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20 años de marchas y los indígenas sienten que aún no son atendidos

A 20 años de su primera marcha, los indígenas de tierras bajas aún se movilizan por similares motivos. El 23 de junio comenzó en Trinidad su séptima caminata nacional, con dos pedidos principales: autonomía y saneamiento de territorios.

«Luchamos durante muchos años por nuestra reivindicación, para ser reconocidos (como pueblos indígenas) y hoy que tenemos incluso un Gobierno indígena. Pese a esto, está claro que nuestra calidad de vida no ha mejorado, a pesar de que tanto se habla de vivir bien»,  dice entre lágrimas Viviana Navia, del sector Anexo El Carmen, localidad a 90 kilómetros de Cobija, en Pando.

Viviana integra al grupo de marchistas que busca llegar a La Paz. Cuando habló con La Razón, el jueves pasado en Ascensión de Guarayos, vestía una polera larga y un pantalón negro de tela doblado hasta las rodillas que descubrían sus tobillos con ronchas por las picaduras de los zancudos. Cuando tenía 11 años ella participó en la primera gran movilización nacional.

El criterio de que las cosas siguen igual es compartido por otros marchistas con los que se conversó; Precisamente por esto, todos aseguran que seguirán con su medida.

INICIO. En 1990 se realizó la primera marcha indígena en Bolivia impulsada por el pueblo mojeño. Partió desde Trinidad, llegó a La Paz y consiguió la aprobación de un decreto supremo que reconoció la existencia de los primeros territorios indígenas en las zonas bajas.

Ya son siete movilizaciones que han girado en torno a similares pedidos.  La marcha actual tiene dos grandes demandas: el saneamiento de tierras y la implementación de la autonomía plena.

El apoyo de las comunidades por donde pasan los marchistas no se ha dejado esperar. La gente regala pan recién horneado, ofrece mandarinas, aplaude y da apoyo.

Cuando la muchedumbre llegó el jueves a las 10.50 a San Pablo de Guarayos fue recibida con aplausos y baldes de chicha.  Hubo incluso petardos y banda de músicos indígenas que amenizaron el movimiento. Las ampollas son las principales dolencias de la gente, que en su mayoría calza chancletas.

Los marchistas duermen en carpas y comen de ollas comunes. El arroz, la yuca y el plátano son infaltables y en los últimos días hubo carne en abundancia.

No tienen una fecha definida para llegar a La Paz, ya que todo depende del diálogo con el Gobierno.

Primeras seis marchas

1990, una marcha consigue un decreto que reconoce a indígenas de tierras bajas.
1996, se logra la Ley INRA y el reconocimiento de 33 territorios comunitarios.
2000, se consigue modificar la Ley INRA y el reconocimiento de lenguas de las tierras bajas.
2002, una marcha impulsa la Constituyente.
2006, dos marchas consiguen la Ley de Reconversión Comunitaria de la Reforma Agraria.

«La gente nos humilla cuando quiere, casi nada  ha cambiado»
Viviana Navia (31).
 Indígena de Pando.

