LR en la Memoria

Tuesday 16 Apr 2024 | Actualizado a 13:46 PM

El día en que el banzerismo derrocó a Evo Morales

El legado de Banzer sigue vigente, tal como pudo comprobarse de manera rotunda en el golpe de Estado que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez el 12 de noviembre de 2019.

/ 29 de agosto de 2021 / 06:34

Los admiradores del mítico Víctor Paz Estenssoro, líder de la Revolución de 1952, cuatro veces presidente de la República, ya deberán resignarse ante las evidencias históricas que dan cuenta de la impronta del general Hugo Banzer Suárez en la política boliviana del último medio siglo. El día en que el doctor Paz decidió apoyar el golpe de agosto de 1971 (98 muertos, medio millar de heridos) hipotecó para siempre al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que se fragmentó en varios “emenerres” y cavó su tumba, que lo tiene como cadáver insepulto desde 2003, año en que Goni se derrumbó por sus crasos errores de apreciación sobre un país que estaba a punto de cambiar. El principal propiciador de la nacionalización de las minas, la reforma agraria, la reforma educativa y la instalación del voto universal que había renunciado a la presidencia en 1964, producto de la conspiración de su vicepresidente, el general René Barrientos Ortuño, regresaba del exilio de Lima para subordinar a su partido al militarismo bien conectado con el poder hegemónico imperial. Dicho y hecho, una vez que las Fuerzas Armadas se consolidaron en el poder, en 1974, Banzer, luego de haber utilizado a movimientistas y falangistas para pasarle un barniz de legitimidad a su dictadura, se deshizo de ellos, para armar un gabinete exclusivo de generales, coroneles, almirantes y contraalmirantes.

A partir de entonces, Banzer no dejó de ser más importante y decisivo en la agenda política boliviana que Paz Estenssoro. Tan evidente fue la visión estratégica del dictador de los años 70, que en 1985 se acercó nuevamente al MNR, ya en igualdad de condiciones partidarias al haber fundado Acción Democrática Nacionalista (ADN) en 1979. Banzer había pasado de su septenio autoritario, con terrorismo de Estado incluido, al escenario democrático en el que a través del Pacto por la Democracia se recomponía su relación con el MNR pazestenssorista, ofreciéndole apoyo desde el parlamento, sin condicionamientos, y valiéndose de los contactos de un par de tecnócratas de su partido para facilitar la llegada al país del economista Jeffrey Sachs, de la Universidad de Harvard, que escribió los lineamientos inaugurales del neoliberalismo, que adquirió carta de ciudadanía con el Decreto 21060, que rigió la política económica boliviana durante 20 años. De esta manera, el MNR, la ADN, el empresariado privado y las fuerzas militares sometidas al poder civil democrático iniciaban un nuevo período en la historia de Bolivia.

PACTO. Banzer había combinado el aceite con el vinagre, amigando al MNR con sus antiguas víctimas de la Falange Socialista Boliviana (FSB). En pacto civil-militar se repartieron el primer gabinete de ministros el 21 de agosto de 1971. Veintidós años más tarde, el mismo general asoció a su ADN con quienes fueran activistas en la clandestinidad que lo combatieron, encabezados por Jaime Paz Zamora, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), poniéndole la firma al Acuerdo Patriótico entre 1989 y 1993. Dos conciliaciones partidarias de apariencia imposible fueron gestadas por este militar, único en América Latina entre sus camaradas del Plan Cóndor, por haber sido capaz de regresar al poder por la puerta democrática: solo en Bolivia podía suceder semejante cosa, dice el lugar común. Banzer se metió al bolsillo a Paz Estenssoro en 1971, se lo sacó de encima en 1974 y se abuenó con él en 1985. En buenas cuentas, hizo lo que le dio la gana con quien alguna vez definiera el poder como un maravilloso instrumento. También lo hizo con los miristas de Paz Zamora, a quienes persiguió en su dictadura por comunistas que querían “sustituir la gloriosa tricolor por el trapo rojo con la hoz y el martillo” para en 1989, a través de un impensado acuerdo entre la derecha y la izquierda con perfil social-demócrata (ADN-MIR), sacar otra vez de en medio al MNR, y le cerró el paso a la presidencia a Gonzalo Sánchez de Lozada, que había ganado las elecciones de ese año.

En 1995 entrevisté al general Banzer en su oficina de la calle Hermanos Manchego (Fundemos) y en el piso 10 del edificio Gloria de la avenida Arce, apartamento en el que residía. En las dos entrevistas me hizo un par de revelaciones que explican su dimensión: “Decidí romper las negociaciones con Sánchez de Lozada para definir la presidencia de la República porque me ofreció dinero a cambio de mi respaldo. Me ofendió de tal manera que nunca más quise saber de él. Creyó que con su fortuna todo era posible y conmigo se equivocó, por eso al final nos sentamos a conversar con el MIR y decidimos apoyar a Jaime que había sido tercero en las elecciones para que asumiera la presidencia.” En el segundo encuentro le pregunté si era cierto que le había sacado la pistola a Max Fernández, el empresario cervecero, jefe de Unidad Cívica Solidaridad (UCS): “Lo encañoné porque había ofendido mi honor en una nota periodística, lo conminé a que se retractara exactamente en el mismo espacio y con la misma extensión en el mismo medio de comunicación”. Estas confesiones, que forman parte de varias de las confidencias que Banzer me hizo, nos permiten, a 20 años de su muerte, extraer conclusiones acerca del temperamento y la determinación de este militar nacido en Concepción, Santa Cruz, bien entrenado por la Escuela de las Américas en tiempos de la guerra fría contra ese enemigo interno, el comunismo, que tenía su epicentro en Moscú y su satélite latinoamericano y caribeño en La Habana.

