cada uno, y coordinar si necesitan peluquería o podología; una vez limpios y vestidos les acomodo en su silla de rueda, levantándolos con grúas especiales para llevarlos al comedor”.

“Uno siempre está junto a ellos, aún más si están con algún malestar”, dice. De pronto suena el pitido de su respirador porque no está absorbiendo de forma segura el oxígeno y le pido que se lo ponga nuevamente a la nariz, y agrega que quiere explicar cómo es su cotidiano trabajo donde pudo contagiarse.

Su refugio

Un día cualquiera Alpire siente intensos dolores musculares y de cabeza, y delira en fiebre; es cuando decide ir al centro de salud asociado a la residencia de ancianos. Le hacen una prueba, resulta positivo.

“Lo que siento en ese momento es rabia e impotencia porque en la residencia jugaron con mi salud y con la de mis compañeros que cuidamos a más de 100 ancianos”, recalca afectado.

Este centro médico debió hacerle un seguimiento y llamarle a los 11 días, más nunca lo hicieron, solo tramitaron una orden para que sea atendido en la salud pública.

¡Enfermo! No le queda más que refugiarse en la casa de una familia boliviana que también tenía el virus, menos un niño de 8 años quien al verlo llegar a casa le ofreció su habitación. “No le importó en su inocencia que contaminara sus juguetes; a mí ese gesto me emocionó, su desprendimiento, bondad y compasión al prójimo, cuando me sentí tan solo en este mundo”.

El padre de este pequeño y su abuela acaban de salir de un cuadro crítico.

Pero los síntomas empeoraban, “y cuando fallan las infusiones y todo lo casero, es cuando decido ir al hospital, ya no podía respirar, tenemos miedo ir al hospital, no hacerlo es una muerte segura, yo llegue a rastras, y saque fuerzas para mostrar mi tarjeta de sanidad para que me atendieran”, recuerda Alpire, como dando valor a todo sintomático que pudiera leer su testimonio.

En su cuenta de Facebook, este poeta, artista, locutor de radio –del conocido programa en Radio Estudio 54 de Sabadell, donde escribía y leía escenas de inframundo y sus personajes eran seres de otro planeta, a manera de ciencia ficción–  escribió sobre el diario vivir de un paciente con coronavirus. “Al llegar al puesto sanitario, en la sala de espera, encuentro cierto alivio a mi malestar al encontrarme con caras conocidas, compañer@s que están allí por el mismo motivo que yo, y corro a sus encuentros (…)”.

Para evitar una mala reputación, estos geriátricos ocultaron a pacientes positivos, “del mismo modo ha sucedido en otros centros donde también tengo amigos, quienes me contaron que esa información se ha manejado del igual modo, no les han dicho que los ancianos que cuidaban tenían el virus hasta el último momento, cuando ya no pudieron contenerlo” aclara Alpire.

Mientras termina la conversación con Alpire, cuenta que tiene unas ganas imperiosas de “morder una fruta, y con su textura sentir a la vez dulzura, sabor y olor; abrazar a alguien sin el temor de contagiarle nada, como si la vida me diera una segunda oportunidad”.

Respira incómodo detrás de esa máquina artificial que le impide escuchar con facilidad las descripciones de su fruta favorita, en la intimidad de su habitación.

Muertes en geriátricos

Desde La Moncloa en Madrid se lanzan cifras aún no oficiales de que han muerto en residencias de ancianos al menos 12.190 infectados. Así lo dio a conocer hace algunos días el portal El Independiente: “El Gobierno ya dispone de los datos de los fallecimientos en las comunidades autónomas, pero todavía no los ha hecho públicos”.

Radio Televisión Española hace una radiografía con 14.000 ancianos fallecidos en las residencias: “A falta de realizar test generalizados, ha sido imposible hasta ahora saber el número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las aproximadamente 5.457 residencias de ancianos españolas, y sean públicas, concertadas o privadas”.

Especial para La Razón. Wendy Inarra es periodista y doctora en Procesos, Teoría y Práctica de la Comunicación en la Universidad de Sevilla (España).