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Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 14:19 PM

La ‘política boliviana’ de Chile desde la Guerra del Pacífico hasta 1900

El Gobierno chileno envió, con Gabriel René Moreno y Luis Salinas Vega, las “bases chilenas” para un acuerdo con Bolivia, mediante el cual Bolivia renunciaría a la provincia de Atacama a cambio de asegurarse Arica como su puerto natural de conexión con el océano Pacífico.

/ 24 de marzo de 2018 / 01:43

A corto tiempo de la toma de Antofagasta y del resto del departamento del Litoral boliviano y a poco de la declaratoria de Guerra con el Perú y Bolivia, al ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Domingo Santa María, se inició la denominada “política boliviana”, llevada a cabo por la diplomacia chilena con el propósito de lograr la alianza con Bolivia, a costa del Perú.

Como afirma el historiador chileno José Miguel Concha —en su libro La política boliviana: iniciativas del Ejecutivo chileno para una alianza estratégica en Bolivia publicado en 2011— la “política boliviana” tenía dos objetivos: “neutralizar a toda costa una eventual participación de la Argentina en la lucha armada y establecer canales diplomáticos con Bolivia para lograr su marginación de la guerra” y así centrar la lucha armada solo contra el Perú.

Luego de una serie de conversaciones secretas, el Gobierno chileno envió, con Gabriel René Moreno y Luis Salinas Vega, las “bases chilenas” para un acuerdo con Bolivia, mediante el cual Bolivia renunciaría a la provincia de Atacama a cambio de asegurarse Arica como su puerto natural de conexión con el océano Pacífico.

Como es de amplio conocimiento, las reuniones con el presidente boliviano Hilarión Daza se realizaron en mayo de 1879 en Arica y el resultado fue un fracaso porque Daza se negó a romper la alianza con el Perú, hizo públicas las bases chilenas acusando al Gobierno chileno.

Más allá del practicismo de Santa María, lo importante es destacar que en plena Guerra del Pacífico autoridades chilenas se dieron cuenta que dejar a Bolivia sin acceso al mar era injusto y ocasionaría conflictos posteriores.

Por eso es necesario recordar fragmentos de las cartas de Santa María y Rafael Sotomayor, transcritas tanto por autores bolivianos como por autores chilenos. A continuación la transcripción de la carta de Santa María a Rafael Sotomayor, ministro de Guerra, de 8 de diciembre de 1879: “(…) El único medio que habría de evitar este serio inconveniente, la prolongación de la lucha en Tarapacá, sería interponer a Bolivia entre el Perú y nosotros, cediendo a la primera Moquegua y Tacna. Así habría un muro que nos defendería del Perú y nos dejaría tranquilos en Tarapacá (…). No olvidemos por un instante que no podemos ahogar a Bolivia.

Privada de Antofagasta y de todo el litoral que antes poseía hasta el Loa, debemos proporcionarle por alguna parte un puerto suyo, una puerta de calle, que le permita entrar al interior sin zozobra, sin pedir venia. No podemos ni debemos matar a Bolivia. Al contrario debemos sustentar su personalidad como el más seguro arbitrio de mantener la debilidad del Perú”. (La misiva fue publicada por el historiador Concha en el libro anteriormente citado).

La transcripción de la otra carta de Justiniano Sotomayor enviada al presidente Hilarión Daza se detalla en el pergamino que se adjunta a este artículo. En ese sentido, las cartas de Sotomayor fueron publicadas por el historiador boliviano Roberto Querejazu y revelan el reconocimiento del Gobierno chileno de que Bolivia tenga un puerto de acceso al océano Pacífico.

Después de la guerra, el gobierno de Santa María abandonó la “política boliviana”, animado por el éxito del Tratado de Ancón con el Perú y las buenas relaciones con la Argentina, ya no buscó una solución con Bolivia asegurándolo como futuro aliado, sino soluciones más radicales de presión militar para obligarle a firmar el pacto de tregua. Este pacto fue suscrito bajo la presión de que se reanuden las hostilidades.

Pese a los esfuerzos de los enviados bolivianos, Belisario Boeto y Belisario Salinas, para asegurar un puerto para Bolivia, la Cancillería chilena negó esa posibilidad.
El proceso de negociación del pacto dejó en claro dos posiciones irreconciliables que persisten hasta la actualidad. Bolivia reclama su derecho a tener un acceso soberano al Pacífico y Chile se la niega aduciendo que no puede interrumpir su territorio ni disponer sobre el territorio anteriormente peruano, aunque sobre esto último se dieron cambios muy importantes en los años 1895, 1920, 1926, 1950 y 1975.

