Un sacerdote abusó sexualmente de varios niños en Bolivia y dejó constancia de ello en un diario
El periódico español El País publicó las atrocidades que dejó escritas el jesuita.
El sacerdote conocido como Pica, abusó de decenas de menores en Bolivia. Foto: Diario El País
Una investigación presentada este domingo por el diario El País de España revela las confesiones del sacerdote jesuita español, Alfonso Pedraja, conocido como Pica, quien abusó sexualmente de decenas de menores de edad en Bolivia. El cura trabajaba con niños bolivianos en situaciones vulnerables.
Pedrajas dejó constancia por escrito de los abusos sexuales que cometió contra decenas de niños en Bolivia en un diario que publicó el El País.
Confesó, en su diario, haber abusado de al menos 85 niños y adolescentes cuando era profesor en varios colegios de América Latina, en especial en Cochabamba.
La investigación publicada titula “Diario de un cura pederasta” y en ella, se relata además que los abusos eran de conocimiento de varios clérigos nacionales por varias décadas (al menos siete superiores provinciales y una decena de clérigos bolivianos y españoles). Ellos no hicieron nada, pese a que existían muchas denuncias. “Hice daño a mucha gente (¿85?)”, escribió.
Pica impartió sus enseñanzas por largos años en el Colegio Juan XXIII de Cochabamba y también pasó por San Calixto de La Paz.
El diario escrito por el cura fue recuperado por el sobrino del sacerdote y fue él quien los entregó al periódico español para que sean divulgados.
¿Pecados?
En parte de la nota describe: Cuenta que siente miedo de ser descubierto y chantajeado. Se avergüenza de sus delitos, aunque siempre se refiere a ellos como “pecados”, “meteduras de pata” o “enfermedad”. Confunde las relaciones homosexuales consentidas con las agresiones a menores.
La nota relata que el sobrino del sacerdote encontró el diario oculto. Se comunicó con el director de un colegio en Cochabamba donde su tío impartió clases, pero no quisieron involucrarse. Denunció a la Fiscalía de España, pero le dijeron que el caso había prescrito. Finalmente se comunicó con la Compañía de Jesús, donde le pidieron que envíe el documento para investigar el caso.
Temiendo que el tema quede en el olvido, el sobrino decidió enviar el diario a El País, que este domingo publicó un extenso reportaje al respecto.
“Entre 1961 y 1971, residió a caballo entre varios centros de la orden en Bolivia, Perú y Ecuador. Tiempo que dedicó a formarse como sacerdote y en el que comenzó a dar sus primeras clases. Pasó por los centros bolivianos de San Calixto, el Colegio Nacional Ayacucho y el Correccional de Menores, los tres en La Paz. También por el Colegio Colombia, en Lima, y por el seminario San Antonio Abad, en Quito. Fue en estos años en los que el jesuita, entonces en la veintena, escribe sobre su primera agresión sexual en un barrio limeño”.
En 1971 se asentó en Bolivia y fue nombrado subdirector del colegio Juan XXIII, un internado que rescataba niños de la pobreza. A los tres años ascendió a director.
El diario El País pudo contactarse con algunas de las varias víctimas de Pedraja en Bolivia. Ellos relatan todo el martirio que sufrieron y cómo denunciaron los casos a los superiores y poco o nada se hizo para frenar las atrocidades de Pica.
En el reportaje también se menciona al jesuita catalán Marcos Recolons, a quien Pica le contó todo lo que estaba haciendo y le hablaba en palabras claves sobre homosexualidad y pederastia.
Les contó a varios
Cuenta, además, que Pica se contactó con otro sacerdote, el salesiano Ángel Tomás García, a quien le contó todo. Pero nunca se supo si éste denunció o no el caso. García hizo un análisis psicológico de Pedraja y le advirtió de las consecuencias de sus actos, haciéndole reflexionar. “Las ovejitas pequeñas, ¡Jamás!”, escribió Pica en 1998.
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En la lista de personas a las que recurrió se encuentra Óscar Uzín, un prestigioso teólogo ya fallecido. Pica se sentía cómodo con él. Lo describe como un clérigo, con “una vida gay plena”, y que “ha dejado de creer en Dios”. Uzín le trata bien y no le juzga.
A partir de 2001, el miedo se apodera del sacerdote, según los escritos, pues las primeras víctimas comienzan a denunciar y contar todo.
Se fue durante un tiempo a España para realizar los ejercicios espirituales, pero sus pensamientos y miedos lo torturaban. El jesuita regresó a comienzos de 2004 a Bolivia, y sus demonios le estaban esperando. Fue diagnosticado con cáncer y falleció en 2009.
“Dejó de escribir en su diario el 11 de octubre de 2008. Un año después falleció en una cama de hospital. Su diario son las memorias de un pederasta. También la prueba de cómo la Iglesia toleró estos delitos dentro de sus muros e impuso, por norma, el encubrimiento. Lo reconoció el propio Pica:
“Lo conté tantas veces…”
“Me quedé congelado, me dijo tranquilo no pasa nada”
Una de las víctimas de Pedraja fue contactada por el diario El País. Hoy con 58 años, aún recuerda las atrocidades que le tocó vivir.
Llegó al colegio Juan XXII a los 14 años. El primer año fue feliz.
“Hasta que una noche llegó el miedo. Como de costumbre, Pica cortó la luz a las 22.30, puso en marcha su tocadiscos y por los altavoces comenzó a sonar la música de Mercedes Sosa, Violeta Parra o Quilipayún. Mientras los vinilos giraban en la oscuridad, esta víctima sintió los pasos del jesuita, recorriendo el gran dormitorio comunitario y visitando las literas de algunos de los niños. Con esas melodías de fondo, acabó quedándose dormido. Y le llegó su turno: “Me desperté y me estaba tocando los genitales. Tenía 15 años. Me quedé congelado, petrificado. Él me decía, con voz baja: ‘Tranquilo, no pasa nada’. Fue terrible”.
Tras esa noche, esta víctima empezó a escuchar comentarios que quizá hasta ese momento le habían pasado inadvertidos. Una mañana, en los baños del colegio, un amigo suyo entró enfurecido. Pérez le preguntó:
—Oye, hermano, ¿qué pasa?
—El hijo de puta de El Chapa [Pica] ha venido anoche a hurgarme.
(…) Un año después, a finales de 1982, Pérez pasó a uno de los cursos superiores, donde los dormitorios ya eran privados y Pica no podía entrar libremente. Pensaba que podía vivir tranquilo. Pero una noche, después de la cena, una compañera llegó alterada al comedor y le gritó: “El Pica te busca. Te espera en su dormitorio. Está muy enfermo y dice que solo tú puedes ayudarle”.
Pérez subió hasta la habitación del jesuita. Cuenta que se lo encontró allí, tumbado en su lecho, “fuera de sí”. Le pidió que se echase junto a él y, en un instante, se abalanzó sobre el muchacho, lo redujo y lo desnudó. Aún recuerda el olor desagradable que Pica desprendía. Le forzó a que se tumbara boca abajo.