GOLPE. Banzer, en el balcón del Palacio Quemado en 1971, junto a sus aliados, entre ellos Víctor Paz Estenssoro (MNR) y Mario Gutiérrez (FSB). Foto: Archivo La Razón

Banzer hizo posible el Pacto por la Democracia en 1985. Generó el Acuerdo Patriótico en 1989. Y para completar su protagonismo en la construcción del Estado de derecho en el país, fabricó una megacoalición para su presidencia democrática (1997-2002), en la que entraron como en una bolsa de gatos, además del MIR de Paz Zamora-Oscar Eid, la UCS ya entonces comandada por Jhonny Fernández luego de la muerte de su padre Max, Conciencia de Patria (Condepa) de Carlos Palenque, Nueva Fuerza Republicana (NFR) de Manfred Reyes Villa y hasta el Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) del que en sus orígenes fuera jefe del maoísta Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), Oscar Zamora Medinacelli, quien había sido su candidato a la vicepresidencia en las elecciones de 1989. En su obsesión por pasar a la historia como un auténtico demócrata, Banzer pactó con ángeles y demonios de los años 80 y los 90, y su legado sigue vigente tal como pudo comprobarse de manera rotunda en el golpe de Estado que llevó a la presidencia a Jeanine Áñez el 12 de noviembre de 2019.

Las operaciones psicológicas de la derecha boliviana tuvieron éxito indiscutible con la instalación de matrices del miedo que conducen a la conspiración como extrema necesidad de sobrevivencia: “Nosotros o los indios”. Así tenemos que Evo Morales es un comunista. Evo Morales nos va a quitar nuestras casas y eliminará la propiedad privada. Evo Morales hará de nuestros hijos unos ateos al abolir la religión católica. Evo Morales quiere que Bolivia sea como Cuba y Venezuela. De esta manera, la acumulación de tensiones y el odio al indio, convertido y funcionalizado en campesino desde la Revolución del 52, que gobernaba Bolivia desde 2006, se hacían cada vez más evidentes hasta que llegó el 28 de noviembre de 2017, día en que el Tribunal Constitucional habilitó una nueva candidatura con un argumento recientemente rebatido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, decisión que sirvió para cuajar la idea fuerza clave que exigió dos años de trabajo conspirativo: Evo Morales, a título de derecho humano a una nueva reelección, quiere eternizarse en el poder.

Plenamente posicionada la imagen de un autoritario y prorroguista ante la clase media urbana “apolítica”, Evo Morales creyó que podía capear aguas turbulentas hasta conseguir un nuevo triunfo en octubre de 2019. No cayó en cuenta, y menos sus asesores en contrainteligencia, que al haber enfatizado un discurso antiimperialista y antinorteamericano durante sus tres mandatos consecutivos, efectivamente quedaba demostrado que era un comunista, cuando el comunismo en los hechos de la geopolítica mundial había dejado de existir. De esta manera, el banzerismo empezó a funcionar con toda su carga ideológica, y sus matrices culturales de pacto entre civiles, militares y policías, para dar lugar al derrocamiento del primer gobierno popular con identidad indígena y campesina que había tenido Bolivia desde 1825.

MOTOR. El poder del espíritu del general Banzer fue el nervio motor para que la conspiración fuera exitosa. Tuto Quiroga, su exvicepresidente, coordinaba la salida de Evo Morales de Bolivia con el comandante de la Fuerza Aérea, Gonzalo Terceros. Óscar Ortiz, que había sido subsecretario en su gobierno democrático (1997-2002), operaba desde el Senado una sucesión presidencial inconstitucional. Desde Santa Cruz, el gobernador Rubén Costas, compañero de Banzer en la fraternidad Los Tauras, hizo de su aparente pasividad personal un arma de control de la capital cruceña en esos días en que no volaba ni una mosca sin el permiso del comité cívico. Luis Fernando Camacho, sin tener profunda conciencia de que el banzerismo podía ser hereditario, usó a su papá, falangista armado en el golpe del 71, para transar con militares y policías que “se pusieran al lado del pueblo”, entendiéndose por pueblo en dicho contexto al ciudadano movilizado con la tricolor, católico, anticomunista, odiador del indio, nada que ver con el nacionalismo popular de los inicios de Paz Estenssoro en los años 50, que en gran medida fue heredado por el Movimiento Al Socialismo (MAS), que es nacionalista revolucionario antes que comunista o socialista, aunque el discurso antiyanqui confunda.