La soberbia chilena con la que concluyó la década de los ochentas terminó a consecuencia de la crisis política en Chile que desencadenó la Guerra Civil en Chile de 1891 y por el acercamiento de Bolivia con Argentina que desembocó en el Tratado de Límites por el cual Bolivia cedía la Puna de Atacama a cambio de mantener Tarija. Durante la Guerra Civil, la Junta de Iquique buscó un acercamiento con Bolivia a cambio de la provisión de armamento.

La Junta de Iquique envió a Sucre a Juan Gonzalo Matta para comprar armamento; el Gobierno de Arce propuso que a cambio se prometa un puerto para Bolivia, a lo que la junta se negó, así que no hubo ni armas, ni puerto, pero quedó un camino abierto para que el Gobierno chileno retorne a “la política boliviana”.

En el gobierno de Jorge Montt (1891–1896), la denominada “política boliviana” de la Cancillería chilena resurgió y nuevamente para ello tuvieron que ver las relaciones con la Argentina. Las relaciones entre Chile y Argentina, cordiales durante el gobierno de Balmaceda, entraron en una profunda tensión debido a un nuevo viraje de la posición argentina, al mando del canciller Estanislao Zeballos, respecto a cómo solucionar los problemas pendientes con Chile, llegando a plantear incluso posiciones belicistas para detener el “expansionismo chileno”.

En contrapartida, las relaciones entre la Argentina y el Gobierno boliviano, encabezado por Mariano Baptista, fueron óptimas hasta llegar a un Tratado de Límites en el que ambos países salieron ganando. Como los propios historiadores chilenos lo reconocen, el hecho de que la diplomacia chilena retome la estrategia de un acercamiento a Bolivia, estaba íntimamente relacionado con el peligro que significaba una guerra con Argentina, teniendo a Bolivia como aliado, conocida la propuesta del Gobierno argentino de una salida libre por el Atlántico.

Así el Gobierno chileno instruyó a su ministro Plenipotenciario en Bolivia, Juan Gonzalo Matta, iniciar conversaciones para lograr un Tratado de Paz definitivo sobre la base de la cesión de Bolivia de su provincia del Litoral a cambio de que Chile le transfiera un puerto al Pacífico con el fin de solucionar su mediterraneidad.

Las negociaciones no fueron fáciles, duraron tres años, muchas razones de detalle, pero sobre todo, las dificultades de decisión política en ambos países. En Chile, los constantes cambios de ministros; en Bolivia, la oposición liberal, la influencia Argentina, la fidelidad a la alianza con Perú influyeron para las constantes dilaciones. Finalmente, el 18 de mayo de 1895 se suscribieron en Santiago tres tratados, uno de paz, uno de transferencia de territorios y otro de comercio.

Lo más importante de los tratados citados, en función de la política actual boliviana, es el reconocimiento oficial de Chile del derecho y la necesidad de Bolivia de tener un libre acceso al mar, manifestado en el preámbulo del Tratado de Transferencia de Territorios con “el propósito de estrechar cada vez más los vínculos de amistad que unen a los dos países y de acuerdo con que es una necesidad superior, el futuro desarrollo y prosperidad comercial de Bolivia requiere su libre acceso al mar”. No sin dificultades, los gobiernos de Chile y Bolivia, mediante sus respectivos congresos, ratificaron los tratados y canjes en abril de 1896, pero no entró en vigor por la no aprobación de los protocolos complementarios.

Lo importante de recordarlos es que en esa ocasión el Gobierno chileno reconoció la necesidad de no dejar a Bolivia sin puerto propio. Luego, los gobiernos chileno y argentino lograron solucionar su conflicto y a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX la política chilena cambió completamente y, aprovechando la situación interna y externa que vivía Bolivia, lo obligó a firmar el Tratado de 1904, descartando la posibilidad de otorgarle un puerto propio. Pero, como ya habían previsto las mismas autoridades chilenas, condenar a Bolivia a un perpetuo enclaustramiento no garantizaba una verdadera paz en el continente y se convertiría en una fuente de perpetua controversia. Por eso varios gobiernos chilenos posteriores aceptaron buscar soluciones para otorgar a Bolivia un puerto propio.

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Protagonistas de la gesta del 16 de julio de 1809

Al recordar aquella noche del 16 de julio de 1809 ¿quiénes fueron los principales protagonistas?

