‘La prioridad en estos cinco años será la economía’
Vicepresidente. El gobernante ratifica que el socialismo es el norte y que se logró la hegemonía.
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Para Álvaro García Linera, el camino hacia el socialismo todavía requiere de pavimentación y las condiciones están dadas para ello, aunque no desecha que esto se vea amenazado por un contraproyecto político. El Vicepresidente asume hoy su tercer mandato y en esta entrevista evalúa la gestión de nueve años al lado del presidente Evo Morales, las tensiones, los desafíos e incluso su horizonte más a allá del poder estatal, donde se mira en un nuevo departamento, con hijos, como profesor universitario y escritor de libros sobre política.
— Nueve años de mandato y va por otros cinco más… ¿Se imaginaba esto en 2006?
— No. Algunas veces con usted conversamos sobre las dudas que teníamos, sobre dificultades que uno iba a enfrentar… Han pasado nueve años y todos esos riesgos y adversidades las hemos podido remontar. Claro, una revolución siempre va a estar marcada por incertidumbres…
— ¿Cuáles son los logros que rescata de lo que usted llama “década de oro”?
— El primero es el profundo proceso de descolonización social, mental, político que está atravesando el país. Indígenas gobernando, ya es un hecho que desanda la trágica historia de los últimos 450 años y coloca a este periodo como el más importante en la vida política y social. El segundo es este gobierno de movimientos sociales, una extraordinaria experiencia de vía democrática al socialismo. Y el tercero, los grandes cambios económicos, de crecimiento y de distribución de la riqueza; Bolivia es un milagro económico, en estos nueve años hemos pasado de 8.500 millones de dólares de Producto Interno Bruto a 32.000 millones, ningún país de la región y del mundo ha crecido así, tal vez China. Son elementos que apuntalaría como decisivos, que hacen histórico el actual proceso, uno que ha superado cualquier otra experiencia boliviana y latinoamericana de transformación social.
— ¿Cuáles son los avances hacia el Estado integral marxista gramsciano que propuso en 2009 como tránsito hacia el socialismo?
— El Estado integral es un norte, una posibilidad extrema y radical de democracia, que es la desmonopolización de las funciones públicas. No es que no valga el Estado, pero éste ya no va a hacer una función de monopolización de decisiones y de gestión de lo público, solo será un aparato administrativo. No sé cuántas décadas o siglos tardemos, lo importante es que se ha colocado ese norte. No hay experiencia que haya llegado a eso. Y las herramientas que interconectamos en torno a este objetivo son la democracia representativa, la democracia directa de las organizaciones sociales, la herencia comunitaria tras las estructuras agrarias. Es el norte inobjetable, el de todas nuestras acciones. Esta hipótesis que mueve la voluntad objetiva colectiva hacia un objetivo tiene ya un punto de partida, material.
— ¿Es un camino sin retorno?
— No, claro que puede haber contrarrevoluciones, retrocesos, esto no está pavimentado. En lo que no hay retorno es en nuestra concepción, nuestro norte, pero las circunstancias pueden llevarlo a uno a que las fuerzas conservadoras lo ataquen, lo hagan retroceder, lo aniquilen; no hay una historia ineluctable, un camino histórico ineludible. Nos organizamos para que ese retroceso sea lo menos probable. De ahí la importancia de lo que sucede en los últimos años. Por ejemplo, que este proyecto no tenga aún un contraproyecto: los partidos políticos de derecha, de los intelectuales conservadores, tienen meras aplicaciones intelectuales o correcciones de forma, pero no un proyecto de este estilo. Es decir, se ha logrado una hegemonía ideológica, política, cultural y simbólica.
— ¿Qué situaciones difíciles se le vienen a la memoria de este periodo de nueve años?