-Son las 19.00 del jueves y la oscuridad se apodera del pueblo de San Pablo de Guarayos.  Sin dinero, Viviana Navia se da modos para llegar hasta  Ascensión de Guarayos, a 18 kilómetros del lugar donde está, para poder ver a sus compañeros que fueron dados de baja de la marcha.  Aprovecha una camioneta del Defensor del Pueblo.  «Tenía que verlos porque ayer (miércoles), fueron internados de emergencia porque se deshidrataron por tanto sol y caminata», dijo. Tenía la intención de animarlos, pero en pleno diálogo la tristeza la venció y se sumió en llanto. «Esto no cambia desde lo sucedido en aquella gran marcha de 1990.  Los indígenas seguimos siendo marginados». Tenía 11 años cuando participó en esa movilización denominada «la marcha por el territorio y la dignidad». Llegó de la mano de sus padres, que «decidieron ser parte de esa lucha». Cuando la multitud estaba por Rurrenabaque su madre enfermó, pero se mantuvo firme hasta que llegaron al primer hospital que vieron. La mujer comenta que además de la gran cantidad de gente, jamás olvidará que en esa movilización indígena muchos de los participantes ni siquiera tenían zapatos. Ella y sus progenitores no eran la excepción. «Recuerdo que muchos no tenían ni chancletas, incluso yo andaba sin nada, así que tuvimos que marchar descalzos. Recuerdo que los pies de mi padre sangraban, pero aún así nos ayudaba y cargaba a mi mama y a mí».
Las lágrimas vuelven a apoderarse de ella cuando rememora las circunstancias en las que su familia y cientos de indígenas marcharon hace 20 años. «Marchamos para ser reconocidos, pero ahora si uno ve las cosas, casi nada ha cambiado, porque la gente nos humilla cuando quiere. Por ejemplo, me da rabia que cuando entramos a una institución, y nos preguntan de nuestros orígenes nos tratan muy mal, y nos miran como un bicho raro».  En todo caso, Viviana destaca que la lucha por la dignidad de los pueblos indígenas «continúa en esta nueva marcha que comenzó en Trinidad. Y a pesar de tanto sacrificio no nos vamos a dejar vencer».

«Estamos para luchar y defender lo que el pueblo quiere y pide»
Miguel Mahuari
 Subalcalde de San Pablo Guarayos.

-«Estoy muy contento de recibir a los hermanos marchistas que han llegado a la comunidad de San Pablo de Guarayos, quiero agradecer a los marchistas de las 34 etnias y estoy de acuerdo con sus demandas y voy apoyarles en lo que pueda». Éstas fueron las primeras palabras del subalcalde de esa localidad, Miguel Mahuari, cuando aparecieron los indígenas tras casi seis horas de caminata continua. La autoridad brindó hospitalidad para que los recién llegados descansaran y organizó un almuerzo de recepción. El plato especial fue chancho al horno con arroz y yuca. En la mesa donde estaba él no faltaron las cervezas. «Estamos para luchar y defender lo que el pueblo quiere, defender el territorio indígena, que es una demanda de muchos años y con esta colaboración queremos demostrar eso».
La autoridad edil manifestó que los comunarios de la población de San Pablo de Guarayos realizaron aportes voluntarios para apoyar a los marchistas y descartó enfáticamente el financiamiento de organizaciones como lo había indicado el Gobierno, que aseguró que la medida está financiada con recursos externos. «Absolutamente todo es colaboración del pueblo que apoya y sigue esta movilización tan justa». Mahuari asumió su cargo hace tres semanas y manifestó que siempre apoyó al sector. «También soy dirigente indígena y de las organizaciones sociales, así que es mi responsabilidad recibir a todas las poblaciones».  Cuando los marchistas llegaron a la plaza de la población, el Subalcalde y los comunarios ofrecieron el colegio de la localidad para que pasen la noche. «Me gustaría que se queden en la comunidad porque aquí está lo legítimo, está la lengua y la cultura indígena, acá la gente habla guarayo, ellos están como en su casa, deben sentirse bienvenidos siempre».  En el lugar en el que les dieron alimento, los pobladores también colocaron una amplificación que estuvo funcionando todo el día.

«Somos 34 pueblos indígenas que marchamos un gran trecho»
Ricardo Moye (28).
 Dirigente indígena por Beni.