Por Fernando Cajías de la Vega

/ 16 de julio de 2023 / 06:47

La paz 214 años

Al recordar aquella noche del 16 de julio de 1809, sobrevienen muchas preguntas, una de ellas se refiere a ¿quiénes fueron los principales protagonistas?, ¿quiénes fueron los que se animaron a rebelarse contra el todavía muy fuerte imperio español? Algunos historiadores piensan que más bien debe preguntarse ¿quiénes no participaron?, porque en la rebelión participaron muchas personas.

Que esa noche, los días y las semanas subsiguientes, estuvo mucha gente metida no cabe ninguna duda, pero los que encabezaron la revolución y, por ello, fueron condenados a morir o a ser desterrados, suman un centenar.

Un buen número de ellos eran parte de la élite paceña: hacendados de la coca, abogados, regidores del cabildo, exautoridades, comerciantes. Sobre sus semblanzas ha trabajado especialmente el historiador Roberto Choque.

Es importante recordar que desde el siglo XVIII, la principal actividad económica y la más rentable en la región paceña era la producción de coca. Varias fortunas, entre ellas la de una buena parte de la familia Díez de Medina provenían del comercio de la hoja con Potosí y otros centros.

Por lo tanto, los hacendados de la coca tenían una buena posición, por eso no deja de ser intrigante pensar que personas de un buen posicionamiento económico y social hayan asumido los riesgos de una revolución. Lo cierto es que Roberto Choque ha contabilizado 21 hacendados de la coca profundamente comprometidos en la sublevación, entre ellos, los hermanos Victorio y Gregorio Lanza, Ramón Loayza y Pedro Rodríguez.

Aunque son necesarios mayores estudios al respecto, parece bastante cierto que ante la crisis minera que vivía la Audiencia de Charcas, desde fines del siglo XVIII, también la producción de la coca estaba en crisis y, por ello, varios representantes del sector estaban envueltos en deudas.

Otro grupo destacado es el de los abogados: Catacora, Sagárnaga, Gregorio Lanza, etc., varios formados en la Universidad de San Francisco Xavier, vinculados a varios de los abogados de la Academia Carolina que dotaron de ideología y proyecto a los hechos revolucionarios. En el grupo de los profesionales estaba Buenaventura Bueno, profesor de Latín y Gramática.

La Iglesia paceña, como sucedió en todas las regiones hispanoamericanas, a lo largo de la Guerra de la Independencia, estuvo políticamente dividida. Mientras el obispo La Santa adoptó una posición temiblemente contraria a la revolución, varios sacerdotes estuvieron involucrados en ella. Tal el caso del presbítero Antonio Medina, probable redactor de la Proclama de la Junta Tuitiva, del padre Francisco Iturri, de Melchor León de la Barra y del cura guerrillero Ildefonso de las Muñecas.

MURILLO.

Llama la atención que dentro de ese grupo de propietarios, abogados, regidores y exautoridades, fuera elegido como presidente de la Junta Tuitiva, Pedro Domingo Murillo, un hombre de pocos bienes, conocedor del derecho, pero sin título de abogado, hijo de cura, lo que en la época era un estigma social que le impidió recibir herencia. Además de su carisma tenía dotes como militar, tan necesarios en época de violencia. También estuvieron dos españoles, Indaburo y Navarro, hacendado, de buena posición social y política, que en medio de la rebelión se pasó de bando, ante la noticia de la llegada de las tropas realistas. El que impidió que Indaburo retomase la ciudad fue otro español, el gallego Gabriel Castro, uno de los más radicales que resistió hasta la muerte, en Yungas.

Otro personaje al que la memoria colectiva no ha rendido suficiente homenaje es Juan Manuel Cáceres, el escribano de la Junta Tuitiva, ya un hombre mayor en el momento de los sucesos, como Murillo. Logró huir de la sentencia de enero de 1810 y prófugo dirigió a los sublevados indígenas de Pacajes. El historiador René Arze es el que más ha investigado sobre este importante personaje. Durante la noche revolucionaria participaron muchas mujeres, sus nombres han quedado en el anonimato. Pero, durante el proceso independentista, destacaron varias paceñas como Simona Manzaneda. La figura más emblemática y legendaria es la de Vicenta Juaristi Eguino Diez de Medina, bella, de clase alta, eterna conspiradora, fue de las pocas sobrevivientes, que junto a Miguel Lanza, dio la bienvenida a Sucre, escogida, entre todos, para el discurso central.

