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Haití, según los ojos y oídos de la mujer boliviana

Sube la temperatura a unos 30 grados y el avión del TAM —un Boeing 727-200— llega a Puerto Príncipe (Haití) con el nuevo contingente militar de Cascos Azules bolivianos que cumplirá servicio durante seis meses y relevará al grupo similar de servidores.

Al llegar, todos están camuflados; no todos son varones ni militares. Hay 12 mujeres, entre ellas oficiales, médicos y enfermeras, además de otras profesionales, por ejemplo, una psicóloga. La periodista orureña Hilda Huanca, quien concluyó su misión y retorna a su tierra natal, afirma que las integrantes del contingente del mantenimiento de la paz son “los ojos y oídos” de la Minustah, al ser el nexo con la población golpeada por la pobreza.

“Una vez a la semana hacíamos la Cooperación Civil-Militar (Cimic) llevando agua, alimentos, atención médica y dental a mujeres y niños de los campamentos donde viven los desplazados por el terremoto”, dijo.

El 12 de enero de 2010, el fenómeno mató al menos a 217.000 personas  (la mayoría en Puerto Príncipe, el epicentro). Los sobrevivientes ahora  residen en zonas marginales, sin electricidad, agua ni comunicación. La inestabilidad política, la falta de políticas sociales del actual gobierno de Michel Martelly en economía, salud y educación mantienen al 70% de la población en la pobreza. Asimismo, de los más de 12 millones de habitantes, al menos el 5% está afectado por el VIH/sida y más del 20% sufre cólera y enfermedades dérmicas por la falta de salubridad.

Servicios. “Toman agua de pozo y las infecciones estomacales son frecuentes, sobre todo en los niños; incluso, debido a la pobreza, hay padres que prostituyen a sus hijas desde los 13 años por cinco o diez dólares, negociándolas con extranjeros. Eso aumenta el riesgo de propagación del virus y las enfermedades venéreas”, según la doctora Isabel Caba.

Huanca y Caba, por separado, coinciden en que cuando se lleva ayuda a los campamentos, los niños no dudan en sonreírles y tomarlas de las manos. “Las mujeres y los niños se nos acercan con mucha facilidad, no así a los varones, siempre acorazados con un chaleco antibalas, casco y un fusil”, relata sonriente la profesional en salud.

Tabarre Issa fue uno de los campamentos en el que se hizo el último Cimic; entre alegría y llanto, los niños de la escuela local despidieron a sus “bon bagai” (amigas) bolivianas tras brindarles ayuda durante seis meses.

“El contingente boliviano es el que más nos ayuda, en comparación con otros; ellos siempre vienen con ayuda  aquí”, dice Leonardo Martínez, representante de esa comunidad que alberga a 500 familias que viven en casas prefabricadas, financiadas por una de las 400 ONG que hay en Haití. 

“No quisiéramos que los militares  se fueran de aquí, gracias a ellos ya no vivimos hostigados por la delincuencia y la inseguridad. No hay empresa ni industria dónde trabajar y casi todos vivimos del comercio informal”, agrega el lugareño, consternado por la partida de los bolivianos.

Asimismo, la falta de oportunidades genera en los jóvenes una impotencia ante un futuro incierto. Gabriel Intribas, de 17 años y residente de ese campamento, sólo quiere terminar el colegio para salir de Haití y convertirse en un militar boliviano. La capital haitiana es como una hoyada, el grueso de la población vive en el centro, en calles de tierra, basurales y viviendas precarias, empero hay otra realidad. En las laderas habitan familias acomodadas, con carros del año en sus calles asfaltadas. Pentium Ville es una de las cuatro zonas residenciales donde hay electricidad producida por generadores y agua, comprada a un dólar el galón. Según datos no oficiales, el origen de las fortunas son remesas de los migrantes en EEUU, narcotráfico y tráfico de armas.  

La ciudad carece de electricidad

Privilegios

Haití colinda con República Dominicana, ambos países están en una misma isla en el mar Caribe, empero sólo los haitianos carecen de energía eléctrica desde el terremoto y sólo los “ricos” pueden comprar generadores y tener  luz en su casa.

Percepciones

‘Me llevo el cariño de la gente’ Hilda Huanca, periodista

Es difícil acostumbrarse a la vida militar, pero logré hacerlo; tuve mucho contacto con la gente afectada por el terremoto, pude ayudar y abrazar a niños y mujeres cuando más lo necesitaban. Estoy satisfecha de mi trabajo.

‘Aquí hay otra realidad’ Leny Mendoza, enfermera y psicóloga

Haití se transforma de a poco, la gente lucha por sobresalir pese a la economía inestable. Aquí se produce azúcar y poroto para el consumo interno. El idioma es creol (francés criollo) y sé hablarlo, por eso podré colaborar.  

‘Vengo a ayudar a los pobres’ Daygor Azucena, soldado reservista

Hay mucha pobreza y hemos venido   a ayudarlos. Cuando termine la misión  quiero también ayudar a mi familia y comprarles un terreno en los Yungas para dar una mejor vida a mi mamá. Luego quiero estudiar para ser Policía.

‘Fue la peor experiencia’ Mujer que no quiso identificarse

Hubo acoso de los oficiales y maltrato físico y psicológico, se comía mal; fue una de mis peores experiencias. Al llegar a Bolivia no tendré trabajo y sólo espero que me paguen a tiempo, y no quiero saber más de los militares.