MÉXICO. El expresidente Evo Morales, tras ser derrocado en 2019. Foto: AFP

Los pocos falangistas de los años 70 que quedan, sus hijos y hasta nietos, los militares de esa misma generación, empresarios, agroindustriales y ganaderos, y hasta la sociedad civil a través de grupos de choque como la Unión Juvenil Cruceñista fundada en 1957 por el que fuera ministro de Salud de la dictadura banzerista, otro falangista, Carlos Valverde Barbery, ingresaron en una especie de máquina del tiempo, para que 48 años después de llamar al golpe de Estado “revolución” Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico pro Santa Cruz, fuera portador de la herencia del Frente Popular Nacionalista (FPN) —militares, movimientistas y falangistas, autores del golpe del 71— para derrocar a Evo Morales de la presidencia, recibiendo además el apoyo de la jerarquía católica y de embajadores como el de la Unión Europea, el franquista León de la Torre. La armonía ideológica que se había logrado contaba incluso con la participación de un exmirista como Samuel Doria Medina que ayudaría a un pseudoperiodista español de apellido Entrambasaguas en su ingreso a Bolivia como operador de persecuciones mediáticas contra dirigentes del MAS, tal como lo había hecho en Madrid, acosando a Pablo Iglesias, entonces líder del izquierdista Unidas Podemos. Y como actor de reparto completaba el cuadro el nostálgico pazestenssorista Carlos D. Mesa Gisbert, exvicepresidente del MNR de Sánchez de Lozada, que sin otra prueba que una interrupción de un conteo no oficial de votos instaló la matriz “fraude” para iniciar el tramo final de la conspiración.

Aviones de combate sobrevolando rasantes en El Alto o en Challapata, lo mismo que sucediera con Laikakota en La Paz en 1971. Y días después, como en el septenio del banzerato, masacres en Sacaba-Huayllani y Senkata, para eliminar masistas ondeando wiphalas, tal como sucedió en Tolata y Epizana en 1974, arremetiendo contra indígenas quechuas a los que se condenó por subversivos. “Si encuentran un comunista, mátenlo, yo me hago responsable”, dijo Banzer en esa trágica oportunidad que ofrecía recompensa por la caza de estos revoltosos, que en la actualidad formarían parte de las “hordas masistas” criminalizadas por un aventajado alumno de los métodos represivos de las dictaduras militares, el ministro de la muerte, Arturo Murillo.

Los dilemas ideológicos acerca de una Bolivia neoliberal, nacional popular, nacionalista revolucionaria o de izquierda nacional excluyen del análisis al militarismo desarrollista y capitalista de Estado en dictadura y del neoliberalismo en democracia con el que el general Hugo Banzer Suárez se manejó como actor decisivo de la política boliviana. Fue presidente de facto, iniciador de los pactos partidarios en 1985 y en 1989, apoyando a Paz Estenssoro y a Paz Zamora, y en reciprocidad éste último respaldó su presidencia democrática iniciada en 1997 con algo más del 20% de la votación cuando el presidente era elegido de entre los tres primeros en el Parlamento nacional.

DEFINICIÓN. Jeanine Áñez, en la reunión previa a su autoproclamación, con representantes diplomáticos y de la Iglesia Católica. Foto: Senado de Bolivia

Banzer evitó en 1971 que un soviet boliviano se consolidara con la Asamblea del Pueblo que otro histórico del MNR, el legendario secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB) Juan Lechín Oquendo dirigía con la venia de ese otro general de Ejército, Juan José Torres Gonzales, que presidía el país, y que el 2 de junio de 1976 fuera asesinado bajo las coordenadas del Plan Cóndor, cinco años después de haber sido derrocado por su camarada del Ejército, el en ese momento coronel Banzer. Aquellos episodios caracterizados por la violencia política y la eliminación del enemigo me provocaron la siguiente pregunta: ¿Cuál era el objetivo del general Terceros al ordenar que el avión en el que Evo Morales aterrizaba en Chimoré fuera llevado al hangar militar del aeropuerto el 10 de noviembre de 2019?

Los fascistas de los años 70 y los fascistoides del nuevo siglo han establecido conexiones que forman parte de una manera de hacer política. Cuando no es por el camino de la formalidad democrática de acuerdo con sus conveniencias y con las exigencias de sus estructuras de poder, queda el recurso de la fuerza y del trastocamiento de las obligaciones institucionales en democracia. Así tenemos un país con médicos que hacen paros como arma desestabilizadora. Curas católicos que arman reuniones paralelas a la formalidad democrática para definir el destino de la presidencia del Estado. Embajadores que meten sus narices hasta en las habitaciones de los refugiados políticos, tal como hacía León de la Torre en la residencia de la Embajada de México entre el 11 y 12 de noviembre de 2019. Conversos e impostores disfrazados de defensores de los Derechos Humanos que aborrecen a los “izquierdos humanos” y por eso nada más defienden a Jeanine Áñez y hacen silencio acerca de los masacrados y humillados, aymaras y quechuas, de Sacaba-Huayllani y Senkata.