María Luisa Soux, en su estudio sobre el mundo femenino y familiar durante el proceso de la Independencia, resalta la activa participación de mujeres de la élite paceña en uno y otro bando. Sin duda, destaca entre los patriotas, Vicenta, que pertenecía, por Diez de Medina, a una de las familias más poderosas, gracias al comercio, la hacienda y la coca. Como Soux y Klein recuerdan, en esa época no pocas mujeres paceñas tenían bastante libertad para manejar sus tierras y sus joyas, las que utilizaron para apoyar a unos y otros, o para liberar a sus maridos. Mujeres luchadoras, como lo fueron, 30 años antes, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza. Finalmente, es importante recordar a algunos que estuvieron del lado realista. Unos españoles europeos como el Obispo La Santa, otros criollos arequipeños, como Goyeneche o Pio Tristán, que murieron en sus camas, llenos de gloria y fortuna, mientras la gran mayoría de los patriotas del 16 de julio murió violentamente.

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Las independencias antes de la Independencia

Este título sugestivo, acuñado en un seminario en el Perú, revela un debate que se desarrolla hace varios años entre historiadores de los países latinoamericanos, para encontrar nuevas miradas sobre lo que ha significado la consecución de la Independencia de nuestros países.

Por Fernando Cajías de la Vega

/ 6 de agosto de 2022 / 03:29

Bolivia, 197 años de independencia

Este título sugestivo, acuñado en un seminario en el Perú, revela un debate que se desarrolla hace varios años entre historiadores de los países latinoamericanos, para encontrar nuevas miradas sobre lo que ha significado la consecución de la Independencia de nuestros países.

Evocamos el 6 de agosto de 1825 como la fecha fundacional de nuestro país y, eso tiene su gran base porque ese día se consolidó la Independencia; pero al evocar no podemos quedarnos en recordar solo el inicio de una era sin comprender que ese momento fue resultado de un largo proceso de luchas militares y sociales, además de profundos cambios políticos y de mentalidades.

Por estas razones es que actualmente es preferible hablar del proceso hacia la Independencia y no exclusivamente de Guerra de la Independencia. Otro aspecto que también ha merecido revisión, ya desde hace décadas, pero que todavía genera polémica, es que tradicionalmente se consideró que el cambio político se inició en 1808, con la crisis de la monarquía española, la invasión de Napoleón a España y las consecuencias que estos hechos tuvieron en América con los movimientos juntistas de 1809 y 1810.

Sin desmerecer que la coyuntura de 1808 fue fundamental para la Independencia, no se puede desconocer que el proceso hacia la emancipación empezó décadas antes. Por supuesto que la resistencia de los indígenas a la dominación española tiene antecedentes desde la colonia temprana, también las diferencias entre criollos y europeos; pero es a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando el proceso hacia la Independencia se consolida en varios frentes.

El que más se desarrolló en esos años fue el indígena. Su descontento partió de las pensiones fiscales a las que estaban sometidos: el tributo, la mita y, sobre todo, el reparto mercantil. Este último, legalizado en 1751, consistía en la distribución obligada a los indios de mercaderías traídas de Europa como de productos de América. Los indios estaban obligados a recibirlas, sean útiles o inútiles, en los precios fijados por el Corregidor.

En la segunda mitad del siglo XVIII existía una relativa acomodación al tributo, inclusive, pese a sus abusos, a la mita; pero el reparto significó la ruptura del frágil equilibrio existente. Por eso en el siglo XVIII se han contabilizado un centenar de rebeliones indígenas contra el tributo, pero sobre todo contra el reparto. Fueron manifestaciones antifiscales, pero también tuvieron objetivos políticos, como terminar con los corregidores y caciques encargados de los cobros.

Existen varios ejemplos de esas rebeliones. En 1730, el mestizo Alejo Calatayud dirigió una revuelta en Cochabamba contra la tentativa de incluir en la tasa de tributarios a los mestizos. En 1739, abortó una rebelión en Oruro, en la que Vélez de Córdoba se proclamó nieto del Inca y dispuesto a levantarse contra los españoles. Particularmente interesante fue la rebelión de Condo Condo (Oruro) contra los abusos de los caciques cobradores de tributos. En Sica Sica, los comunarios mataron al Teniente de Corregidor en 1770, como parte de una rebelión identificada en contra del reparto de mercaderías. Lo mismo pasó en Jesús de Machaca.

Todas estas rebeliones tuvieron carácter local hasta que explotó la sublevación general de indios de 1780-1782, producto de un largo proceso del descontento indígena, agudizado a mediados de la década del 70 por la política de las Reformas Borbónicas.

