LR en la Memoria

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 13:54 PM

Noviembre 2019, la transición que partió a Bolivia por el eje

La promoción de Jeanine Áñez a la silla presidencial fue materializada por un cuarteto de senadores pertenecientes a la minoritaria bancada de Demócratas: la propia Áñez, Óscar Ortiz, Arturo Murillo y algo más atrás Yerko Núñez.

/ 4 de julio de 2021 / 01:31

¿Alguien preguntó por la vida y el paradero del entonces primer vicepresidente de la Cámara de Senadores, Rubén Medinaceli Ortiz? ¿Se sabe exactamente en qué momento y en qué circunstancias decidió desaparecer luego de la renuncia de Evo Morales a la presidencia en la tarde del 10 de noviembre de 2019? Pareciera que a Medinaceli se lo hubiera tragado la tierra. Se sabe que la línea de sucesión presidencial, según el artículo 169 de la CPE, fue acosada y amedrentada, no solo en las personas de la presidenta del Senado, del presidente y la primera vicepresidenta de Diputados, sino que fue extendida a sus familiares: la casa del padre de Adriana Salvatierra en Santa Cruz de la Sierra, el hermano de Víctor Borda amenazado de muerte en Potosí, la casa de la madre de Susana Rivero en Trinidad. Todo estaba perfectamente planificado: ninguno de los legalmente habilitados para instalar plenos camarales y generar decisiones en la Asamblea Legislativa Plurinacional estaría en condiciones de hacerlo porque la triple vigilancia y persecución con acciones sincronizadas —civiles, militares, policías— tenía el objetivo principal de lograr que el MAS quedara desplazado del gobierno por la fuerza.

Lo que sucedió entre el 10 y el 12 de noviembre de 2019 fue el rompimiento del poder constituido, activado por la expresión más rabiosa de la clase media urbana adscrita a una visión conservadora y étnicamente excluyente de país de la que tengamos memoria en las últimas décadas, que sacada de quicio por el prorroguismo de Evo Morales, decidió adoptar durante tres semanas lo que las organizaciones sociales bolivianas conformadas por indígenas, campesinos y obreros utilizaron históricamente como métodos de protesta: bloqueos y movilizaciones callejeras, de manera que esa clase media urbana “apolítica” ampliara su radio de acción desde las redes sociales hacia los espacios públicos de los nueve departamentos de Bolivia para impugnar un fraude electoral hasta hoy no demostrado, reclamando en principio un desempate en segunda vuelta, pidiendo a continuación la anulación del acto eleccionario y finalmente presionando para que Evo Morales dimitiera a la presidencia del Estado.

No sería presidenta del Estado Plurinacional Adriana Salvatierra. Amedrentada por civiles, militares y policías e instruida por Evo Morales, tomó la decisión de renunciar a la presidencia del Senado. ¿Rubén Medinaceli? No se sabe, no responde. Víctor Borda tampoco, si no renunciaba y osaba aparecer por la plaza Murillo, la vida de su hermano corría peligro: el asunto estaba en manos del Comité Cívico de Potosí encabezado por Marco Pumari. Ojo que ninguna de las dimisiones fue formalmente tratada y aceptada porque las cámaras se vieron imposibilitadas de instalar sesiones entre el 10 y el 12 de noviembre. Susana Rivero, en cambio, se negó a renunciar y quedaba como presidenta en ejercicio de la Cámara Baja. Estuvo en la Embajada de México desde el 10 de noviembre hasta la tarde del 13, día en que fue a la Cámara de Diputados, y asediada por uniformados en el hemiciclo recompuso la directiva que a partir de ese momento presidía Sergio Choque, y se marchó para dejar formalmente su diputación, recién el 6 de enero de 2020.

Neutralizada la línea sucesoria legalmente habilitada por los dos tercios con los que el MAS controlaba las dos cámaras, los ya conocidos y varias veces nombrados usurpadores de la institucionalidad democrática —Mesa, Tuto Quiroga, Camacho, Doria Medina, Ortiz, la jerarquía eclesiástica, tres embajadores, dos exdefensores del Pueblo, Albarracín y Villena (+)—, consensuaron en la Universidad Católica de La Paz la promoción de Jeanine Áñez a la silla presidencial que un cuarteto de senadores pertenecientes a la minoritaria bancada de Demócratas se encargó de materializar: la propia Áñez, Óscar Ortiz, Arturo Murillo y algo más atrás Yerko Núñez se valieron de la figura constitucional con la que accedió a la presidencia Tuto Quiroga en 2001 —que sí se encontraba en la línea sucesoria en su condición de Vicepresidente— y de un comunicado institucional sin valor vinculante emitido por el Tribunal Constitucional sustentando la figura del ipso facto, basada en el antecedente de Quiroga reemplazando a Banzer.