-Con carácter firme, Ricardo Moye fue el primer dirigente que el jueves a las 18.00 planteó que si el Gobierno no atendía los pedidos de los indígenas
marchistas, éstos tomarían la decisión de bloquear las principales carreteras del eje troncal de Bolivia. «Los compañeros han asumido una lucha que la estamos llevando a cabo desde Trinidad hasta llegar aquí a Santa Cruz», enfatizó. Con sus palabras, Moye, de 28 años, consiguió apoyo, sobre todo de los jóvenes que aplaudieron cada vez que se dirigió a ellos. El miércoles pasado, cuando la marcha partió del poblado de Santa María, a 37 kilómetros de Ascensión de Guarayos, Ricardo y los demás indígenas se despertaron muy temprano, al promediar las 05.00. La multitud caminó sin descanso durante 20 kilómetros hasta llegar a San Pablo. «Somos 34 pueblos indígenas que hemos marchado un largo trecho y mantendremos esta lucha. Y lo que no queremos es que nos sigan utilizando», aseveró el representante de tierras bajas.
La mañana del jueves, cerca de las 11.00, y al igual que los demás marchistas, Ricardo instaló su carpa en inmediaciones de la cancha  del colegio de la población de San Pablo, a 17 kilómetros de Ascensión de Guarayos. Al igual que sus compañeros movilizados, tras varias horas de caminata lo que más esperaba era descansar. Por la tarde, cuando el defensor del Pueblo, Rolando Villena, y su comitiva llegaron hasta el lugar para dar a conocer un pronunciamiento respecto a la movilización, Moye fue uno de los dirigentes que rechazó la visita porque consideró que el diálogo y las negociaciones debían realizarse en el municipio de Ascensión de Guarayos. «Tomamos la decisión que se determinó, con casi toda la gente, que estamos en la disposición de que nos escuchen y decidimos que debíamos respetar lo que se decida en Guarayos».
Rolando Villena, este viernes, insistió en un llamado al diálogo.

«Seguiré hasta que se solucione el problema y nos escuchen»
Amalia Vaca (52).
 Indígena de la provincia Guarayos.

-Amalia Vaca, de 52 años, dejó a su familia en su comunidad y decidió participar en la movilización indígena para que el Gobierno escuche sus demandas. «Estamos en la marcha, descansamos y luego retomamos la medida. Dejé en Ascensión de Guarayos a mi nieta y a mi marido y hasta ahora no logré comunicarme», relata la mujer que es además presidenta de las Representantes de Indígenas Guarayas. 
El jueves pasado, el cansancio impidió que la gente movilizada continúe con su rumbo y obligó a descansar en la comunidad de San Pablo de Guarayos. El sol calentaba el asfalto de la carretera, lo que provocó aun más dolor en los pies afectados por las ampollas e hinchazón de las extremidades.
«Me siento cansada, me duele mi garganta, me duele mi dedo y mi pie está hinchado», dice Amalia, quien reconoce en todo caso que hubo atención médica y que se distribuyeron líquidos rehidratantes e inyecciones contra algunas enfermedades y dolencias. 
A sus 52 años, el cansancio le golpea fuerte. Al llegar a San Pablo de Guarayos, se sienta en la calzada de una calle de tierra y mira a su alrededor. Ve agotamiento, pero pese a todo, eleva el tono de voz y exclama: «Seguiremos adelante».
«Voy a seguir hasta que se solucione el problema y nos escuche el Gobierno y también aunque digan que nos van a bloquear en San Julián o el Chapare. Nosotros no estamos contra el Gobierno, sino queremos que se respeten nuestros derechos, que se respeten nuestros derechos de mujer y hombre indígenas».
Ya dentro del colegio de San Pablo se ocupa de resguardar celosamente las pertenencias de sus compañeros, entre maletines, carpas y alimentos.  Pese al cansancio, sigue parada mientras conversa con La Razón.
«Casi todos los que participamos en la marcha tenemos ampollas en nuestros pies, pero no descansamos porque éste es un reclamo justo y ya es hora de que nos tomen en cuenta», dice emocionada esta mujer que participa en la movilización desde que ésta comenzó, el 23 de junio en Trinidad.