Si bien estos movimientos fueron fundamentalmente de carácter económico y social, se los vincula al proceso hacia la Independencia, porque también reflejan el deseo de una transformación política que acabe con los abusos del antiguo régimen. La mayoría de las rebeliones locales terminaron con la vida de corregidores y caciques, pero lo más importante desde el punto de vista político fue el “Nacionalismo Inca”; desde las rebeliones tempranas estuvo presente la idea de restaurar el Tawantinsuyo y con ello el gobierno del Inca.

Para que esas revueltas se integraran y tuvieran objetivos más estructurales era necesario un liderazgo aglutinador que creció y se consolidó luego de un largo proceso de legitimación. Existieron varios líderes aglutinadores, pero destacaron especialmente dos familias: los Amaru, cuzqueños y quechuas, y los Catari, caciques aymaras. De las dos familias, la de los Amaru adquirió mayor preeminencia por su descendencia directa de los incas.

En la Sublevación General de Indios destacaron José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, su primo Cristóbal, su sobrino Andrés y su esposa Micaela Bastidas; entre los Catari de Chayanta, Tomás, Dámaso y Nicolás. Mención especial requiere la figura de Julián Apaza y su esposa Bartolina Sisa, que no eran de la línea noble de caciques, pero tuvieron una gran convocatoria, uniendo a los Amaru y los Catari en el cerco de La Paz y de Sorata, utilizando el nombre de Túpac Catari.

La Rebelión General logró algunos de sus objetivos, como la eliminación del reparto y el cargo de Corregidor; pero sus líderes fueron víctimas de muertes crueles, como público escarmiento.

El otro frente de descontento contra el régimen español fueron los criollosmestizos o frente urbano. En la segunda mitad del siglo XVIII la coyuntura principal para ello, fueron las Reformas Borbónicas, que trajeron la reordenación profunda de las relaciones administrativas, militares y mercantiles entre la Metrópoli y las colonias; reajuste de las instituciones, elección de nuevas entidades político-administrativas, reformas que produjeron un gran descontento.

Una de las primeras medidas que produjo un gran malestar fue la expulsión de los jesuitas en 1767, cuyo mayor efecto se vivió en Moxos y Chiquitos y en todas las ciudades donde los jesuitas estaban presentes. Pero fueron, sin duda, las medidas administrativas y fiscales las que causaron mayor irritación, especialmente el aumento de los impuestos al comercio y la erección de aduanas. La Paz y Cochabamba fueron el escenario de revueltas urbanas contra las aduanas; la más grave fue el 12 de marzo de 1780 en La Paz, que obligó al obispo de la ciudad a suspender los nuevos impuestos.

Las Reformas Borbónicas pusieron en evidencia la crisis del sistema colonial y la fuerte rivalidad entre criollos y europeos, así como el creciente antieuropeísmo y la construcción paulatina de la identidad americana. Sin embargo, cuando se dio la rebelión en 1780, el descontento criollo se replegó; más pudo el miedo a los indígenas radicales que, con el desarrollo de la sublevación, ya no distinguían entre el blanco europeo y el blanco americano. Pero, también se debió a un conflicto de intereses y diferencias de objetivos entre los rebeldes indígenas y rebeldes criollos.

En la única ciudad, en la que se unieron la rebelión indígena y la revuelta criolla, fue en Oruro, donde el 10 de febrero de 1781, después de una matanza de españoles, los criollos tomaron el poder aliados a los indígenas. Los conflictos políticos reflejados en la lucha abierta por el poder local de la Villa; los conflictos económicos originados por las deudas de mineros criollos a comerciantes europeos; la desconfianza y el desprecio social mutuos fueron la causa fundamental del enfrentamiento. La poderosa aristocracia minera criolla, encabezada por los hermanos Rodríguez y su empleado Sebastián Pagador, con el apoyo de la plebe y de las comunidades indígenas circunvecinas, establecieron un gobierno que duró varios años. La alianza con los indígenas duró pocas semanas; pero una vez derrotados éstos, los líderes criollos de Oruro fueron reprimidos brutalmente.

La represión no significó la supresión del descontento. En la década de los 90, por diversos medios llegó la influencia de la Revolución Francesa y las ideas de la Ilustración. Aunque no se dieron movimientos similares a los anteriormente descritos, en esta década y en la primera del nuevo siglo, se fueron gestando reuniones, lecturas, rumores que transformarían la cultura política, tanto en Perú como en Charcas y en las otras regiones hispanoamericanas. Es así que apenas surgió la coyuntura favorable de 1808 y de 1810, las rebeliones se multiplicaron por cientos.