Los senadores Yerko Núñez, Óscar Ortiz y Arturo Murillo, aliados de Áñez en su llegada al poder.

La posesión ilegal

Para desembocar en la ilegal posesión de Áñez en el viejo Palacio de Gobierno, sin haber sido elegida formalmente por nadie, se desencadenaron una serie de hechos que en exactamente tres semanas derivaron en la caída de Evo Morales, operados desde afuera por la OEA, el Departamento de Estado norteamericano, la Unión Europea y la Embajada de Brasil, y desde dentro del país a través de una concertación civil, policial, militar y eclesiástica que envalentonó a los civiles que con trastos domésticos y unas cuerdas improvisadas a las que Evo Morales bautizara despectivamente como “pititas”; supieron paralizar el tráfico vehicular alterando la cotidianidad con gran contundencia, endemoniados porque el mismo Morales habría osado instruir que no se abasteciera de alimentos a los centros urbanos del país. ¿Cómo? ¡Sacrilegio! ¿Los campesinos que cultivan la tierra, los que le dan de comer a señoras, señores, señoritas, señoritos, jailones y no jailones se atreverían a dejar de servir a los estupendos habitantes con pedigree familiar, con 4×4 a la puerta, y viajes a Camboriú o a Miami? Los trabajadores de la tierra nunca habían llegado a extremos de soportar amenazas de grueso calibre y en esta oportunidad tampoco sucedería. Los campesinos y los indios tuvieron siempre la obligación de procurar todo lo necesario para las zonas de confort.

De la protesta callejera, de los cabildos en el Cristo Redentor de la Monseñor Rivero en Santa Cruz de la Sierra repletos de plegarias y la Biblia en el atril de Luis Fernando Camacho, de los bloqueos con amarres y cuatro gatos por esquina bien distribuidos por todas las zonas de La Paz y el resto de las ciudades capitales, los “pititas” pasaron al frente, indignados y temerosos porque “la indiada” amenazaba con descolgarse de los cerros desde Pampahasi para saquear e incendiar casas. Efectivamente sucedió que las “hordas masistas”, así calificadas por Arturo Murillo, cometieron, por ejemplo, desmanes como el producido en el Chapare donde campesinos cocaleros quemaron el Victoria Resort —hotel propiedad de Murillo—, quien al día siguiente del atentado sufrido (11 de noviembre) informó que el edificio quedó reducido a cenizas y tuvo que esconder a sus familiares a fin de evitar consecuencias funestas. Cosa parecida sucedió con la casa del rector de la UMSA y miembro del Conade, Waldo Albarracín, y la presentadora de televisión Casimira Lema. ¿Eran efectivamente militantes del hasta ese momento partido de gobierno los que actuaron vandálicamente? ¿O se trataba de una confusa mezcla de actores provenientes del lumpen junto a sectores desesperados porque su presidente estaba siendo derrocado?

Los “pititas” tenían como guardaespaldas a policías y militares que cambiaron de dirección en sus tareas de sofocamiento de los desórdenes y la violencia, que decidieron vulnerar sus roles constitucionales que les impiden la deliberación pública y la no intervención en los asuntos políticos del Estado: le pidieron la renuncia a su Capitán General, el Presidente del Estado. Los “pititas” verdes, amarillos, azules y rojos fueron protegidos para arremeter, golpear, pintarrajearle todo el cuerpo y poner de rodillas a la alcaldesa de Vinto (Cochabamba) Patricia Arce. Lo hizo la Resistencia Juvenil Cochala que perpetró este acto de violencia cargado de simbolismo racista, pisoteando la wiphala para convertirla en un trapo mugroso.