— Las más duras en 2008, fue el momento culminante de la confrontación. Pero el proceso tuvo una virtud sobre la derecha: sabíamos que esto iba a darse y escogimos el momento del desenlace de esta conflagración que define una época…
— El “desempate catastrófico”…
— Exacto, cuando se dio el punto de bifurcación. Supimos escoger las mejores condiciones para la batalla final, lo que hace un buen estratega. Ellos se lanzaron con la brutalidad enceguecida a una batalla que buscaban, pero para la cual no estaban preparados táctica y estratégicamente. Recuerdo que a fines de 2007 o principios de 2008, tuve que recibir en el Palacio de Gobierno a los gobernadores de la oposición. El Presidente estaba de viaje y se encontraba en marcha el golpe de estado. Y les lancé un mensaje muy duro: que hacían muy mal en buscar la caída del Presidente, porque insinuaron esa posibilidad y que se abra una transición para nuevas elecciones. Y les dije que si Evo caía y por mala suerte la gestión quedaba en mí por un solo segundo, yo no les iba a perdonar nada, de canto los iba a encarcelar. No nos enfrentamos, y como un toro desbocado les abrimos el camino, dejamos que entren, se tropiecen, se agoten y, al final, les cerramos la puerta del corral.
— ¿Y el Presidente?
— Fueron momentos duros. Me acuerdo de la renuncia de los ministros. El Presidente recibía a unos, yo a otros, y les decíamos que entendíamos su posición y que vayan a descansar, que nos veamos en los siguientes días, pero simplemente que no digan a nadie lo que acababan de decirnos a nosotros. Esos días se mostró el liderazgo fuerte del Presidente con las Fuerzas Armadas para que cumplan su labor tras la muerte de los campesinos baleados en el río Tahuamano, en Pando. La Vicepresidencia se convirtió en un restaurante improvisado para preparar comida y llevarla a los soldados que protestaban porque no funcionaba el sistema de abastecimiento de las Fuerzas Armadas, para que no se retiren del aeropuerto de Cobija. El ministro Juan Ramón Quintana reclutó a ocho o diez personas de las tropas especiales para entrar a la ciudad de Cobija en un Hércules, tras colocarse un chaleco antibalas. Todo pendió de un hilo. Y en esas horas tensas el Presidente y yo estábamos solos en el Palacio, calculando lo que podía pasar, a la espera de cualquier acontecimiento, y tomamos la decisión de que no nos iban a sacar de aquí a la mala, reafirmamos, mirándonos a los ojos, que somos gente de combate. Y otro episodio difícil fue cuando tuvimos que retroceder con la decisión del incremento de la gasolina…
— ¿No se calculó que esta medida iba a traer protestas?
— Que podía incrementarse la conflictividad. Habían sectores que apoyaban, otros no. A la larga, al evaluarlo, uno nota que el problema fue que esto se cruzó con la escasez del azúcar, no lo supimos ver bien. Vino el miedo de que falten otro tipo de productos. El azúcar no escaseaba por la gasolina, sino por una mala planificación empresarial. A partir de esto subieron las gaseosas, los yogures… Eso generó un potencial de conflictividad más complicado y se retrocedió.
— ¿Se arrepiente el Gobierno de la elección de autoridades judiciales? ¿Fue su principal error en estos nueve años?
— Lo que hizo el Gobierno fue cumplir la Constitución, que indica que estas autoridades se eligen por voto y se seleccionan en la Asamblea Legislativa. Recuerdo un debate político y teórico sobre esto con el Presidente, quien me dijo: “No vamos a proponer a nadie”, en esta mirada respetuosa de la separación de poderes, entendida por él como que no puede tomar partido por ningún doctor. Le hice una reflexión, que creo que a la larga resultó correcta: el poder es una relación social, no es una cosa, sino una relación de monopolización de decisiones. Y si uno no asume que esto es el poder y no lo controla de una u otra manera, alguien lo va a hacer, porque esta monopolización de decisiones construida a lo largo de siglos no va a disolverse, es un hábito en la vida cotidiana de las personas. Entonces si uno no va a asumir el control de ese monopolio, otras personas lo harán, así de claro. Y le ejemplifiqué esto con el mercurio líquido: si uno lo pone en un recipiente parece un vaso de agua, homogéneo, y si lo dispersa se formarán pequeños núcleos. O sea, o queda concentrado ese poder judicial en un vaso, y si no lo hacemos éste se va a fragmentar en pequeños monopolios. Y pese a mis recomendaciones, asumimos que no íbamos a involucrarnos en la elección de jueces. Y comuniqué esta decisión a los asambleístas y les pedí que busquen a los mejores; eso sí, les advertí que voy a anotar en mi cuaderno quién sugiere a quién, para que si las cosas van mal, les muestre a cada uno quién propuso a quién.