LEGADO. Este es el legado que Banzer le ha dejado a Bolivia. Luchar contra los enemigos y ponerles la etiqueta que convenga a cada coyuntura para sacarlos de en medio. Lo que el General ya no sabe es que las indias y los indios bolivianos aprendieron a ganar elecciones. Superaron el miedo a que uno de los suyos, iletrado, sin estudios universitarios, pudiera ser presidente del país “para gobernarnos a nosotros mismos”, como ha afirmado recién el vicepresidente David Choquehuanca. Lo que el dictador de los años 70 tampoco puede ya saber, pero sus herederos sí, es que los instrumentos político- sindicales de las mayorías bolivianas han funcionado 14 años con un gobierno que demostró que era posible ser pragmáticos —“nosotros hablamos y negociamos con todos”, me dijo alguna vez el exvicepresidente Álvaro García Linera—, pero con sujeción a la identidad plural de un Estado que ahora tiene visibilizados a todos sus actores étnicos, fundamentalmente a aquellos que hasta hace dos décadas se avergonzaban por sus apellidos y ahora los llevan con orgullo pronunciándolos a voz en cuello.

Incluido el golpe del que fuera su ministro de Asuntos Campesinos y Agropecuarios, general Alberto Natusch Busch, en 1979, otra vez, con la complicidad del MNR (Bedregal Gutiérrrez-Fellman Velarde, con Paz Estenssoro por detrás), que derivara en la Masacre de Todos Santos, Hugo Banzer Suárez pasó de la brutalidad de las dictaduras militares, con la suya como la más importante por duración, a los pactos en democracia para regresar al poder “de a buenas”. Pero la historia lo enseña, cuando un indio desobediente no entiende, hay siempre la posibilidad de volver a tomar el poder a la mala, tal como sucedió en 1971, cuando los obreros comunistas y trotskistas pretendían ejercer poder. Sin la salvadora presencia de Banzer o su nefasto legado, según desde donde se lo mire, las Bolivias de los últimos 50 años no podrían comprenderse si no seguimos con rigurosidad crítica el trayecto de este general nacido en un pueblo chiquitano, al que los cruceños que saben de historia le llaman el pueblo de los gatillos fáciles.

La Razón publica una serie de artículos relacionados con el poder y los medios de comunicación en Bolivia. El periodista Julio Peñaloza Bretel investiga trayectorias de la esfera política con peso específico, así como las relaciones complejas y conflictivas entre personalidades públicas y la estructura mediática urbana dominante en el país. La base de esta propuesta está inspirada en la necesidad de acudir a la memoria para combatir el olvido y el desconocimiento.

DATOS

1971 – tomó el poder el dictador Hugo Banzer Suárez

1997 – fue designado Banzer presidente, en la era Democrática

10 de noviembre de 2019 – fue derrocado Evo Morales

12 de noviembre de 2019 – se autoproclamó Áñez

20 muertos en las masacres de Sacaba y Senkata

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Destrozo de un Vestuario

/ 6 de abril de 2024 / 07:42

Se llama Vestuario, así con mayúscula, y no camarín como aquí se dice por fuerza de la costumbre. Vestuario es el espacio sagrado del fútbol para los creyentes y para quienes no lo son, el lugar en el que se inicia el ritual que precede a un partido y al que se regresa en el entretiempo y al final del mismo con la extenuación que implica el haber evolucionado en un campo de juego durante más de 90 minutos. El Vestuario es, a la hora del juego, propiedad de futbolistas y cuerpo técnico, al que suelen visitar los dirigentes de un club cuando el equipo gana, pero al que difícilmente asoman cuando lo que ha sucedido es una derrota.

El Vestuario es un lugar en el que se ha impuesto históricamente un código de secretismo que si se viola, se incurre, otra vez para los creyentes, en pecado mortal, considerando que gran parte de quienes juegan al fútbol creen en Dios y al que muchísimos de ellos agradecen mirando el firmamento cada vez que anotan un gol. En efecto, lo que se diga y haga, lo que se debata y discuta, lo que se reflexione o se calle queda en el Vestuario y el que ose cometer alguna infidencia de lo que allí se habla, estará rompiendo un código de convivencia o un primer mandamiento del amplísimo catálogo de cábalas futboleras.

El que no es futbolista, entrenador o parte del cuerpo técnico de un equipo, sabe que cuando ingresa en el Vestuario, está ingresando en una zona que se debe respetar con humildad parroquiana, pues en cada banqueta ocupada por los jugadores de un equipo está lo íntimo, lo más personal de cada uno de ellos. Un utilero de la selección boliviana de fútbol de los años 90 me contó alguna vez por qué era diferente de sus compañeros Erwin Platini Sánchez a la hora de ataviarse con la indumentaria antes de un partido: “Erwin es distinto hasta por la forma en que se pone las vendas, eso marca que ha pasado por el rigor del trabajo en Europa”. Estas que parecen anécdotas son las cosas que marcan un riquísimo conjunto de detalles que en términos generales solo tienen derecho a conocer los componentes del equipo. Nadie más. Nadie menos. 