Persecución política

Antes de que el 15 y 19 de noviembre se produjeran las tragedias de Senkata, El Pedregal y Sacaba, la Unión Juvenil Cruceñista, consecuente con su muy conocido accionar racista y discriminador, acorraló a ciudadanos y ciudadanas en Yapacaní y en Montero que terminaron encarcelados y torturados sin que a varios de ellos se les pudiera haber comprobado vinculación alguna con el Movimiento Al Socialismo (MAS). Era, como se dice popularmente, “gente que pasaba por ahí”. El pasado viernes 18 de junio, este periodista tuvo la posibilidad de participar en una reunión producida en La Paz con las víctimas de las violaciones a los derechos humanos en las mencionadas localidades cruceñas, personas de muy limitada condición económica, hace más de un año desempleadas. En dicho encuentro se registraron 45 testimonios de hombres y mujeres, muy jóvenes todos ellos, que todavía no han sido sobreseídos por acusaciones nunca demostradas por el Ministerio Público. La crueldad y los comportamientos extorsivos de efectivos policiales les provocaron estancias infernales en los recintos penitenciarios en los que fueron recluidos. A fin de evitar la espectacularización de un evento como éste, dramático en su dimensión humana, de los que suele aprovecharse el amarillismo periodístico, no hubo convocatoria a los medios de comunicación. Las conclusiones de dicha mesa informativa dejaron clara la urgencia de una solución judicial para otorgar libertad irrestricta a estos ciudadanos criminalizados por militar en el partido azul o tener una relación con él, como si se tratara de un delito en sí mismo.  Sería bueno preguntarle a Jeanine Áñez y a los suyos, a Amparo Carvajal de DDHH, al Conade, a la Iglesia Católica, y a todos quienes facilitaron la presidencia transitoria ilegal, si esto es o no persecución política, si éstas son o no violaciones sistemáticas a los derechos ciudadanos.

La Bolivia “pitita”, en su legítimo afán de reclamar por su voto del 21F de 2016, desconocido por el Tribunal Constitucional el 28 de noviembre de 2017, fue desplegando una serie de movimientos que pasaron de la retórica agresiva a las acciones de hecho. Los “pititas” verdes fueron los ambientalistas de ocasión que armaron una campaña en redes sociales demonizando como antiecológico y depredador de la naturaleza al gobierno del MAS por los incendios en la Chiquitanía. Los “pititas” amarillos tecleaban desquiciados y producían memes en sus redes contra Venezuela, Cuba, el socialismo del siglo XXI, los cocaleros narcotraficantes y los populistas corruptos. Los “pititas” azules andaban desencantados porque habían votado —¡dos veces!— por Evo y habían quedado decepcionados por su obsesión de eternización en el poder. Y los “pititas” rojos eran los parapoliciales y paramilitares dispuestos a mancharse las manos de sangre si era necesario para hacer justicia contra esos “masistas de mierda”, idólatras de su líder.

Los “pititas” de cualquier color solo sabían a quién sacar del gobierno. No tenían idea de a quién se podía poner constitucionalmente. Su ceguera político-ciudadana se verificaba en vigilias organizadas al ingreso de la zona de La Rinconada donde se encuentra la Embajada de México, o al frente del edificio de apartamentos en el que habitaba el ministro de Gobierno Carlos Romero, o en las puertas de medios de comunicación como la televisión estatal, y en el trajinar diario en las calles en el que si aparecía alguna cara que no fuera de su agrado, se instalaba el acoso verbal y la amenaza. Podría contarlo la chofer del pseudoperiodista Entrambasaguas, alguna vez dedicada a la producción audiovisual. O también la persona que repartía vales de comida chatarra por tantas horas de sacrificio para los vigilantes con la misión de evitar las “fugas” de Héctor Arce, Juan Ramón Quintana, Javier Zavaleta o Wilma Alanoca de la residencia de la embajadora de México, María Teresa Mercado.

¿Transición democrática? ¿Gesta heroica contra la dictadura? ¿Reivindicación del Estado de Derecho? No. Instalación de un gobierno de derecha cívico policial militar, autoritario, persecutor, extorsivo, torturador y asesino. Esos fueron los resultados con que quedaron retribuidos los “pititas” por su unción cívica. Con un gobierno que malversó sus sueños y que los condujo a mascullar, 363 días después de las anuladas elecciones de 2019, otra aplastante derrota. Habían ganado el referéndum del 21 de febrero de 2016, habían tumbado a Evo Morales el 10 de noviembre de 2019 y terminaron estruendosamente derrotados el 18 de octubre de 2020 ya sin la coartada de Evo queriendo ser presidente para siempre.