«Es la marcha en la que más he sufrido, pero no me voy a ir»
Gilberto Maitana (14).
 Escolar

-La planta del pie derecho de Gilberto Maitana Guasaní, de 14 años, está cubierta de ampollas. El dolor le impide caminar bien y le obliga a cojear; sin embargo, esto no amedrenta al adolescente oriundo de la comunidad beniana de Magdalena (a 294 kilómetros de Trinidad), que no duda en asegurar que si es necesario seguirá «marchando hasta La Paz».
Gilberto acompaña a la movilización indígena desde el primer día, en Trinidad. Cuando partió de su casa, cogió su mochila con cinco mudas de ropa y se sumó a la multitud, entre la que está su hermano de 22 años y su cuñada.
«Pedí permiso en mi escuela, la San Simón donde estoy en octavo básico. Tuve que adelantar mi vacación para marchar. Agarré mi mochila. Traigo sombrero, cinco mudas de ropa y un par de zapatos, nada más. Mi mamá me ha mandado todo eso», dice el jueves pasado mientras descansa echado cerca de la cancha de fulbito de la localidad de San Pablo de Guarayos, a 18 kilómetros de Ascensión de Guarayos.
 Nadie le obligó a participar en la movilización y si bien asegura que se «sufre» mientras camina, calzando sus chancletas, no quiere dejar de hacerlo.
 «Yo marcho no más para apoyar. Estoy lastimado, tengo los pies con ampollas y el sol quema. Uno sufre de sed, de las ampollas, de hambre, pero no quiero dejar la marcha».
Dice que no es nuevo en estas lides y que en un par de ocasiones ya ha participado en movilizaciones; sin embargo, reconoce que ahora es «la marcha en la que más he sufrido», pero «no me voy a ir, voy a seguir marchando y es posible que si sigamos hasta La Paz. Me animaría a marchar hasta ahí».
«Hay muchos jóvenes marchando incluso más chiquitos que yo. Todo esto es fuerte. Ahora recién con la caminata me hice las ampollas, pero no me he desmayado, así que todo bien, todo tranquilo».
Cuando llega la noche, él, su hermano y su cuñada descansan en una carpa que llevan. Dice que duermen sin muchos problemas, salvo por los mosquitos que pican a diestra y siniestra.

«Quizás mi esposo no quiere que marche, pero soy yo la que camina»
Amparo Rivero (25).
 Indígena Isiboro Sécure.

-El vientre abultado de Amparo Rivero, de 25 años, no pasa inadvertido. Su blusa larga, de color celeste, no disimula los cinco meses de embarazo de esta mujer del Isiboro Sécure (Beni) que marcha junto a sus dos hijos, de seis y de un año y ocho meses, y su marido Balvino Ortiz.
La gestación no ha sido impedimento para que Amparo se anime a participar en la movilización.  «Yo vine porque varias compañeras están caminando. Quizás, un poco, mi esposo no quiere que marche , pero yo soy la que vengo caminando. Recién ahora he empezado a marchar». Su marido, en cambio, participa en la movilización desde sus inicios, el 23 de junio, en Trinidad.
Tiene las piernas y los pies hinchados, pero no pierde su sonrisa mientras cocina junto a otras cuatro mujeres el almuerzo común para un grupo de marchistas. El reloj marca las 16.30 y el sol y el calor se ensañan con la muchedumbre que descansa en el poblado de Santa María, a 37 kilómetros de Ascensión de Guarayos.
«Me he sentido bien no más, ahora he caminado y he estado bien nomás.  Me aumenta el hambre por la caminata, pero voy a seguir hasta terminar la marcha», dice entre risas.
Dice que si tuviese alguna complicación «siempre hay un médico» que la puede ayudar, aunque reconoce que desde que quedó embarazada «hasta ahorita no me he hecho chequear». Y, pese al cansancio, vuelve a reír junto a sus compañeras con las que cocina.
Comenta que la preparación de los alimentos corre por cuenta de ellas. Y para esto se han organizado en turnos. «Las cocineras tienen que ver siempre lo que van a cocinar. En todo caso, no nos falta comida y estoy tranquila por eso», aclara la mujer.
Agrega que lo que sí empiezan a escasear son los medicamentos.
Amparo explica que su pueblo basa su subsistencia en la agricultura. Las tierras producen arroz, yuca y plátano.