El que conoce el fútbol y lo ama por su esencia lúdica sabe, por más dirigente que sea, que es mejor no ingresar en el Vestuario de manera intempestiva y permanecer en él no más allá de un tiempo breve, a no ser que se esté celebrando la obtención de un campeonato y sean los propios futbolistas quienes lo abran para invitar a quienes les bancaron el torneo para sumarse a los festejos. En consenso entre todos los futbolistas, pueden subirse videos a las cuentas de las redes de cada uno de ellos sobre lo que allí sucede, por soberana decisión grupal, como aquella ya memorable arenga del capitán Lionel Messi a sus compañeros antes de jugar la final de la Copa América que Argentina le ganó a Brasil en el mismísimo Maracaná de Río de Janeiro en 2021.

El que respeta el Vestuario está comprometido con el fútbol, con una ética que debe prevalecer en todos quienes tienen que ver con clubes y equipos, incluidos los aficionados y los hinchas, o probablemente en primer lugar en ellos, cosa que dejó de suceder el sábado 31 de marzo en el estadio de Villa Ingenio de la ciudad de El Alto, cuando luego de una derrota en condición de locales (0-1 frente a Independiente Petrolero de Sucre), los futbolistas de Always Ready se encontraron con que su desempeño en el campo de juego había desatado un desquiciamiento que derivó en destrozos, sustracción de pertenencias, acaloradas recriminaciones por lo sucedido en la cancha hasta la renuncia del lateral afroboliviano Diego Medina (jugador de selección) a seguir vistiendo la camiseta de la banda roja, decisión de la que reculó pocos días después, luego de que el presidente de Bolívar, Marcelo Claure, denunciara violencia e insultos racistas por parte de la dirigencia del club, presidido por un joven de apellido Costa, hijo del presidente de la Federación Boliviana de Fútbol, Fernando Costa.

Un colega e hincha de Always Ready considera que lo sucedido fue producto de una “liberación de la zona” que significaría que la propia dirigencia del club generó las condiciones para que los vándalos disfrazados de hinchas cometieran  los desmanes que dieron lugar a una crisis finalmente apagada por los futbolistas y la dirigencia, a través de un pacto de silencio, es decir, el retorno a la inviolabilidad del Vestuario, tres días después de que fuera precisamente violado de la manera más grosera e inadmisible y que hoy tiene nuevamente al fútbol boliviano en el privilegiado sitial de la vergüenza, producto de los exabruptos de los unos con la supuesta permisividad de los otros para asumir una especie de lección dictatorial sobre la derrota: En casa no se pierde y si sucede, ya saben lo que les puede pasar muchachos.

De esta manera nuestro fútbol consolida una identidad plagada de incidentes con los que lo extradeportivo termina casi siempre imponiéndose a lo esencialmente futbolístico, motivo por el cual estoy siempre atento la Premier inglesa, allá donde códigos y juego son parte de un solo discurso.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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¿Altura o buen juego?

/ 23 de marzo de 2024 / 08:05

Desde que la razón futbolera nos asiste, el balompié de este lado del mundo es más conocido por la altitud en la que se encuentra su principal estadio, antes que por las virtudes de sus equipos principales, o las capacidades competitivas de aquellos que ingresan anualmente en la arena de Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en las eliminatorias mundialistas.

Bolivia ha defendido invariablemente su derecho a jugar en los 3.640 metros sobre el nivel del mar de La Paz y esa defensa se hace extensiva a practicar el fútbol en los 2.558 de Cochabamba, los 2.790 de Sucre, los 4.070 de Potosí, los 3.709 de Oruro y ahora también los 4.000 de El Alto. A tal punto ha calado hondo el asunto que hasta los cuadros nacionales de las ciudades del llano instalaron desde hace algunos años la excusa de que subir a jugar a La Paz, El Alto, Oruro y Potosí implica una desventaja deportiva certificada por la ciencia médica.

Parapetados en la cima de nuestra cordillerana identidad, cada vez que nos visitan equipos brasileños, argentinos o uruguayos, la discusión sobre las virtudes del anfitrión generalmente ocupan un segundo plano, debido a que desde que Daniel Passarella dijera en 1997 que “jugar en la altura es inhumano”, sentimos que tal afirmación se constituía en una intolerable impugnación a nuestro derecho a jugar donde vivimos. Passarella se pasó de la raya, incurrió en una ofensa imperdonable, han afirmado muchos periodistas dedicados a cubrir las actividades futbolísticas del país.

A 24 años de la sentencia del que fuera técnico de la selección argentina —que protagonizó una bochornosa puesta en escena con uno de sus futbolistas autoinfligiéndose una herida en el rostro—, resulta necesario recordar que la celeste y blanca le ha ganado a Bolivia en La Paz nada menos  que cinco veces (eliminatorias para los mundiales 1966, 1974, 2006, 2022, 2026), Bolivia se impuso con la misma cantidad de partidos (eliminatorias para los mundiales 1958, 1970, 1998, 2010, 2018) y se produjeron dos empates (eliminatorias para los mundiales 2002, 2014). Conclusión: La altura no gana partidos.  Datos complementarios: El último triunfo de la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni (3-0 en el Hernando Siles en septiembre de 2023) consistió en un baile desplegado a distintos ritmos, entre tango y chacararera; y en el último partido jugado contra Brasil en Miraflores (marzo, 2022), nuestra sufridora selección soportó una goleada de 0-4. Segunda conclusión: La altura no gana partidos y hasta puede convertirse en el peor dispositivo de autoengaño de los equipos nacionales que terminan aplastados en su propia casa. Tercera conclusión: Argentina y Brasil, temerosos por la falta de oxígeno en nuestra cancha, le han ganado a la selección boliviana, triunfando en primer lugar contra la altura, nuestra supuesta principal ventaja.