También entre los indígenas de tierras bajas y en el mundo africano esclavizado se dieron otras independencias. Uno de los casos más emblemáticos es el de los guaraníes, que no tuvieron un proceso hacia la Independencia, como las otras etnias, porque ya eran independientes. Una independencia con el alto costo de la guerra de siglos contra los españoles. Guerra con treguas y combates. Precisamente a principios del siglo XIX, la guerra guaraní volvió a estallar y, su máximo capitán, Cumbay, unió fuerzas con Belgrano y los esposos Padilla.

Los afrodescendientes tienen su mayor epopeya en la rebelión de Haití, la más radical y la primera del siglo XIX. Entre los varios protagonistas afros destaca la figura de Franciscote, con su rebelión abortada, en agosto de 1809, en Santa Cruz.

En esas independencias antes de la Independencia se lograron, aunque temporalmente, mayores transformaciones económico-sociales que en las repúblicas recién fundadas. Talvez porque viejos aliados de la contrarrevolución se acomodaron a lo inevitable. Pese a ello, parafraseando a la historiadora peruana Claudia Rosas, la permanencia de las estructuras sociales coloniales durante las primeras décadas republicanas, no significó la ausencia de transformaciones políticas profundas desde 1808, y desde décadas antes.

Con base en: Cajías, Fernando, ‘Acomodación, resistencia y sublevación indígena’ en Historia de América Andina, Volumen III, El Sistema Colonial Tardío, Quito, Universidad Andina, 2001.

Fernando Cajías De La Vega es Historiador, catedrático de launii versidadmayor de san andrés jumsak y de la universidadcatólica boliviana jucbk.

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Gran Poder, el lenguaje socioeconómico de la fiesta

El historiador Fernando Cajías analiza el prestigio y la devoción en la fiesta que está en constante cambio.

/ 12 de junio de 2019 / 00:00

La Fiesta del Gran Poder es una de las megafiestas urbanas de Bolivia, es una celebración colectiva masiva en la que se produce un encuentro social de miles de personas de todas las culturas paceñas y no paceñas, clases sociales, abolengos, conocimientos. Encuentro de género y generacional. Esta fiesta es uno de los escenarios emblemáticos interculturales e intersociales. Sin embargo, también es un escenario de jerarquías y desigualdades. Ya se ha dicho muchas veces que para entender la fiesta es necesario analizarla desde diversos lenguajes: religioso, de identidad, lúdico, artístico, político y socioeconómico. A pesar de que sus diferencias no son excluyentes, el debate está en establecer cuál es la razón principal que mueve a esa participación masiva. Sin desmerecer el gran valor de los otros lenguajes, en este artículo se analizará uno de esos debates: ¿es más importante la devoción al Jesús del Gran Poder o el prestigio social?

Ya en el libro clásico de Xavier Albó y Matías Preiswerk Los señores del Gran Poder (1986) se señala la importancia del lenguaje social y de las jerarquías dentro de la festividad. Si bien en las últimas tres décadas se han dado cambios muy profundos, considero todavía válida su clasificación de los actores de la fiesta en directos, indirectos y ausentes.

Con base en esa división y mis propias observaciones, se considera actores directos a los directivos de la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder, a los fundadores y directivos de cada una de las fraternidades; a los sacerdotes, cofrades y yatiris; a los fraternos que danzan (los guías y los de la base), a los músicos (compositores e intérpretes), a los empresarios y trabajadores creativos de la fiesta (bordadores, pollereras, sastres, costureras, matraqueros, imprenteros, videastas, zapateros, etc.), la Junta de Vecinos.

Todas y todos merecen estudios especiales, pero actualmente quienes más se consideran un “fenómeno social de la fiesta” son las mujeres, especialmente la chola paceña y los prestes/pasantes. Tanto la chola paceña como los prestes y pasantes han merecido importantes estudios que sería largo enumerar, entre ellos es importante destacar la decena de tesis elaboradas en la carrera de Comunicación Social de la Universidad Católica Boliviana. También se han producido documentales y películas como la producción (documental y de ficción) Entre Santos, Cholas y Morenos, de Okie Cárdenas, recientemente estrenada, en la que sobresalen las entrevistas a los pasantes.

Sin duda, uno de los fenómenos sociales más importantes de las últimas cuatro décadas, en casi todas las fiestas bolivianas, es la feminización de la celebración con una participación masiva de miles de mujeres de toda condición social, de todas las edades e identidades culturales. Su presencia ha producido importantes cambios en las danzas, creando nuevos personajes que antes no existían. La morenada es un ejemplo de ello: las señoras cholas, las señoritas cholitas guías, las cholas antiguas, las chinas morenas, etc.