Bolivia vivió un año de patetismo entre 2019 y 2020. La clase media movilizada, ansiosa por ver al “indio” expulsado del gobierno, terminó convirtiéndose en la facilitadora de un ahondamiento de lo que podría llamarse la grieta boliviana. Los militares volvieron a ser nombrados “milicos golpistas” como sucedía en los años 70 y 80. Los policías ahora son estigmatizados como “motines” por haberse rebelado contra el gobierno constitucional. Y los “pititas”, vivieron un espejismo de esperanza con su “¿quién se wrinde? Nadie se wrinde”.  “¿Evo de nuevo?” Ya no, como consuelo, aunque su partido sea otra vez el que gobierna Bolivia a través de otro de esos triunfos electorales al que ya fue imposible tachar de fraudulento. Aunque volvieran a tocar las puertas de los cuarteles. Aunque pidieran al organismo electoral evitar la posesión de Luis Arce Catacora. El precio ha sido nuevamente muy alto en vidas humanas, con un gobierno autoritario especializado en destrozos, capturado por un puñado de vividores que luego de asaltar el poder, comenzaron a asaltar las arcas del Estado con desenfreno.

El 15 de agosto de 2020 Jeanine Áñez afirmó que pacificó al país dos veces. Que en ese momento se trataba de salvar vidas en la lucha contra el COVID-19. Que era necesario combatir la violencia del MAS que impedía el transporte de oxígeno por las carreteras. Vistos los acontecimientos en este primer semestre de 2021, no hay argumentos que puedan sostener esa pretendida pacificación. Se lo han desmentido, con el destape de tramas de corrupción y de represión política, los mismos que la animaron a asumir la presidencia a sabiendas de que a la larga tan temeraria decisión tendría consecuencias jurídico-constitucionales. Quedan unas cuantas “pititas” blancas esperanzadas con un cambio político por fuera de la opción del MAS. Áñez, su entorno y los negociadores de la transición trucha, les hicieron astillas las ilusiones.

La Razón publica una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

Comparte y opina:

¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

Comparte y opina:

Nación Osage

/ 9 de marzo de 2024 / 03:21

La historia de los Estados Unidos de América, el portaestandarte indiscutido de la democracia occidental, el paradigmático país que se ufana de exhibir el catálogo más amplio de derechos y libertades en todo el planeta, es nuevamente puesta en entredicho y en evidencia acerca de cómo se construyó está nación especializada en tutelar e imponerse sobre otras naciones a partir de su expansión imperial y su lucha a brazo partido contra el comunismo de la Unión Soviética durante la llamada Guerra Fría, continuación del triunfo en la Segunda Guerra Mundial contra el delirio nazi.  En efecto, Martin Scorsese ha echado mano del libro del escritor David Grann —Los asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la Nación Osage y el nacimiento del FBI (2017)— para entregarnos la película más lúcida que haya podido verse en las últimas décadas acerca de esa otra historia, aquella labrada por los pueblos indígenas que en el caso norteamericano fueron reducidos a reservas de cualidades “semisoberanas”.

El actor John Wayne, y todos los agentes del orden establecido formateados desde la industria cinematográfica, atiborraron una filmografía (películas del far west) de por lo menos medio siglo en la que los indios nacidos antes de que se plantara la bandera de barras y estrellas eran unos facinerosos pieles rojas que asaltaban diligencias de familias como la Ingalls, conformada por el papá patriarca, la mamá abnegada y los hijos rubiecitos y luminosos, paradigmas de la belleza y la inocencia humanas. Así, a través del cine y la televisión, se fue construyendo en el imaginario colectivo de la modernidad urbana de la Indoamérica colonizada por España y sus piratas del Caribe y territorios aledaños, la idea de que lo indio era feo, salvaje, peligroso, violento y asesino, tal como sucedió en la zona Sur de La Paz en 2019, aterrorizada ante la posibilidad de que unos campesinos violentos se descolgaran de sus cerros para atacar las casas de los blancos, saquearlas y matar a sus habitantes para finalmente apropiarse de lo ajeno, digamos que coronando el triunfo de la barbarie sobre la civilización.