En 2001, el preparador físico Alfredo Weber me dijo en Buenos Aires que Bolivia no podía darse el lujo de perder con tan grande prerrogativa, que si se prepara convenientemente lo más probable es que se haga imbatible en La Paz. Weber tenía razón hasta cierto punto, pero vistas las cosas dos décadas después, está claro que mientras Bolivia ha ido perdiendo habilidades para usufructuar de la potestad que le da su ecosistema, las selecciones visitantes han encontrado la manera de humanizar el jugar en estas alturas que para mentalidades como la de Passarella era imposible.

El expediente de la altura, tal como se persiste en concebirlo, se ha convertido en la excusa que ha trascendido décadas y a la que en las últimas horas hay que agregar ciertas percepciones que dicen que nuestros jugadores son de madera (Faustino Asprilla), que la selección mexicana no debería perder el tiempo midiéndose con Bolivia porque no sirve como adversario de partido preparatorio a un torneo. La altura sería temible si tuviéramos un fútbol competitivo, tal como el desarrollado por Colombia que no juega en la altura de Bogotá (2.625 m.s.n.m), que lo hace en la calurosa Medellín, porque ha privilegiado el construir un fútbol de calidad con el impulso de conductores como Carlos Bilardo y Francisco Maturana (años 80 y 90).

La altura de El Alto sirvió de cuco cuando Always Ready demolió con suficiencia hace algunas semanas a Sporting Cristal (6-1), ese mismo equipo peruano que hace un año le ganó en la altura de La Paz a The Strongest sepultando sus aspiraciones de pasar a octavos de final de Copa Libertadores. Para decirlo sin vueltas: El fútbol se construye con fútbol, con procesos de largo aliento, con estructuras formativas y recién a partir de esa escala de prioridades se podrá pensar en que la altura sirve como última cuña  —no como primera— para alcanzar el triunfo o el éxito deportivo, y será sensato y síntoma de madurez entender a los que a pesar del pánico vienen y ganan, certificación indiscutible de que el juego se gana con juego y no con falsos fantasmas.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El periodista Julio Peñaloza agrega sexta parte a edición de su libro

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte).

El Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) publicó el libro en su segunda edición.

/ 17 de marzo de 2024 / 19:16

“Este libro es en gran medida producto de mi trabajo en La Razón en los últimos cuatro años, sin su respaldo difícilmente habría sido posible” dice Julio Peñaloza Bretel, habitual columnista de este diario, acerca de la publicación de este libro que el Centro de Investigaciones Sociocomunitarias (CIS) acaba de publicar en su segunda edición y que forma parte de la oferta del stand de la Vicepresidencia del Estado en la primera feria del libro que se desa-rrolla en la ciudad de El Alto.

El momento mismo en que se produjo el derrocamiento de Evo Morales, Peñaloza Bretel decidió construir un relato que contemplara una visión estructural acerca de la violencia política, las violaciones a los derechos humanos y las masacres sufridas por bolivianas y bolivianos a lo largo de la historia del país. Con este espíritu, la primera edición organizada en cinco partes fue presentada en abril de 2022 por el vicepresidente David Choquehuanca, el expresidente Eduardo Rodríguez Veltzé y la entonces embajadora de México, María Teresa Mercado, que tuvo refugiados en su residencia a varios personeros del defenestrado gobierno del MAS durante el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

EDICIÓN

La primera edición de “Democracia interrumpida” quedó agotada y conforme transcurría el año 2023, el periodista, autor del libro, fue añadiendo nuevos capítulos (un total de veinte) acerca de personajes, víctimas y actuaciones que permitieron esta nueva edición en la que figuran, por ejemplo, “La coartada del fraude/golpe”, “Cierre de filas contra el golpismo”, “El asesinato político de Sebastián Moro”, “Operadores mediáticos ad nauseam”, “Un libro que Luis Fernando Camacho debería leer” (acerca de las masacres de Sacaba y Senkata), “La canciller”, “La Embajadora”, “El paramilitar” “¿Por qué se enjuició a Jeanine Áñez por la vía ordinaria?”, “El antimasismo de Página Siete y su fase terminal” y “La sentenciada”.

En términos temáticos, la parte 1 se refiere a la historia política de Bolivia, la parte 2 a las noticias sobre el gobierno de facto, la parte 3 a la interpretación y contextualización de los acontecimientos y protagonistas durante el gobierno de Áñez.