— Pero el Gobierno impulsó esta forma de elección…
— La elección sí, pero la responsabilidad de selección cayó en manos de la Asamblea y en ésta no primó un criterio más universal, más estructural, sino uno más corporativo. Aunque esto fue 320 veces más democrático que lo que hicieron los anteriores gobiernos, arrastró una dolencia: si antes hubo tres personas que elegían a estas autoridades, ahora fueron casi 100 que hicieron la preselección y, claro, los compañeros no se basaron en criterios meritocráticos, sino más mundanos, como que si los postulantes habían o no ayudado a alguna federación a hacer un trámite judicial… el 95% fue escogido a partir de esto. ¿Y qué sucedió? Que el Presidente, el Vicepresidente, los ministros tenemos cero influencia en el Órgano Judicial y más la tiene un diputado, un senador, un dirigente sindical, en el ámbito local: uno tiene más influencia en Cochabamba, otro en Santa Cruz. En vez de que haya algo centralizado, se fragmentaron los procesos de influencia…
— Como el mercurio líquido…
— Si debe hacerse una crítica es al Legislativo. La influencia sobre el Órgano Judicial se fragmentó. Antes había un
poder más concentrado y ahora se
ha dispersado como el mercurio.
— De acuerdo con esta lógica, hay que cambiar al 95% de los elegidos…
— A estas alturas hay que cambiar al 100%, aunque valorando el trabajo de cinco o seis doctores, pero el resto no, se ha aplazado.
— ¿Cuáles son los retos que se plantearon para este nuevo lustro de gobierno?
— Comencemos con la Justicia, con un referéndum para cambiar las reglas que establece la Constitución. Este procedimiento no funcionó, hemos intentado, hemos sido muy respetuosos de la independencia de poderes, del Ejecutivo al Judicial, entonces hay que modificar la Carta Magna para cambiar el procedimiento y la selección de autoridades, de tal manera que se incorpore en primer lugar la meritocracia. Hace cuatro o cinco años, hablar de meritocracia era una forma encubierta de la discriminación, porque en una sociedad racista los méritos tenían color de piel y apellido, así todo iba a ser en función a los mismos de siempre, que habían acaparado becas, doctorados, viajes, seminarios. Ya estamos nueve años en el poder y hubo una democratización del acceso a los méritos, entonces ahora sí, estoy seguro que en una mirada meritocrática va a haber un mayor equilibrio y un mayor acceso democrático de los distintos sectores sociales, de gente que proviene de las viejas familias tradicionales y de las del sector popular, que en nueve años accedieron a licenciaturas, maestrías, doctorados. Segundo, el acompañamiento de instituciones que validen esta mirada amplia, pluralista, las universidades en primer lugar, con un cambio en el currículo universitario que implica una decisión autónoma de ellas, porque ésta adolece de problemas, como la priorización del pleitismo por encima de la resolución de los conflictos, con abogados con un conocimiento infinito de mañas dilatorias.
— ¿Y la reforma de las normas procedimentales?
— Claro, culminar el nuevo Código de Procedimiento Penal, en lo que mantengo mi posición de hace tres años: introducir un conjunto de sanciones punitivas contra la retardación y la dilación en los juicios. Juez y fiscal que no cumplan los plazos procesales legales, que entren a la cárcel. Así, ellos serán los principales interesados en acabar el proceso. La norma fundamental en la Justicia es la extorsión del tiempo, es lo peor, ni a mi peor enemigo le puedo desear que caiga en manos de un juicio.