Gracias a la investigación periodística convertida en literatura y más tarde en película, nos encontramos con que la historia se había producido exactamente al revés: Que unos pérfidos hombres blancos tramaron un macabro plan de exterminio de los indios Osage, propietarios de tierras en Oklahoma de las que salía petróleo a borbotones y de las que por supuesto eran dueños originarios. Para tal cometido, entre otras estratagemas y trampas, William Hale (Robert de Niro) y su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) deciden que hay que conquistar, en el sentido más colonial de la palabra, a Molly Kyle, impresionantemente interpretada por Lily Gladstone, con la que éste debe casarse para ir eliminando del camino a esos indios que con el dinero que les provee el oro negro se dan el lujo de tener choferes blancos y de mandar con la soberanía que les asiste.

La película de Scorsese, que involucra al FBI de Edgar Hoover frente al desafío del esclarecimiento de los hechos, está nominada para 10 estatuillas Oscar. Como antecedente importa el hecho de que Lily Gladstone obtuvo el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, y los de las asociaciones de críticos norteamericanos y de Boston. Si la academia hollywoodense le entrega el premio a mejor actuación protagónica, significará que a 51 años del rechazo de Marlon Brando a recibir el premio por su interpretación como Vito Corleone (El Padrino de Francis Ford Coppola, 1973), en protesta por la discriminación practicada por la industria cinematográfica contra los indígenas, quedará simbólicamente reparada; pero no nos hagamos ilusiones, hay una gran probabilidad de que ese Oscar no será para Lilly Gladstone, actriz indígena lo mismo que Sacheen Littlefeather, quién subió al escenario para leer el discurso-protesta de Brando por “el trato vejatorio contra los indios”… se trataba de Brando, el más grande actor que se haya podido ver en la pantalla grande en la historia del cine, según lo dicta mi recuerdo agradecido.

Los asesinos de la luna llena es un peliculón de tres horas y media para mirar con detenimiento y ejercitar nuestra memoria audiovisual con admiración hacia el italoneoyorkino Martin Scorsese, sabio narrador de historias cinematográficas que a sus 81 años sigue dirigiendo a grandes actores con la misma lucidez con la que guiara al mismísimo De Niro en Taxi Driver (1976) y dirigirá otra vez a Di Caprio en su próxima película The wager (La apuesta), también basada en un libro de David Grann, “una historia de un naufragio, motín y asesinato”.

Ya se sabe: el Oscar es el Oscar. Tiene para premiar una película sobre el genio de la bomba atómica, otra sobre un asesinato enigmático en un lugar nevado, la Zona de interés sobre la normalidad con la que habitan el mundo unos criminales genocidas y ésta sobre los Osage que nos conduce a comprobar que la gran historia humana puede estar debajo de la alfombra roja de Hollywood. Venga el diablo o el Tío Sam y escoja.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

El anverso del horror

/ 24 de febrero de 2024 / 07:01

Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica especializada, acerca de ciertas consecuencias perceptivas que no habían considerado a la hora de escribir con la cámara. Me visita la sensación de que el director británico Jonathan Glazer todavía no sabe del tamaño de la incidencia de su película, la más lúcida y esclarecedora acerca del Holocausto (La zona de interés, 2023) que hayamos podido visionar por lo menos en medio siglo y que ya se ha llevado los premios mayores en el Reino Unido (Bafta) y en Francia (Cannes).

