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Arandia: En Bolivia hay sociedades paralelas: clase media y ‘burguesía aymara’

clase media

Sergio Velasco, Édgar Arandia y Carlos Moldiz en La Razón.

El antropólogo, artista y columnista de La Razón Édgar Arandia considera que en Bolivia existe un fenómeno “único”, que consiste en el establecimiento de dos sociedades paralelas: la clase media tradicional y la burguesía aymara.

En Piedra, Papel y Tinta, de La Razón, explicó que la “media clase” (así la llama) siempre está buscando acomodo para no volverse proletario o volver a la “gran” pobreza. “Durante el gobierno de los 14 años, mucha gente fue incluida y se convirtió en clase media”.

Afirmó que, en medio de ese periodo bajo el mando de Evo Morales, por primera vez se registraron cadetes en el Ejército con apellidos indígenas, como Mamani o Quispe, pero que al titularse lo primero que hicieron fue “blanquearse”: casarse con mujer “blanca”.

Pero, a su vez, explicó otro fenómeno que ocurre actualmente en la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Existe un movimiento de reivindicación de lo indígena-aymara, en el que los jóvenes se consideran “aymaras contemporáneos”. Es decir, hablan aymara, aprenden inglés y saben sobre informática y tecnología.

Según Arandia, estos jóvenes no buscan “blanquearse”, pero considera que este fenómeno conllevó un proceso lento de formación ideológica y hasta psicológica. Por ello, se ha construido la burguesía aymara, un imaginario totalmente diferente, en el que los sujetos tienen su propia manera de ver la vida, la felicidad, la muerte y el amor.

“A la nueva burguesía aymara no le interesa tener su reina, ni las grandes fiestas; ellos tienen sus cholets”, dijo el antropólogo.

Por otro lado, aseguró que todas las ciudades en Bolivia fueron construidas para los españoles y los símbolos (cascos españoles, leones y las cruces gamadas) representan a la clase media que busca “blanquearse” constantemente.

Por su parte, el politólogo y también columnista de La Razón Carlos Moldiz hizo un análisis de las clases medias y su rechazo hacia lo indígena durante el conflicto poselectoral de 2019. 

En su criterio, el pensamiento político “pitita” confundió y sedujo a amplios sectores de la población que, primero, les hizo avergonzarse de ser emparentados con el Movimiento Al Socialismo (MAS) y, posteriormente, les causó una necesidad de decir “me da asco ser indio” y, como materialización de ello, resultó la quema de la whipala.

También mencionó que muchas personas que vienen de las burguesías de origen rural inician cambiándose el apellido “Choque por Gonzales”, tienden a inscribir a sus hijos en universidades “blancas” y, de ese modo, se alejan cada vez más de sus raíces.

“Los portavoces del pensamiento pitita representan a la nueva derecha (…), necesariamente tienen que ser machistas y racistas. El pitita representa la mayor amenaza para la democracia; son nazis”, describió Moldiz.

Por otro lado, Sergio Velasco, antropólogo y colaborador de La Razón, dijo que en 2019 hubo una “imposición de un pueblo sobre muchos pueblos” y cuestionó: ¿cómo se explica que personas que han sido beneficiadas por el proceso de cambio hayan sido quienes se fueron al otro bando?

En esa línea, afirmó que el discurso pitita “dio la sensación” a una parte de la clase media de un “ascenso social” al rechazar sus raíces, su pasado y al oponerse al partido de gobierno indígena.

En su lectura, el presidente Luis Arce representa a las clases medias que no niegan su pasado y que, al contrario, lo reivindican. “Son clases medias ascendentes, pero que no están negando sus raíces”.

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