— ¿Y los demás desafíos?
— Nosotros a diferencia de los políticos de la derecha, lo que decimos lo hacemos. Hemos propuesto la Agenda 2025, de diez años, y para estos cinco hemos mencionado pilares para su construcción. Primero, industrialización de los recursos naturales, comenzando por los hidrocarburos. De hecho no solamente es una propuesta, sino la mejor forma de enfrentar esta volatilidad de las materias primas. El gas es la clave, somos un país gasífero y seguiremos siendo así las siguientes décadas, así que hay que explorar muchas áreas, seguir vendiendo e industrializar. Esto nos abre un espacio infinito de pequeñas, medianas y grandes empresas que inviertan la materia prima en productos elaborados para la industria, las casas, las computadoras, para importar y para exportar; igual en la minería y la agricultura. Segundo, incursionar en la economía del conocimiento. Vamos a hacer dos cosas al mismo tiempo: industrializarnos y avanzar en la producción de conocimiento, algo que tomó siglos en otros países. Como que nuestro atraso se convierte en virtud porque vamos a poder absorber los beneficios de ambas economías. ¿Qué es la economía del conocimiento? Es una economía que se sostiene sobre la creatividad intelectual, que genera riquezas a partir de las ideas. Hemos propuesto la Ciudadela del Conocimiento, porque la idea es comenzar a impulsar una generación de jóvenes del colegio y universidad, en software fundamentalmente. Por ello estamos incorporando a los estudiantes, desde edades tempranas, en la era digital, con computadoras; se especializan los profesores, se premia a los mejores alumnos en colegios, se beca a los mejores profesionales para que estudien en las mejores universidades del mundo… Es toda una estrategia. Aparte, estamos priorizando mucho la producción, el proyecto Bolivia cambia, Evo cumple se desplaza cada vez más hacia el riego, porque ello implica producción para elevar el consumo de las personas y la venta de los excedentes a mercados internos y externos, para seguir reduciendo aceleradamente la extrema pobreza: estamos en 18% y si mantenemos este ritmo nuestra meta es llegar al 6% en 2025, y a entre 9% y 7% en 2020. Además, en estos cinco años va a ser estabilizada la política, consolidando el proceso de cambio, un espacio unipolar con un único horizonte de época.
— ¿Es lo decisivo?
— La economía será la prioridad de estos cinco años, para expandirla, industrializarla, diversificarla y para usar esos frutos distribuyendo mejor los recursos para la gente que más necesita. Es una manera de resumir las prioridades de este quinquenio que se viene.
— ¿Y no hay temor por una época de vacas flacas con la caída del precio del petróleo?
— Analistas de la derecha vienen con su “ahí viene el lobo” desde hace diez años. Cada día es la antesala de la catástrofe. Por supuesto que la caída de precios va a afectar a Bolivia, pero no en las dimensiones catastróficas de las que hablan estos analistas y por eso hemos tomado las medidas que el caso aconseja. Si se mantiene el barril de crudo en 45 dólares, va a haber una diferencia de 60, 80 millones de dólares; sí es importante, aunque no es catastrófica frente a lo presupuestado, porque fijamos un barril de 80 dólares, pero volúmenes menores a lo que realmente estamos exportando. Somos previsores en ese sentido. Ahora si resulta que el precio del barril sube a 60 o 70 dólares, bienvenido, son recursos extras. Y si resulta que el barril cae hasta 30 dólares, en nuestras previsiones eso significaría una pérdida respecto a lo presupuestado de 110 millones de dólares. ¿Es importante? Sí, pero no es catastrófico porque encima tenemos reservas internacionales de 15.000 millones de dólares, las más altas de América Latina en proporción a nuestra población y producto interno bruto. Bajan los precios, pero nuestro crecimiento fundamentalmente se debe al mercado interno, entonces hay que fomentarlo. ¿Va a haber reducción en los ingresos? Sí. ¿Cómo se responde a eso? Invirtiendo más. Es una medida contracíclica y la vamos a hacer, solo pocos países pueden hacerlo porque muchos tienen bastante deuda o no tienen dólares, y su economía no está sana.