Alguna vez, algún cineasta consagrado comentó que algo que un crítico le estaba preguntando y que había advertido en alguna de sus grandes obras, no lo había considerado, pero ya que lo mencionaba, efectivamente se podía leer de la manera en que el entrevistador se lo señalaba. Algo parecido tiene que suceder con Glazer en tanto su película multipremiada, inspirada en la novela del recientemente fallecido escritor, también inglés, Martin Amis (“su escritura es un triunfo de la inteligencia”, dice el periodista Eduardo Lago), es una portentosa explicación acerca de la estructura mental del poderoso que ha alcanzado el macabro privilegio de decidir quién vive y quién debe morir, quién sobrevive y quién debe ser incinerado, a quién se somete —por más judía que sea la joven de turno— si lo que va a ocurrir es vaciar la necesidad fálica propia del mandato patriarcal: El racismo exterminador es lo de menos si lo que viene es el entretenimiento de cualquier macho depredador y para insinuar tal situación, Glazer sitúa al Comandante del campo de concentración de Auschwitz reclinado en su escritorio de ejecutivo de la muerte con las botas debidamente relucientes, mientras la chica en cuestión aparece en una silla con una falda larga, abriendo discretamente las piernas como abandonándose descalza: la ley de cierre según la psicología de la Gestalt decide en cada cabeza de espectador cómo pudo haber evolucionado y culminado el momento sin necesidad de mostrar, exhibiendo sin exhibir.

Dicho esto, la crítica que apunta a destacar el fuera de campo o fuera de encuadre de La zona de interés, está diciendo que los ruidos de lo que sucede del otro lado de la confortable residencia del Comandante, con algunas referencias fugaces de judíos que ayudan en las tareas domésticas de la casita perfecta habitada por su preciosa familia, le dan sentido al discurso cinematográfico, cuando la auténtica y más profunda connotación reside en lo que muestra para develar todo un perfil humano caracterizado por la más absoluta normalidad, la más encantadora de las cotidianidades, el más amoroso de los comportamientos con el jefe de familia leyéndoles a sus rubias niñas cuentos cual si fueran canciones de cuna para que duerman plácidamente y que son expuestos con imágenes en negativo como en la fotografía analógica, en las que se conservaban los registros en caso de necesitarse nuevas reproducciones en papel.

La zona de interés es en primer lugar lo que muestra, no lo que sugiere con los sonidos en off y si se lee así, estamos ante una normalidad que arropa a los psicópatas como palomas inofensivas en tanto consideran que su transcurrir por la vida les exige obligaciones funcionarias por las que no hay que alarmarse, y de ninguna manera sentir remordimiento si de lo que se trata es de limpiar el mundo de la escoria, de la bestialidad racial mal nacida, de la desventaja física, o las inventadas imperfecciones mentales del otro. Por ello los planos que en grandes tramos sugieren álbumes fotográficos con cámara estática, nos dejan unas postales de esa gente que a la hora de la reunión ejecutiva están decidiendo el mejoramiento de la tecnología para la incineración y la cremación como si se tratara de la planimetría del próximo condominio exclusivo para millonarios.

El horror no estará, por tanto, en los escombros de los exterminados que podríamos imaginar o haber visto en tantísimas películas, sino en la pulcra conducta familiar en que la señora de la casa recibe a la abuela de sus hijos y le va explicando cómo su jardín precioso y cuidado hasta el mínimo detalle es una pequeña huerta trabajada con amor, sin que se le mueva un pelo acerca de la barda color cemento que separa el verdor del campo aquél del otro lado en el que para ella nunca pasa nada, salvo la estabilidad laboral de su señor esposo que por nada del mundo debiera ser transferido a otra misión porque es allí donde se ha construido la felicidad.

El comportamiento de los personajes de Amis-Glazer explica por qué nunca escucharemos un acto de contrición de estos fascistas felices conmovidos por la ternura de la tradición, la propiedad y la familia donde la palabra perdón no cabe, simple y llanamente porque sienten que no hay motivo alguno por el cual arrepentirse. Se trata del lado A del horror, la cara de una normalidad en la que la eliminación del otro no es otra cosa que un asunto de eficiencia militar y gerencial.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

El devaneo cruceñista

/ 10 de febrero de 2024 / 04:22

“Santa Cruz toca la puerta” (La cuestión cruceña, FES, 2023) y quiere hacer política a partir de su clase media propietaria, liberal y republicana, en contrastación con el nacionalismo popular del MAS, dice Manuel Suárez, diputado del MNR y presidente de la Comisión de Ética que propició la expulsión de Evo Morales de la Cámara de Diputados (2002), secretario privado del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (2002-2003), vicecanciller y responsable de estudios de opinión de la presidenta Jeanine Áñez (2019-2020). También asesor de Branko Marinkovic, alguna vez pensó que el gran acuerdo entre lo nacional popular y el inversionismo empresarial, ente occidente y oriente,  debía darse entre Evo y Branko, en su momento presidente del Comité pro Santa Cruz, acusado de conspiración en el primer tramo gubernamental del Movimiento Al Socialismo (MAS), lo que forzó al cruceño croata a refugiarse en Brasil por casi una década para luego retornar como ministro de Economía del gobierno de Áñez.

