Reciclar el oro de los residuos electrónicos está a punto de desaparecer
Oro Afganistán
Imagen: AFP
Sentados en el suelo bajo un calor sofocante, en un taller destartalado en Afganistán, un grupo de hombres recicla el oro de los desechos electrónicos de países ricos, una actividad rentable pero condenada a desaparecer.
Sin guantes ni máscaras de protección, armados con pinzas o simplemente con las manos, estos hombres, vestidos con su traje tradicional, el «shalwar kameez», desmantelan viejos televisores, computadoras o teléfonos móviles que llegan en camiones desde Japón, Hong Kong o Dubái.
Pero estos aparatos ya casi no contienen oro, puesto que la electrónica usa menos, o incluso nada, este metal precioso debido a su alto costo.
Es un trabajo minucioso en uno de los países menos «digitales» del mundo: solo 18,4% de los afganos tenía acceso a internet a principios de 2024.
«En un mes recuperamos 150 gramos de oro», explica a AFP Sayed Wali Agha, de unos cincuenta años, dueño de un taller en esta ciudad bulliciosa donde triciclos de carga, minibuses y camiones desvencijados circulan en las polvorientas calles.
«Vendemos cada gramo por 5.600 afganis», es decir casi 80 dólares, comenta.
Este comercio resurgió con el regreso de los talibanes al poder en 2021, ya que el uso de ácido, que permite separar el oro de otros metales, «estaba prohibido por el gobierno anterior», recuerda.
También puede leer:Lo que ha sucedido en Afganistán desde la caída de Kabulhttps://www.la-razon.com/lr-article/lo-que-ha-sucedido-en-afganistan-desde-la-caida-de-kabul/
El aumento del precio del oro también fue un incentivo.
Sin embargo extraer este valioso metal, que es un buen conductor térmico y eléctrico de los componentes electrónicos, «lleva tiempo porque no tenemos mucho equipo», continúa Wali Agha.
«Es agotador», añade, sin mencionar las emanaciones de ácido. Uno de sus 20 empleados comenta que gana unos 166 dólares al mes, un ingreso que se considera decente en el país.
Después de extraer el oro, los trabajadores apilan por separado las viejas placas de circuitos impresos de computadoras, carcasas de móviles y cajas de GPS. Los otros metales serán vendidos a otros recicladores.
Al final de la cadena, un trabajador acumula microgramos de oro en un recipiente de hojalata, y otro lo trata con ácido.
Fuera del taller, una densa nube amarilla y tóxica se eleva hacia el cielo azul mientras se eliminan las impurezas del oro.
En los países ricos estas operaciones se realizan con tecnología de punta, de forma rápida, sin esfuerzo y sin riesgos.
En un taller vecino, Rahmatulá también emplea a una veintena de hombres, bajo condiciones de trabajo igualmente duras.
«Hay que [desmantelar] 10 televisores para encontrar un gramo de oro», explica este jefe de 28 años, que considera sin embargo que el reciclaje de oro «es un buen negocio».
Pero «este oficio no tiene futuro», añade.
El oro de Spin Boldak va luego a los talleres de joyeros de Kandahar, la capital provincial, a unos cien kilómetros de distancia. Uno de esos establecimientos es el de Mohamad Yaseen.
«Es oro de muy buena calidad, de 24 quilates», afirma el joyero de 34 años, mientras funde el precioso metal con un soplete en una vieja fogata.
Sin embargo cada vez llega «menos oro de Spin Boldak», solo «30 a 40 gramos por semana», dice el joyero, que funde diariamente entre 1 y 1,2 kilos del metal precioso gracias a otros proveedores o a la recompra de joyas antiguas.
«La electrónica japonesa contiene oro, la china no. Y la proporción de electrónica japonesa disminuye día a día, mientras que la de la china aumenta», indica.
El reciclaje en Spin Boldak ya tiene problemas y «desaparecerá», vaticina.
En uno de los países más pobres del mundo, el comercio de este metal prospera, impulsado por celebraciones como las bodas, para las cuales incluso los afganos más necesitados suelen endeudarse durante años.
«Cuantos más matrimonios hay, mejor nos va», afirma en su taller Mohamad Reza, un joyero de 36 años, mientras da forma a una tiara de oro rosa para un compromiso.