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Decepción y temor en la periferia de Lima tras el autogolpe fallido de Castillo

Decepción y temor en la periferia de Lima tras el autogolpe fallido.

Decepción y temor en la periferia de Lima tras el autogolpe fallido.

Un grupo de mujeres se enteró del autogolpe fallido en Perú entre cacerolas humeantes, cuando cocinaban lentejas para vecinos de Villa Torre Blanca, un barrio polvoriento en un cerro de las afueras de Lima sin agua potable ni saneamiento.

Varios de los vecinos de este barrio votaron el año pasado por Pedro Castillo, el maestro rural de izquierda de 53 años que creció en la pobreza y recorrió parte de Perú a caballo en su campaña, con la promesa de luchar contra la corrupción.

«Voté por él porque era persona noble y sabía de las situaciones que todos los peruanos vivimos. Voté por una esperanza», declaró a la AFP una de las integrantes del grupo Mujeres Unidas, Ricardina Condori, de 46 años, en su modesta casa de madera donde cría cuyes para poder alimentarse.

«Me sentí muy decepcionada y triste (…), quería llorar. Ojalá que la nueva presidenta nos dé la esperanza, que nunca se olvide del pueblo», manifestó esta madre de tres hijos.

Las seis mujeres que cocinaban en una pequeña casa de madera y techo de abasto quedaron estupefactas cuando el miércoles, un par de horas antes de que el Congreso debatiera su destitución, Castillo anunció la disolución del Congreso, un toque de queda y que gobernaría por decreto.

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El autogolpe fracasó desde el inicio, el Congreso votó su destitución y el expresidente y líder sindical izquierdista fue detenido.

– «Olvidados por las autoridades» –

La vicepresidenta Dina Boluarte, una abogada de 60 años, asumió la jefatura del Estado tras la destitución de Castillo y se convirtió así en la primera mujer en gobernar Perú.

«Me alegra que sea una mujer la que está gobernando el país; ahora que no se olvide de las personas vulnerables de los cerros, porque acá nosotros estamos olvidados por las autoridades», señaló Edith Acurio, de 44 años.

Esta barriada de precarias casas construidas con tablas desvencijadas y piso de tierra está en Carabayllo, en la periferia norte de Lima, donde muchos vecinos se alimentan solo gracias a las ollas comunes.

Las raciones son vendidas a vecinos de escasos recursos económicos a 3,30 soles ($us 0,80). El dinero ayuda a que la iniciativa comunitaria se autosostenga. Quienes no pueden pagar, retiran gratis la comida.

La brecha entre ricos y pobres es enorme en Perú, la clase media es casi inexistente y el país arrastra altos índices de pobreza desde hace décadas, que se agudizaron con la pandemia.

Perú tuvo la peor tasa de mortalidad por covid del mundo en relación a su población y cinco millones de ciudadanos pasaron a ser pobres en 2020, según estadísticas oficiales. Ahora una cuarta parte de los 33 millones de peruanos vive en la pobreza.

«En el momento que anunciaba el golpe de Estado, para nosotros, para las zonas periféricas, parecía un sueño. Pensábamos que todo se había oscurecido, a mí me tocó pensar de repente en una nueva Venezuela», declaró a la AFP Fortunata Palomino, de 58 años, presidenta de la Red de Ollas Comunes de Lima.

«Si (Castillo) se quedaba en el poder no sé qué iba a pasar. Los peruanos ya empezarían a hacer sus maletas», dijo.

En el cerro muchas viviendas lucen banderas peruanas semirrotas flameando sobre sus techos.

Más de 2.000 ollas comunes alimentan en Lima a 222.000 familias, según Palomino.