PARTES 4 Y 5

La parte 4 a la recapitulación de las masacres sufridas por el pueblo boliviano desde la República en el siglo XX hasta el vigente Estado Plurinacional, en la parte 5 se abordan a través de reportajes periodísticos, los hechos y los personajes que dieron lugar a la interrupción del Estado de Derecho a partir del 10–12 de noviembre de 2019.

Finalmente, en la parte 6, incorporada en esta segunda edición, se abordan aspectos que quedaron en el tintero y que repercutieron en términos de noticias y generaron opinión entre 2021 y 2023.

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Nación Osage

/ 9 de marzo de 2024 / 03:21

La historia de los Estados Unidos de América, el portaestandarte indiscutido de la democracia occidental, el paradigmático país que se ufana de exhibir el catálogo más amplio de derechos y libertades en todo el planeta, es nuevamente puesta en entredicho y en evidencia acerca de cómo se construyó está nación especializada en tutelar e imponerse sobre otras naciones a partir de su expansión imperial y su lucha a brazo partido contra el comunismo de la Unión Soviética durante la llamada Guerra Fría, continuación del triunfo en la Segunda Guerra Mundial contra el delirio nazi.  En efecto, Martin Scorsese ha echado mano del libro del escritor David Grann —Los asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la Nación Osage y el nacimiento del FBI (2017)— para entregarnos la película más lúcida que haya podido verse en las últimas décadas acerca de esa otra historia, aquella labrada por los pueblos indígenas que en el caso norteamericano fueron reducidos a reservas de cualidades “semisoberanas”.

El actor John Wayne, y todos los agentes del orden establecido formateados desde la industria cinematográfica, atiborraron una filmografía (películas del far west) de por lo menos medio siglo en la que los indios nacidos antes de que se plantara la bandera de barras y estrellas eran unos facinerosos pieles rojas que asaltaban diligencias de familias como la Ingalls, conformada por el papá patriarca, la mamá abnegada y los hijos rubiecitos y luminosos, paradigmas de la belleza y la inocencia humanas. Así, a través del cine y la televisión, se fue construyendo en el imaginario colectivo de la modernidad urbana de la Indoamérica colonizada por España y sus piratas del Caribe y territorios aledaños, la idea de que lo indio era feo, salvaje, peligroso, violento y asesino, tal como sucedió en la zona Sur de La Paz en 2019, aterrorizada ante la posibilidad de que unos campesinos violentos se descolgaran de sus cerros para atacar las casas de los blancos, saquearlas y matar a sus habitantes para finalmente apropiarse de lo ajeno, digamos que coronando el triunfo de la barbarie sobre la civilización.

Gracias a la investigación periodística convertida en literatura y más tarde en película, nos encontramos con que la historia se había producido exactamente al revés: Que unos pérfidos hombres blancos tramaron un macabro plan de exterminio de los indios Osage, propietarios de tierras en Oklahoma de las que salía petróleo a borbotones y de las que por supuesto eran dueños originarios. Para tal cometido, entre otras estratagemas y trampas, William Hale (Robert de Niro) y su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) deciden que hay que conquistar, en el sentido más colonial de la palabra, a Molly Kyle, impresionantemente interpretada por Lily Gladstone, con la que éste debe casarse para ir eliminando del camino a esos indios que con el dinero que les provee el oro negro se dan el lujo de tener choferes blancos y de mandar con la soberanía que les asiste.

La película de Scorsese, que involucra al FBI de Edgar Hoover frente al desafío del esclarecimiento de los hechos, está nominada para 10 estatuillas Oscar. Como antecedente importa el hecho de que Lily Gladstone obtuvo el Globo de Oro, el premio del Sindicato de Actores, y los de las asociaciones de críticos norteamericanos y de Boston. Si la academia hollywoodense le entrega el premio a mejor actuación protagónica, significará que a 51 años del rechazo de Marlon Brando a recibir el premio por su interpretación como Vito Corleone (El Padrino de Francis Ford Coppola, 1973), en protesta por la discriminación practicada por la industria cinematográfica contra los indígenas, quedará simbólicamente reparada; pero no nos hagamos ilusiones, hay una gran probabilidad de que ese Oscar no será para Lilly Gladstone, actriz indígena lo mismo que Sacheen Littlefeather, quién subió al escenario para leer el discurso-protesta de Brando por “el trato vejatorio contra los indios”… se trataba de Brando, el más grande actor que se haya podido ver en la pantalla grande en la historia del cine, según lo dicta mi recuerdo agradecido.

Los asesinos de la luna llena es un peliculón de tres horas y media para mirar con detenimiento y ejercitar nuestra memoria audiovisual con admiración hacia el italoneoyorkino Martin Scorsese, sabio narrador de historias cinematográficas que a sus 81 años sigue dirigiendo a grandes actores con la misma lucidez con la que guiara al mismísimo De Niro en Taxi Driver (1976) y dirigirá otra vez a Di Caprio en su próxima película The wager (La apuesta), también basada en un libro de David Grann, “una historia de un naufragio, motín y asesinato”.