A diferencia del Carnaval de Oruro, donde en las morenadas predominan, en cantidad, las chinas, las cholas antiguas y las cholitas; en las de La Paz predominan los masivos bloques de las señoras de pollera.

Todas parecen iguales, tienen el mismo traje desde la cabeza hasta los pies, cantan lo mismo e interpretan los mismos pasos. Pero como se demuestra en los estudios mencionados y en mis propios estudios, no todas son iguales. Hay diferencias económicas y de identidad. Económicas en el enorme valor de las joyas auténticas que portan algunas y las joyas de fantasía que portan otras; algunas cubren los gastos con sus excedentes, otras con los ahorros de todo el año y hasta con préstamos. Unas bailan representándose a sí mismas con su traje de gala y no dejan la pollera en su vida cotidiana; otras utilizan el traje de gala para todo evento, pero para la vida cotidiana se visten de modernidad; otras solo utilizan el traje en la Fiesta del Gran Poder, apropiándose felices de la identidad de las “verdaderas”.

Encabezan esos bloques las cholitas guías, jóvenes que derrochan alegría y belleza, elegidas por las parejas de pasantes o a veces por elección de un jurado. Visten con colores más vistosos y mueven sus polleras con más dinamismo para lucir sus bellas mankanchas. Unas de ellas buscaron más sensualidad, abrieron sus mantas, lucieron un leve escote; pero ahora esas libertades les han sido prohibidas. Muchas de ellas combinan en su vida cotidiana la tradición y la modernidad.

Sea como fuere, más allá de las diferencias señaladas, el protagonismo de la chola paceña en el Gran Poder es tan importante que es uno de los principales argumentos para justificar la Declaratoria de la Fiesta como Patrimonio de la Humanidad.

El otro gran fenómeno social es el de los prestes y los pasantes. Es precisamente en torno a este tema donde más surge la pregunta, ¿predomina la devoción o el prestigio social? Si bien algunos estudios se inclinan por afirmar que en ellos predomina el prestigio social, considero que ambos tienen la misma importancia, variando por supuesto de acuerdo con cada personalidad.

También hay que tomar en cuenta los cambios y las diferencias entre preste y pasante. El preste tiene su origen en la época colonial y su tarea era —y en muchos casos sigue siendo— fundamentalmente la organización de la parte religiosa (vestir a la imagen, adornar la iglesia, velar por los momentos religiosos como la misa y la procesión) y la recepción social. En cambio los pasantes se encargan, además, de gran parte de la organización de la fiesta (recepciones sociales, los ensayos, la indumentaria de la fraternidad, la banda de música, etc.).

Todo ello requiere de fuertes inversiones de dinero y de tiempo, por eso ya no es solo una pareja de pasantes, sino cuatro o más.

En todo caso, tanto en prestes como en pasantes, hay una enorme devoción por Jesús del Gran Poder. Parafraseando al sacerdote agustino Hans van den Berg (cuya orden ha estado mucho tiempo en el Gran Poder), que afirma que en el mundo rural aymara todos creen que “la tierra no da así nomás” y que no basta con solo sembrar, sino que se debe hacer rituales a la Madre Tierra, a la Virgen, a San Andrés; se puede comprobar que esa creencia se ha trasladado a la ciudad y la mayoría cree firmemente que “el negocio no da así nomás”, así se hace un ayni con Jesús del Gran Poder. A diferencia de los empresarios de la Quinta Avenida de Nueva York, no atribuyen su éxito solo a su gran olfato empresarial, sino a la ayuda sobrenatural.

También ser preste o pasante significa mucho prestigio social. Para la burguesía culturalmente mestiza, no solo del Gran Poder, llegar a ser pasante es cumplir “el sueño paceño” de ser reyes por un año. Nadie podrá quitarles el orgullo de ser los personajes más visibles durante el recorrido, por las bandas y los símbolos que portan, porque bailan delante de la poderosa banda y junto a ellos, la bella reina de la fraternidad.

Los actores indirectos merecen también ser estudiados. Pero dado el alcance de este artículo, solo mencionaré algunos: los funcionarios culturales del Gobierno Municipal, los jurados, los auspiciadores como Paceña, las comideras, peluqueras; los prácticos, los que hacen negocios en la fiesta, los medios de comunicación. Y sin duda el público, que al igual que los actores diversos son parecidos y diversos, diferentes según las calles del recorrido, en edades, en alegría, en consumo gastronómico. Finalmente, también es un desafío para el investigador el descubrir las razones de los ausentes.

