— Ante la proximidad de la Asamblea de la OEA en Bolivia, ¿qué perspectivas ve para el cónclave y para el organismo?

— Hay una crisis en el multilateralismo de la región. La OEA fue creada como un mecanismo de relacionamiento político después de la II Guerra Mundial y tenía como objetivo fundamental defender a la región en el inicio de la polarización de la Guerra Fría.

Fue su principal objetivo. Todas las políticas de seguridad de-sarrolladas por la OEA como el TIAR, por ejemplo, que tenía por objetivo la defensa de la región frente a enemigos externos.

Si a esto le sumamos la exclusión de Cuba, por razones ideológicas que podrían explicarse hace 40 años, pero que hoy no van, pues da una idea de por qué la OEA está en crisis. La OEA se ha convertido solamente en un escenario en el que se produce un relacionamiento de América con América y EEUU, y punto.

— ¿Qué espacios ocupa la Unión de Naciones Suramericanas en ese panorama?

— Unasur es un escenario de relacionamiento político y en este sentido interpreta la realidad de la región. En este momento, más que escenarios de integración burocrática o meramente económico, como el Mercosur o los Tratados de Libre Comercio, que funcionan como una especie de archipiélago de relaciones bilaterales entre Estados Unidos y algunos países. Al margen de esos esquemas tradicionales, se está abriendo camino en la región mecanismos como Unasur o la Celac.
Se vio en la última Cumbre de las Américas, en Cartagena. La región no necesita escenarios de integración económica, sino escenarios de debate político.

Los problemas de la región no son tanto de carácter económico.

La región está saliendo adelante dentro de un escenario convulsionado económicamente que afecta a Europa, a Estados Unidos, que comienza a afectar a China. Aquí lo que se tiene son problemas relacionados sobre todo con la supervivencia política.

En ese sentido mecanismos como Unasur o la Celac, que tienen la virtud de que permiten sentarse a hablar de temas políticos, como una solución para Cuba, el tema legalización de las drogas, la migración hacia EEUU. Temas que, lamentablemente, se han excluido de otras agendas.

— Bajo ese marco, ¿cómo ve la actual relación Sur-Estados?

— Hubo una fundada esperanza cuando llegó el presidente Obama al poder, él habló de que una nueva era de relaciones entre Estados Unidos y el resto de América podía ser una realidad.

Ese ofrecimiento se fundaba en un nuevo tratamiento del migrante latinoamericano, en un desmantelamiento de la Base de Guantánamo como símbolo del intervencionismo de los años 60 y en una apertura hacia la integración que nos interesa a nosotros en temas sociales.

Había hasta un cuarto tema, desnarcotizar la agenda entre Estados Unidos y América. Lamentablemente, constatamos que esos ofrecimientos no se dieron.

EEUU contestó con el establecimiento de bases en Colombia, que afortunadamente no avanzaron. Pero constituyó una alianza militar con Brasil para fortalecer la presencia intervencionista. En el tema narcóticos, seguimos enredados en esto, en el dilema de países productores versus países consumidores, sin que haya una propuesta creativa para salir de esta guerra contra el narcotráfico.   

Una encuesta esta semana dio por primera vez como ganador al precandidato republicano Mitt Romney, frente al presidente Barack Obama…

— Es muy preocupante, porque Romney sí representa lo que podríamos llamar la agenda más dura de relacionamiento con América Latina, la discriminación de los migrantes, el énfasis en la seguridad, la lucha contra los narcóticos. Sería como un Bush III.

— Esta semana hubo un atentado en Bogotá contra un exministro del mandatario Uribe. ¿Para Ud. la agresión significa un debilitamiento de la vigilancia, un avance de las FARC de nuevo hacia la ciudad?

— El hecho se dirigió contra una persona que representa a un sector ideológico de derecha. El hecho lo lleva a uno a pensar que estaría renaciendo una estrategia de lucha que no consiste en confrontar de manera directa al opositor, sino que comenzará a cobrar víctimas civiles inocentes de lado y lado, que fue lo que vivió Colombia en los 90.

— ¿Qué opina del narcotráfico y la situación de México cerca de unas elecciones presidenciales en medio de tantos titulares sobre violencia?

— México tiene recursos institucionales, financieros y apoyos internacionales suficientes para librar esta batalla contra el narcotráfico en la medida en que entienda que éste no es un problema de un solo gobierno, de una sola persona o de un partido, sino que es un problema del Estado mexicano. Si el próximo presidente de México entiende esto en lugar de asumir la guerra contra el narcotráfico como una bandera de partido, como lo hizo Felipe Calderón, creo que así va a salir adelante.

Me preocupa Centroamérica porque son estados convalecientes que acaban de salir de conflictos armados y no tienen recursos institucionales, ni la estructura necesaria para hacer frente a una guerra de estas dimensiones.

Aquí funciona el principio de vasos comunicantes, cuando se cerraron los canales de exportación de droga por el Caribe por las interdicciones marítimas, el problema volvió a complicarse en México. Y ahora que se combate el tema en México, el problema se desplaza a Centroamérica.

— ¿Cómo ve la relación Colombia-Bolivia?, hace poco se han cumplido 100 años del Tratado de Amistad.

— Ha oscilado con altibajos, pero es una relación que tiene una base firme. Hay un buen entendimiento entre ambos países, pero hubo dificultades durante el periodo del presidente Álvaro Uribe.

Pero los mandatarios Evo Morales y Juan Manuel Santos jugaron un partido de fútbol (en el marco de la Cumbre de las Américas, en Cartagena, Colombia).  A pesar de la derrota de la selección boliviana frente a la selección colombiana (risas)… Pues para las relaciones lo que importa es que pudimos superar ese impasse sin mayores complicaciones diplomáticas (risas).

Uribe insiste en un ‘cogobierno por Twitter’

— ¿Cómo ve usted el proceso de pacificación en Colombia, en este tránsito que todavía se percibe desde el exterior entre los presidentes Uribe y Santos?

— En los primeros meses del mandato del presidente Juan Manuel Santos, se estaba produciendo un deslinde relativamente tranquilo entre el gobierno del presidente saliente Álvaro Uribe y el del actual Mandatario.

Lamentablemente el expresidente Uribe insiste en mantener una forma de cogobierno por Twitter que resulta ser única en el mundo y que en general ha venido complicando las relaciones del Gobierno, del propio mandatario Santos, en la medida en que buena parte de la gente que participa en esos intercambios, piensa que todas las observaciones que hace el exgobernante Uribe en materia de seguridad, tienen validez.

Esto le ha quitado margen de maniobra al presidente Santos.

El atentado de esta semana contra el exministro Fernando Londoño, a mi juicio, nos puede introducir en una nueva etapa, porque es un síntoma muy grave de que está recrudeciendo en Colombia, o de que estaría resucitando, una época de guerra sucia en la cual se ataca al amigo del enemigo para producir un efecto de desestabilización política en el país.

Espero que me equivoque en esa apreciación, pero sin duda la política colombiana ahora pasa por el deslinde entre el Gobierno del presidente Santos y el exmandatario Uribe.