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El miedo se instala en los campos de refugiados rohinyás tras asesinatos

Unas manchas de sangre muestran todavía el lugar donde en septiembre murió tiroteado Mohib Ullah, un activista que se erigió como principal voz de los 850.000 rohinyás que viven con miedo en los campos de refugiados de Bangladés.

En las semanas posteriores al asesinato, un destacado integrante del traumatizado grupo de voluntarios que dirigía Ullah ha recibido llamadas diciéndole que el próximo sería él. Y no es el único.

«Ellos pueden perseguirte de la misma forma que mataron sin pudor a nuestro líder y a tanta otra gente», dice a AFP Noor, demasiado asustado para dar su nombre real o ser grabado.

Cuando dice «ellos» se refiere al Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán (ARSA, por sus siglas en inglés), un grupo de insurgentes que lucha contra el ejército birmano sospechoso de estar detrás de una ola de crímenes en los campos.

ARSA niega estar implicado en el asesinato de Ullah.

La mayoría de rohinyás viven en campos desde 2017 tras huir de una brutal ofensiva militar en la budista Birmania, donde esta minoría musulmana es perseguida y considerada como inmigración ilegal.

No quieren volver hasta no tener garantizadas seguridad e igualdad de derechos y, por ahora, están atrapados en chabolas de bambú y lonas, sin trabajo, con escasa higiene y poca educación para sus niños.

En la época del monzón, las rebosantes letrinas llenan de suciedad las callejuelas de barro. En el cálido verano, los incendios pueden prender en minutos entre las precarias casas.

Durante el día, las autoridades de Bangladés garantizan cierta seguridad. Pero por la noche, campan a sus anchas grupos organizados, supuestamente vinculados a ARSA, que trafican con metanfetamina llegada de Birmania.

«El escenario es distinto cuando el sol se pone», dice a AFP el refugiado Israfil. «En las largas horas de oscuridad es cuando hacen lo que quieren», añade.

‘Brutal carnicería’

Trabajando entre el caos, Ullah y sus compañeros habían documentado los crímenes del ejército birmano y luchaban por mejores condiciones.

El antiguo profesor se hizo célebre en 2019 cuando organizó una protesta de 100.000 personas en los campos en el segundo aniversario de su éxodo.

Ese año se reunió con el presidente Donald Trump en la Casa Blanca y participó en un encuentro de la ONU en Ginebra. Pero esta fama parece que no gustó a ARSA.

Los compañeros del activista aseguran que su discurso antiviolencia amenazaba el estatus de ARSA como principal voz de los rohinyás.

«Se convirtió en una molestia para ARSA», dice Nur Khan Liton, destacada activista de derechos humanos en Bangladés.

«ARSA estaba asustado por su enorme popularidad», añade.

Tres semanas después de la muerte de Ullah, hombres con armas de fuego y machetes mataron siete personas de un seminario islámico que habría rechazado pagar a ARSA por su protección.

«La brutal carnicería tenía todas las marcas de ARSA. El grupo había masacrado anteriormente a dos altos clérigos islámicos porque no respaldaban su lucha violenta», señala un importante activista rohinyá expatriado.

«ARSA ha realizado asesinatos para establecer su control total en los campos. Tras la última masacre, todos parecen silenciados», añade pidiendo anonimato.

(06/11/2021)