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La Confederación Perú-Boliviana

Más allá de la organización política, la Confederación significó un proyecto a largo plazo

/ 27 de julio de 2013 / 04:27

Las relaciones entre Perú y Bolivia tuvieron su momento de mayor acercamiento durante la Confederación Perú-Boliviana. Si bien para este gran proyecto contribuyeron muchos ciudadanos y circunstancias favorables, su principal promotor fue el Mariscal Andrés de Santa Cruz y Calahumana, ciudadano no sólo de Bolivia sino también de Perú.

En efecto, Andrés de Santa Cruz nació en La Paz, hijo de un criollo peruano de Huamanga, don Josef de Santa Cruz, y de una noble indígena descendiente del cacicazgo de Huarina, doña Basilia Calahumana. En su sangre llevaba la integración. Se casó con una peruana, doña María Francisca Cernadas, su compañera de toda la vida, lo que reforzó su pertenencia a ambos países. A esos rasgos fundamentales de su personalidad se suma su formación como militar y estadista en ambos países, prueba de ello es su actuación durante la Guerra de la Independencia, primero como realista y luego como patriota. Independizadas ambas repúblicas, cumplió altas funciones en las dos.

Es innegable la gran amistad que lo unió con Bolívar, no así con Sucre, así como la influencia que ejerció el Libertador sobre él, especialmente en sus proyectos continentales, como la Federación de los Andes. Si analizamos a los protagonistas políticos hispanoamericanos de los primeros años republicanos, pocos tuvieron una visión continental. Entre ellos destacan Bolívar, Sucre, San Martín, O’Higgins y Santa Cruz. El primer gobierno de Santa Cruz en Bolivia fue de los mejores que tuvo nuestro país, por ello algunos de nuestros historiadores critican que no haya continuado su labor interna, en lugar de dedicarse al proyecto de unir a peruanos y bolivianos, proyecto que finalmente no resultó.

Como se sabe, la construcción de ese proyecto no fue fácil, pues se tuvo que enfrentar con una fuerte oposición interna y externa. Pese a ello, logró suscribirse el Pacto de Tacna de 1837, que plasmó las bases para la Confederación Perú-Boliviana. En ese pacto se creaba un Estado federal compuesto por tres Estados soberanos: Nor Perú, Sur Perú y Bolivia. Los tres tenían sus propias administraciones, pero sometidos a un poderoso gobierno central, encargado de las relaciones internacionales, las fuerzas armadas y la política económica. A la cabeza del Poder Ejecutivo estaba el Súper Protector Andrés de Santa Cruz, con amplios poderes.

Más allá de la organización política, la Confederación significó un proyecto a largo plazo, cuyas dos bases fundamentales eran la construcción de un Estado poderoso con primacía en Sudamérica y hegemonía en el océano Pacífico. El mayor opositor al proyecto fue el Gobierno de Chile, que adoptó el proyecto de Portales que significaba precisamente lo contrario: impedir la unión de Bolivia y Perú, para mantener el equilibrio americano y tener la hegemonía en el Pacífico. Esto último significaba que Valparaíso sea el gran puerto de redistribución de la mercadería europea, y no así Arica o el Callao. Por circunstancias internas y externas, el proyecto crucista fracasó; en cambio, el proyecto portaliano se consolidó. Dada la anarquía que se vivía en América en esos años, los dos proyectos de Estado más serios y de larga duración que se dieron fueron los dos mencionados.

El Gobierno chileno logró convencer a los gobiernos boliviano y peruano, posteriores a la caída de Santa Cruz que el Mariscal era el peor enemigo de las tres repúblicas, y no cesaron hasta lograr que saliera desterrado a Europa. El crucismo no murió inmediatamente, como sucedió con otros partidos caudillistas. Tuvo seguidores por varios años, especialmente en el sur peruano y en Bolivia. En Bolivia, varias veces intentaron retomar el poder.

En todo caso, fue la Guerra del Pacífico, como afirma el historiador estadounidense Phillip Parkerson, la que demostró el error de no haber mantenido la Confederación y así muchos bolivianos y peruanos reavivaron los anhelos de Santa Cruz. Entre ellos destacaron Ladislao Cabrera y Julio Méndez, quienes presidieron el Club de la Unión Federal Perú Boliviana. Sin duda, parafraseando a Parkerson, no es difícil deducir que de haber prosperado el proyecto de la Confederación, la historia de la región habría sido muy diferente.

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