Suárez escribe su lectura-propuesta acerca de una pretendida Santa Cruz de nuevo siglo desde la experiencia de la militancia partidaria y el asesoramiento a poderosos empresarios, por lo que pensar que nos encontramos con un texto resultante de una vocacional vida académica sería una inexactitud. En buenas cuentas se trata del texto de un operador político que ha formado parte de la estructura de la democracia de pactos en la que el jefe histórico del MNR, Víctor Paz Estenssoro, se sometió a las condiciones puestas por el Gral. Hugo Banzer Suárez para cogobernar en dictadura primero (Frente Popular Nacionalista, FPN) y luego recibir el apoyo del mismo Banzer con el Pacto por la Democracia (1985) a través de un incondicional apoyo de su partido fundando, en 1979, Acción Democrática Nacionalista (ADN), lo que permite concluir que estamos frente a un político de adscripción Paz Estenssorista-Banzerista y no otra cosa: Los hijos y nietos de los jerarcas de las dictaduras y el neoliberalismo provenientes del MNR, FSB y más tarde de ADN y el MIR, son predominantemente herederos de una cultura política basada en el supremacismo y el anticomunismo construido durante la Guerra Fría, clasificando al colla y al indio como “bestia humana”, tal como lo afirmara en su momento Rómulo Calvo, el muy clasemediero y anterior presidente del Comité pro Santa Cruz, lo que significa que intenta clasificar a una clase media sin olores ni colores ideológicos solamente como republicanas y liberales de la expansión inmobiliaria y agroexportadora, significa presentarlas como desprovistas de memoria con antecedentes históricos, político partidarios y orígenes hacendales y terratenientes.

Si no se examinan las rutas críticas de dos cruceños fundamentales de nuestra historia contemporánea como Banzer y Percy Fernández (MNR), el hacedor de la Santa Cruz de la Sierra moderna (seis gestiones, 15 años como alcalde), significa incurrir en una notoria omisión en el análisis riguroso de lo histórico político de la “locomotora de la economía boliviana”, y eso es lo que precisamente hace con su texto Suárez, en el que cita muy al pasar a varios personajes de la vida pública, pero no ejercita una imprescindible mirada profunda acerca del banzerismo y el movimientismo Paz Estenssorista y el de varios de sus actores de última data, comenzando por Luis Fernando Camacho, al que algún lambiscón calificó en tiempos de campaña electoral como el “nuevo Banzer”, cuando a estas alturas se puede afirmar que el General es una figura de dimensión histórica participando e influyendo en la política boliviana durante medio siglo, y Camacho es apenas un agitador de rotondas con una fijación de odio antimasista que manipuló astutamente con la Biblia en mano una movilización de esas clases medias propietarias y de “sus cambas” para manifestarse contra el prorroguismo evista. Suárez opone el republicanismo liberal al nacionalismo centralista, cuando en realidad Paz Estenssoro (Revolución del 52) y Banzer (Golpe de Estado del 71) fueron nacionalistas de derecha en la política, y capitalistas de Estado y neoliberales privatizadores en la economía, en las distintas fases de sus carreras políticas.

Las categorizaciones de Suárez en su tocada de puerta para que las clases medias cruceñas ingresen a la política boliviana como si no estuvieran adentro, son esquemáticas y no contienen elementos informativos acerca de las mutaciones temporales de sus actores. La política se hace con políticos, con estructuras partidarias que contemplen, por ejemplo, esa Alianza de Clases propugnada por Guevara Arce en la tesis de Ayopaya (1946) que el autor cita, y fundamentalmente con liderazgos como el de Banzer o Percy Fernández. Santa Cruz necesita líderes  de carne y hueso con el necesario talento político y visión de mundo para armonizar la patria chica con la plurinación, como lo hiciera el General, padre espiritual del golpismo alentado por las clases medias republicanas y liberales de Santa Cruz en 2019, a las que seguramente Suárez considera pertenecer.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

Comparte y opina:

Últimas Noticias