Ingrid Betancourt espera ‘condenas ejemplarizantes’ en proceso de justicia con exFARC
El miércoles la excandidata presidencial confrontó por primera vez a los responsables de la disuelta guerrilla frente a la Comisión de la Verdad surgida del pacto de paz firmado con el gobierno en 2016.
El dolor no terminó con su liberación. Todavía hoy, 13 años después, Íngrid Betancourt confiesa que sufre cuando debe viajar y separarse de sus hijos. La colombo-francesa espera una «condena ejemplarizante» por el largo secuestro a la que la sometieron las extintas FARC.
El miércoles la excandidata presidencial confrontó por primera vez a los responsables de la disuelta guerrilla frente a la Comisión de la Verdad surgida del pacto de paz firmado con el gobierno en 2016.
Le sorprendió, según sus palabras, que ninguno de los antiguos comandantes soltara una lágrima ante los relatos de sufrimiento de los que alguna vez fueron sus rehenes.
«Creo que ellos tienen una dificultad en sentir y esa es una dificultad que está ligada a su ejercicio como señores de la guerra», explica.
Betancourt, de 59 años, estuvo secuestrada en la selva durante seis años (2002-2008) antes de que las tropas colombianas la liberaran. Quiso escapar y fue encadenada. Estando en cautiverio murió su padre, y tampoco pudo estar con sus dos hijos cuando dejaban de ser adolescentes.
Apoyó el acuerdo que extinguió un conflicto de más de medio siglo con los rebeldes marxistas. Pero ahora pide al tribunal de paz que juzga las atrocidades del conflicto con una «condena ejemplarizante» por el crimen que cometieron con ella, aun cuando acepta que los exguerrilleros no vayan a la cárcel a cambio de que digan la verdad y reparen a sus víctimas.
Betancourt vive entre Reino Unido y Francia y pasó por Bogotá para encarar a sus verdugos y clamar por una sanción.
A continuación extractos de su entrevista con la AFP.
¿Qué secuela del secuestro la afecta más?
El sufrimiento de mis hijos, eso es un dolor permanente. En cualquier momento que tenemos de tensión en la familia, inmediatamente sale a resurgir el dolor del secuestro, de la imposibilidad de llenar los vacíos de ese tiempo y de esa distancia cuando no estuvimos juntos (…).
Las discusiones son tensas porque cada vez que nos separamos, que alguien coge un avión, que tenemos que formalizar un viaje, está la angustia de la separación, porque en algún viaje yo no volví. Y eso es algo que para ellos es todavía como una vivencia muy cruda. Creo que nadie entiende eso.
¿Qué reparación espera?
Me voy a sentir reparada el día en que Colombia podamos estar tranquilos de salir a la calle, de hablar como queramos sin ser acusados, donde no haya polarización, donde el hecho de pensar diferente no sea un delito (…) Mientras tanto, yo, como todos los otros compañeros míos de secuestro y las víctimas de las FARC queremos que este proceso lleve a la paz sin impunidad.
Y eso es importante para nosotros (…) Aceptamos que ellos no vayan a la cárcel si dicen toda la verdad. Ese es un compromiso que tenemos, pero dentro de las facultades que tiene el tribunal de paz de expedir sentencias y condenas, hay un margen para que haya condenas con pérdida de libertad (…) Pienso que es importante que tengamos condenas ejemplarizantes y no es con un ánimo vengativo, para nada. Yo no quiero que vayan a la cárcel, no me interesa, no me cambia la vida con eso, pero sí me cambia la vida sentir que los colombianos van a dejar de banalizar la violencia.
¿Qué tipo de condena?
Creo que tiene que ser una condena de pérdida de la libertad. No en la cárcel, pero sí con restricciones de movilidad en sus casas o en un espacio en donde ellos viven, pero que sientan que están restringidos en su vida por lo que hicieron. A mí, sinceramente, cuando me dicen «no, es que son condenas reparativas», ¿entonces van a plantar árboles? No, no, gracias. ¿Jardinería en contra de lo que nos hicieron? No.
¿Cómo ve y siente a los que fueron sus verdugos?
Creo que ellos han hecho un camino -que yo quiero reconocer- de bajarse un poquito de esa dinámica en la cual pensaban «nosotros estábamos luchando por el pueblo y lo que hicimos, lo hicimos porque teníamos una ideología justa» (…)
Pero queda claro que dentro de la guerra, en los casos más aberrantes de la guerra, no se da lo que ellos nos hicieron a nosotros, no está permitido, es un crimen de guerra y de lesa humanidad. Creo que eso es algo que ellos todavía tienen dificultades a procesar, pero por lo menos quieren reconocerlo (…)
Donde siento que no han hecho el camino es en el sentido de unir las emociones con la cabeza. Creo que ellos tienen una dificultad en sentir y esa es una dificultad que pienso que está ligada a su ejercicio como señores de la guerra (…) Vi que ellos tenían sus emociones todavía congeladas.