«Las comunidades están esperando, si esto sigue así habrá más gente»
Tomás Candia.
 Comunicador

-El chiquitano Tomás Candia habla con fluidez ante la grabadora. No por nada, se desempeña como comunicador en radios comunitarias del oriente.  Si bien espera que la medida de presión no llegue a mayores, advierte que la movilización indígena aumenta paulatinamente en número de personas.
 «Las comunidades están esperando y si esto sigue habrá más gente, dice Candia, procedente de Concepción (provincia Ñuflo de Chávez de Santa Cruz) .
No se queja de dolores, pese a que marcha desde el primer día y destaca que no hubo bajas considerables entre los marchistas, «lo que es muy alentador».
Tomás ya conoce el esfuerzo que exige este tipo de movilizaciones. Cuando tenía unos 12 años participó en la segunda marcha a nivel nacional de los pueblos indígenas, que se realizó por la tierra (ley INRA y el saneamiento de territorios). Pese a su corta edad y a no saber muy bien de qué se trataba, asistió como delegado de su comunidad.
«No entendía mucho lo que se estaba pidiendo y lo que se quería, pero como joven fui aprendiendo de qué se trataban las demandas»
«Yo fui viendo todo y me gustó, como  joven, ir conociendo el trabajo orgánico político que se venía desempeñando en diferentes organizaciones».
Recuerda que en 1996 las comunidades aportaron con los víveres para los marchistas. El arroz, la yuca y el plátano fueron la base de la alimentación. Ahora ocurre lo mismo.
«Nuestras comunidades son productivas y mandaban alimentos que podían sustentar a la mayoría de las personas de diferentes lugares que participábamos en la movilización.  Hemos podido compartir con todo lo poco que nos llegaba», dice Candia instantes después de almorzar en San Pablo de Guarayos el jueves. Ese día el comunicador, al igual que otros marchistas, comió arroz, yuca y carne al fogón e invitó a periodistas que cubrían la movilización.

«Somos hartas mujeres y aguantamos lo que venga»
Pilar Julio Moya (45).
 Indígena San Ignacio de Moxos.

-A Pilar Julio Montoya, de 45 años, le duelen los huesos por la caminata y el «surcito que se siente». Por eso, esta dirigente de San Ignacio de Moxos comenta que, sobre todo, hace falta medicamentos de diversos tipos para combatir las dolencias propias de un esfuerzo físico como una marcha.
«Necesitamos mentisán, paracetamol, pomadas e  infusión Vita contra la tos», dice Pilar quien advierte además que los niños que acompañan a sus padres se están resfriando.
«Nosotras, ya viejas, igual nos da calambres. Se nos ampollan los pies y tenemos que andar así, aunque rengas no dejamos de marchar. Seguimos marchando. Ya nosotros hace una semana que marchamos», dice el jueves pasado, en San Pablo de Guarayos, mientras se fricciona fuertemente los pies y las piernas para calmar el dolor.
Pese al malestar y las ampollas en los pies dice que ella y los otros marchistas están decididas a seguir con la movilización hasta conseguir su objetivo: Ser atendidos por el Gobierno.
«Hay hartas mujeres y seguimos aguantando todo, lo que venga. Estamos aguantando para seguir en la marcha hasta conseguir lo que buscamos».
Cuando ella habla del Gobierno en realidad se refiere al presidente Evo Morales. «Ya no queremos hablar con sus ministros, porque ésos no valen nada». «Queremos verlo (al Presidente) de frente, Nosotros no le vamos a hacer nada. Queremos conseguir lo que él nos ha prometido. Deseamos que Dios le toque el corazón a él para que vea, pues».
La mujer, que ya participó en la marcha del 2006, recuerda al Mandatario que los indígenas son sus bases y los que lo han «puesto» en el poder.
Pilar participa en la marcha a solicitud de su comunidad, que le pidió que la represente en la movilización. Me han dicho «vaya usted, compañera, el Gobierno tiene que entenderle a usted. Háblele». «Nosotros queremos que él esté acá, porque nosotros lo necesitamos como él también nos ha necesitado. Él nos ha dado la confianza como nosotros también se la hemos dado».