— ¿Cómo se imagina el avance de la demanda marítima hasta 2020?
— Hay plazos. Hemos hecho un excepcional trabajo legal e histórico, un gran trabajo de información y difusión, tenemos un muy buen equipo jurídico nacional e internacional. No tenemos los recursos de Chile, pero ellos no tienen el factor Evo, la enorme simpatía que infunde, es el símbolo de este pueblo que se ha emancipado. Esto genera un magnetismo internacional extraordinario. Así ya hay un puente construido, mientras que el Canciller chileno tiene que ir a justificar que no hubo una invasión hace tiempo. El mensaje es tan sencillo que nos permite suplir los centenares de millones de dólares que gasta Chile y nos coloca en una posición de ventaja. Además es un tema de justicia, de reparación histórica…
— Y qué panorama se vislumbra para 2020…
— No quiero especular. En todo caso somos muy optimistas de lo que hemos hecho, y ello se refuerza con la desesperación y la torpeza con la que la democracia chilena responde. Ha sido una virtud haber sacado a luz la “injusticia” pasada y ver al futuro en términos de “integración”. Esas dos herramientas son invencibles. Son palabras mágicas, victoriosas. ¿Qué va a decir Chile? ¿Que no fue tan injusto lo que nos quitó? ¿Qué puede ofrecer para el futuro? El Gobierno de Chile está derrotado moral y discursivamente. Estas dos palabras clave están de nuestro lado: luchar contra la injusticia, buscar integración. Es una herradura victoriosa, que juega en el imaginario de los otros países del mundo.
— Y hablando de integración, ¿para cuándo embajadores con Estados Unidos y Brasil?
— Estamos trabajando en ello. Con Estados Unidos hay una condición obligatoria: respeto a nuestra vida política interior. Norteamérica nos puede enseñar mucho en matemáticas, en ciencia, en tecnología y en industria, y admiramos eso, pero no nos puede enseñar un átomo, nada sobre democracia, sobre justicia. Bajo esas condiciones, amistad plena, trabajo conjunto.
— ¿Y con Brasil?
— La agenda con Brasil es muy amplia y nunca se detuvo. El tema de embajadores es algo más administrativo. De nuestra parte estamos a la espera, es un tema administrativo del gobierno de Dilma Rousseff.
— ¿Hay nuevos liderazgos en el MAS para 2020?
— Apenas estamos en 2015… Falta mucho para hablar de ese tema. En todo caso hay liderazgos, no fuertes, no tan potentes como el del Presidente, pero en cinco años habrá que reforzarlos.
— ¿Y se ve de nuevo como vicepresidente en 2020?
— Es muy temprano para especular eso. Vamos a cumplir lo que manda la Constitución.
— Si ya no es vicepresidente, ¿cuál es el futuro que planea Álvaro García Linera?
— Me gustaría dar clases, volver a la cátedra. Escribir uno o dos libros, no mis memorias, sobre teoría de la política, del Estado, de la hegemonía. De hecho, ya voy a tocar la puerta de la universidad para dar una o dos clases a la semana.
— ¿Y el bebé que prometió tras las elecciones, con su esposa Claudia Fernández?
— Algún rato se dará. Tuvimos cierto cuidado por las elecciones. Vivimos en un departamento muy pequeño y el problema es la presencia de mucho libro. No hay área, a excepción del baño y la cocina, que no tenga libros. Eso no es cómodo para Claudita. La idea es vender el departamento, mejorar nuestro crédito para comprarnos una pequeña casa. Allí me botarán al garaje con mis libros o haré un búnker. Ella precisa una casita donde pueda imponer la estética y el aire de la presencia de la mujer, lo que es muy importante para adecuarla a la posibilidad de recibir hijos.
— Entonces ello puede pasar este año…
— Es una probabilidad.