Ya se sabe: el Oscar es el Oscar. Tiene para premiar una película sobre el genio de la bomba atómica, otra sobre un asesinato enigmático en un lugar nevado, la Zona de interés sobre la normalidad con la que habitan el mundo unos criminales genocidas y ésta sobre los Osage que nos conduce a comprobar que la gran historia humana puede estar debajo de la alfombra roja de Hollywood. Venga el diablo o el Tío Sam y escoja.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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El anverso del horror

/ 24 de febrero de 2024 / 07:01

Ha sucedido en distintas latitudes que varios creadores audiovisuales fueron advertidos a través de preguntas formuladas por la crítica especializada, acerca de ciertas consecuencias perceptivas que no habían considerado a la hora de escribir con la cámara. Me visita la sensación de que el director británico Jonathan Glazer todavía no sabe del tamaño de la incidencia de su película, la más lúcida y esclarecedora acerca del Holocausto (La zona de interés, 2023) que hayamos podido visionar por lo menos en medio siglo y que ya se ha llevado los premios mayores en el Reino Unido (Bafta) y en Francia (Cannes).

Alguna vez, algún cineasta consagrado comentó que algo que un crítico le estaba preguntando y que había advertido en alguna de sus grandes obras, no lo había considerado, pero ya que lo mencionaba, efectivamente se podía leer de la manera en que el entrevistador se lo señalaba. Algo parecido tiene que suceder con Glazer en tanto su película multipremiada, inspirada en la novela del recientemente fallecido escritor, también inglés, Martin Amis (“su escritura es un triunfo de la inteligencia”, dice el periodista Eduardo Lago), es una portentosa explicación acerca de la estructura mental del poderoso que ha alcanzado el macabro privilegio de decidir quién vive y quién debe morir, quién sobrevive y quién debe ser incinerado, a quién se somete —por más judía que sea la joven de turno— si lo que va a ocurrir es vaciar la necesidad fálica propia del mandato patriarcal: El racismo exterminador es lo de menos si lo que viene es el entretenimiento de cualquier macho depredador y para insinuar tal situación, Glazer sitúa al Comandante del campo de concentración de Auschwitz reclinado en su escritorio de ejecutivo de la muerte con las botas debidamente relucientes, mientras la chica en cuestión aparece en una silla con una falda larga, abriendo discretamente las piernas como abandonándose descalza: la ley de cierre según la psicología de la Gestalt decide en cada cabeza de espectador cómo pudo haber evolucionado y culminado el momento sin necesidad de mostrar, exhibiendo sin exhibir.

Dicho esto, la crítica que apunta a destacar el fuera de campo o fuera de encuadre de La zona de interés, está diciendo que los ruidos de lo que sucede del otro lado de la confortable residencia del Comandante, con algunas referencias fugaces de judíos que ayudan en las tareas domésticas de la casita perfecta habitada por su preciosa familia, le dan sentido al discurso cinematográfico, cuando la auténtica y más profunda connotación reside en lo que muestra para develar todo un perfil humano caracterizado por la más absoluta normalidad, la más encantadora de las cotidianidades, el más amoroso de los comportamientos con el jefe de familia leyéndoles a sus rubias niñas cuentos cual si fueran canciones de cuna para que duerman plácidamente y que son expuestos con imágenes en negativo como en la fotografía analógica, en las que se conservaban los registros en caso de necesitarse nuevas reproducciones en papel.

La zona de interés es en primer lugar lo que muestra, no lo que sugiere con los sonidos en off y si se lee así, estamos ante una normalidad que arropa a los psicópatas como palomas inofensivas en tanto consideran que su transcurrir por la vida les exige obligaciones funcionarias por las que no hay que alarmarse, y de ninguna manera sentir remordimiento si de lo que se trata es de limpiar el mundo de la escoria, de la bestialidad racial mal nacida, de la desventaja física, o las inventadas imperfecciones mentales del otro. Por ello los planos que en grandes tramos sugieren álbumes fotográficos con cámara estática, nos dejan unas postales de esa gente que a la hora de la reunión ejecutiva están decidiendo el mejoramiento de la tecnología para la incineración y la cremación como si se tratara de la planimetría del próximo condominio exclusivo para millonarios.

El horror no estará, por tanto, en los escombros de los exterminados que podríamos imaginar o haber visto en tantísimas películas, sino en la pulcra conducta familiar en que la señora de la casa recibe a la abuela de sus hijos y le va explicando cómo su jardín precioso y cuidado hasta el mínimo detalle es una pequeña huerta trabajada con amor, sin que se le mueva un pelo acerca de la barda color cemento que separa el verdor del campo aquél del otro lado en el que para ella nunca pasa nada, salvo la estabilidad laboral de su señor esposo que por nada del mundo debiera ser transferido a otra misión porque es allí donde se ha construido la felicidad.

El comportamiento de los personajes de Amis-Glazer explica por qué nunca escucharemos un acto de contrición de estos fascistas felices conmovidos por la ternura de la tradición, la propiedad y la familia donde la palabra perdón no cabe, simple y llanamente porque sienten que no hay motivo alguno por el cual arrepentirse. Se trata del lado A del horror, la cara de una normalidad en la que la eliminación del otro no es otra cosa que un asunto de eficiencia militar y gerencial.

Julio Peñaloza Bretel es periodista.

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